NICKEL BOYS. 2024, RaMell Ross

La elección del punto de vista en la narración es siempre una de las decisiones más importantes que debe tomar un autor, porque determina la relación del público con la obra. Esto es algo que nos recuerda en todo momento Nickel Boys, película que tiene en el punto de vista su cuestión central. Y no precisamente de la manera más sencilla, ya que el director RaMell Ross opta por contar la historia desde un subjetivismo integral, que focaliza todas las imágenes en primera persona. Es decir: lo que muestra la cámara es lo que ven los dos personajes protagonistas. Un recurso arriesgado que, tal vez, solo un cineasta debutante y con ganas de experimentar como Ross podía atreverse a llevar a cabo.

En realidad, Ross posee una experiencia previa bastante exitosa en el documental. Nickel Boys es su primer largometraje de ficción, que él mismo escribe junto a Joslyn Barnes a partir de la novela homónima de Colson Whitehead. En ella se relata el calvario que atravesaron los chicos de la Nickel, una academia en el estado de Florida donde jóvenes con problemas eran destinados para rehabilitarse, en plena segregación racial de los años sesenta. Dado que los dos amigos a los que se alude en el título son negros, queda clara la intención de distinguir el trato vejatorio que estos sufrían frente al privilegio de los blancos, hasta el extremo de que muchos de los menores que fueron ingresados allí no salieron nunca con vida. La película alterna el tiempo pasado y el presente, cuando uno de los supervivientes investiga por su cuenta las desapariciones sucedidas en aquel centro de exterminio camuflado entre los muros del reformatorio. Para diferenciar ambas épocas sin abandonar el punto de vista interior, se incluyen en el montaje secuencias de transición cercanas al videoarte, abstracciones que aluden a la memoria y al sueño (en definitiva, al subconsciente) y ciertos símbolos como el caimán, en recuerdo del peligro que acecha.

De este modo, Nickel Boys encuentra soluciones estrictamente cinematográficas para exponer las acciones desde dentro sin hacer explícito el dolor, con sumo respeto por los personajes y por el público. Al contrario que otros dramas que se regodean en el sufrimiento, aquí es tratado con mesura y como una presencia constante que insufla miedo sin llegar al clímax, gracias al inteligente uso de las elipsis. Los protagonistas encarnados por Ethan Herisse y Brandon Wilson sienten una amenaza que se traslada al espectador y que ilustra muy bien lo que debía sentir alguien en la misma situación, tal es el reto que afronta el film con magníficos resultados, debidos también a los apartados técnicos y artísticos. Mención aparte merece la labor interpretativa de Aunjanue Ellis-Taylor, actriz rica en matices y creíble en las diversas edades que atraviesa su personaje de abuela.

La ambientación brilla por su verosimilitud tanto en el aspecto visual como en el sonoro. Jomo Fray realiza un gran trabajo fotográfico empleado los recursos de la luz y del color para favorecer las virtudes de la producción, mientras que Scott Alario hace lo propio con la grabación y mezcla del sonido, e incluso se encarga de la música en compañía de Alex Somers. Sus composiciones etéreas (y con un poso de vanguardia) conviven con naturalidad con las canciones de un tiempo convulso que Nickel Boys refleja desde lo particular, son los horrores de una nación concentrados en un único escenario y cuyos ecos suenan todavía hoy. En suma, RaMell Ross ofrece una de las películas más estimulantes del reciente cine norteamericano, además de la crónica de unos acontecimientos que no deberían repetirse jamás y que sirve de antídoto contra las desigualdades.