LINCOLN. 2012, Steven Spielberg

Dentro de la extensa filmografía de Steven Spielberg, hay una parte significativa dedicada a narrar capítulos históricos de relieve internacional: El imperio del Sol, La lista de Schlinder, Salvar al soldado RyanEl puente de los espías... También hay títulos que se centran en las desigualdades raciales sufridas en el pasado por la población negra y su voluntad de emancipación: El color púrpura, Amistad y Lincoln. Esta última aglutina a la perfección las dos vertientes, tanto la crónica de un tiempo determinado como la reivindicación social, a través de la figura del reverenciado presidente de los Estados Unidos. Spielberg dirige la que probablemente sea su película más adulta y más política hasta la fecha, si bien se cuida de darle cierta estructura de thriller para aligerar la densidad de la trama.

El guion de Tony Kushner, quien repite con el director después de Munich, adapta el libro escrito por Doris Kearns Goodwin en el que se cuenta el proceso llevado a cabo para la abolición de la esclavitud en 1865. Un camino lleno de obstáculos que Abraham Lincoln tuvo que sortear mientras la Guerra de Secesión seguía sumando bajas y las distintas orientaciones de los partidos pugnaban por imponer sus condiciones para llegar a la paz. Se trata, por lo tanto, de un relato prolijo de ciento cincuenta minutos de metraje en los que se acumula mucha información, lo cual obliga al espectador a prestar atención. La capacidad de Spielberg para dotar de interés semejante maraña de datos y de nombres, permite que el conjunto no resulte árido y que el factor humano conviva con el historiográfico.

A priori, una de las dificultades consiste en hacer creíble una personalidad tan icónica y unos rasgos tan marcados como los del protagonista. El actor Daniel Day-Lewis consigue escapar de la caricatura sin borrar las líneas generales que definen a Lincoln, construyendo su interpretación desde el cuerpo y la voz. La visión de Spielberg y de Day-Lewis aspira a la cercanía, y por eso se insiste en las escenas familiares y en las conversaciones, no solo en los discursos. En el largo reparto se encuentran nombres de ilustres veteranos como Tommy Lee Jones, Sally Field o David Strathairn, entre muchos otros. Todos bien ajustados a sus personajes y con caracterizaciones que evidencian el cuidado puesto en la producción del film.

La fotografía de Janusz Kaminski es más oscura y contrastada de lo habitual, dando a entender que las sombras que predominan en las imágenes son las mismas que asediaban a Lincoln para llevar a cabo su empresa. Cabe destacar que Spielberg omite en la pantalla algunas de las situaciones de mayor calado dramático, como la resolución de la votación o el asesinato del protagonista, que suceden en off. El director atempera su tendencia natural a la épica y sitúa el foco en los hechos cotidianos que atañen al argumento central, ya que no se trata de una biografía ni de un panegírico. A pesar de todo, hay secuencias que ilustran la magnitud del personaje homenajeado, a veces con elegancia y mesura (la primera aparición junto a los soldados) y otras más obvias pero igual de necesarias (las alocuciones que pronuncia en distintos momentos). A Spielberg se le va la mano al final, cuando incurre en un efecto tan bochornoso como es mezclar la imagen del presidente con el resplandor de una llama, un recurso casi infantil más propio del primer cine mudo.

Salvo esta última excepción, el resto de la película transcurre con el estilo dinámico y elocuente tan característico del cineasta: movimientos de cámara fluidos, alternancia de ángulos y de tamaños en la planificación, dominio de la puesta en escena... en resumen, un Spielberg plenamente reconocible, aunque más solemne de lo acostumbrado. Así lo pedía Lincoln, una película que merece el reconocimiento de su actor principal y el intento (acertado) por humanizar a un personaje de altura casi mitológica.

A continuación pueden escuchar uno de los temas que integran la banda sonora, obra del maestro John Williams. El compositor emplea primero los metales y luego las cuerdas para desarrollar una melodía directa y suntuosa, que va creciendo mientras los instrumentos dialogan, una idea musical que refuerza el concepto de democracia sobre el que se asienta Lincoln. Relájense y disfruten: