WOLFWALKERS. 2020, Tomm Moore y Ross Stewart

Es muy probable que, en cualquier otra disciplina, Tomm Moore fuera considerado un genio. En apenas una década ha realizado tres largometrajes de animación que merecen los mayores elogios y ha pulido un estilo singular y reconocible, capaz de seducir al público de todas las edades. Son películas admiradas en los festivales más prestigiosos, que han sido elaboradas con métodos tradicionales en Irlanda, un país que Moore ha situado en el mapa del cine de animación a través del estudio Cartoon Saloon. Los títulos que salen de allí consiguen sorprender y suponen un logro que parece irrepetible, sin embargo, el estreno de cada nuevo trabajo eleva la cota de excelencia. Prueba de ello es Wolfwalkers.

En compañía de Ross Stewart, quien fuera director de arte de El secreto del libro de Kells, Moore se vuelve a sumergir en la mitología celta para retomar el imaginario argumental e iconográfico que ha nutrido sus anteriores films. Al igual que en La canción del mar, el guion de Will Collins parte de un drama familiar (la ausencia materna que marca la soledad de un padre y su hija) y de una amenaza que proviene del exterior y pone en riesgo la naturaleza. La confrontación de la realidad con el mundo imaginario hace que la heroína en cuestión, de nuevo una niña solitaria, refuerce su carácter y complete su madurez superando todos los peligros. Wolfwalkers adopta la estructura clásica del cuento para obtener un resultado siempre original lleno de inventiva, energía y dinamismo.

El director da continuidad a los aciertos de sus películas previas y añade la convivencia de dos modelos distintos de animación, uno para ilustrar el punto de vista de los humanos y otro de los lobos, lo cual hace que el conjunto sea más sofisticado si cabe. Moore y Stewart crean un espectáculo de imágenes fascinantes, con los habituales diseños geométricos y un empleo de los colores y la luz que puede dar una sensación de falsa sencillez, cuando en verdad se trata de un film muy complejo. Las imágenes poseen una belleza que se clava en las pupilas del espectador, gracias a la calidez de la técnica bidimensional de los dibujos (algo que se potencia, por ejemplo, dejando al descubierto las líneas de abocetado de las figuras). Cartoon Saloon mantienen la herencia de la animación artesana aplicada a las tecnologías modernas, lejos del 3D que ha ido uniformando buena parte de la producción mundial. Por eso, Wolfwalkers proporciona la emoción de estar ante una obra de arte llamada a perdurar en el tiempo, una película hermosísima que transmite lecciones humanas y ecológicas de gran valor.

A continuación, un breve vídeo que recorre los trabajos realizados por Cartoon Saloon durante los últimos años. Una muestra del alto nivel de exigencia de la compañía, capaz de aunar calidad, compromiso, entretenimiento... y que ojalá continúe creciendo en el futuro.

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SPIELBERG. 2017, Susan Lacy

Documental para la televisión producido por el canal HBO que dirige Susan Lacy, especialista en retratar el lado amable de figuras destacadas de la cultura popular. Como suele suceder en este tipo de formatos, el resultado no oculta su intención de ensalzar al personaje hasta el punto de bordear la hagiografía. Los escasos momentos que muestran las sombras sirven para ilustrar la superación que vendrá después, también en el caso de Spielberg, todo un panegírico en torno al célebre cineasta norteamericano.

Poco queda por decir de Steven Spielberg que no se haya explicado antes, salvo el material gráfico (fotografías, grabaciones de rodajes) que va saliendo a la luz en diferentes publicaciones y audiovisuales. Se trata, por lo tanto, de una película ideal para los neófitos que quieran entender la magnitud del director, y que apenas añadirá nada nuevo a sus seguidores. Y eso que la narración es prolija, son casi ciento cincuenta minutos de duración, aunque podrían ser muchos más dada la riqueza de contenidos que suscita la filmografía de Spielberg. No en vano es uno de los nombres fundamentales del cine de las últimas décadas y una gran influencia en todos los ámbitos, tanto a nivel artístico como industrial. Películas como Tiburón, E.T, la trilogía de Indiana Jones, La lista de Schindler... son revisadas en el transcurso del documental en relación al momento vital del director cuando las hizo.

