VARIETY. 1984, Bette Gordon

En 1981, la cineasta Bette Gordon ha adquirido notoriedad en los círculos de la vanguardia artística de Nueva York por sus experimentos visuales, primero en colaboración con James Benning y luego en solitario. Es entonces cuando realiza Anybody's woman, cortometraje que explora el deseo femenino en relación a la pornografía, filmado en una conocida sala X de la Tercera Avenida llamada Variety. Gordon aprovecha aquella experiencia y la desarrolla tres años después en el que será su debut largo en la ficción, una película que reúne a algunos de los creadores más insólitos de la escena alternativa de la ciudad: la escritora Kathy Acker, el músico John Lurie, el director de fotografía Tom Dicillo y la fotógrafa Nan Goldin, esta última haciendo de sí misma en un pequeño papel. La flor y nata del underground neoyorquino congregada en torno al Variety, local de exhibición que da nombre al film y que es más que un escenario, puesto que representa el espíritu que Gordon quiere invocar en las imágenes.

Un breve apunte sobre la historia de esta sala. El Variety Photoplays Theatre nació como uno de los muchos nickelodeones que participaron del floreciente negocio del cine a principios del siglo XX. Con el paso del tiempo, la decadencia que sufrió el barrio y la construcción en otras zonas de nuevos establecimientos adaptados a los formatos panorámicos relegaron al Variety al circuito de las películas más modestas, debido a sus limitaciones de espacio y su aforo reducido. Para sobrevivir a la crisis de competitividad con la televisión, el Variety cambió su programa en la década de los setenta por la serie B y el porno, convirtiéndose en refugio de encuentros homosexuales y en un antro que Scorsese dejará inmortalizado en Taxi Driver. Si bien la película captura el momento presente de la filmación, hay algo de la cronología anterior que se cuela en los fotogramas y que explica el proceso de deshumanización de una urbe que aliena a la protagonista, una joven en paro que acepta trabajar de taquillera en el Variety. Desde el interior de su minúscula urna de cristal observa a los clientes que acuden a aliviar sus soledades, hasta que establece relación con uno de ellos, distinto a los demás. Se trata de un hombre de negocios de dudosa legalidad, cuyos pasos ella sigue a escondidas por numerosos rincones, con una mezcla de curiosidad y fascinación.

La trama es extremadamente sencilla, casi una anécdota que sirve de excusa para contar lo que de verdad interesa a Gordon: el itinerario de auto-descubrimiento de una mujer y su reajuste de la realidad a través de la representación gráfica del sexo. Poco a poco, ella se va dejando arrastrar por el influjo de la pornografía, al principio mediante el sonido que le llega de la sala y después asomándose a las proyecciones y a las revistas que encuentra. Se apropia del relato erótico que antes la convertía en objeto de deseo de las miradas de los hombres y se vuelve sujeto proactivo, hasta la llegada de un desenlace que no sucede nunca. El final abierto de Variety está en consonancia con la narración minimalista que la directora mantiene durante todo el metraje, también en las formas, por medio de imágenes granuladas que transpiran inmediatez y veracidad. Hasta el punto de que el resultado tiene una estética de reportaje muy sugestiva, con una fotografía cruda y sin matices que traslada al espectador a aquella época y aquellas calles prescindiendo de los artificios propios de la ficción.  

Y es que más que ninguna otra cosa, Variety es un documental sobre una mujer ensimismada que practica el extrañamiento, una criatura que busca ocupar su lugar en el paisaje urbano y que adopta los rasgos de Sandy McLeod. Su recorrido por los bajos fondos es el motivo principal de esta película enigmática, que conserva intacta su condición de tótem del cine independiente.

