Cuando todo está perdido. "All is lost" 2013, J.C. Chandor

En época de crisis, cualquier atisbo de esperanza es bienvenido. Por eso resulta paradigmático que en pocos meses se hayan estrenado dos películas como "Gravity" y "Cuando todo está perdido", auténticos manuales para sobrevivir en diferentes medios. Ambos films pretenden insuflar aliento y demostrar que, por muy mal que vayan las cosas, es posible encontrar una salida.
Casualidad o tendencia, el caso es que J.C. Chandor cambia radicalmente de registro en su segunda película como director y guionista. Si "Margin Call" contaba con un guión verborreico y una acumulación importante de personajes, en "Cuando todo está perdido" hay una ausencia total de diálogos y un único personaje encarnado por Robert Redford.
El septuagenario actor pone a prueba sus capacidades físicas en un trabajo esforzado y muy exigente, una verdadera prueba de resistencia. No sólo porque carece de compañeros de reparto en los que apoyarse y debe cargar él solo con el peso de la película, sino también porque consigue dotar de humanidad a un personaje del que ni siquiera llega a conocerse el nombre. Qué hace en mitad del Índico el viejo marinero que interpreta y cuáles son las circunstancias vitales que le han llevado hasta allí, son informaciones que el espectador nunca sabe. El argumento se centra exclusivamente en los problemas que debe afrontar desde el momento en que un contenedor a la deriva choca contra el casco de su embarcación.
La película podría haberse parecido a una versión catastrofista de "El viejo y el mar". En lugar de eso, Chandor prescinde de voces en off, flashbacks y demás recursos narrativos para aliviar la trama, y opta por lo directo. Todo cuanto sucede en la pantalla está encaminado a mostrar la lucha por la supervivencia en alta mar de este hombre anónimo. Aunque parezca lo contrario, Chandor no llega a realizar una película estrictamente muda: además de las pocas palabras que se pronuncian durante el metraje, está el elaborado diseño de sonido como paisaje del film. La riqueza sonora de "Cuando todo está perdido" funciona como un personaje más, es el aliento de la naturaleza que lo mismo amenaza que reconforta según la intención de cada escena.
J.C. Chandor tiene la habilidad de no intervenir demasiado en las acciones que se van sucediendo, y concentra el foco de su cámara en el rostro avejentado de Redford. Los surcos labrados por el tiempo y las arrugas del actor son el mapa que guía la película, iluminada por el brillo de una mirada que todavía no se ha apagado. Reconocemos el eco de Jeremiah Johnson es este navegante del que no tenemos más noticias que su tenacidad y sufrimiento.
Lo curioso es que siendo una película de acción, "Cuando todo está perdido" no se recrea en planos espectaculares ni en elaborados movimientos de cámara o grandes efectos. Hay algo ascético en la mirada que Chandor aplica sobre el relato, en las imágenes que transpiran serenidad y comedimiento. Es de agradecer que el director no se distraiga con elementos que no sean los necesarios para que la trama avance con emoción y con la incertidumbre de un desenlace abierto a interpretaciones.   
En definitiva, se trata de una película que puede ser vista bajo diferentes ángulos: el de la acción sin condimentos o el de la alegoría de esta época difícil en la que sólo los que resisten logran mantenerse a flote.

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Vivir es fácil con los ojos cerrados. 2013, David Trueba

David Trueba es un humanista disfrazado de escéptico, un director que utiliza el humor como paraguas para protegerse de los aguaceros de la realidad. Siempre con un pie en el retrato social y otro en el cine de género, Trueba ha demostrado ser ante todo un autor interesado por las personas. Mujeres y hombres más o menos reconocibles, que viven y respiran en favor de sus argumentos. Probablemente el ejemplo más claro hasta la fecha sea "Vivir es fácil con los ojos cerrados".
El guión cuenta las peripecias de un profesor que imparte clases de inglés en un colegio de Albacete, y su empeño por conocer a John Lennon durante la estancia que el cantante pasó en Almería en 1966. El personaje interpretado por Javier Cámara dice en una de las secuencias: La vida está formada por momentos alegres y por momentos tristes. Ahí está la mejor definición de esta película. En el bálsamo que supone la comedia para resistir lo absurdo y lo brutal de una época de España cuyo fantasma todavía enseña los dientes. Porque esta es una película que trata sobre la ilusión, sobre la posibilidad de los sueños.
Hay un optimismo rabioso que se trasluce en la planificación y en el acabado técnico y artístico del film, en el trabajo de los actores. Cámara elabora con detalle uno de esos personajes que perviven en la memoria, bien pertrechado por los jóvenes Natalia de Molina y Francesc Colomer. Sus interpretaciones son un prodigio de naturalidad y frescura, conforman el paisaje humano por donde Ramón Fonteserè pasea su magisterio.
Las imágenes de la película recrean la calidad de las postales antiguas, hay una cierta reivindicación de la inocencia perdida. Cuando todo era viejo y necesitaba ser repuesto. Esta es la atmósfera que flota sobre "Vivir es fácil con los ojos cerrados" al compás de las notas de Pat Metheny. Otro de los nombres que convierten el film en un antídoto contra cualquier tentación de melancolía.
A continuación, un breve perfil de Juan Carrión, el profesor cuya historia inspiró la película:



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Nebraska. 2013, Alexander Payne

La libertad en Hollywood no es derecho natural, sino un privilegio que debe ganarse película tras película. Después de dos éxitos como "Entre copas" y "Los descendientes", el director Alexander Payne era libre para acometer cualquier proyecto. Eso es "Nebraska": un ejercicio de plena libertad.
Rodada en blanco y negro y sin estrellas en el reparto, "Nebraska" se erige ya como el manual de la perfecta película independiente. De acuerdo, poca independencia puede haber cuando se tiene detrás a un gran estudio como Paramount. Pero si observamos el cine independiente bajo una lente más ética que monetaria, desde luego "Nebraska" participa de ese espíritu y lo hace con todos su riesgos y consecuencias. Tiene la complejidad que sólo las películas sencillas saben tener. Es directa y contundente como un puñetazo, suave y cálida como una caricia. Sobre todo, es un tratado de humanidad comprimido en apenas dos horas en las que se cuenta la relación entre un padre y su hijo. El espectador no llega a saber mucho sobre ellos ni sobre el resto de la familia, en realidad poco importan los detalles. Se percibe que han estado mucho tiempo distantes y que ahora buscan cualquier excusa para estar juntos, por ejemplo, emprender un viaje para ir a recoger un absurdo premio. Como tantas otras veces, el premio será el propio viaje.
Pero "Nebraska" no es una road movie convencional, en parte por el guión escrito por Bob Nelson y en parte por el trabajo de los actores. No se sabe bien dónde termina uno y dónde comienza el otro, en qué momento la palabra escrita incide sobre los intérpretes y viceversa. Hay tanta credibilidad y tanta química, que la autoría de "Nebraska" está bien repartida: Bruce Dern y Will Forte consiguen introducir sus personajes debajo de la piel, hasta el punto que cuesta creer que están representando una ficción. Lo mismo sucede con sus compañeros de reparto, figuras enmarcadas en un paisaje poco habitual en el cine.
El retrato que hace Payne de la América profunda que resiste como puede los embates del desempleo y la precarización de una economía mermada, aparece en "Nebraska" con toda su crudeza. El director evita la tentación de incidir en las desgracias o de esterilizarlas bajo el filtro de la cámara de cine. Como en anteriores películas, aquí también el humor se convierte en el catalizador de las tristes vidas de los personajes y hace tolerable sus soledades. Es un humor agridulce, que lo mismo convoca la risa que la congela un instante después.
Lo divertido de las situaciones contrasta con lo amargo de las imágenes, y esta dicotomía es una de las señas de identidad del film. Frío y calor, blanco y negro, comedia y drama. Elementos que se conjugan bien en la película, como la fotografía de Phedon Papamichael y la música de Mark Orton. Ambos respiran el mismo aire, contribuyen a construir el estilo de la película que Payne basa en la ocultación. La cámara permanece la mayoría de las veces a la altura de los personajes, sin efectos ópticos ni movimientos innecesarios, atenta únicamente a lo que tiene delante: el espectáculo del ser humano, con sus grandezas y sus miserias. Eso es honestidad, lo que también puede ser un estilo.
Se diría que Payne recorre el camino inverso al de tantos cineastas, y en lugar de prolongar sus aciertos o de enriquecer un estilo, lo depura hasta el límite haciendo suya la máxima de que menos es más. Lo que para muchos directores es un problema: la escasez presupuestaria y la necesidad de aprovechar los mínimos recursos, para Payne resulta ser un estímulo, casi un reto. Aquí no hay retórica ni coartadas que valgan, se impone el cine en crudo, sin aditivos ni colorantes.
A continuación, una de las composiciones de Mark Orton que suenan en la banda sonora del film. Música de raíces con aroma a tierra y a asfalto, a vida vivida y a vida por vivir. Relájense y disfruten:

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Caníbal. 2013, Manuel Martín Cuenca