Lacy hace hincapié en el aspecto personal, puesto que cuenta con el mismo Spielberg para conducir el relato. A través de sucesivas entrevistas en las que el protagonista habla en primera persona, se va estableciendo un nexo entre su vida y su obra, además de otras intervenciones de familiares y colegas de profesión que completan la polifonía de voces. El conjunto es rico en experiencias, sobre todo en lo que concierne al vínculo con el padre, aunque no resulta tan provechoso en lo estrictamente cinematográfico. Hay muchos temas por los que se pasa de puntillas (el fracaso de 1941, la labor de Spielberg como productor) o que se omiten sin motivo (el proyecto heredado de Kubrick para Inteligencia artificial, la tortuosa concepción del cuarto film de Indiana Jones), todo desarrollado en bloques correspondientes a la infancia, la familia, la ideología o la religión, entre otros.

En suma, Spielberg es una magnífica aproximación al que fue bautizado como Rey Midas de Hollywood. Un documental que se ve con agrado porque su narrativa fluye a lo largo del basto material que Susan Lacy tiene entre manos, con un montaje ágil y coherente, que convierte el resultado en una invitación para que los espectadores se animen a profundizar en la apasionante y apasionada trayectoria del director.

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NUNCA, CASI NUNCA, A VECES, SIEMPRE. "Never rarely sometimes always" 2020, Eliza Hittman

Tercer largometraje de Eliza Hittman, directora que refleja en su cine el lado íntimo de realidades sociales que suelen permanecer ocultas a los principales focos de interés. En el caso de Nunca, casi nunca, a veces, siempre aborda el tema de los embarazos de menores y las dificultades de su interrupción para determinados estratos de la población. La protagonista es Autumn, una joven que compagina sus estudios con el puesto de cajera en el supermercado de una pequeña localidad de Pensilvania. Un día descubre que está encinta y, ante el rechazo a asumir una maternidad no deseada, decide embarcarse en autobús hasta Nueva York en compañía de su prima para poner fin a su estado en una clínica donde no le pongan obstáculos. La película narra, por lo tanto, las adversidades a las que se ven sometidas las dos mujeres por cumplir su determinación en un entorno que las hostiga con múltiples formas de violencia.

Con semejante argumento, hubiera sido fácil incurrir en el melodrama sobrecargando los sentimientos para emocionar al público con recursos fáciles y llamativos, tal y como sucede en otras producciones que buscan remover las entrañas sin pudor. En lugar de eso, Hittman opta por un estilo seco y directo, cercano al documental, que no edulcora la situación ni tampoco la recrudece. Tanto la interpretación de las actrices como la puesta en escena aspiran a una verosimilitud libre de artificios, que logra transmitir cercanía. Si bien predominan los primeros planos que favorecen la empatía con los personajes, en general el tono mantiene la frialdad y la contención expresadas mediante la fotografía de Hélène Louvart, quien repite con la directora tras su anterior film.

No es casualidad que la mayoría del equipo esté integrado por mujeres. Se trata de una película feminista nada condescendiente con las protagonistas, encarnadas por Sidney Flanigan y Talia Ryderpor, ambas extraordinarias debutantes capaces de hacer creíbles cada palabra y cada mirada de sus personajes. Basta contemplar la escena que da título a la película para sentirse sobrecogido: un diálogo que muestra a una sola de las interlocutoras en plano fijo, ejemplo de la importancia que da Eliza Hittman al punto de vista. El montaje está lleno de detalles y gestos en apariencia intrascendentes que dicen mucho (la mano de un extraño que requiere atención durante el viaje, las marcas de los tirantes de un sujetador...) lo cual introduce al espectador en el mundo interior de Autumn y Skylar. No es un mundo en el que todo queda bien explicado, al contrario. La meticulosidad con la que Hittman sigue el proceso médico contrasta con la escasez de información en otros terrenos (las relaciones familiares, los antecedentes de las dos chicas), lo que obliga al espectador a participar en la narración y a rellenar los huecos y los silencios que se dejan premeditadamente.

En definitiva, Nunca, casi nunca, a veces, siempre es el ejemplo perfecto de cómo hacer cine político sin caer en el panfleto y de cómo practicar la militancia sin pancartas. Sin duda, la manera más eficaz de contar una historia al mismo tiempo que se agita la conciencia y se llega al corazón de los problemas.

