SPENCER. 2021, Pablo Larraín

Un lustro después de haber llevado a la pantalla la figura de Jacqueline Kennedy, el director Pablo Larraín vuelve a representar las dificultades de una mujer por compaginar el drama personal con las exigencias de un cargo expuesto al escrutinio público. Spencer es un acercamiento íntimo a la personalidad de Diana de Gales durante una etapa de su vida en plena crisis, comprimida en tres días que la protagonista pasa en la Casa de Windsor para cumplir con las tradiciones navideñas junto a la familia real.

Al inicio del film, un rótulo anuncia que nos encontramos ante la fábula de una tragedia real. Larraín no pretende hacer un biopic ni la adaptación fiel de unos hechos, sino que toma a Lady Di para transponer un mito popular que ha sido reflejado en infinidad de cuentos: la princesa cuya libertad es aplastada por el peso de la corona y que lucha por mantener su identidad. Existe un riesgo en esta idea y es que el espectador se sienta tentado a comparar al personaje con la persona, y ha rebatir que lo que muestra la película nunca sucedió. Spencer no es una película para verosimilistas porque aquí la realidad es solo la excusa para inventar una ficción. Por lo tanto, la mejor manera de asimilar la propuesta de Larraín es abandonarse a la elocuencia de su narrativa visual, llena de fluidos movimientos de cámara, encuadres precisos, imágenes montadas con esmero... y sobre todo, a la soberbia interpretación de la actriz principal.

Kristen Stewart no se limita a replicar la voz y los gestos de Diana, sino que hace una actuación creativa y muy matizada que posee el don de la naturalidad. Es una labor que va de fuera hacia dentro, hasta zambullirse en las entrañas de su fuente de inspiración. Stewart resuelve el reto de huir del cliché y dar humanidad a un personaje convertido en icono, que todavía permanece fresco en la memoria colectiva. También aquí la película se atreve a dotar lo conocido de un carácter nuevo. Stewart está muy bien rodeada por un plantel de nombres británicos en el que sobresalen Timothy Spall y Sally Hawkins, ambos tan brillantes como de costumbre. 

Aún valorando todas las virtudes del film, también se deben señalar sus debilidades. Tal vez la más evidente sea la insistencia por parte del director de subrayar ciertos símbolos (las analogías con Ana Bolena, el espantapájaros y los faisanes), así como el recurso algo simplón de la escena nocturna en la antigua casa de la protagonista. Son momentos en los que la película se tambalea peligrosamente, si bien el conjunto permanece en pie gracias al poderoso influjo de las imágenes fotografiadas por Claire Mathon y la música de Jonny Greenwood. Ellos hacen que Spencer sea una película distinta en su género. Los colores desvaídos y la iluminación de bajo contraste aportan una atmósfera singular, que la música conduce a otra dimensión, de gran expresividad y belleza. Mathon y Greenwood, dirigidos por Larraín y con Stewart en el epicentro de todo, logran que el resultado obtenga una fuerza inusual, capaz de sellar las grietas que se aprecian en ocasiones.

En suma, Spencer es una extraña producción chilena en torno a uno de los más relevantes capítulos de la historia reciente del Reino Unido. Una parábola sobre la fragilidad humana contrapuesta a la rigidez de una institución anclada en sus principios, capaz de dar alas a cualquier discurso republicano y de sentido común. Valga la redundancia.

A continuación, una prueba del magisterio de Jonny Greenwood. A partir de una base clásica de instrumentos de cuerda, el músico desarrolla una melodía de sonoridades jazzísticas que describe los estados de ánimo de la protagonista. Relájense y disfruten: