Lola. 1981, Rainer Werner Fassbinder

El revisionismo de Fassbinder escoge en esta ocasión un monumento del cine alemán, "El ángel azul", para barnizarlo con su colorido punto de vista al tiempo que atestigua la historia moderna de su país. "Lola" retoma el mito de Marlene Dietrich como coartada para reflejar la reconstrucción urbanística y moral de una clase social y de una nación, proveniente del nazismo, que debía adaptarse a los nuevos tiempos. Fassbinder emplea su personal modo de contar las cosas, con una realización a machetazos más interesada en explotar el carácter plástico de cada escena que en su efectividad narrativa. El gran actor Armin Mueller-Stahl aparece como un trasunto del inmortal Emil Jannings, y en él se concentra lo más interesante de un film que satisfará a los admiradores del director germano y dejará desconcertado al resto. Y es que al igual que sucede con otros autores como David Lynch, Pedro Almodóvar o Jean-Luc Godard, no se trata tanto de que al público le guste o no lo que ve en la pantalla, como de entrar en el juego que se le propone.

A continuación, la prueba de que Fassbinder tuvo un pasado alejado del manierismo y de la pose, antes de quedar fascinado por el cine de Douglas Sirk y cuando su máximo referente era la nouvelle vague. Se trata de "El pequeño caos", un cortometraje del año 1966 que el propio autor escribió, dirigió e interpretó antes de debutar en el largometraje. Es fresco, irreverente y con un final digno de conservar en la memoria. Que lo disfruten.


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Las maniobras del amor. "Les grandes manoeuvres" 1955, René Clair

René Clair no fue sólo un gran director, fue un mago del relato. Su habilidad para construir personajes y desarrollar tramas se evidenció durante toda su carrera, incluso cuando se adentró en los resbaladizos terrenos del vodevil como en "Las maniobras del amor". Allí donde otros autores tropiezan, al no saber esquivar la sal gorda y el trazo grueso en el que tantas veces el género deriva, Clair extrae oro y realiza un ejercicio de sofisticación. Se trata de una comedia de altura que no elude la artificiosidad de su puesta en escena, y que sabe aprovechar el carácter teatral que la película muestra sin reparos, para mover a sus personajes como piezas sobre un tablero de juego. Todo en el guión destila ironía, un rasgo inequívoco de inteligencia, y exhibe las virtudes del maestro francés, a saber: diálogos cargados de humor, actores bien elegidos y bien dirigidos (Gérad Philipe y Michèle Morgan), un dominio del tiempo narrativo ágil y muy dinámico, acorde al relato, y todo bajo una puesta en escena elegante e inspirada. Un prodigio de escritura en el que cabe destacar el aspecto estético de las imágenes, con un exuberante uso del color que sostiene ese aire a estampa de época que tiene la película. Para sorpresa del espectador, Clair concluye su historia con un final agrio pero ejemplarizante. Esa es la maniobra del director: congelar la sonrisa del público justo en el momento final y demostrar que, tras la apariencia de cine ligero y evasivo, se encuentra la impronta de un verdadero humanista.
A continuación, una joya dadaísta filmada por René Clair en 1924, "Entreacto". Se trata de un ejercicio de vanguardia que supuso su debut como director de cine, provocando un gran revuelo en el París de la época debido a la audacia y a la libertad de sus planteamientos. Esto le hizo ganar notoriedad y el respeto de la capilla surrealista, algunos de cuyos integrantes habían participado en el proyecto. El guión había sido escrito junto al pintor Francis Picabia, y en sus imágenes podemos encontrar a grandes nombres como Man Ray o Marcel Duchamp, todo ello sobre una composición musical de Erik Satie. Una verdadera reunión de talentos comprimida en apenas 22 minutos. Sírvanse un buen vaso de absenta, y a disfrutar.




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Horizontes de grandeza. "The big country" 1958, William Wyler

William Wyler fue uno de los pilares sobre los que se sustentó el mito del esplendor de Hollywood, una referencia inevitable cuando se habla del cine del pasado siglo. Porque la figura de este gran cineasta albergó un director irreprochable, un sagaz adaptador de novelas y un productor exigente. Prueba de todo ello es "Horizontes de grandeza", uno de sus trabajos más ambiciosos, una epopeya de gran magnitud dramática aderezada con las dosis suficientes de aventura, romance y humor para convertirla en un relato inolvidable. La vieja historia del enfrentamiento entre familias rivales por unas tierras donde se dirimen más que cuestiones de acres y fronteras, conflictos de honor largamente enquistados, sirve como soporte para construir una trama donde lo singular y lo plural, la anécdota y el conjunto, tienen igual importancia. El guión de "Horizontes de grandeza" trasciende los márgenes del western y escarba en el perfil de cada uno de los personajes gracias a un desarrollo largo, profundo, en el cual los diálogos cumplen su cometido: la frase correcta en el momento adecuado. Estas obviedades son el germen de toda buena película y, sin embargo, en "Horizontes de grandeza" parecen revelarse por primera vez. Esa es la cualidad de los clásicos. Y como el clásico que Wyler siempre fue, realiza un trabajo ejemplar con la cámara y con la dirección de actores, un plantel largo y ajustado con Gregory Peck, Charlton Heston, Jean Simmons o Burl Ives, entre otros. Rostros que dan aliento a unas imágenes poderosas, capaces de captar al mismo tiempo la épica de la historia y los conflictos personales sin distinguir dónde empiezan unos y acaban otros. Los demás apartados técnicos y artísticos, entre los que brillan la fotografía de Franz Planer realzando los magníficos decorados, así como la conocida banda sonora de Jerome Moross, terminan de redondear el conjunto. Elementos imperecederos para una película sin fecha de caducidad, la prueba de fuerza y de talento de un director, William Wyler, que de alguna manera sabía que estaba participando en la Historia del Cine.

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Slumdog millionaire. 2008, Danny Boyle y Loveleen Tandan

A partir de la novela de Vikas Swarup, el director Danny Boyle exhibe sus dotes de esteta para realizar un videoclip camuflado de película que, de tan bienintencionado, termina siendo retorcido y caricaturesco. Boyle trata de revestir la historia con aires de fábula moderna, contando su film a modo de cuento, pero todo se queda en un chiste. Porque cae en la trampa que él mismo se tiende, limitándose a retratar con su lente de turista privilegiado la miseria de los barrios pobres de la India de la forma más bonita posible, dando rienda suelta a un sentido estético heredero del lenguaje visual de la MTV. Así, con una envoltura mucho más publicitaria que cinematográfica, Boyle manufactura sus imágenes esquivando cualquier atisbo de realidad o frescura, al tiempo que pervierte las intenciones críticas que sin duda “Slumdog millionaire” algún día tuvo. El guión resulta torpe y arbitrario, deja demasiados cabos sueltos. Las interpretaciones se basan más en la imitación, en el poner caras, que en la expresividad. Y las cualidades técnicas que la película exhibe con alegría caen, la mayoría de las veces, en el capricho y la autocomplacencia. “Slumdog millionaire” es, en definitiva, un lodazal pegajoso y maloliente primorosamente envuelto en celofán brillante y de colores, para el fácil disfrute del público occidental, el cual se sentirá reconfortado en su identificación con unos héroes de cartón, diseñados para cumplir su cometido sin la necesidad de explicarlo. Que semejante producto haya sido galardonado con infinidad de premios, amén del consabido Óscar a la mejor película, dice mucho de en qué se han convertido estos conocidos trofeos de la industria de Hollywood y de quienes los otorgan.
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Alta fidelidad. "High fidelity" 2000, Stephen Frears

A lo largo de su dilatada carrera, Stephen Frears ha sabido nadar entre dos aguas bien delimitadas: por un lado, el cine desarrollado en su Inglaterra natal al que pertenecen las películas discretas y pequeñas ("Café irlandés", "La camioneta") que le han hecho grande dentro del panorama europeo. Por otro lado, las producciones de estudio ("Las amistades peligrosas", "Los timadores") que le han reportado fama y prestigio en Hollywood. Sin embargo la calidad, que no sabe de fronteras, le ha repartido desigual fortuna a ambos lados del océano, alternando las películas memorables y las olvidables.
"Alta fidelidad" es una comedia agridulce que pertenece al grupo de las películas de Frears que, en un principio, no parecen apegadas a sus intereses como cineasta, pero que su mirada atenta e inteligente ha sabido convertir en un film elevado ya a categoría de generacional y de obra de culto. Haciendo una lectura fiel e inspirada de la novela de Nick Hornby con la que comparte título, "Alta fidelidad" sabe reproducir el texto original con el sentido del humor necesario para que el espectador disfrute del espectáculo sin evitar que, en más de una ocasión, se le congele la sonrisa. El equilibrio entre lo cotidiano y el enredo funciona en la pantalla gracias a una acertada selección de actores en la que brilla con luz propia un John Cusack que hace suyo el personaje rico y complejo que le ha tocado encarnar.
El guión mantiene el ritmo durante todo el metraje, juega bien con los diferentes tempos de cada escena y está poblado de diálogos ingeniosos, que recuperan el recurso de hablarle directamente al espectador inmiscuyéndole en la trama. Este truco narrativo permite más que una cercanía, una camaradería entre el protagonista y el público, capaz de potenciar la entidad del relato y sus posibilidades cómicas. La multitud de personajes que habitan en "Alta fidelidad" le otorgan un carácter episódico a la trama que, lejos de diluirla, permite que se siga con interés y que el espectador acompañe las peripecias sentimentales del protagonista en un particular recorrido donde lo personal y lo musical se confunden. Ese es el encanto principal de una comedia romántica que puede presumir de su condición sin avergonzarse de ello, básicamente porque cuenta con una materia prima tan infalible como difícil de encontrar: la imitación de una realidad que, quien más y quien menos, puede reconocer en la pantalla entre sonrisas y oprobios.
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