Efectos secundarios. "Side effects" 2013, Steven Soderbergh

Steven Soderbergh es un director con un pie puesto en el cine clásico, en el que se adentra con cierta regularidad ("Ocean´s eleven", "El buen alemán") y otro pie en ese terreno ambiguo conocido como modernidad ("Full frontal", "The girlfriend experience"). Ni demasiado ortodoxas ni demasiado vanguardistas, las películas de Soderbergh tienden un puente por el que transitan Alain Resnais y Wong Kar-Wai, Fritz Lang y Atom Egoyan, un puente sostenido por el carácter singular del autor de "Traffic".
"Efectos secundarios" comienza con una larga panorámica que recorre las fachadas de unos edificios en Nueva York, hasta detenerse en el plano corto de una ventana detrás de la cual se ha cometido un crimen. Cualquier aficionado puede reconocer la influencia de Hitchcock en esta imagen, un referente que está presente a lo largo de la película junto a otros cánones del thriller. Al igual que hiciese en "Un romance muy peligroso" o "El halcón inglés", Soderbergh retoma modelos antiguos y los lleva a su terreno, en un guión que mezcla la investigación de un asesinato, los intereses de las grandes corporaciones farmacéuticas y el trasfondo de la enfermedad mental. Elementos complejos que se comprimen en apenas cien minutos en los que el relato se tuerce y se retuerce, a punto de morir descoyuntado. Se requiere un visionado atento, exhaustivo, sobre todo en la última parte del film. De lo contrario, el espectador corre el riesgo de perderse en la maraña de quiebros que enturbian la película.
Soderbergh recurre a actores con los que ya había trabajado antes (Jude Law, Catherine Zeta-Jones, Channing Tatum) y se estrena con una protagonista de excepcional eficacia: Rooney Mara. Ella y Law resuelven la complejidad de sus personajes con solvencia y entrega, humanizando una trama que requiere frialdad por parte del director para resultar creíble. No en vano, "Efectos secundarios" mantiene esa atmósfera tan característica que Soderbergh suele imprimir en sus trabajos, ese aire enrarecido que no depende sólo de los escenarios o de la ambientación sonora, sino de su olfato para colocar la cámara y para pulir el montaje. Parte del atractivo visual de la película consiste en el empleo del desenfoque como recurso dramático, un truco muy efectivo que remarca la ambigüedad de los personajes y su dudosa moral.
En definitiva, "Efectos secundarios" es un estilizado trampantojo que recupera el espíritu de las añejas producciones de serie B que cimentaron el género negro, un eslabón más en la larga cadena de relatos detectivescos que añaden una coartada psicológica al elemento del crimen. Si de verdad se cumple el vaticinio de Steven Soderbergh de no realizar más proyectos para el cine (parece improbable), no cabe duda de que habremos perdido a uno de los directores más peculiares de los últimos años.



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