THE BIKERIDERS. 2023, Jeff Nichols

Jeff Nichols es un cineasta que trata las grandes cuestiones humanas a través de historias familiares, enmarcadas en una Norteamérica lejos de la abundancia y la prosperidad. Son pequeñas tragedias clásicas que arrojan una visión crítica de los Estados Unidos en el pasado y en el presente, con un estilo que renuncia a los golpes de efecto y que deposita el peso dramático en los personajes. Estas señas de identidad se mantienen en The Bikeriders, segunda película de época del director tras Loving y la primera que realiza tomando como base un material ajeno.

La particularidad es que el libro que adapta Nichols no es una novela de ficción sino una obra fotoperiodística que Danny Lyon publicó en 1967 dentro de la corriente denominada nuevo documentalismo, consistente en la inmersión del artista en un ámbito particular para transmitir su implicación y compromiso con el tema. En este caso es el mundo de los bikeriders a los que alude el título, los motoristas de chopper que se agrupaban en bandas en la segunda mitad del siglo XX practicando códigos de conducta que les distinguían de los demás grupos sociales. Un ecosistema que el director aprovecha para hacer una representación de los modelos de masculinidad tradicional, con integrantes reconocibles: el jefe de la tribu (interpretado por Tom Hardy), el candidato llamado a sucederle (Austin Butler), la abnegada pareja (Jodie Comer) y una fauna variopinta de hombres que buscan su lugar en carreteras y bares de suburbio.

Cada uno de los personajes recorre un arco evolutivo que no concluye en un clímax concreto, como cabría esperar en cualquier relato convencional. Nichols conserva la estructura del libro matriz y reproduce las entrevistas que Lyon (encarnado por Mike Faist) realizó en especial a la única mujer relevante en la trama, el vértice femenino del triángulo que completan los dos protagonistas varones, haciendo que su punto de vista sea el que predomine en el conjunto. Es, por lo tanto, una mirada distante que observa a su alrededor con una mezcla de curiosidad, resignación y miedo. Al final se revela que solo ella es capaz de sacar sus proyectos adelante, con un primer plano digno de una película de terror, en el que se magnifica mediante un simple gesto el triunfo de haber domesticado la naturaleza salvaje de su compañero.

Estos y otros detalles ejemplifican la solvencia de Nichols a la hora de planificar las escenas y de vertebrar el montaje. En The Bikeriders no hay alardes ni una voluntad clara por dejar un sello de autor, tal y como sucede en sus anteriores films. Sí hay, en cambio, cierto afán porque las acciones resulten precisas y una narrativa que evita la profusión de imágenes que caracteriza buena parte del cine comercial, lo cual le ha valido a Nichols el apelativo de clásico. La composición de los encuadres y los movimientos de cámara siempre cuentan algo, evitando la gratuidad y buscando en ocasiones la intención expresiva (como en la conversación nocturna entre Benny y Johnny, lo más parecido a una escena de amor en todo el metraje). Algunas de las instantáneas de Lyon son recreadas en momentos precisos, aunque en vez del blanco y negro original, la fotografía de Adam Stone emplea colores y luces que retrotraen al tiempo en el que transcurre la historia y matizan la gramática visual que despliega Nichols con elegancia y detalle.

En suma, The Bikeriders viene a completar el paisaje profundo de los Estados Unidos que Jeff Nichols lleva trabajando desde hace casi dos décadas, con una perspectiva poco complaciente y personajes llenos de aristas. Aquí están muy bien interpretados por tres actores que remiten a nombres pretéritos (Marlon Brando, James Dean) entre otros en los que no falta Michael Shannon, talismán del director. Puede que esta sea la película más redonda de todas en las que han colaborado juntos, lo que tiene valor después de títulos tan notables como Take shelter o Mud.