LA LEYENDA DEL TIEMPO. 2006, Isaki Lacuesta

Desde su debut en el año 2002 con Cravan vs. Cravan, Isaki Lacuesta ha demostrado ser un cineasta inquieto con afán de indagar en formatos y géneros. Su formación en el documental le lleva a hacer constantes incursiones en los terrenos de la realidad, la ficción y, sobre todo, en la frontera difusa que separa ambos términos, lugar en el que parece sentirse más cómodo. Por eso las películas de Lacuesta son también una reflexión sobre el propio cine, un cine que va mudando de piel adaptándose a la naturaleza de cada proyecto, siempre con un poso de sustantividad. Su segundo largometraje, La leyenda del tiempo, supone un giro respecto al título anterior al menos en cuanto a la forma, ya que ciertas ideas se mantienen y empiezan a definir el estilo del director. Lacuesta abandona el lenguaje retórico de su opera prima para realizar un ejercicio de depuración y cercanía, si bien ambas películas aspiran a transmitir una verdad, la primera desde el trampantojo y la segunda empleando la observación directa.
Filmada en la Bahía de Cádiz, La leyenda del tiempo contiene dos relatos que avanzan sin interferir el uno en el otro. Hay un personaje (el pescador japonés) que sirve de nexo, y varios temas en común: la búsqueda de la propia voz como representación de la identidad, el proceso de madurez, el sentimiento de orfandad. Sensaciones encarnadas en los personajes de Isra y Makiko, un muchacho gitano y una joven nipona que comparten escenarios sin llegar nunca a cruzarse. Él no quiere cantar, mientras que ella trata de aprender a hacerlo. Los dos lloran la muerte de sus respectivos padres, se encuentran en una encrucijada y deben avanzar para salir del bloqueo. La película adopta la fórmula del documental ficcionado, capturando momentos precisos para definir el carácter de los protagonistas y su entorno. Hay, por lo tanto, un propósito de realismo que Lacuesta persigue eligiendo fragmentos que en sí mismos no aparentan ser definitivos, pero que juntos completan un mosaico cargado de humanidad.
La leyenda del tiempo huye del artificio y da prioridad a los primeros planos para capturar las reacciones de los personajes, ya que su evolución se muestra muchas veces en un pequeño gesto o en el silencio que queda entre dos frases de diálogo. Es un cine que logra la naturalidad y transmite empatía gracias, entre otras cosas, a la calidez de las imágenes. Lacuesta trabaja por primera vez con Diego Dussuel, quien se convertirá a partir de entonces en su director de fotografía habitual, adquiriendo una gran responsabilidad en la conformación de un sentido estético basado en la relación de los personajes con el escenario y en la proximidad con el espectador. No en vano, la cámara se suele situar a la altura de los personajes y pone atención en los encuadres, de la misma manera que se cuida la grabación del sonido directo.
Los detalles técnicos del film juegan a favor del verismo que se alcanza con aparente sencillez, pero que es producto de la reflexión concienzuda y de la exigencia que se aplica como autor Isaki Lacuesta. Un director que prolonga la hazaña de La leyenda del tiempo una década después con Entre dos aguas, continuación de una de las partes que aquí se narran a modo de ensayo acerca del transcurso del tiempo. Merece la pena asomarse a este díptico cinematográfico que supone una de las propuestas más lúcidas del panorama español de los últimos años.

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EL JOVEN AHMED. "Le jeune Ahmed" 2019, Jean-Pierre y Luc Dardenne

El cine de los hermanos Dardenne permanece siempre atento a las aristas de la realidad, sin miedo a abordar temas tan sensibles como el que trata El joven Ahmed. La película asiste al proceso de radicalización de un muchacho musulmán y las consecuencias que esto conlleva para los que le rodean, un argumento delicado que evita caer en la acusación (no es un panfleto) ni en la condescendencia de la superioridad moral que abunda en Occidente. Los directores mantienen fría su cámara para retratar los acontecimientos de forma distante y serena, dejando que el espectador contemple los hechos y moldee su opinión sin dramatismos fáciles ni discursos ideológicos más allá del "elogio de la impureza" que los Dardenne declaran perseguir. El protagonista que da título al film es a la vez verdugo y víctima, lo cual deposita la culpabilidad en el dogmatismo religioso y la fe ciega que emplea la violencia como respuesta ante su propia involución.
La grandeza de los directores reside en la síntesis, en la capacidad de abordar cuestiones complejas desde la depuración narrativa y en apenas ochenta minutos de duración. Los Dardenne no pierden el tiempo y cuentan lo esencial para que el relato adopte una categoría universal y no se quede en la anécdota, en el hecho aislado. El joven Ahmed retrata un suceso que puede acontecer cada día si no se toman las medidas adecuadas, por eso la película sirve también de advertencia y muestra un entorno no demasiado habitual en el cine (al menos desde una perspectiva realista) como es el de los centros de menores. La planificación y la puesta en escena se mantienen acordes a la búsqueda de verismo, mediante emplazamientos de cámara a la altura de los personajes y acciones que se desarrollan en el mismo plano, sin abusar del montaje. También el tratamiento de la luz y el sonido captura la inmediatez de cada escena huyendo del artificio, así como las interpretaciones de los actores, algunos no profesionales y otros provenientes del teatro.
Todo en El joven Ahmed respira autenticidad y logra atrapar la energía del momento, una cualidad que poseen los hermanos Dardenne desde sus inicios en el documental y que aquí vuelven a evidenciar de modo discreto y directo, dando la apariencia de sencillez cuando se trata de una hazaña al alcance de pocos. A continuación, un breve vídeo que desvela las claves básicas del trabajo de los cineastas belgas. Imprescindible para sus seguidores y para los aspirantes a transmitir credibilidad en la pantalla:

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UNA HISTORIA INMORTAL. "Une histoire immortelle" 1968, Orson Welles

En la última etapa de su carrera, Orson Welles realiza su primera película en color por encargo de la ORTF, la televisión pública francesa. Se trata de la adaptación de un relato de Karen Blixen ambientado en el Macao portugués del siglo XIX, cuyas escenas interiores fueron recreadas en un estudio de París y las exteriores en España (Segovia, Brihuega y Chinchón.) Una historia inmortal comprime en menos de una hora muchas de las claves del director, casi como una síntesis de su cine antes de la explosión revolucionaria que supuso Fraude.
Para empezar, el propio tema del film gira en torno a las diferencias entre la realidad y la ficción, el hecho y el mito, una obsesión wellesiana que se mezcla con la reflexión del poder presente en todos sus títulos. Así, el Charles Clay protagonista se enmarca en la tradición de Charles Foster Kane, Hank Quinlan, Mr. Arkadin o cualquiera de las figuras shakesperianas que el propio Welles encarnó a lo largo de su trayectoria. Una historia inmortal recupera el personaje trágico del jerarca que parece poseerlo todo salvo la paz de espíritu, especialidad del cineasta que aquí representa con aires teatrales: el vestuario, los decorados, el maquillaje... cada aspecto de la producción remarca el artificio y la retórica tan afines a Welles. También los diálogos son pura literatura, palabras que proporcionan placer al oído si nos olvidamos del realismo y de que la película está realizada casi en los años setenta, lo cual le confiere un encanto decadente y un intencionado carácter demodé. Esta cualidad se acentúa con la incorporación en la banda sonora de algunas gymnopédies de Erik Satie, perfectas para dotar la atmósfera de la melancolía adecuada.
El lenguaje visual desarrollado por el director se mantiene a la altura de lo esperado. Hay una gran variedad de ángulos y de tamaños de plano, que se vertebran en un montaje muy dinámico con algunos ingenios estéticos (el apagado de las velas de la protagonista, las imágenes de detalle en la cama) que introducen una premonición de vanguardia. Modernidad que conjuga bien con el clasicismo de la historia, tal y como ha practicado siempre Orson Welles. El tratamiento del color que otorga Willy Kurant a la fotografía es de enorme plasticidad y refuerza el tono guiñolesco al que tiende el film.
Otro nombre destacado es el de Jeanne Moreau, fiel aliada del director con quien trabaja por tercera vez interpretando a un personaje conmovedor y lleno de aristas. Ella y Roger Coggio consiguen resolver la complejidad de sus papeles con sutileza y comedimiento, en contraste con la aparatosidad forzada de Welles. El autor cierra así el ciclo de sus adaptaciones literarias (luego vendrían más, que quedaron inconclusas) con esta película hermosa por dentro y por fuera, un caramelo amargo que llegó a estrenarse en las salas de algunos países. Una historia inmortal es un Orson Welles crepuscular y condensado, una película-esencia que suele pasar desapercibida a la hora de hacer recuento de la obra del director, pero que debe ser tenida en cuenta por sus virtudes narrativas y formales.

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CABALLO DE BATALLA. "War horse" 2011, Steven Spielberg

