Dobles vidas. "Doubles vies" 2018, Olivier Assayas

Olivier Assayas es un director inquieto que no elude los riesgos y a quien le gusta probar fórmulas distintas a las habituales. Buena muestra de ello es Dobles vidas, una película a medio camino entre la ficción y el ensayo cinematográfico. Bajo la apariencia de una comedia de enredos sentimentales, Assayas propone una reflexión muy completa acerca de la brecha que separa los formatos físicos y digitales dentro del mundo editorial. Por lo tanto, no se habla solo de soportes de lectura sino de hábitos de vida, de las leyes del mercado, la integridad del autor, la dicotomía entre la identidad real y la aparente... Una variedad de temas expuestos en prolijos diálogos que se condimentan, además, con las aventuras libertinas de tres parejas que desempeñan diferentes profesiones asociadas al argumento del film.
Para evitar caer en la verborrea o en el esnobismo de salón, Assayas recurre a un curtido plantel de actores capaces de humanizar el discurso que contiene Dobles vidas. Un reparto que incluye a Juliette Binoche, Guillaume Canet, Vincent Macaigne, Christa Theret y Nora Hamzawi, entre otros nombres perfectamente ajustados a sus personajes y al perfil que representan dentro del relato. Así, podemos encontrar a un literato cuestionado por su editor quien, a su vez, trata de hacer evolucionar la empresa para la que trabaja contratando a una joven adalid de las nuevas tecnologías, mientras una actriz en plena madurez busca legitimarse en su oficio y la secretaria de un político defiende la honestidad de su jefe en contra de las adversidades... en definitiva, un mosaico de esa sociedad francesa ilustrada y pudiente que lo mismo es admirada como recelada por sus vecinos europeos.
Por estos motivos, Dobles vidas rinde tributo al pensamiento y la palabra por medio de una fauna ecléctica que se pasea con confianza por los escenarios que aparecen en la película. Apartamentos, despachos, habitaciones de hotel, calles, bares y cafés son el marco perfecto para desarrollar este vaudeville de carga intelectual que hará las delicias de los espectadores con inquietudes culturales y que puede desinteresar al resto. Pero Olivier Assayas no engaña a nadie, ofrece lo que promete desde la primera escena hasta la última, recreando el espíritu de ilustres cineastas como Éric Rohmer o Alain Tanner. El propio Assayas explica algunas características de su estilo en la siguiente entrevista, un complemento ideal para acercarse a la obra del autor parisino:

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En la playa de Chesil. "On Chesil beach" 2017, Dominic Cooke

Primer trabajo de Dominic Cooke para la gran pantalla, tras haber adquirido experiencia en teatro y televisión adaptando textos de Shakespeare. El cambio de formato también incide en el contenido, que sigue siendo de origen literario, pero en esta ocasión Cooke parte de una novela contemporánea de Ian McEwan. El propio escritor ajusta Chesil Beach para darle forma cinematográfica sin introducir apenas cambios significativos, no en vano, el estilo narrativo de McEwan es bastante dinámico, con abundantes diálogos y una concisión que se asemeja a la del lenguaje audiovisual.
Sin embargo, En la playa de Chesil plantea algunas dificultades como la escasez de escenarios y personajes, cuyos dramas interiores se expresan de manera íntima, mediante recuerdos y en una larga conversación final en la que se concentra el clímax de la historia. La acción se sitúa en la Inglaterra de principios de los años sesenta, y tiene como protagonistas a Edward y Florence, dos jóvenes recién casados que están a punto de enfrentarse a una tragedia doméstica. Como no puede ser de otro modo, los actores son fundamentales para hacer creíble la historia y conectar sus sentimientos con los del público, algo que vuelve a conseguir la siempre eficaz Saoirse Ronan. Es admirable la trayectoria de esta actriz a pesar de su corta edad, y la capacidad que posee de hacer suyo cualquier personaje, incluido el de Florence, cuyos traumas permanecen ocultos durante gran parte del metraje. Su compañero Billy Howle hace esfuerzos por situarse a la altura de Ronan, un reto casi imposible que él trata de solventar con más inspiración que técnica. A veces consigue estar a la altura, lo que no es poco.
El director británico imprime el ritmo adecuado a la historia mediante flashbacks y escenas cortas en su mayoría, que hacen que la película avance de manera precisa y comedida, hasta la llegada del desenlace. Aquí es donde En la playa de Chesil muestra síntomas de flaqueza y se deja llevar por el ternurismo, una debilidad que por suerte no perjudica al conjunto, aunque sí afecta en concreto al final de la película. Esta es apenas la única libertad que se toma Cooke (y McEwan como guionista) sobre el libro, en todo lo demás la versión cinematográfica es respetuosa y traslada fielmente el espíritu del original a la pantalla.
A continuación, uno de los temas compuestos por Dan Jones que integran la banda sonora. Una partitura llena de sonidos de cuerda que evocan el interior de los personajes y sus circunstancias, siempre al compás que requiere cada escena. Relájense y disfruten:

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Apuntes para una película de atracos. 2018, León Siminiani

Segundo largometraje de León Siminiani tras Mapa, que le confirma como uno de los autores más originales e inclasificables del reciente cine español. El director vuelve a subvertir los límites entre la realidad y la ficción, y a cuestionar los formatos y los géneros convencionales, por eso cuesta definir Apuntes para una película de atracos: no se parece a ningún otro film, no tiene referentes con los que pueda compararse.
La película comienza con la expresión de un deseo: "Hasta donde me alcanza la memoria, siempre quise hacer una película de atracos". La voz en off del propio Siminiani conduce la narración, y él mismo es protagonista junto a Flako, atracador de bancos perteneciente a una selecta estirpe de butroneros. Así, lo que podía haber sido la biografía al uso de un personaje escurridizo y peculiar, se revela como la historia de una relación entre un director de cine y un malandro que busca reinsertarse. Siminiani se pregunta mientras sucede la acción sobre qué narrativa adoptar, es decir, sabe cuál es su propósito (hacer una película de atracos) pero no sabe cómo, y la manera de descubrirlo es lo que define el relato. Apuntes para una película de atracos contiene, a la vez, un film y su making of, es un ejercicio meta-cinematográfico con una identidad en perpetua construcción que no termina de definirse hasta la llegada del desenlace.
Todas estas ideas se encarnan en los personajes de los diferentes hijos presentes en el guion. El primero de ellos es el joven Flako, quien aprenderá el oficio secreto de su padre y que le hará terminar en la cárcel. Allí es donde él mismo se convierte en padre y toma conciencia de que debe conseguir la libertad para cuidar de su vástago. A su vez, también Siminaini crea descendencia en el transcurso del rodaje, completando tres modelos de paternidad que despliegan un mismo eje a través de la película. Hay otras líneas argumentales que se cruzan (la planificación de los robos y su posterior recreación, las inseguridades de los protagonistas, sus mujeres) y todas convergen en distintos puntos del tiempo y el espacio. El resultado es fascinante y alcanza momentos de gran brillantez, como cuando Flako recrea la escena de su arresto y llega a confundir la verdad con su simulación.
El aspecto visual contribuye al caleidoscopio que supone Apuntes para una película de atracos, ya que las imágenes contienen grabaciones profesionales y amateurs, material de archivo, animación, collages... en suma, una variedad de capas que ilustran la riqueza narrativa que posee el film. León Siminiani imprime aquí la impronta de su ingenio, no solo como contador de historias sino como renovador del cine documental, gracias a dos películas que, en un mundo justo, serían ampliamente reivindicadas.

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El silencio de otros. 2018, Almudena Carracedo y Robert Bahar

"De todas las historias de la Historia/ la más triste sin duda es la de España,/ porque termina mal." A estos versos de Gil de Biedma se podría añadir también que la historia de España termina tarde, y que a veces ni siquiera termina. Por eso es importante El silencio de otros. Un documental que trata de consignar el control de daños desde el final de la Guerra Civil hasta nuestros días, cuando muchas de las heridas permanecen todavía abiertas.
Los directores Almudena Carracedo y Robert Bahar afrontan un reto complicado: explorar en qué situación se encuentra la Ley de la Memoria Histórica y las reclamaciones de las víctimas que, cuatro décadas después, siguen sin atenderse, expuestas al vaivén de las circunstancias políticas. El punto de partida es la Ley de Amnistía acordada en la transición, aquel famoso pacto del olvido que dejó impunes a los torturadores y permitió a algunos miembros del régimen seguir ocupando puestos de poder en la democracia. La película se posiciona en favor de la modificación de esta ley y toma partido por restablecer el honor de los damnificados. No hay equidistancias ni puntos de vista objetivos, El silencio de otros mantiene una fuerte vocación de denuncia y lo hace apelando al sentimiento, sin renunciar por ello al rigor ni a la información que se le exige a todo buen documental de este género.
La cámara sitúa el foco en distintos personajes, activistas, jueces, víctimas directas y su descendencia, quienes a veces deciden heredar la lucha de sus mayores cuando estos han fallecido sin que sus solicitudes hayan sido satisfechas. La película cambia constantemente de escenario porque así lo exige la acción, adoptando la estructura de un poliedro. El relato está narrado con concisión e inteligencia, sin ahondar en ningún tema pero exponiendo una visión general de los acontecimientos. No hubiera podido ser de otro modo, ya que de lo contrario la película se hubiese enredado en el hilo de los argumentos y alargado su duración hasta el infinito. Así, la máxima virtud de El silencio de otros es la de comprimir un ingente material de manera sencilla, directa y accesible a un público mayoritario.
La forma del documental también contribuye a la intención didáctica con la que Carracedo y Bahar presentan los hechos. El aspecto visual y la planificación se ven realzados por un montaje de gran expresividad, que conduce la historia con el ritmo preciso. En suma, El silencio de otros congrega la información, la denuncia y la emotividad con una eficacia que trasciende el realismo del formato y adopta la cualidad de la ficción más elaborada, si es que alguna ficción pudiera representar el horror de lo sucedido en España durante demasiados años.