LATE NIGHT WITH THE DEVIL. 2023, Cameron Cairnes y Colin Cairnes

Los hermanos Cameron y Colin Cairnes retoman la premisa de su largometraje de 2016 Scare Campaign, en torno a la influencia de los medios de comunicación en la sociedad moderna y los abusos de la cultura del espectáculo para elaborar, siete años después, otra película de terror con un título suficientemente revelador: Late night with the devil. En ella siguen explorando los comportamientos humanos capaces de cualquier cosa por una imagen, esta vez por medio de la estilización revival de reproducir un programa televisivo de variedades de los setenta.

El film comienza con un montaje deslumbrante de ocho minutos que cuenta el auge y caída de un presentador que trata de ganar audiencia en la franja nocturna recurriendo a toda clase de artimañas, incluido explotar la enfermedad de su esposa. Un prólogo que da paso a la última de las emisiones, un especial de Halloween que simula ser recuperado junto a grabaciones hechas detrás de las bambalinas. Los Cairnes aplican la fórmula del found footage para establecer un juego entre la realidad y su simulación, o lo que es igual: la legitimidad que adquieren las mentiras cuando se reproducen en la pantalla. Un tema que, por fortuna, se aborda con humor y sin solemnidades. Los directores adoptan un tono desenfadado que se vuelve violento en las escenas que buscan inquietar al espectador, un contraste que demuestra habilidad para construir tensiones en ascenso y el manejo de expectativas.

Los cineastas se mimetizan con el objeto de su inspiración y emplean el lenguaje catódico, con todos los modismos propios del formato (pausas dramáticas, contrapuntos cómicos, reacciones del público) y los recursos técnicos de la época (zooms, cartelas de paso a publicidad). La decisión de mostrar el espectáculo en su integridad resulta un acierto ya que así, Late night with the devil escala el horror poniendo al descubierto su andamiaje narrativo y su naturaleza de grand guignol. Porque la película es, en sí misma, un enorme truco fabricado con pequeños ardides (el más evidente es la secuencia de la hipnosis), que conducen a un clímax simbólico para enmendar al protagonista, interpretado por David Dastmalchian. Tanto él como el reparto que le acompaña son producto de un casting acertadísimo que hacen que la película mantenga el interés en todo momento, puesto que predominan los planos medios y los primeros planos, de acuerdo a los clichés que se recrean.

Si bien los aciertos del conjunto quedan claros durante el metraje, lo cierto es que los Cairnes están a punto de descarrilar la película en la parte final, subrayando la evidencia del presentador que ha vendido su alma al diablo y logra vencerlo enfrentando sus temores internos. Un conflicto que se aprecia ya desde el inicio y que los directores remarcan dejando clara la analogía entre la fama y la pérdida de humanidad, poniéndose profundos mediante un desenlace que se sale del programa de televisión y entra en la psique del personaje. Aun así, Late night with the devil se sobrepone a la tentación de querer ser una película seria y se muestra como lo que es: un divertimento mordaz que se apoya en un guion ingenioso, unos actores con talento y un diseño artístico inspirado. En suma, un film sorprendente que sabe desarrollar unas premisas originales y que hace de la escasez, virtud.

NOPE. 2022, Jordan Peele

Jordan Peele continúa explorando los terrores que habitan en el subconsciente colectivo, en esta ocasión a través de una amenaza llegada del espacio exterior. Nope es el tercer largometraje del director, productor y guionista, en el que vuelve a certificar su habilidad para trabajar las imágenes y para construir atmósferas de tensión, por primera vez en paisajes abiertos.

