El extraordinario viaje de T.S. Spivet. "L'extravagant voyage du jeune et prodigieux T.S. Spivet" 2013, Jean-Pierre Jeunet

Extravagante, fantasioso, esteta, desmesurado... Jean-Pierre Jeunet es un cineasta que convoca los adjetivos, un auteur cuyos rasgos de estilo resultan fácilmente identificables. Sin embargo, este sello personal suele provocar apreciaciones reduccionistas de su obra y argumentos demasiado simples por parte de sus detractores, empeñados en limitar las capacidades narrativas del director y en preponderar sus aciertos visuales. Bien es verdad que Jeunet no pretende ser un intelectual, su cine carece de discursos y está movido por el espíritu libre y lúdico de los antiguos juglares, aquellos que trataban de distraer al público a cambio de unas monedas.
Es por eso que la filmografía de Jean-Pierre Jeunet se asemeja a un inventario donde se acumulan ideas, sueños y ocurrencias de toda clase, una amalgama poco ortodoxa que rompe los moldes tradicionales que separan la forma del contenido, para fusionarlos en una sola pieza. Más que un cineasta en el sentido estricto del término, Jeunet puede ser considerado como un ilustrador de momentos, un prestidigitador de la imagen, un fabulador en potencia.
Estas mismas cualidades sobrevuelan "El extraordinario viaje de T.S. Spivet", película de estructura cartográfica en la que se traza un doble recorrido. Por un lado cuenta la historia de un niño con aptitudes excepcionales que crece en el lugar menos idóneo para desarrollarlas: un rancho en mitad del estado de Montana, en Estados Unidos. El muchacho que da título al film debe recorrer los miles de kilómetros que le separan de la ciudad de Washington para recibir un importante premio científico, un viaje que es en realidad una escapada de su excéntrica familia y de su improbable destino como cowboy.
Por otro lado está el periplo de un director francés, Jean-Pierre Jeunet, que atraviesa el Atlántico para rodar una película en unos escenarios y en un idioma que no son los suyos, adaptando una novela de Reif Larsen que parece hecha a su medida. Esta segunda aventura, que no se ve en la pantalla pero que impregna cada uno de los fotogramas, se debe al afán por explorar caminos nuevos. Son dos viajes que avanzan simétricos y cuyos pasos se complementan a ambos lados de la cámara. Porque la América que retrata el film no es una América real sino la que puede imaginar un loco, un niño o un extranjero. Jeunet tiene algo de las tres cosas. Los paisajes y las situaciones que aquí se narran participan del cómic y de la ilustración, del teatro y la pantomima, del musical, la literatura, la fotografía... referencias que siguen engordando el imaginario del director después de más de veinte años de carrera y que vuelven a converger en "El extraordinario viaje de T.S. Spivet".
De nuevo encontramos el ritmo dinámico, el juego visual, el montaje sorprendente. De nuevo el humor como válvula de escape y como alivio a los dramas internos de los personajes. De nuevo la crítica, esta vez a la cultura del triunfo estadounidense y a la voracidad de los medios de comunicación. Y como ya sucediera antes, la denuncia de Jeunet corre el peligro de desactivarse bajo la retórica y la exuberancia de las imágenes. Justo a tiempo aparece el Jeunet cuentista, amante de las moralejas y de los finales aleccionadores, el autor de "Delicatessen", "La ciudad de los niños perdidos", "Amélie"... una galería fascinante a la que ahora se añade el pequeño T.S. Spivet, explorador inquieto como Jean-Pierre Jeunet de sus propios márgenes. Cineasta meticuloso como pocos, siempre pone a prueba sus límites hasta conseguir hacer realidad lo que en un principio no podía ser más que un sueño. Ese es el poder de su cine.
A continuación, "Foutaises", el cortometraje que empezó a propagar el nombre de Jean-Pierre Jeunet por los circuitos europeos allá por el año 1989. A pesar de la deficiente calidad de imagen, merece la pena rememorar esta pequeña gran joya en la que el director contaba por primera vez con Dominique Pinon, su actor fetiche, realizando una idea que volvería a retomar años más tarde en "Amélie": el glosario de cosas que le agradan y que le desagradan. Entre las primeras, cualquier espectador puede incluir "Foutaises".