A continuación, uno de los temas compuestos por Julia Holter para la banda sonora. Música minimalista con gran capacidad para sugerir atmósferas que flota sobre las teclas del piano. Relájense y disfruten:

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JUDAS Y EL MESÍAS NEGRO. "Judas and the black messiah" 2021, Shaka King

Después de unos años trabajando para la televisión, Shaka King dirige su segundo largometraje respaldado por un gran estudio y con más medios que los que contó en Newlyweeds, su film de debut. Ahora afronta una película ambientada a finales de los sesenta, poblada por múltiples personajes en escenarios variados y que denota ambición ya desde el título: Judas y el mesías negro. Las connotaciones bíblicas no son gratuitas, ya que lo que cuenta es la historia de un maleante que es captado por el FBI para introducirse en las filas de las Panteras Negras y vigilar desde dentro los pasos de Fred Hampton, su carismático líder. El guion desarrolla los conflictos morales del protagonista, obligado a ejercer de chivato para eludir una condena, en contraste con la rigidez que define a la organización en una época marcada por la paranoia anticomunista y la lucha por los derechos civiles.

Consiste, por lo tanto, en una trama clásica de película de infiltrados que encuentra legitimidad en las circunstancias reales en las que se inspira. Tanto los personajes como las situaciones poseen referentes verídicos, e incluso se introducen en el montaje algunos momentos de la entrevista realizada a Bill O'Neal, el soplón en quien se basa el protagonista. Sin embargo, King no aspira a dotar la película de un tono documental ni a recrear los hechos con exactitud. Más bien se trata de convertirlos en material para elaborar una ficción destinada a entretener al público con los conflictos de lealtad y traición propios del drama tradicional, aligerados con elementos de thriller y comedia. Aunque pueda parecer oportunista porque el estreno de Judas y el mesías negro coincide con el debate actual en torno a la brutalidad policial que sufre la comunidad negra en los Estados Unidos y la reivindicación de la igualdad en todos los ámbitos de la sociedad, lo cierto es que Shaka King reparte las culpas en ambos bandos del extremismo político: la militancia comunista que esgrimía sus argumentos empuñando armas y los gobernantes conservadores que hacían la guerra sucia desde las cloacas del poder. La película adopta el punto de vista de los primeros, desnivelando la identificación hacia quien ejerce la función de mesías y es capaz de conducir a su rebaño mediante arengas que solo un buen actor puede representar. Este es Daniel Kaluuya, intérprete inspirado y preciso, cuyo trabajo engrandece el conjunto. Sus compañeros de reparto consiguen estar a la altura, con especial mención para la actriz Dominique Fishback y el siempre eficaz Jesse Plemons.

Dado que una producción del calibre de Judas y el mesías negro aspira a alcanzar un público extenso, el director opta por un lenguaje visual muy dinámico que toma protagonismo en la narración, hasta el punto de que hay momentos en los que la estética se impone al relato. El guion pierde cierta contundencia en la segunda parte del film, pero el interés no decae gracias al ritmo y la planificación desarrollados por King. Hay escenas que concentran habilidosos movimientos de cámara, un montaje eficaz e ingeniosas elipsis que atrapan al espectador hasta la llegada del desenlace, acorde a los sucesos reales, menos memorables de lo esperado. Todo bien envuelto en la fotografía tenebrista de Sean Bobbitt, cuyas imágenes dan identidad al conjunto.

En definitiva, Judas y el mesías negro es la reválida que necesitaba Shaka King para ser tenido en cuenta como cineasta. Una película que mezcla la emoción con el apunte histórico (aparece Edgar Hoover, encarnado bajo capas de maquillaje por Martin Sheen) y que se sumerge en un tema pocas veces explorado en la pantalla: la breve pero intensa trayectoria de las Panteras Negras.

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MES PETITES AMOUREUSES. 1974, Jean Eustache

Uno de los temas fundamentales en la obra de Jean Eustache es el sexo. Ya desde el principio, el director francés explora el combate entre la atracción de los cuerpos y las convenciones sociales, la manera en cómo el deseo y su cohibición afectan a las relaciones de género en épocas determinadas. Eustache trata estas cuestiones tanto en documentales como en películas de ficción, aunque debido a su temprana muerte, de las últimas solo llega a estrenar dos largometrajes. El primero es La mamá y la puta, con el que obtiene un inesperado reconocimiento en el festival de Cannes de 1973 que le permite realizar al año siguiente una película con mayor holgura económica: Mes petites amoureuses.