El escenario principal es un rancho en el sur de California dedicado a la doma de caballos, un negocio regentado por dos hermanos de caracteres opuestos que tratan de llenar el hueco dejado por el padre, muerto en extrañas circunstancias. La precaria situación de ambos parece poder cambiar cuando perciben que están siendo vigilados desde el cielo por una presencia que no es de este planeta, lo cual plantea el tema de la película, que es la mercantilización de cualquier fenómeno (incluida la tragedia) para convertirla en espectáculo y cómo la naturaleza se puede volver contra quienes pretenden dominarla. Una cuestión que Peele trata estableciendo dos líneas narrativas que avanzan en paralelo: por un lado está la historia de los hermanos interpretados por Daniel Kaluuya y Keke Palmer, y por otro está el ímpetu empresarial del personaje encarnado por Steven Yeun, el dueño de un parque de atracciones que en su infancia fue testigo del terrible suceso ocasionado por un chimpancé durante la grabación de un programa televisivo. Tanto el extraterrestre como el primate representan, en diferentes tiempos, a dos seres que se resisten a ser domesticados y que se rebelan contra la maquinaria capitalista de los humanos, un alegato por preservar lo salvaje que no queda del todo claro. Las dos historias que se cuentan en Nope no terminan de casar y los símbolos que se proyectan en sendas direcciones no confluyen, en perjuicio del mono asesino. De hecho, este segmento termina perdiendo interés hasta desaparecer en un momento determinado de la trama, lo que inclina el peso hacia la parte fantástica de la balanza.

La simpleza y la arbitrariedad del guion resultan impropias de alguien que se ha caracterizado en sus anteriores títulos (Déjame salir, Nosotros) por la originalidad y la elaboración dramática de sus propuestas. Sin embargo, Peele hace que el espectador se olvide de las debilidades del texto gracias a la fuerza visual que empuja la película como un torrente. El director demuestra virtuosismo a la hora de situar la cámara, componer los encuadres, vertebrar el movimiento, pensar el montaje... todo en favor del relato, sin alardes innecesarios. Los mejores instantes de Nope recuerdan, al menos en espíritu, al Spielberg de Encuentros en la tercera fase y Tiburón (en el segundo caso hay una equivalencia inmediata entre los personajes del marinero cazador de escualos y del cineasta cazador de imágenes). No en vano, Jordan Peele pone en escena una reivindicación cinematográfica de connotaciones históricas (con alusiones a Muybridge y al western clásico) y formales, mediante un lenguaje expresivo muy cuidado. A esto contribuye la fotografía siempre inspirada de su colaborador habitual Hoyte van Hoytema, capaz de sacar el máximo partido de las secuencias nocturnas y diurnas.

En definitiva, Nope no es destacable por lo que cuenta sino por cómo lo cuenta. Es un ejercicio de estilo depurado y perfecto que incluye oportunamente dosis de humor para espantar los conatos de solemnidad que atenazan al cine de género de nuestros días. Algo muy de agradecer, que provoca que la película suponga un gozoso entretenimiento.

MARIBEL Y LA EXTRAÑA FAMILIA. 1960, José María Forqué

En 1960, después de realizar algunos dramas y de contribuir al noir español de la época, José María Forqué regresa a la comedia adaptando una obra teatral recién estrenada con éxito, Maribel y la extraña familia. El libreto original de Miguel Mihura centra su comicidad en el contraste de dos mundos opuestos: la tradición provinciana frente a la modernidad de la urbe, lo que en términos morales sería: la pacatería frente a la concupiscencia. Ambos extremos están representados por una familia de empresarios provenientes de un pueblo de Zamora y por un cuarteto de alegres prostitutas que ejercen en Madrid, con Marcelino y Maribel como protagonistas. Él es un joven viudo propietario de una fábrica de chocolatinas al que pone cara Adolfo Marsillach, que en su ingenuidad se enamora ciegamente de una meretriz encarnada por Silvia Pinal, sin sospechar el oficio que ella desempeña. La posibilidad del matrimonio supone una oportunidad para cambiar de vida y un cúmulo de situaciones divertidas, primero en la ciudad y luego en el campo, basadas en la idiosincrasia de los personajes secundarios.