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Hombres. "The men" 1950, Fred Zinnemann

Se suele recordar "Hombres" como la película que supuso el debut en la pantalla del actor Marlon Brando, pero también hay otras personas y otros motivos por los que tener en cuenta el film, empezando por lo delicado de su argumento. Y es que no resulta fácil abordar en el cine un tema como el de la paraplejia sin caer en la trampa del patetismo ni la complacencia. En buena parte esto se debe a la labor del guionista Carl Foreman y el productor Stanley Kramer, representantes cada uno a su manera de la facción más comprometida dentro de Hollywood. El primero por sus vinculaciones políticas y el segundo por su vocación humanista, ambos llevaron al cine su posicionamiento en favor de las causas justas y de los derechos civiles. "Hombres" no es una excepción, y al igual que hiciera William Wyler en "Los mejores años de nuestra vida", se trataba de dar visibilidad a una de las consecuencias más incómodas de la guerra: la discapacidad. Fueron muchos los jóvenes soldados que regresaron del frente con heridas incurables, sin contar con que aún les quedaba por librar un segundo combate, el de incorporarse a una normalidad imposible.
Por otro lado cabe valorar a Fred Zinnemann, un director con tendencia a explorar las dobleces del ser humano a través del conflicto de sus personajes. Zinnemann denunció al igual que sus colegas la hipocresía imperante en la próspera Norteamérica, sin embargo, su verdadero compromiso fue siempre con el cine. Con un dominio hábil de la puesta en escena y una capacidad para visualizar situaciones de forma sobria y elegante, Zinnemann consigue evitar la teatralidad que la película podría haber adquirido en otras manos. Ambientada mayormente en un hospital de parapléjicos y con un grupo de personajes integrado por médicos y pacientes, "Hombres" retrata sin tentaciones lacrimógenas ni sensacionalistas el día a día de unas víctimas que nunca volverán a curarse. Cada una de ellas trata de olvidar sus heridas mediante el ejercicio, la lectura o las apuestas deportivas. La incorporación de un nuevo paciente al centro será el salvoconducto por medio del cual el espectador podrá inmiscuirse en las vidas de estos seres amputados física y mentalmente.
Aquí es donde irrumpe el nombre de Marlon Brando, actor que se estrenaba en esta película tras haber destacado en los escenarios teatrales y antes de ser erigido como cabeza visible de una importante generación de intérpretes crecidos al calor del Actors Studio. El Brando de "Hombres" inicia así su mejor época, la más inspirada y completa, las más rica en personajes multidimensionales: Stanley Kowalski, Emiliano Zapata, Julio César, Terry Malloy... lejos quedaba aún el afán por la trascendencia y la falta de naturalidad que habría de marcar los últimos años de su carrera. En "Hombres", Brando realiza una encarnación convincente y medida en todos sus detalles, que aúna a la perfección los elementos emocionales y los físicos, apoyada por un eficaz elenco en el que hay que señalar al carismático Everett Sloane, dando vida al jefe de los médicos del hospital.
Estos son algunos de los motivos por los que "Hombres" no debe ser considerada simplemente como el bautismo cinematográfico de Marlon Brando, aunque bien es verdad que la película contiene el brillante debut de un actor que alcanzaría grandes cimas de talento, antes de ser engullido por su propia leyenda.

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Los ilusos. 2013, Jonás Trueba

