CAZAFANTASMAS: MÁS ALLÁ. "Ghostbusters: Afterlife" 2021, Jason Reitman

La maquinaria de la nostalgia lleva años funcionando a pleno rendimiento, bien engrasada por los estudios de cine que detectaron en las generaciones nacidas a partir de los setenta a un público con ganas de reverdecer laureles. Las razones de este fenómeno son más económicas que sentimentales, ya que se alimenta de la crisis de ideas y de la cobardía de un mercado que renuncia a explorar fórmulas nuevas. Por eso se reviven sin escrúpulos películas y sagas que forman parte de la memoria colectiva, a la manera del Dr. Frankenstein, que por medio de la tecnología insufla vida a un ser inerte convertido en producto de laboratorio. Existen numerosos ejemplos recientes en Star Wars, Indiana Jones, Cristal Oscuro, Top Gun... da lo mismo que el referente original ni siquiera sea memorable, lo que cuenta es avivar la llama del recuerdo y arrastrar a la taquilla a aquellos que mantienen la ilusión de volver a sentirse jóvenes. Sucede con Cazafantasmas, comedia fantástica estrenada en 1984 con enorme éxito y que un lustro después conoció una segunda parte, inferior en términos creativos pero igualmente rentable. Sendos films estaban dirigidos por Ivan Reitman, artífice de varios triunfos comerciales en aquella década y padre de Jason Reitman, quien heredó el oficio pero con distintas inquietudes cinematográficas. Si bien el hijo también ha obtenido aplausos con Juno o Up in the air, es cierto que ambos Reitman se encuentran muy alejados en cuanto al estilo y los temas elegidos. Por eso Cazafantasmas: Más allá supone una excepción en forma de homenaje familiar que cobró un significado especial con el fallecimiento de Ivan Reitman, transcurridos apenas tres meses de esta entrega que mira en todo momento al pasado, a un tipo de cine y una época que ya solo cabe recrear como tributo.

La película plantea novedades esenciales respecto a sus antecesoras, aparte de la renovación de los personajes. Los antiguos protagonistas encarnados por Bill Murray, Dan Aykroyd y Ernie Hudson tienen aquí una presencia testimonial y aparecen como el séptimo de caballería al final de aquellos western en los que el desenlace se resolvía gracias a su oportuna intervención. Es un guiño entre muchos otros para contentar a los seguidores de cierta edad (también se recupera el viejo Ecto-1, los uniformes y la cacharrería para capturar espíritus) que no tendría sentido si no se produjese, al mismo tiempo, un relevo de los actores principales. Los adolescentes Finn Wolfhard y Mckenna Grace asumen ahora la herencia biológica de los Cazafantasmas, acompañados por los adultos Paul Rudd y Carrie Coon. También se transforma el escenario donde ocurre la trama, del paisaje urbano al rural, lo cual sirve para reflejar un ambiente intemporal en el que todavía existen los diner con camareras sobre patines y las cintas de VHS, dentro de un fetichismo retro-complaciente que define el tono del film.

El ámbito local y la síntesis de elementos narrativos acercan la película al territorio del cuento o, más propiamente, a ese gótico americano que aprovecha los clichés del género de terror para provocar atmósferas inquietantes: granjas herrumbrosas, minas abandonadas, fundamentalismo religioso... son elementos que configuran el fondo de la historia escrita por Reitman y Gil Kenan, este último elegido por su afición por las casas encantadas (Monster house y el remake de Poltergeist). De hecho, Cazafantasmas: Más allá funciona mejor en la primera mitad, cuando luce un carácter independiente de la saga y dosifica con acierto la comedia y el misterio. Después se vuelve demasiado deudora de la franquicia que representa y pierde algo de identidad, el humor se vulgariza y todo se vuelve más explícito y sujeto a los efectos digitales. Es evidente que Jason Reitman debe cumplir con los requisitos de la serie, por eso su habilidad consiste en introducir innovaciones para no terminar repitiendo lo mismo de siempre y, a la vez, recuperar la impronta de los Cazafantasmas.

El conjunto ofrece así un resultado más que digno, con capacidad para concitar el interés y la diversión tanto del público veterano como del que se incorpora. Cazafantasmas: Más allá tiene ritmo, buen acabado técnico, interpretaciones ajustadas al carácter de la película y un guion que no destaca por nada en especial, pero que tampoco ofende al público acostumbrado a sufrir los agravios del mainstream. Al contrario, muchos agradecerán el masaje de añoranza que Jason Reitman personaliza en la figura del desaparecido Harold Ramis, actor y uno de los ideólogos a quien está dedicada la película... si bien el reconocimiento se hace extensible a Ivan Reitman y a una generación completa de espectadores que saben responder, sin dudarlo, a la pregunta: Who you wanna call?

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LOS PEQUEÑOS AMORES. 2024, Celia Rico

Un lustro después de debutar en el largometraje con Viaje al cuarto de una madre, Celia Rico vuelve a explorar las relaciones maternofiliales en el ámbito doméstico y a medir las distancias generacionales que acercan y separan a mujeres de una misma familia. Los pequeños amores aumenta respecto a su antecesora el rango de edad de las protagonistas, dando pie a introducir temas como la dependencia o los hábitos de consumo digital.

La película comienza cuando una viuda que vive en el campo sufre un accidente y la hija abandona la ciudad para hacerse cargo de ella. Todo sucede mientras la casa que comparten durante unos días está siendo pintada, lo cual pone la analogía bastante fácil: hay una remodelación del vínculo que les une y un propósito de blanquear las zonas que se han oscurecido con los años, primero por fuera (la fachada) y luego por dentro (los espacios íntimos). La unidad de escenarios y de personajes se suma al gusto por lo pequeño en la observación de detalles, miradas, gestos... para dar como resultado un film minimalista que, sin embargo, expresa ideas grandes. Ya desde la escritura del guion, Rico explora la madurez y el paso del tiempo mediante diálogos costumbristas y situaciones reconocibles que transmiten verdad, pero para que el verbo se haga carne hacen falta actrices capaces de asumir el reto. María Vázquez y Adriana Ozores hacen suyos los papeles de la hija y la madre que se quieren a pesar de sus diferencias. Ellas insuflan vida a las dos mujeres sin caer en el cliché, con una gran economía de registros y dando valor a los matices, mediante recursos físicos y de voz. Sus actuaciones marcan el tono del conjunto, influyen y se dejan influir por el trabajo de puesta en escena que la directora desarrolla con una sencillez fruto de la depuración de los elementos que integran la imagen.

Los pequeños amores está contada con un lenguaje claro y directo, que evita las florituras y adapta la forma al pálpito de las actrices. No hay complicados movimientos de cámara ni ángulos inesperados, todo sucede a la altura de los ojos de los personajes y con un naturalismo que remarca la fotografía de Santiago Racaj. Aun así, de vez en cuando surgen instantes de carácter simbólico como los referidos al diente encontrado en el yacimiento o la proyección nocturna en la plaza del pueblo, este último de gran belleza visual.

Rico sabe mantener el equilibrio entre el dibujo de personajes, la descripción de acciones y el retrato interior, alternando el drama y la comedia con una fluidez que se desliza por la pantalla. Los momentos de humor vienen derivados del contrapunto más joven y masculino representado por el actor Aimar Vega, quien imprime frescura a sus compañeras con una interpretación más orgánica y expansiva. Es el tercer vértice de un triángulo que rebosa humanidad bajo la mirada atenta de Celia Rico, cineasta que logra convertir en virtud lo cotidiano y que perfila, con pocos trazos, las ilusiones y decepciones asociadas a la edad de cualquier persona que se pueda sentir concernida.

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DUNE: PARTE DOS. 2024, Denis Villeneuve

En 2021, Denis Villeneuve afronta el reto de llevar a la pantalla Dune, la odisea de ciencia ficción escrita por Frank Herbert a mediados de la década de los sesenta. Un proyecto muy ambicioso que en el pasado estuvo a punto de arruinar las trayectorias de David Lynch y Alejandro Jodorowsky, y que Villeneuve convierte en una serie de películas cuya segunda parte se estrena tres años después de la primera, incluyendo el retraso ocasionado por la huelga de actores en Hollywood. Es el modelo de narración por entregas heredado de la literatura que comienza a practicarse ya en el cine mudo y que se prolonga hasta nuestros días en sagas como Harry Potter o El señor de los anillos. Una táctica de consumo a largo plazo que basa su continuidad en las expectativas generadas por costosas campañas de promoción y que busca fidelizar al público en la taquilla, a través de gigantescas producciones diseñadas por los estudios que dejan poco margen de maniobra a los directores contratados. Por eso hay que reconocer el carácter excepcional de este Dune, que posee todas las características de un gran artefacto procesado para la explotación masiva y que no por ello anula la personalidad creativa de Villeneuve.

Dune: parte dos retoma la historia en el mismo punto donde concluyó su antecesora. Si aquella presentaba a los personajes y exponía el planteamiento de la trama, tal y como dictan las normas clásicas de la ficción, en este segundo film se asiste al desarrollo dramático de las situaciones y a la evolución de los protagonistas, lo que equivale a decir que hay más presencia de acción. Algo que, curiosamente, ha sido celebrado como un logro y no como un progreso lógico del argumento. De cualquier modo, cuesta valorar de manera independiente ambas películas terminadas hasta la fecha como si tuviesen autonomía propia y no fueran fragmentos de un conjunto indivisible. ¿Tiene sentido juzgar Dune: parte dos al margen de su precedente y de la continuación que está por venir? La respuesta popular y la profesional coincide en comparar cada una de las partes buscando la curva ascendente o descendente dentro de una gráfica cualitativa que tendrá que completarse cuando la trilogía finalice, allá por 2026.

Dicho lo cual, Denis Villeneuve consigue acrecentar los méritos del primer Dune. La épica que ya estaba presente se multiplica hasta alcanzar niveles de epopeya religiosa, puesto que las alusiones a las diferentes creencias son constantes y se mezclan con referentes de la mitología grecolatina y del teatro de Shakespeare. Un conglomerado que dota de solemnidad a la película sin renunciar al sentido de la aventura y al drama de sentimientos, bastante comedidos, eso sí. Villeneuve no se deja arrastrar por el exceso tan común en esta clase de obras y se mantiene siempre austero en las emociones y prudente a la hora de representar las situaciones más físicas. Su puesta en escena incide en la idea de transmitir credibilidad dentro del universo fantástico imaginado por Herbert, evitando abusar de la naturaleza digital de las imágenes. Hay cierta organicidad en el tratamiento visual de los efectos especiales y en la fotografía de Greig Fraser, en perfecta conjunción con el diseño estético de los decorados, el vestuario, las caracterizaciones... en suma, de todo el fabuloso imaginario que envuelve Dune. No solo a nivel visual, también sonoro, con un trabajo matizadísimo que ni siquiera la poderosa música de Hans Zimmer es capaz de devorar.

El plantel de técnicos es el mismo que en la anterior película mientras que el de actores se va acrecentando, a medida que se incorporan nuevos personajes episódicos. A los papeles principales de Timothée Chalamet, Zendaya, Rebecca Ferguson o Javier Bardem se suman los nombres de Austin Butler, Florence Pugh, Christopher Walken o Léa Seydoux, entre otros, ya que la nómina de intérpretes es tan extensa como bien equilibrada. Ellos aportan la dosis de humanidad necesaria para que la película no termine aplastada por su propia magnitud y contenga aspectos en los que el público pueda reconocerse. Es difícil tratándose de Dune, pero Denis Villeneuve lo consigue gracias a que detrás del espectáculo hay una historia, y detrás de la historia hay coherencia interna y respeto por el espectador.

Para entender el carácter legendario que construye la atmósfera de Dune, basta escuchar alguno de los temas compuestos por Zimmer. En la partitura conviven los coros, lo sonidos tribales y los electrónicos mediante capas que se van sumando alrededor de un leitmotiv.  Aquí tienen un buen ejemplo:

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FALLEN LEAVES. "Kuolleet lehdet" 2023, Aki Kaurismäki

La fidelidad que Aki Kaurismäki mantiene con su cine continúa inalterable después de cuatro décadas de trayectoria y casi una veintena de largometrajes. El director finlandés posee un estilo tan marcado que apenas admite herederos, si bien sus películas incluyen referencias más o menos explícitas que, en el caso de Fallen leaves, aluden a Godard, Jarmusch, Lean o Chaplin, entre otros. De hecho, la sala de cine es uno de los escenarios en los que se desarrolla la historia de amor que vive la pareja protagonista, dos representantes de ese proletariado invisible que sobrevive en las ciudades buscando escapar de la precariedad laboral y emocional.

Una vez más, Helsinki es el paisaje urbano donde sucede el cuento melancólico tan característico del Kaurismäki de los últimos títulos, algo más positivo y luminoso de lo habitual. Él mismo admite haber escrito el guion en tiempo récord, algo que se percibe en la síntesis de elementos narrativos y formales que son producto de la depuración. El director practica variaciones sobre temas que han estado presentes desde el inicio en su filmografía: las dificultades de comunicación y la carencia sentimental impuesta por las dinámicas que rigen en los sistemas capitalistas, los cuales empujan a los más vulnerables a la soledad y la desesperanza. Como en otras ocasiones, los personajes encuentran la redención en el afecto. El título de Fallen leaves remite a la canción Les feuilles mortes de Jacques Prévert y Joseph Kosma, una oda a la nostalgia de los romances pasados que Kaurismäki celebra desde un presente incierto y preocupante, ya que abundan las menciones a la guerra en Ucrania.

Esta concisión en el relato se aplica por igual a la puesta en escena, una manera de filmar que se manifiesta mediante planos estáticos en los que el tiempo parece detenido y el espacio encapsula a los personajes. Pocos como Kaurismäki son capaces de representar la quietud y la espera como un estado de desconcierto íntimo, algo similar a lo que transmiten los cuadros de Hopper, reforzado por el tratamiento cromático de las imágenes y la iluminación que vuelve a estar a cargo de Timo Salminen. El director de fotografía es en gran medida responsable de los planteamientos estéticos que operan en la obra de Kaurismäki, dado que las imágenes que ambos elaboran no ilustran la acción: son la acción. Fallen leaves tiene un carácter visual que atraviesa la historia y emparenta al autor con los maestros del cine mudo, no en vano, el silencio es uno de recursos que articulan la narración. Un silencio elocuente, que conjuga bien con las conversaciones parcas y con el humor particular del director, además de la cuidada selección musical que suena en todos sus films.

En suma, Fallen leaves muestra al Kaurismäki de siempre, tan particular y genuino como ningún otro cineasta. Tal vez ahora sea un poco más amable y cercano porque, según él mismo declara: "Cuanto más pesimista soy, más optimistas son mis películas". Benditas palabras.

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MAY DECEMBER. 2023, Todd Haynes

Uno de los directores que mejor han retratado las complejidades de lo femenino durante los últimos años es Todd Haynes. Así lo demuestran títulos como Lejos del cielo, Mildred Pierce o Carol, indagaciones en la naturaleza poliédrica de la mujer en el pasado. En May December, Haynes ambienta la historia en un presente intemporal, que está más relacionado con los mitos griegos (Edipo, Narciso) que con los personajes que pueblan las ficciones contemporáneas. Y es que May December se podría definir de diversas maneras: un drama trágico, un cuento de vampiros (sin vampiros), un thriller de emociones... todas estas clasificaciones son verdad y ninguna a la vez, dados los pliegues en los que se dobla la narración.

El guion escrito por Samy Burch juega con el espectador ya desde el principio: hay una escena con situaciones en paralelo que presentan a las dos mujeres protagonistas, Gracie y Elizabeth, interpretadas por Julianne Moore y Natalie Portman. La segunda acude a casa de la primera, donde se celebra una barbacoa con familiares y amigos. En mitad de los saludos y las convenciones, la aparición de una caja que contiene mierda hace intuir que nada es lo que parece. Puede que no sea muy sutil, y es que May December no se caracteriza precisamente por guardar las formas. En realidad, asume más riesgos de los debidos y se sitúa en una incomodidad constante que cuestiona lo correcto y lo incorrecto de ciertos comportamientos, la posibilidad de exonerar la culpa, la dicotomía entre lo público y lo privado, la apropiación de la identidad... y más temas que se van desarrollando sin atropellarse y con buen ritmo según avanza la acción.

Conviene no desvelar demasiado de la trama porque una parte importante se fundamenta en la ambigüedad y la sorpresa. Hay giros narrativos muy audaces que no derivan en un clímax, como se hacía prever, ya que Haynes evita los caminos fáciles y se adentra en terreno pantanoso. El tema, inspirado en un hecho real que conmocionó a la opinión pública estadounidense de hace tres décadas, es pasto fácil para el morbo y el sensacionalismo. La habilidad del director consiste en tomar este material sensible y en evitar las obviedades y los subrayados propios del telefilm de sobremesa, potenciando el perfil psicológico de los personajes, sugiriendo más que mostrando y mezclando géneros como la comedia, la crónica de costumbres y el melodrama clásico. Una amalgama de influencias que funciona de manera orgánica y proyecta en la pantalla un reflejo despiadado de la clase media norteamericana, esa que vive en los suburbios residenciales y lo mismo ofrece pasteles de bienvenida a los vecinos que cuchichea a sus espaldas.

Resulta fascinante la contradicción que hay en May December entre el relato que se cuenta, turbulento y sombrío, y el lenguaje elegido para visualizarlo, con una fotografía serena y clara de Christopher Blauvelt. La luz sobreexpuesta de los exteriores sureños de Savannah, ciudad donde transcurre la trama, tiene un halo romántico que es pura ironía, ya que reviste de una apariencia bonita lo que en verdad es terrible: un caso de pederastia por parte de un ser egoísta y manipulador. Una vez más, Haynes muestra su talento para recrear iconografías y transformar su significado, al igual que sucede con la música enfática que recupera composiciones de Michel Legrand para El mensajero, film de Joseph Losey de 1971.

Pero si May December tiene capacidad de trascender es por el inmenso trabajo de las dos actrices principales, muy bien acompañadas por Charles Melton, el tercer vértice del triángulo. Portman y Moore están en estado de gracia y logran dar credibilidad a las mujeres que encarnan con sutileza e infinidad de matices en cuanto a la voz, la mirada, el movimiento... es una exhibición de recursos interpretativos que logra amortiguar los excesos de sus personajes. Ellas hacen crecer esta película que atesora virtudes suficientes para ser considerada uno de los grandes títulos de su autor, un Todd Haynes que se muestra plenamente inspirado, exigente y con la valentía de los grandes creadores.

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