FLOW. 2024, Gints Zilbalodis

Hay que celebrar que una película de animación letona sea capaz de obtener relevancia global y que rompa la hegemonía que ejercen en la cartelera los grandes estudios norteamericanos. Y más todavía cuando el título en cuestión es de calidad y ofrece propuestas novedosas dentro del medio, en lugar de replicar los modelos de éxito. Es lo que consigue Flow, segundo largometraje de Gints Zilbalodis, que doce años después recupera la premisa de su corto Aqua para desarrollarla con un estilo más elaborado y un presupuesto cuantioso que involucra además a compañías de Bélgica y Francia.

Flow se puede clasificar en el género survival o película de supervivencia, ya que cuenta las andanzas de un gato que lucha por salir adelante en un mundo que de pronto se cubre de agua. Su relación con otros animales construye el tema central del film: la única posibilidad de afrontar las dificultades es en compañía de los demás, dejando atrás las diferencias. Una idea universal que abarca a todas las edades y que no necesita diálogos, ya que prescinde de las palabras y la comunicación sucede mediante sonidos naturales. Tampoco se recurre a humanizarlos (poseen ciertas habilidades como guiar un barco, pero no son demasiadas), por lo que la animación reproduce con fidelidad las dinámicas propias de los animales, sin necesidad de practicar el hiperrealismo que hoy impera en el panorama digital.

La estética de Flow es bastante original a la hora de mezclar elementos muy acabados como son los fondos y el entorno natural, con el diseño de los animales, menos detallado y con un tratamiento de la luz cercano a la ilustración. Ambos aspectos conviven sin dificultad y refuerzan el aire de irrealidad que respira el conjunto, representado a través de movimientos de cámara largos y fluidos, que acompañan las acciones y recrean la sensación de 3D. Hay una intención por parte de Zilbalodis de introducir al espectador en la escena y de hacerle gravitar para que experimente las mismas sensaciones que viven los protagonistas... se podría decir que buscando la experiencia inmersiva, si este término no estuviese ya tan devaluado.

La excelencia técnica de las imágenes alcanza también al sonido, con un diseño muy cuidado y una música compuesta por Rihards Zalupe y Gints Zilbalodis que sostiene el armazón dramático. Y es que aunque el director juegue ahora en la primera división de la animación europea, sigue participando en todas las tareas posibles: montaje, guion (junto a Matiss Kaza), partitura... en suma, Flow es la perfecta puesta de largo de Zilbalodis en el escaparate internacional, un autor al que habrá que prestar atención en adelante.

A continuación pueden escuchar uno de los temas que integran la banda sonora, con instrumentos que evocan la naturaleza y repeticiones de ritmos de inspiración tribal. Que lo disfruten:

UN DÍA LOBO LÓPEZ. 2022, Alejandro G. Salgado

En 1992, Kiko Veneno se encuentra en la encrucijada de decidir si prosigue o abandona su carrera musical. Después de varias aventuras colectivas y de dos discos en solitario, con cuarenta años se siente cansado de invertir tiempo y esfuerzo en proyectos que no le reportan beneficios para mantener a su familia, hasta que consigue un puesto en la administración y el dinero deja de ser un problema. Es el momento de darse una última oportunidad como artista. Prepara las canciones recientes que ha estado componiendo y se marcha a Londres para grabar Échate un cantecito, el álbum con el que obtendrá por fin el éxito y que cambiará en adelante su vida.

El treinta aniversario de su publicación sirve de motivo al cineasta Alejandro G. Salgado para dedicarle el documental Un día Lobo López, que toma su título del primer verso que abre el disco. El director se aparta de los temas sociales que hasta entonces han caracterizado su trayectoria y se emplea en la tarea de reflejar el proceso creativo llevado a cabo por Kiko Veneno con la ayuda de Santiago Auserón, en compañía de los guitarristas Pájaro y Lolo Ortega, quienes prestan su testimonio junto a otros de los implicados. Se trata de un ejercicio de memoria que desentraña aspectos de la producción, decisiones meditadas y chispazos de ingenio que dieron como resultado una obra fundamental de la discografía española, además de las circunstancias previas que vivió el cantante, recuperando material de archivo de la época. Un día Lobo López mantiene una narrativa bien estructurada y utiliza la pantalla partida como rasgo de estilo, aunque este recurso se puede cuestionar en algunas ocasiones por excesivo y arbitrario... en otras, sin embargo, añade contexto y multiplicidad en el punto de vista, aparte de enriquecer visualmente las canciones. La puesta en escena de Salgado se muestra eficaz a la hora de hacer convivir las nuevas grabaciones con las antiguas, deteniéndose en algunos temas en concreto (y obviando otros, con la ausencia llamativa de Echo de menos).

