MARIA. 2024, Pablo Larraín

Tras haber dedicado películas a Jacqueline Kennedy y Diana de Gales, el director Pablo Larraín cierra el tríptico consagrado a damas del siglo XX encerradas en sus jaulas de oro, con la gran diva de la ópera Maria Callas. Al igual que en anteriores veces (JackieSpencer) la intención de hacer un retrato íntimo queda clara ya desde el título, apelando sencillamente al nombre de pila de la protagonista. Maria traza el recorrido personal de sus últimos días en París, cuando la cantante soñaba con volver a las tablas después de años de retiro y la muerte de quien fue el amor de su vida, Aristóteles Onassis.

El guion, escrito de nuevo por Steven Knight, evita el folletín y adopta un tono introspectivo que mezcla situaciones del presente con los recuerdos e imaginaciones de la Callas, aislada de la realidad en el interior de su lujosa vivienda. Una especie de teatro en el que Larraín materializa el artificio y la distorsión perceptiva que sufre la artista, rodeada de antigüedades y de objetos bellos e inútiles, tal y como se siente ella. Es una hermosísima reliquia con los rasgos de Angelina Jolie, capaz de resolver con mucha técnica y entrega las dificultades del personaje, a medio camino entre la idealización y el patetismo.

Fuera de la fortaleza donde La Divina convive con sus dos sirvientes, interpretados por Pierfrancesco Favino y Alba Rohrwacher, las cosas no son más ciertas. Las calles y los cafés parisinos aparecen representados como postales del pasado en un perpetuo atardecer, bajo una luz dorada que Edward Lachman dirige con su magisterio habitual. Así, la denominación drama crepuscular se ajustaría a la perfección a esta película si no fuese por lo gastado del adjetivo... en cualquier caso, Maria lleva a cabo una recreación de la época que se justifica en términos estéticos, puesto que la ciudad recorrida por la Callas es más un escenario que un entorno urbano. Sucede igual con las escenas que ilustran su memoria, en blanco y negro, y con las secuencias de montaje que repasan algunos de sus éxitos. Son fragmentos que contraponen a la mujer de ayer y la de hoy, con un único instante en el que ambas coinciden en el mismo plano.

En suma, se trata de una película cargada de símbolos que puede interesar a los amantes del bel canto y del arte en general como forma de expresión, porque Pablo Larraín plantea cuestiones relacionadas con la fugacidad del talento, la soledad y el sacrificio que conlleva la obtención de los aplausos del público. Todo ello con la complicidad de una actriz que realiza uno de los mejores papeles de su carrera y la devoción por una figura, Maria Callas, poseedora de un don que se agotó antes de tiempo.