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El blues de Beale Street. "If Beale Street could talk" 2018, Barry Jenkins

Después de saborear las mieles del éxito con Moonlight, el director Barry Jenkins continua explorando el difícil binomio entre las relaciones humanas y las desigualdades raciales, a partir de una novela James Baldwin. Tanto el director de cine como el escritor comparten inquietudes y una misma mirada sobre la realidad filtrada por la ficción, mezcla de crónica y cuento que se explicita en El blues de Beale Street. De hecho, la película comienza con un texto impreso en la pantalla que marca el tono y sitúa la historia en un contexto determinado, Nueva York en los años setenta, como escenario donde acontece el triste romance de Tish y Foony. Ambos esperan la llegada de un bebé, ella con su libertad personal siempre amenazada y él en la cárcel por una acusación injusta. Son jóvenes, son bellos y son negros, pero solo esta última condición marcará sus destinos.
El hecho de que la película esté ambientada en el pasado permite al espectador establecer comparaciones con el presente. De aquí parten las reflexiones: ¿Sigue habiendo racismo? ¿Cuentan las minorías con la protección adecuada? ¿Existe la equidad de oportunidades? Jenkins refuerza el discurso añadiendo algunas imágenes de archivo que, tal vez, resulten innecesarias porque la intención del film queda desde el principio lo suficientemente clara y, además, hay otros factores que contribuyen al posicionamiento de los personajes. Por ejemplo, el agente de policía blanco que les hostiga o el entorno de la acusación que pesa sobre Foony, recursos dramáticos que llegan a caer en el maniqueísmo e insisten en la victimización de los protagonistas. El desamparo que padecen es tan evidente, que subrayarlo con insistencia solo provoca que el público sea tratado con actitud infantil. Aparte del contenido social y político presente en El blues de Beale Street, lo que se impone es su rotundidad romántica, la cual incide en la manera en que está filmada.
Jenkins maneja un lenguaje visual muy estilizado, que mezcla puntos de vista, angulaciones y velocidades no por capricho, sino para transmitir una sensación de ensoñamiento parecida al amor que sienten Tish y Foony. Un ímpetu representado en los colores que James Laxton imprime en la fotografía y que aportan una fuerte identidad al film, al igual que el montaje, que se toma el tiempo necesario para que las escenas se desarrollen con la cadencia adecuada. Así, las imágenes de El blues de Beale Street ejercen en el público un poder de fascinación amplificado por las melodías que Nicholas Britell ha compuesto para la banda sonora, tan hermosas como evocadoras. Pero lo importante en una película como esta es el carácter humano, que alcanza su representación en los actores Kiki Layne, Stephan James y en el resto del reparto, todos ellos acertados en sus papeles.
En definitiva, El blues de Beale Street supone un paso más en la consolidación de un estilo muy marcado que convierte a Barry Jenkins en un autor reconocible, tanto en el contenido de sus películas como en la forma. Habrá quien le considere manierista y afectado, y algo de razón tendrán. Al igual que todos aquellos directores que se han sumergido en el género romántico poniendo la estética en relieve (Douglas Sirk, Fassbinder, Almodóvar, Wong Kar-Wai) y tratando de buscar caminos nuevos para expresar emociones.
A continuación, uno de los temas musicales creados por Britell que suenan en la película. Una melodía sencilla de enorme belleza, que concentra en los instrumentos de cuerda la intimidad que une a la pareja protagonista. Relájense y disfruten:

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