Siempre se ha dicho que uno de los principales valores de esta edad dorada del cine español reside en la calidad y en la variedad de los actores, buena parte de ellos procedentes del teatro. Lo cual se puede constatar en Maribel y la extraña familia, donde brillan desde las veteranas Julia Caba Alba y Guadalupe Muñoz Sampedro, hasta las más jóvenes Carmen Lozano, Gracita Morales y Trini Alonso. Todas ellas imprimen su personalidad y construyen, con unos pocos rasgos, el tono ágil y desenfadado del conjunto, valiéndose de recursos físicos y verbales para exprimir los diálogos al máximo.

El director logra que no se pierda ninguna de las cualidades de la obra en su paso a la pantalla, gracias a una puesta en escena eficaz y muy dinámica, que da importancia al movimiento interno del plano y al externo de la cámara, así como al montaje. Forqué pone cuidado en las imágenes y saca provecho de los escenarios, realzados por la fotografía en blanco y negro de José Fernández Aguayo. En suma, Maribel y la extraña familia es un ejemplo perfecto de comedia clásica con influencias de Lubitsch y La Cava, una producción de impecable acabado técnico que sabe dotar a la dramaturgia de verdadero sentido cinematográfico.

VOLVERÉIS. 2024, Jonás Trueba

En tiempos en los que predominan la inmediatez y el cinismo, parece casi un acto revolucionario estrenar una película como Volveréis. Jonás Trueba recrea en los escenarios urbanos de Madrid el espíritu de aquellas comedias sofisticadas de Hollywood de los años 30 y 40 denominadas remarriage que consistían, a grandes rasgos, en la reconciliación de una pareja que encontraba motivos para separarse, pero no los suficientes para seguir viviendo el uno sin el otro (La pícara puritana, La costilla de Adán, Historias de Filadelfia). El guion escrito al alimón por el director y los dos actores principales, Itsaso Arana y Vito Sanz, gira en torno a la idea de que "las personas deberían celebrar cuando se separan, más que cuando deciden estar juntas". Una frase que proviene de Fernando Trueba, padre de Jonás, quien debuta como actor interpretando al padre de Arana... y es que Volveréis propone un juego de espejos entre la realidad y la ficción, a la vez que introduce una película dentro de otra, puesto que el oficio de la protagonista es el de directora y el material que está montando es la propia historia de su crisis sentimental.

Al principio, esta dislocación narrativa se contempla con extrañeza, hasta que el espectador la asume con naturalidad y se convierte en el gran hallazgo del film. No es el único. También hay un tono muy bien equilibrado entre el humor y el drama, personajes que rebosan humanidad, diálogos construidos con inteligencia y una puesta en escena que favorece el desarrollo de cada situación, mediante planos largos y movimientos sencillos que describen lo que está pasando sin manierismos, al estilo de Woody Allen. Por contra, hay recursos igual de eficaces que sí explicitan el artefacto cinematográfico, como la pantalla partida o el jump cut (atención al que muestra las diferentes reacciones del personaje de Fernando Trueba en primer plano). Además de Allen, hay alusiones a Bergman, Truffaut y otros nombres del pensamiento como Kierkegaard o Stanley Cavell. Trueba incluye en el metraje algunas referencias directas y otras muchas veladas, reconociendo las fuentes que le inspiran y compartiéndolas con el público, en un ejercicio de retroalimentación que hace que el visionado resulte muy estimulante.

Sin embargo, ninguna de estas menciones agrava el peso del conjunto, que tiene la virtud de la ligereza. Volveréis es divertida sin dejar de ofrecer reflexiones, es entretenida sin acelerar el ritmo más de lo necesario, y posee una envoltura visual que vuelve a contar con la fotografía de Santiago Racaj, capaz de capturar la luz cambiante de la ciudad en el final del verano. Jonás Trueba repite con colaboradores habituales como Marta Velasco en el montaje, Miguel Ángel Rebollo en la dirección artística y actores como Francesco Carril, dentro de un reparto sólido y armonizado. En suma, la familia de Los Ilusos Films al completo, en la que probablemente sea la película más redonda y compacta de las creadas hasta la fecha por esta pequeña productora que supone una fabulosa rareza en el panorama español.