La poderosa presencia de la actriz sostiene el conjunto y justifica cada decisión que adopta la trama. Por absurdas que estas puedan parecer (como la variedad del vestuario que luce su personaje, una investigadora que lucha contra los extorsionadores que asedian el negocio de su padre), todo obtiene justificación gracias al carisma de Grier. La cámara se recrea en sus evoluciones de manera vaga y un tanto tosca, ya que Sheba, baby carece de la sofisticación que hubiera requerido un argumento algo más trabajado. La amenaza que deberían suponer los gangsters queda anulada por el sentido del cartoon que Girdler imprime en casi todo momento, lo cual resta fuerza al thriller y al drama en favor de la comedia. Esta difícil mezcla pone en evidencia las limitaciones del director e invita al espectador a abandonarse a la contemplación de Grier y al disfrute de la banda sonora, integrada por composiciones de Alex Brown y Monk Higgins. Poco más se puede decir de esta película que reúne los clichés del blaxploitation (hampones horteras, policía ineficaz, tiroteos, erotismo blando, peleas de mujeres...) y que emplea diversas localizaciones de la ciudad de Louisville para desarrollar la acción. Pero por encima de lo demás, Sheba, baby aprovecha el entusiasmo que Pam Grier despertó en aquella década en la que ella se erigió como justa y orgullosa referencia.