LOS ASESINOS DE LA LUNA DE MIEL. "The honeymoon killers" 1970, Leonard Kastle

Como bien se sabe, las obras artísticas son fruto de las circunstancias en las que son creadas. Esto sucede más aún en el cine, un medio cuya validación como arte siempre se pone en entredicho, dada su dependencia económica y las condiciones poco favorables de la industria para atender a cualquier producto que se salga de la norma. Un buen ejemplo es Los asesinos de la luna de miel, título considerado de culto que nació en mitad de todas las incertidumbres posibles y cuyos inconvenientes conforman su identidad.

El proyecto parte de Warren Steibel, un productor televisivo con ganas de debutar en el cine, que se propone llevar a la pantalla el caso real de los conocidos como asesinos de los corazones solitarios, Raymond Fernandez y Martha Beck. Él se dedicó en los años cincuenta a robar a solteronas y viudas con dinero con las que mantenía correspondencia, mientras que ella era una enfermera con problemas de sobrepeso que no conocía el afecto. Ambos entablaron relación y se introdujeron en una espiral de crímenes cada vez más sanguinarios, haciéndose pasar por hermanos para urdir bodas con sus futuras víctimas. Con estos mimbres, Steibel encarga el guion a su compañero de piso, el libretista y compositor de ópera Leonard Kastle, gracias a la financiación que obtienen de un inversor ajeno al negocio del cine. Lo escaso del presupuesto les impide recrear la época y sitúan la historia en el tiempo presente, a finales de los sesenta. Otro anacronismo para reducir costes es el empleo de la música clásica de Gustav Mahler, una solución atípica dentro de la serie B. Además contratan a un director incipiente, nada menos que Martin Scorsese, que enseguida es despedido por demorar los plazos de rodaje. Se trata de filmar rápido, a modo de documental, con una fotografía naturalista en blanco y negro que recae en el todavía primerizo Oliver Wood. Buscando la funcionalidad, se sustituye a Scorsese por un realizador de vídeos industriales, Donald Volkman, que apenas completa un par de semanas de trabajo. Así que es el propio Kastle quien asume la dirección sin ninguna experiencia previa, lo cual impregna las imágenes de un desaliño y una inmediatez que muchos han querido identificar con el cinema vérité o la nouvelle vague, cuando en realidad son consecuencia del amateurismo.

Si es verdad que Kastle conoce las vanguardias europeas y norteamericanas que habían renovado recientemente el lenguaje cinematográfico, lo cierto es que su desarrollo de la puesta en escena muestra limitaciones evidentes: el director tiene dificultad para componer los planos de conjunto y para mantener el ritmo de ciertas escenas, por no hablar de algunas de las interpretaciones que rodean a Shirley Stole y Tony Lo Bianco, los dos actores principales. Ambos provienen del teatro y se estrenan en la pantalla con Los asesinos de la luna de miel, otorgando verosimilitud y contundencia al resultado, en contraste con la sobreactuación que practican sus compañeros. Stole y Lo Bianco son el gran acierto de esta película cuyos errores la vuelven muy especial, ya que contribuyen a enrarecer la atmósfera y a generar la sensación de que puede pasar cualquier cosa... y así es. La rutina criminal se va volviendo cada vez más insana y tenebrosa, generando un crescendo de muertes que desemboca en un final sorprendente por lo anticlimático. La repetición que hasta entonces ha definido la estructura se detiene de pronto en un desenlace seco y demoledor, que se distancia de los hechos y los contempla con frialdad. El film contiene otras virtudes diseminadas a lo largo del metraje, como el asesinato final sostenido sobre la mirada de la madre, o el plano secuencia que une la muerte y el sexo tras haber matado a la señora mayor. Son fogonazos de ingenio que denotan el potencial de Leonard Kastle en la única incursión que hizo en el cine, puesto que no volvió a repetir. Quién sabe lo que hubiera sido capaz de hacer. En él se intuye la entereza necesaria para atravesar el camino tortuoso y lleno de baches que supuso la realización de Los asesinos de la luna de miel, película que demuestra que, muchas veces, las imperfecciones pueden jugar a favor de obra y son aliadas del riesgo. Bienvenidas sean.