Monstruos University. "Monsters University" 2013, Dan Scanlon

El nacimiento a finales del siglo pasado de los estudios Pixar no sólo revolucionó las técnicas de animación, sino sobre todo obligó a revisar las cotas de exigencia del público infantil, tantas veces maltratado. Desde hacía tiempo, diversión dejaba de ser sinónimo de estupidez, la acción se supeditaba a la trama y se buscaba satisfacer por igual a espectadores grandes y pequeños. En líneas generales, consistía en que el cine familiar recuperase su verdadera acepción.
La irrupción de "Toy Story" en 1995 supuso casi un advenimiento dentro del panorama comercial, cuyo modelo hegemónico, el de los estudios Disney, se amodorraba en sus propios laureles. Después llegaron "Bichos", "Monstruos S.A." y "Los Increíbles", ejemplos de cine de calidad que cimentaron el prestigio de Pixar como fábrica de entretenimiento inteligente.
La respuesta de Disney no se hizo esperar: si no puedes con el enemigo, únete a él. La asociación entre el Antiguo y el Nuevo Testamento de la animación permitió que Pixar participase del inmenso negocio del merchandising, la publicidad y los parques temáticos del imperio Disney, a la vez que éste renovaba sus viejos méritos y ganaba respetabilidad. Los resultados fílmicos tampoco se devaluaron: "Buscando a Nemo", "Ratatouille", "Wall-E", "Up"... y eso a pesar de los inevitables tropiezos (las dos películas de "Cars").
Transcurridos doce años desde "Monstruos S.A.", Pixar asume el reto de hacer la segunda parte, con los riesgos que esto conlleva: enturbiar el grato recuerdo que dejó la primera y decepcionar al numeroso público que en su día disfrutó con las peripecias de Mike Wazowski y James P. Sullivan. La prueba se supera con creces: "Monstruos University" es modélica en su armazón narrativo y deliciosa en el empaque visual. El guión acude a clichés mil veces vistos para re-interpretarlos como si fuesen nuevos, desarrollando cada una de las situaciones con inspiración y yendo a lo concreto: el crecimiento de los personajes y del argumento. ¿Se puede pedir más? Pues sí: un afilado sentido de la comedia que hará que disfruten a la par los niños y sus acompañantes adultos. En suma, un nuevo acierto que añade brillo al recorrido de una compañía que se ha hecho ya imprescindible en el terreno de la animación.
A continuación, "Day and Night", una de las joyas con forma de cortometraje que Pixar presenta siempre antes de sus películas. Escrito y dirigido por Teddy Newton en el año 2010, mezcla la animación clásica en dos dimensiones con la más moderna, en tres. Una técnica nada habitual en la compañía que dio, no obstante, un magnífico resultado. A la vista está:

    
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Mary and Max. 2009, Adam Elliot

Cuatro cortometrajes. Eso es todo lo que el director australiano Adam Elliot ha necesitado para crear un estilo propio y un universo plagado de lugares reconocibles, personajes cercanos y situaciones con capacidad para conmover sin recurrir a tópicos ni a recursos fáciles. De alguna manera, Elliot ha sido capaz de construir sus propios clichés a base de mezclar humor con marginalidad. Sus personajes están siempre al borde de la locura o directamente afectados por desórdenes del comportamiento. Son individuos que luchan por encontrar su lugar en el mundo, asediados por la soledad, en medio de historias tremendas que Elliot presenta bajo un envoltorio de comedia. Una comedia amarga, llena de negrura y que juega con las expectativas del espectador, obligándole a seguir la trama con una atención cercana a la hipnosis. Esta comunicación que se establece a ambos lados de la pantalla permite que el relato, en un principio bastante oscuro, se vuelva digerible, luminoso, ejemplarizante. Porque además de un magnífico director de animación, Adam Elliot ha demostrado ser un humanista imbatible.
"Mary and Max" es su primer largometraje y la culminación de todo lo hecho con anterioridad. El estilo de Elliot se ha ido sofisticando con los años, dando como resultado un armazón narrativo de suficiente consistencia como para sostener el esmerado acabado visual de la película. Más que un debut, se trata de un ideario, una radiografía, la congregación de los dones de su autor.
A los aspectos técnicos y artísticos de "Mary and Max" se suma la inspiración en el diseño de los personajes y los decorados, de gran belleza, aun cuando Elliot insiste en la sordidez y en la melancolía habituales en su obra. Siendo un film de indudable fuerza estética, ninguno de los elementos formales distrae al público de lo que de verdad importa, que es la historia.
El relato de un niña con problemas afectivos que vive en un pequeño pueblo de Australia y su correspondencia a través de los años con un maduro ciudadano de Nueva York, todavía más necesitado de cuidados que ella, llena el guión de secuencias entre lo terrible y lo sublime. Un difícil equilibrio que el pulso firme de Elliot logra mantener en todo momento, ofreciendo una película genial que consigue instalarse en la memoria de quienes han tenido oportunidad de verla. Porque resulta incomprensible que una joya como "Mary and Max" haya tenido una distribución tan pobre en Europa, y que ni siquiera haya conseguido estrenarse en España. Es por eso que rompo una tradición de este blog y añado un enlace para poder verla. No se arrepentirán.
A continuación, "Brother", el cortometraje que Adam Elliot dirigió en 1998 y en el que mezclaba la fantasía con algunos episodios de su propia vida. La técnica del stop-motion, el empleo de la voz en off, los personajes extravagantes y el humor negro anticipan las líneas maestras de "Mary and Max". Bastan apenas ocho minutos para revelar el talento embrionario de un autor que era capaz de lograr grandes cosas con los recursos mínimos. Que lo disfruten:



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To the wonder. 2012, Terrence Malick

Pocos son los cineastas hoy en día que aborden en sus películas temas vinculados a la religión. Terrence Malick es una de esas excepciones, pues desde el principio su cine ha mantenido una vertiente espiritual más o menos explícita, que no afecta sólo a los argumentos, sino especialmente a su puesta en escena. Es fácil encontrar reminiscencias de episodios bíblicos en sus films ("Malas tierras", "Días del cielo"), así como la presencia en toda su obra de conceptos tan judeocristianos como la pérdida de la inocencia y la expulsión del Paraíso ("El nuevo mundo", "La delgada línea roja") o el conflicto del Creador con su Obra ("El árbol de la vida"). Al igual que sucede con la pintura de Miguel Ángel o con  la música sacra de Beethoven, no es preciso conocer los evangelios para acercarse a la obra de Terrence Malick, pero sin duda resulta útil. El ejemplo más claro de todo esto es "To the wonder".
Ya desde el mismo título, Malick deja clara sus intenciones: se trata de la búsqueda de la pureza por parte del hombre, de la aspiración a un estado superior que de sentido a la vida. El guión ilustra este anhelo mediante dos personalidades en crisis. Por un lado, Ben Affleck interpreta a un personaje que desea amar y que se ve incapacitado para mantener cualquier relación afectiva. Por otro lado, Javier Bardem encarna a un párroco cuya fe se resquebraja. Ambos buscan ayudar a quienes les rodean (los vecinos de una población afectada por filtraciones tóxicas y los feligreses de un barrio difícil, respectivamente), a pesar de lo cual no consiguen establecer empatía ni demostrar amor. Fingen sentimientos como dos autómatas, y la falta de justificación de sus actos les produce un vacío existencial que puede ahuyentar al público desprevenido.
"To the wonder" no es una película complaciente. Habrá quien piense que exige demasiada predisposición, lo que la convierte en un plato difícil de digerir para estómagos habituados al cine pre-cocinado. Malick retoma el fondo y las formas de "El árbol de la vida" y los vuelve más herméticos si cabe, más crípticos. Lo mejor de ambos films es que no necesitan desvelar sus misterios para ser disfrutados: como ocurre con Resnais o con Lynch, basta abandonarse en la butaca y dejarse arrastrar por el torbellino de hermosas imágenes y sonidos que propone Malick, para participar del relato. Más que ningún otro director, Malick hace de su cine una experiencia diferente para cada espectador. Lo que para uno es un discurso poético, para otro es charlatanería pedante, y la exuberancia formal puede ser vista como esteticismo hueco según la mirada. Ojalá se planteasen en las carteleras más debates como estos.
En definitiva, Terrence Malick insiste en su retórica habitual de planos en movimiento, con una cámara que flota entre los personajes al compás de la música sinfónica. Emmanuel Lubezki vuelve a ser un aliado a la hora de ilustrar las ideas del director y de aportar plasticidad y belleza a la fotografía. Lo mismo sucede con el montaje, parte esencial del acabado de las películas de Malick, así como con el sonido, diseñado con inspiración y valentía. Elementos que se conjugan para definir la catequesis particular de este gran autor, un dinamitero que emplea los recursos más alambicados del cine para expresar conceptos esenciales: el ideal religioso del amor, libre, purificador y que exige sacrificios. Amén.
A continuación, un interesante vídeo que muestra las particularidades del trabajo del director durante el rodaje. Por supuesto, Terrence Malick no aparece:

      
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El barón Munchausen. "Baron Prášil" 1961, Karel Zeman

Al igual que hiciera Méliès décadas atrás, Karel Zeman eligió el cine como herramienta para ilustrar los sueños propios y los ajenos. El director checo nutrió su imaginario con una variedad de referencias que van desde el inevitable Julio Verne hasta los grabados de Gustave Doré, pasando por los hermanos Grimm, Cyrano de Bergerac o "Las mil y una noches". La ética y la estética de Zeman estaban más cercanas al siglo XIX que al XX que le tocó vivir, lo que no impidió que desarrollase el oficio de los artesanos antiguos en plena era de la tecnología. Decorados pintados a mano, maquetas, transparencias y algunos de los trucos visuales que ya emplearon los pioneros dan forma a su trabajo. 
Una película como "El barón Munchausen" podía parecer una extravagancia demodé en los recién iniciados años sesenta, y de hecho sigue siéndolo hoy en día. Zeman no engaña a nadie: adentrarse en su obra es como hacerlo en un túnel del tiempo que más que desafiar al calendario, lo que pretende es devolver al espectador al terreno de la infancia. La aspiración de su cine es la de proporcionar una sensación parecida al ensueño.
Como todos sus films, "El barón Munchausen" es una apología del cuento rebosante de humor, un derroche de inventiva cuya carcasa visual termina imponiéndose sobre la narración. Es fácil olvidar las historias que cuenta Zeman, como imposible es no recordar sus imágenes. Este es el cine que imaginaba Platón, el juego incesante de un niño que nunca quiso crecer:

   
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Los descendientes. "The descendants" 2011, Alexander Payne

Alexander Payne es uno de esos cineastas que ejercen como corredores de fondo. Película tras película, con el paso de los años va definiendo una carrera cuyas inquietudes avanzan parejas a la madurez de su estilo. Esto no quiere decir que "Los descendientes" carezca de la frescura de sus obras anteriores, sino que ha adquirido el poso de la novela de Kaui Hart Hemmings en la cual se basa.
El resultado es un film redondo y compacto, un perfecto ejercicio de comedia aplicada al drama y viceversa. El hallazgo de escenificar la tragedia de una madre moribunda en mitad de un paraíso como Hawai está presente en el original literario, paradoja que Payne ha sabido trasladar a la pantalla con el comedimiento que le caracteriza. Sin enfatizar las lágrimas y empleando el humor como cortafuegos, "Los descendientes" consigue mantener el equilibrio durante todo el metraje gracias a su tono mesurado y al trabajo de los actores.
George Clooney resuelve con convicción las dificultades de su personaje, un marido cornudo que trata de solucionar las diferencias con su mujer cuando ésta se encuentra en coma tras un accidente. Conflictos inmobiliarios y de linaje se suman a la relación entre el padre ausente, encarnado por Clooney, y sus hijas díscolas, lo que añade peso a la trama. Con estos ingredientes, un director menos lúcido y menos precavido que Payne hubiese cocinado un plato rico en azúcar, con su moraleja complaciente y su final aleccionador. "Los descendientes" tiene un desenlace y trata de comunicar algo al espectador, la diferencia está en que Payne sirve a sus comensales con respeto e inteligencia, algo no demasiado común en la cartelera predominante. El truco es el de siempre: una narración siempre atenta al desarrollo de los personajes y al servicio de la historia. Voilà. Alexander Payne en estado de gracia.
A continuación, "Arrondissement", el fragmento que cierra la película de episodios "Paris, je t´aime" del año 2006, en la que Payne dejó su impronta. Que lo disfruten:

  
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