En suma, Un día Lobo López contiene elementos suficientes para interesar no solo a los seguidores de Kiko Veneno, sino también a todos aquellos que se quieran acercar a las tareas de elaboración de un disco y entender las singularidades de la industria musical en un país que muchas veces ha encontrado la modernidad escarbando en las raíces, como sucede en este caso. Valga la película para reivindicar el legado de un autor emblemático al que rinde tributo su convecino, Alejandro G. Salgado, por medio de la productora sevillana La Maleta Films. Idiosincrasia andaluza en favor de una exquisita cultura de barrio.

ARCADIA. 2017, Paul Wright

Según la mitología clásica, Arcadia simboliza el territorio de la felicidad, es el paraíso en la tierra que inspiró primero a griegos y después a renacentistas y románticos. El director Paul Wright establece en su segundo largometraje una analogía entre su país, el Reino Unido, y Arcadia, empleando imágenes de archivo. Se trata de esbozar la historia reciente de una nación a través del found footage o metraje encontrado proveniente de la televisión, grabaciones documentales, filmotecas... un torbellino audiovisual que el montaje de Michael Aaglund logra domesticar y dar forma en la pantalla de manera bella e hipnótica, en torno a la idea de que a pesar de los conflictos bélicos y de los inconvenientes del avance industrial, prevalece la esperanza y la comunión con la naturaleza.

Arcadia posee un carácter experimental que la convierte en una obra única, es un ejercicio de vanguardia narrativa que carece de una estructura convencional y se entrega al flujo constante de planos de diversas calidades y texturas. La suma de todos ellos completa un mosaico que precisa la intuición del público para ser asimilado, sin necesidad de ejercicios intelectuales complejos porque, detrás de su apariencia abstracta, el film resulta sencillo: consiste en describir mediante la yuxtaposición de imágenes y sonidos el ideal de Arcadia como meta aspiracional, el regreso a la esencia. Hay cierta reiteración en este concepto que Wright practica queriendo dejar claras sus intenciones, esta es la debilidad que se le puede reprochar a un conjunto por lo demás fuerte y capaz de deslumbrar por igual los ojos y los oídos.

El apartado sonoro cobra enorme importancia por medio de recuperar fragmentos de locuciones del pasado que abren cada uno de los capítulos en los que se divide la película. Pero sobre todo, Arcadia crece gracias a la música compuesta para la ocasión por Will Gregory y Adrian Utley, un derroche de inspiración conjunta perfectamente acompasada al montaje. En definitiva, Arcadia es una pieza artística que propone un modo distinto de contar los hechos y de explorar un lenguaje y un lugar más metafórico que descriptivo, y más cinematográfico que físico.

LA ISLA DE BERGMAN. "Bergman Island" 2021, Mia Hansen-Løve

El cine y la vida de Mia Hansen-Løve han estado siempre imbricados. Por eso, una película como La isla de Bergman cobra sentido atendiendo a la trayectoria de la directora, que después de una relación de casi dos décadas con el también director Olivier Assayas, decide exorcizar en la pantalla los demonios de la ruptura y las dificultades de convivir en pareja cuando se comparten procesos vitales y profesionales. Hansen-Løve encuentra refugio contra ese desgarro en el propio cine y en la figura de un autor en particular, Ingmar Bergman, quien trabajó estos temas en más ocasiones y con mayor intensidad que ningún otro.

La isla de Bergman explora cuestiones de calado humano (la emancipación personal, la infidelidad, la creación artística) de manera sencilla, como si se tratara de un cuento. Es una celebración del ejercicio narrativo que se bifurca en dos líneas paralelas, dos historias que nacen una de la otra y que se retroalimentan. La primera tiene como protagonistas a dos cineastas que acuden a trabajar a la isla de Fårö, hogar y escenario de Bergman durante sus últimos cuarenta años, en el mar Báltico. Para fastidio de algunos vecinos, la isla se ha convertido en un gran mausoleo erigido en memoria del maestro sueco, con visitas de turistas, actividades, centros de referencia... allí desembarcan los personajes interpretados por Vicky Krieps y Tim Roth, una pareja que no pasa por su mejor etapa. Ambos se vinculan con el entorno de diferente modo y pocas veces coinciden: ella busca el contacto con la naturaleza (el mar, las dunas) y apartarse de los actos programados (una excursión, un coloquio), mientras que él cumple disciplinadamente con los compromisos de la profesión. En un determinado momento, ella le cuenta la trama que está desarrollando para un futuro proyecto y ahí comienza la segunda película, acerca de una joven con el rostro de Mia Wasikowska que viaja hasta Fårö para asistir a la boda de una amiga de la infancia. El reencuentro con un amor del pasado le hará replantearse sus sentimientos en medio de una situación que ficciona e idealiza lo que le sucede al dúo de cineastas, son dos caras del mismo espejo que se intercalan con inteligencia y sensibilidad.

Lejos de acudir a ningún exceso dramático, Hansen-Løve aplica mesura en el tono y en la puesta en escena. La isla de Bergman no exhibe movimientos de cámara complicados ni recursos que aparten la atención de lo que ella considera importante, que es el relato. Al igual que en sus últimos films, Denis Lenoir se vuelve a hacer cargo de la fotografía y capta sin artificios la luz nórdica y los paisajes que envuelven a los personajes, estableciendo una correlación entre las figuras y el espacio. La articulación visual de los planos da prioridad a las miradas y las conversaciones, todo transcurre a ras de tierra y tiene por objeto permitir que la acción avance con el ritmo adecuado, lo cual no es poco. Puede que, en apariencia, el séptimo largometraje de Mia Hansen-Løve funcione como una fábula sobria y esencial, pero lo cierto es que detrás de su estética austera y de la buena labor de los actores, hay una reflexión muy interesante en torno a la realidad y la invención, además de un ensayo sobre los desencuentros afectivos y un homenaje sincero a uno de los artistas más relevantes del siglo XX, Ingmar Bergman.

LA GUITARRA FLAMENCA DE YERAI CORTÉS. 2024, Antón Álvarez

La creatividad musical ofrece múltiples vías de expresión: la composición, la interpretación, las letras, los arreglos... también en el terreno audiovisual, como demuestra Antón Álvarez, quien hasta el momento firmaba sus trabajos musicales como C. Tangana y ahora recupera su nombre de pila para debutar en el cine con un documental atípico, centrado en la figura de un instrumentista excepcional. La guitarra flamenca de Yerai Cortés comienza con el propio director explicando el despertar de su fascinación por el joven artista alicantino y por la historia que arrastra su familia, con los padres separados y la temprana muerte de una hermana mayor a la que Yerai consideraba su tía. Más que una película musical al uso, se trata de la radiografía de un hogar roto por la tragedia que revela, pese a todo, el empuje de sus integrantes por seguir adelante con sus vidas.

La estructura narrativa tiene dos partes bien diferenciadas que se intercalan en el metraje: una que cuenta el relato y otra que convierte las pulsiones de los personajes en canciones. La primera se desarrolla mediante conversaciones que son filmadas con un estilo realista, de imágenes granuladas, luz natural y una cámara distante (a veces incluso escondida) que favorece la confesión. Todo con el objeto de hacer del espectador un testigo privilegiado de cuanto sucede en la pantalla, aunque esto implique incurrir en ciertas paradojas de la técnica, como es tratar de transmitir autenticidad empleando en el montaje el artificio de unos efectos que simulan las grabaciones analógicas. Esta solución estética no empaña el hecho de que la película transpire verdad, gracias entre otras cosas al carisma de Álvarez, capaz de ganarse la confianza de sus interlocutores y de que estos se relajen y presten testimonios de gran calibre dramático. Además hay comedia, claro está, y situaciones mundanas que dibujan el paisaje de una gitanería resistente y orgullosa.

La parte musical adopta otro cariz. Las imágenes están más elaboradas, la cámara en mano se acerca y participa de los bailes, hay una inmersión en la escena que se refuerza con el sonido, grabado con micrófonos direccionales. Así, el público escucha con precisión lo que muestra el encuadre mientras que lo que está fuera de plano permanece en segundo o tercer término, según el instante. Es un procedimiento muy poco habitual dentro del género que permite oír lo mismo que oyen los músicos en la inmediatez del directo, y que aporta al film una dimensión muy particular. Sobra decir que las interpretaciones de los artistas son de una calidad abrumadora, con números que van de la celebración festiva al recogimiento íntimo, pasando por la performance. Y siempre, en el centro, el toque de Yerai Cortés construyendo melodías de enorme belleza y hondura.

En la convivencia de las dos caras que forman el documental reside su magia y su misterio. Una película con duende que posee la virtud de exponer las dicotomías inherentes al ser humano: introspección/exaltación, llanto/risa, crudeza/elegancia y tantas otras contradicciones que hacen de La guitarra flamenca de Yerai Cortés una experiencia apasionante.