Desde el inicio de su trayectoria, Steven Spielberg ha revisado numerosas veces el cine clásico, ya sea de manera general en algunas películas (Indiana Jones) o por medio de detalles en otras (la escena de las ranas de E.T.) Son reconocimientos del director a la escuela que todavía hoy nutre su estilo y que se manifiestan de manera más o menos evidente según el proyecto que tiene entre manos. Uno de los títulos que apelan de forma directa a esta tradición es Caballo de batalla, basada en la novela homónima de Michael Morpurgo y su posterior versión teatral. Spielberg aprovecha el argumento, los escenarios y la iconografía que suscita el libro para rendir tributo a dos de sus cineastas de cabecera: David Lean y John Ford. Todo ello manufacturado con el rigor de una gran producción y el objetivo de contentar a un público amplio, en especial a ese que se define como público familiar. ¿Qué quiere decir esto? Pues que Caballo de batalla tiene la corrección como característica principal, lo cual equivale a decir que evita correr riesgos y que pretende no molestar a nadie en favor de una emotividad diseñada con esmero. Para ilustrarlo, basta señalar la imagen en la que dos jóvenes soldados son ejecutados tras haber sido capturados por el enemigo en el interior de un molino. Una de las aspas se cruza en mitad del plano para ocultar el instante del disparo, todo un ingenio visual cuyo fin es suavizar el horror bélico de una película ambientada en la I Guerra Mundial. El hecho de que el libro de partida esté orientado a los lectores jóvenes condiciona el tono y el desarrollo de la película, cercanos al cuento de moraleja aleccionadora y al didacticismo con cierto exceso de glucosa.
Para lograr dicha contención y acentuar otras sensaciones, Spielberg se vale de su equipo habitual: Janusz Kaminski en la fotografía, John Williams en la música y Michael Kahn en el montaje. Los tres saben pulsar las teclas adecuadas para generar los sentimientos que precisa cada escena del film, por eso, la narración de Caballo de batalla transcurre con una fluidez bien engrasada, a pesar de sus dos horas y media de duración. La variedad de localizaciones y de actores también contribuye a ello, con un reparto que contiene nombres consagrados del panorama británico como Peter Mullan, Emily Watson o David Thewlis, junto a debutantes como el protagonista Jeremy Irvine, entre muchos otros intérpretes de probada solvencia. Es una lástima de Irvine carezca del carisma que requiere su personaje, algo que desluce en parte el resultado.
Aunque Caballo de batalla no sea una gran película ni se encuentre entre las mejores de Spielberg, sí evidencia su habilidad para conjugar la dimensión épica de la historia con las motivaciones íntimas que mueven a los personajes. Un film que cumple el propósito de entretener al grueso de los espectadores, por medio de la fórmula narrativa de tomar como hilo conductor un elemento (el caballo) que va pasando de mano en mano hasta completar el círculo del relato. Algo que practicó hace tiempo Anthony Mann, otro referente del cine clásico al que Steven Spielberg profesa su homenaje en esta revisitación que es Caballo de batalla. Un eficaz producto de consumo que hubiera alcanzado cotas más altas de haber contado con menos dosis de azúcar y mayor naturalidad y atrevimiento.
A continuación, uno de los temas que integran la magnífica banda sonora compuesta por John Williams. Relájense y disfruten:

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DIAMANTES EN BRUTO. "Uncut gems" 2019, Ben Safdie y Joshua Safdie

Los hermanos Ben y Joshua Safdie ascienden a la primera liga con el trampolín que les proporciona la distribución de Netflix y algunos productores de renombre como Scott Rudin y Martin Scorsese. Precisamente, el espíritu de este último parece flotar sobre Diamantes en bruto, al menos en lo que concierne al ritmo y la vigorosidad de la puesta en escena. El quinto largometraje de los directores es un tour de force que persigue los pasos de Howard Ratner, un joyero asediado por las deudas que se juega su integridad física y mental en un negocio que involucra a unos violentos acreedores, su cuñado prestamista, su amante y un jugador de la NBA, entre otros muchos personajes que entran y salen del relato para acrecentar la confusión deseada.
La película gira en torno a la construcción del personaje principal, interpretado con gran habilidad por Adam Sandler. Tanto la gestualidad del actor, expresiva y matizada, como su caracterización definen el tono de Diamantes en bruto, un derroche de nervio derivado de mezclar la comedia negra con el thriller urbano. La ciudad de Nueva York es el entorno perfecto donde transcurre la desquiciada odisea del protagonista, con parada en los lugares en los que la comunidad judía practica sus ritos y operaciones comerciales. Escenarios sobre todo interiores que refuerzan la sensación de encierro y que son iluminados por Darius Khondji con su plasticidad característica, de alto contraste y colores intensos. Todo en la película resulta orgánico y transmite inmediatez: el dinamismo de la cámara, el montaje, las localizaciones, la actuación del extenso reparto... un conjunto de elementos cohesionados para crear la atmósfera adecuada de tensión y urgencia (sirvan como ejemplos las escenas en la joyería de Howard o la actuación del cantante The Weeknd, teñida de luz negra). Otro factor que contribuye al enrarecimiento es la música de Daniel Lopatin, en especial en la primera parte, a base de mezclar coros con sonidos electrónicos.
En suma, Diamantes en bruto supone la puesta de largo de dos directores que realizan un trabajo concienzudo e inspirado, lleno de garra, gracias a la implicación de Sandler y al buen hacer de los equipos artístico y técnico. Es de esperar que este relámpago de talento tenga continuidad, ya sea en salas de cine o en pantallas domésticas.

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