Tres años después de debutar con "Todas las canciones hablan de mí", Jonás Trueba dirige su segundo largometraje insistiendo en los mismos temas: las relaciones de pareja, la vida en la ciudad, las dificultades ante un futuro incierto. Sin embargo, "Los ilusos" parte de una propuesta radicalmente distinta. Rodada en blanco y negro con una cámara de 16 mm, sin seguir las pautas de un guión convencional ni calendario de rodaje, con una producción espartana dedicada a juntar amigos durante días sueltos... la película reúne todos los condicionantes para ser considerada cine de guerrilla. Ahí reside su esencia: pocas veces el qué tiene tanto que ver con el cómo.
Mitad cine de género y mitad ensayo sobre la propia condición del cineasta, "Los ilusos" es lo más cercano que se ha hecho en España a la nouvelle vague. No sólo por el tratamiento estético de sus imágenes, aprovechando al máximo la luz natural y eludiendo cualquier estilización o efecto dramático, sino por el espíritu que recorre cada una de sus escenas. Lo que trasluce la película es, sobre todo, el deseo de hacer cine. De filmar la vida sin filtros ni artificios más que los puramente necesarios para que la trama avance.
La película adopta una estructura impresionista, a base de retazos en los que prima la inmediatez y lo cotidiano. A través de diferentes episodios seguimos las andanzas de León, el eterno aspirante a cineasta, y el grupo de amigos que le rodean: actores en busca de una oportunidad, ratas de filmoteca, bebedores impenitentes, malabaristas de final de mes... y chicas, todas distintas y todas iguales, todas hermosas en sus derrotas cotidianas. La sucesión de personajes femeninos articula el relato en torno a León, interpretado con convencimiento por el joven Francesco Carril. Sus compañeros de reparto resuelven con naturalidad la larga lista de ilusos que pueblan la película, destacando la frescura y la espontaneidad de Vito Sanz.  
Hay reflexión en "Los ilusos", pero también hay alegría. Hay un propósito por dejar testimonio de gente anónima que trata de salir adelante, la tan cacareada generación perdida de estos tiempos de crisis cuyas esperanzas nacen huérfanas. Todo esto aparece en el film sin dramas ni acusaciones directas, con la intención de reflejar un estado de ánimo. O de desánimo, más bien. Solamente en la escena final se abre una puerta a la esperanza y la luz irrumpe en la película con la libertad y el caos de unos niños jugando. Al igual que hiciese su padre 34 años atrás con "Ópera prima", Jonás Trueba toma el pulso de la calle y de una generación, la suya, que lucha contra las adversidades a golpe de ilusión.
"Los ilusos" trata también sobre una ciudad, Madrid, sobre los cafés y los bares donde compartir una conversación, sobre los rincones en los que robar un beso, sobre los cines, tiendas, apartamentos... es el Madrid alejado de la monumentalidad y de la postal turística. El único lugar icónico que figura en la película, la Plaza Mayor, adopta el aspecto fantasmal de la madrugada, cuando los últimos borrachos se cruzan con los primeros barrenderos. La ciudad como escenario por el que deambulan los ilusos que mantienen vivas sus ilusiones entre copas, libros y películas sin fin.
Por todo esto, "Los ilusos" no es solamente una película. Es también un documento, una declaración de principios y un mensaje de amor al cine, que emplea como armas la honestidad y la sencillez contra estos tiempos difíciles.


  
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Fotografía. "Fotográfia" 1972, Pál Zolnay

A principios de los años setenta, Hungría se desperezaba del largo sueño comunista que habría de traer una mayor apertura del país y la necesaria resituación en Europa. En este ámbito, el director Pál Zolnay elabora una metáfora sobre el paisaje social de una época y un lugar, a través de la historia de unos jóvenes que recorren la campiña húngara retratando a los lugareños. Es el encuentro entre dos generaciones condenadas a entenderse y en el que media el vínculo de la imagen como icono y como lengua común. Pronto se descubrirá que el entendimiento es difícil, casi imposible. Los chicos buscan el verismo, la realidad sin distorsiones, mientras que sus mayores optan por la idealización y por el artificio de estilo.
Esta premisa sirve a Zolnay para llevar un paso más lejos su experiencia en la realización de documentales televisivos, hasta convertirla en un ensayo sobre la incidencia de la mirada, el tiempo y la memoria. La anécdota argumental de "Fotografía" es sencilla, y se basa en un pacto entre retratistas y retratados: si los segundos están conformes con el resultado, pagarán a cambio unos florines, de lo contrario no hay negocio. Esta situación obliga a los artistas ambulantes a escuchar, a conocer a los que están delante del objetivo de sus cámaras, y aquí es donde fluye la magia de la película. Porque en estos diálogos filmados casi a escondidas, sin guión ni actores profesionales de por medio, es donde se asoma la pasión del documental y la captura de la realidad sin filtros ni colorantes. La relación que se establece entre los jóvenes actores y la avejentada población rural, el intercambio de palabras y de miradas tratando de reconocerse, es lo que conforma el esqueleto del film.
La lente de Zolnay emplea el blanco y negro como recurso para reforzar el carácter documental de las imágenes, con una estética cruda y directa dotada de una belleza casi salvaje. Hay mucha verdad en "Fotografía", hay reflexión sin cátedras y observación sin juicios. Es el espectador el que debe extraer sus conclusiones, convirtiendo el visionado de la película en un ejercicio de lo más estimulante. Cuarenta años después de su realización, "Fotografía" se revela como una obra necesaria en estos tiempos de artificio y de banalización de la imagen, un revulsivo contra la pirotecnia que satura las pantallas ofreciendo el humo como único recuerdo.
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