EL MAL NO EXISTE. "Aku wa sonzai shinai" 2023, Ryûsuke Hamaguchi

Después del reconocimiento internacional obtenido con Drive my car, Ryûsuke Hamaguchi continúa con su cine centrado en los personajes y en las relaciones humanas con El mal no existe. Una película en apariencia más sencilla y menos ambiciosa que la anterior, cuyo germen es el encargo de un proyecto audiovisual que se localiza en la cuenca de Nagano, en el interior de Japón. El trabajo de documentación de la zona y de los habitantes que allí residen es desarrollado por el director y guionista en esta fábula que enfrenta la naturaleza contra los desmanes del capitalismo.

Una vez más, Hamaguchi experimenta con el punto de vista y esquiva las fórmulas comunes, de modo que la historia se plantea como si estuviese contada por la propia naturaleza. El mal no existe comienza con un largo plano en movimiento que recorre las copas de los árboles desde el suelo, presentando el carácter contemplativo y el tempo dilatado que va a guiar la narración en adelante. Muchas de las acciones aparecen representadas en su integridad (el corte de leña para la chimenea, el llenado de garrafas en el río) en especial en la primera parte, antes de que se anuncie el conflicto. Estas tareas sin apenas elipsis se repiten más tarde con un nuevo significado, cuando en lugar de acometerlas el protagonista (un lugareño viudo con diversas ocupaciones que vive al cuidado de su hija) son realizadas por quienes vienen de fuera con intereses comerciales (los empleados de una agencia que pretende construir un camping). Esta dicotomía está presente durante el film y justifica las tensiones entre los vecinos del medio rural y los arribistas de Tokio, o lo que igual: los que quieren preservar su modo de vida basado en el respeto al entorno, y los que buscan hacer negocio esquilmando los recursos de la zona. Todo ello sin caer en el maniqueísmo ni en la didáctica elemental, tan habituales en este tipo de ficciones.

Por supuesto que el discurso de Hamaguchi queda claro, pero hay algo indescifrable y enigmático en El mal no existe que se escapa a las explicaciones simples y se adentra en el terreno de los símbolos. Una decisión que el director asume a riesgo de defraudar las expectativas del público y que tiene que ver con introducir elementos disruptivos en mitad de una atmósfera en calma, a varios niveles: sonoros (con cortes bruscos en la música), visuales (con emplazamientos de cámara inesperados, por ejemplo en la parte trasera del coche en marcha) y argumentales (con el desenlace, que establece una analogía entre los comportamientos del personaje principal y del ciervo herido). La película tiene un tercer acto que transforma lo cotidiano en tragedia y que debe ser interpretado por el espectador, a esas alturas sumido en el desconcierto... y es que Ryûsuke Hamaguchi no pone las cosas fáciles. El mal no existe invita a sacar conclusiones, una tarea que a muchos puede resultar ingrata y frustrante. Pero, ¿acaso no sería terrible que la finalidad del cine fuera solo agradar y proporcionar respuestas cómodas?