No direction home se extiende a lo largo de doscientos minutos en los que se intercalan declaraciones de numerosos compañeros de viaje (Joan Baez, Dave Van Ronk, Pete Seger, Allen Ginsberg...) cuyas palabras completan el relato del propio Dylan, locuaz y extrañamente sincero. La camaradería que se establece entre el músico y el cineasta es fundamental para que la película adquiera legitimidad y no termine incurriendo en el consabido panegírico. Scorsese logra que el resultado resulte creíble gracias al buen manejo del ingente material de archivo, con hallazgos nunca vistos antes, mezclado con las entrevistas. El conjunto transmite la imagen de un mosaico rico y complejo en el que el verbo y la música se complementan con gran fluidez, todo bien vertebrado por David Tedeschi, montador habitual de Scorsese en proyectos televisivos y documentales.
La película comienza y termina con la famosa interpretación de Like a rolling stone en el teatro Free Trade Hall de Manchester, el 17 de mayo de 1966. Un momento trascendental en la historia del rock, cuando Dylan fue increpado por abandonar los postulados del folk para electrificar su sonido y conducir su mensaje por caminos diferentes. Este incidente (que se repitió en numerosos conciertos) sirve a Scorsese para establecer una doble línea narrativa basada en dos mutaciones: la del pueblerino imberbe Robert Allen Zimmerman en Bob Dylan, nuevo profeta de la progresía musical en Nueva York, y la de su posterior reinvención como icono rockero junto a los futuros integrantes de The Band. Ambas facetas se cruzan a lo largo del film, lo cual puede despistar a ciertos espectadores que no estén familiarizados con lo sucedido. El resto del público tiene el disfrute garantizado, porque nunca antes se había contado la odisea iniciática del cantautor con tanto detalle y sentido de la fabulación.
Martin Scorsese recrea la figura del protagonista con concisión, ritmo y perspectiva histórica. Tres ingredientes que convierten No direction home en un documental imprescindible no solo para los seguidores de Dylan, sino también para todos aquellos que se quieran asomar a las turbulencias culturales del siglo pasado y a los interesados en los procesos creativos que atraviesa un artista para hacer evolucionar su obra. En suma: una película fascinante a la altura de una personalidad fascinante.