Si bien el cine de Eustache posee siempre un acercamiento a la realidad y un contenido autobiográfico que oscila en cada proyecto, en el caso de Mes petites amoureuses echa la vista atrás y recurre a sus experiencias de juventud. El director mezcla en el guion sus recuerdos de muchacho provinciano y su descubrimiento de la vida en la ciudad, asociada al despertar de los sentimientos, con invenciones que pretenden reflejar el desconcierto propio de la adolescencia y las dificultades de encajar en el mundo adulto. Al igual que en tantos otros ejemplos de la cinematografía gala (Truffaut, Malle, Carné), Eustache practica el relato iniciático adoptando una estructura por episodios. Las piezas que completan el mosaico ilustran las andanzas de Daniel, interpretado por el debutante Martin Loeb, a la búsqueda de afectos que alivien la rutina impuesta por los mayores. Además de los asuntos amorosos, Eustache cuenta las jerarquías de poder que se establecen en los entornos familiares y laborales. La mirada atenta y sigilosa con la que el protagonista asiste a los hechos que le rodean es la del propio director quien, al contrario que en su anterior trabajo, en Mes petites amoureuses prefiere la acción al verbo y relega los diálogos en favor de situaciones muy visuales y del contante desplazamiento de los personajes. Predominan las escenas en las que Daniel avanza a pie o en bicicleta, o en las que observa el caminar de otras personas, preferentemente mujeres... hay auténticas filigranas, como el travelling que persigue el reflejo de la chica en las ventanas del bar. Es cine en movimiento, que sustituye las palabras por el avance físico de las figuras en el encuadre.

Otro cambio respecto a La mamá y la puta es la fotografía en color, elaborada con maestría por Néstor Almendros. Las imágenes de Mes petites amoureuses transpiran naturalismo a través de la luz y los colores, recreando una época imprecisa del pasado con ciertos elementos contemporáneos en el ambiente y la caracterización. De este modo, Eustache retrata una juventud sin nostalgias, poco idílica y que expone algunas debilidades de la condición humana (la incomunicación, la desigualdad) huyendo de lo altisonante y desde la intimidad. Este sustantivo define bien el conjunto. Todas las películas de Jean Eustache son muy personales, pero en Mes petites amoureuses realiza un ejercicio de introspección en el que la cámara y el montaje emplean un lenguaje más estilizado que en el resto de su obra y la puesta en escena se articula en torno a la mirada del protagonista. En ocasiones, el director elude el contraplano para que el punto de vista de Daniel coincida con el del espectador, creando una identificación directa en la pantalla.

El hecho de no incluir apenas música y de que las actuaciones de los actores sean tan contenidas, incide en el propósito de esquivar el artificio por parte de Eustache. Su aspiración en transmitir verdad sin ser totalmente realista, y conducir al público a reflexiones y sensaciones que nunca resultan fáciles, porque la vida tampoco lo es. Un cineasta con estas intenciones hubiera merecido mejor suerte, igual que una película como Mes petites amoureuses debe ser restablecida del olvido.

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NO DIRECTION HOME: BOB DYLAN. 2005, Martin Scorsese

Primero de los dos documentales dirigidos por Martin Scorsese en los que narra la etapa inicial de Bob Dylan, desde su infancia hasta la puesta en marcha de la gira Rolling Thunder Revue. Tres décadas decisivas en la formación de un artista capital del siglo XX, que siempre ha hecho esfuerzos por resultar esquivo y por cubrir su mito de brumas y contradicciones. La habilidad de Scorsese consiste en ordenar los acontecimientos y arrojar luz mediante una narrativa certera y prolija.

No direction home se extiende a lo largo de doscientos minutos en los que se intercalan declaraciones de numerosos compañeros de viaje (Joan Baez, Dave Van Ronk, Pete Seger, Allen Ginsberg...) cuyas palabras completan el relato del propio Dylan, locuaz y extrañamente sincero. La camaradería que se establece entre el músico y el cineasta es fundamental para que la película adquiera legitimidad y no termine incurriendo en el consabido panegírico. Scorsese logra que el resultado resulte creíble gracias al buen manejo del ingente material de archivo, con hallazgos nunca vistos antes, mezclado con las entrevistas. El conjunto transmite la imagen de un mosaico rico y complejo en el que el verbo y la música se complementan con gran fluidez, todo bien vertebrado por David Tedeschi, montador habitual de Scorsese en proyectos televisivos y documentales.

La película comienza y termina con la famosa interpretación de Like a rolling stone en el teatro Free Trade Hall de Manchester, el 17 de mayo de 1966. Un momento trascendental en la historia del rock, cuando Dylan fue increpado por abandonar los postulados del folk para electrificar su sonido y conducir su mensaje por caminos diferentes. Este incidente (que se repitió en numerosos conciertos) sirve a Scorsese para establecer una doble línea narrativa basada en dos mutaciones: la del pueblerino imberbe Robert Allen Zimmerman en Bob Dylan, nuevo profeta de la progresía musical en Nueva York, y la de su posterior reinvención como icono rockero junto a los futuros integrantes de The Band. Ambas facetas se cruzan a lo largo del film, lo cual puede despistar a ciertos espectadores que no estén familiarizados con lo sucedido. El resto del público tiene el disfrute garantizado, porque nunca antes se había contado la odisea iniciática del cantautor con tanto detalle y sentido de la fabulación.

Martin Scorsese recrea la figura del protagonista con concisión, ritmo y perspectiva histórica. Tres ingredientes que convierten No direction home en un documental imprescindible no solo para los seguidores de Dylan, sino también para todos aquellos que se quieran asomar a las turbulencias culturales del siglo pasado y a los interesados en los procesos creativos que atraviesa un artista para hacer evolucionar su obra. En suma: una película fascinante a la altura de una personalidad fascinante.

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FRANCES HA. 2012, Noah Baumbach

Después de haber trabajado juntos en Greenberg, el director Noah Baumbach y la actriz Greta Gerwig vuelven a colaborar de manera más intensa en Frances Ha, cuyo guion está escrito por ambos. De hecho, la película es una celebración en torno a la figura de Gerwig, a su manera de expresarse y llenar la pantalla con su personaje. No es fácil encontrar una identificación tan poderosa como la que aquí sucede entre una criatura de ficción y otra de carne y hueso, se trata de una afinidad lo suficientemente fuerte para arrastrar la película entera y llevarla hasta donde ella quiere de la mano de Baumbach. Ese lugar es la ciudad de Nueva York vista con una mirada que rinde tributo a cineastas independientes norteamericanos (en especial a John Cassavetes) y franceses (Leos Carax, con la recreación de una escena icónica de Mauvais sang). Pero sobre todo, Baumbach hace un sentido homenaje a la nouvelle vague recuperando el espíritu libre y transgresor de aquel cine filmado en escenarios naturales, en blanco y negro y con música de Georges Deleure. No es casualidad que la banda sonora de Frances Ha incluya composiciones de títulos dirigidos por Truffaut y Godard.

El argumento narra las aventuras y desventuras de la chica que da nombre al film, una mujer cercana a los treinta que trata de sacar adelante su vida entre trabajos eventuales, habitaciones de alquiler, pequeñas alegrías e ilusiones frustradas. Ante todo, Frances Ha es la historia de una amistad en paisajes urbanos, la de Frances y Sophie, destinadas a encontrarse por encima de las adversidades. La persistencia de esta relación (que ellas definen como la de un matrimonio, con mucha conversación y sin sexo), conduce la película a lo largo de numerosos escenarios y secuencias de montaje elaboradas por Baumbach con brillantez.

El director despliega un habilidoso don para el naturalismo que hace que los sentimientos de la protagonista resulten reconocibles y cada momento se suceda con ritmo y fluidez, empleando para ello recursos visuales (el jump cut en montaje, por ejemplo) o verbales, mediante diálogos ingeniosos. Frances Ha es una película gozosa y estimulante gracias, entre otros motivos, al conjunto humano que la puebla. Alrededor de la presencia constante de Greta Gerwig gravita la de Mickey Sumner, Adam Driver y muchos otros nombres que completan el reparto, la mayoría de ellos desconocidos pero muy eficaces.

En suma, Frances Ha supone uno de los máximos aciertos en la carrera de Noah Baumbach. Pertenece al tipo de películas que hacen reposar todo el peso sobre el personaje principal, un ser tan común y tan excepcional como cualquier otro, capaz de quedarse a vivir en la memoria del espectador durante largo tiempo. Semejante proeza solo esta al alcance de los cineastas dotados: Baumbach y Gerwig lo son.

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