El mayor placer para un espectador es olvidarse de serlo. Trascender su condición de testigo apoltronado en una butaca y sentirse implicado por lo que sucede en la pantalla. La inmediatez de los estímulos visuales que recibimos es de tal magnitud, que hemos perdido la paciencia para detenernos a observar y preferimos que nos proporcionen el entretenimiento previamente masticado y digerido. Por eso una película como "Caníbal" parece tan radical.
El argumento podría haber dado lugar al enésimo psico-thriller sobre un asesino en serie. En vez de eso, Manuel Martín Cuenca elabora un retrato costumbrista en el que lo que se oculta cobra la misma importancia que lo que se muestra. La novela de Humberto Arenal sirve como base para un guión lleno de huecos que el espectador debe rellenar haciéndose copartícipe de la trama. Esta opción narrativa otorga igual peso dramático a los terribles asesinatos del protagonista que a sus actos cotidianos: trabajar en la sastrería, revisar los papeles, visitar a su hermana... En suma, la vida cotidiana de un monstruo. Pero como todas las historias son historias de amor, llega el día en que se cruza con una mujer que, en realidad, son dos mujeres. La dualidad entre las dos hermanas es semejante a la doble vida que debe llevar el homicida si no quiere ser descubierto, es el vaso comunicante por el que permanecen unidos. El contraste entre las interpretaciones de Antonio de la Torre y Olimpia Melinte da sentido al film y permite que se cuele algo de aire por sus fotogramas, aliviando el clima asfixiante. Ambos encarnan al verdugo y a la víctima en esta particular versión del cuento de la bella y la bestia que Martín Cuenca reinterpreta a través de su mirada. Una mirada cuya serenidad esconde torrentes de drama.
Como ya hiciera Jaime Rosales en "Las horas del día", Martín Cuenca despoja el relato del asesino de concesiones y golpes de efecto, haciendo de la película un producto no apto para espectadores impacientes. El manejo de las elipsis y de los silencios, la quietud como herramienta para contener el drama es empleada por el director con el fin de alcanzar el trance tranquilo que vive el protagonista en medio del horror. A ello contribuye la magnífica labor de los actores y la factura técnica de la película, realmente admirable en su sencillez y en su frialdad casi quirúrgica. La austeridad narrativa y el punto de vista siempre distante emparentan a Martín Cuenca con otro director experto en terrores cotidianos, Michael Haneke, cuyo cine tiende puentes de comunicación con "Caníbal". Pero si a alguien se parece Martín Cuenca es a sí mismo: en su anterior largometraje, "La mitad de Óscar", la naturaleza era percibida como un entorno de tensión y de encuentro, donde los conflictos derivaban en fatalidad. Esta idea persiste en "Caníbal" y se refuerza con el ideal romántico del paisaje como escenario para la muerte. Una carretera en mitad del campo, una playa o una montaña nevada son lugares donde el asesino puede saciar su hambre de víctimas. A partir de ahí, todo entraña peligro.
Cine serio, en definitiva. Gran cine hecho con pocos recursos y mucho talento puede encontrarse en las imágenes de esta película sugerente y perturbadora, muy elocuente dentro de su discurso parco en palabras y rico en ideas.

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Al encuentro de Mr. Banks. "Saving Mr. Banks" 2013, John Lee Hancock

El cine tiene capacidad para fagocitarlo todo, incluso su propia historia. El rodaje de películas como "Intolerancia", "Ciudadano Kane", "Psicosis"o "La reina de África" ha servido, a su vez, como argumento para películas posteriores, completando un ejercicio de metacine cuyo ejemplo más reciente es "Al encuentro de Mr. Banks". Producida por Disney, el estudio recupera la gestación de su clásico "Mary Poppins" para diseñar un producto que cumple con su cometido: remover las emociones del público nostálgico. El resultado, aunque complaciente, tiene un poso de amargura que puede intimidar a los espectadores más jóvenes.
"Al encuentro de Mr. Banks" cuenta la tenaz lucha que libró durante catorce años el todopoderoso Walt Disney por hacerse con los derechos de la famosa niñera inglesa y el visto bueno de su autora, P.L. Travers. Como en toda producción de Disney, hay momentos para la comedia y para el drama, para el musical y para el retrato de personajes. Cada elemento está medido con pulcritud y detalle, tal vez en exceso. Se echa en falta algo de frescura, una corriente de aire que agite la rigidez que a veces atenaza a la película. Porque detrás de la impecable factura técnica y de lo esmerado de la ambientación, "Al encuentro de Mr. Banks" deja al descubierto su andamiaje narrativo de historias en paralelo que se buscan y se rebuscan, sin encontrase siempre.
Lo que el guión pretende trasladar es la incidencia de los acontecimientos pasados sobre el presente, el complejo de Electra y los temores larvados en el subconsciente de la escritora. En suma, una especie de guía rápida del psicoanálisis. Queda en evidencia el empeño del director, John Lee Hancock, por establecer una relación entre los numerosos flashbacks que interrumpen la acción y el presente, como si en estos subrayados desconfiase de la intuición del público. Las escenas que narran la complicada infancia de Travers unas veces conjugan bien con las de su etapa adulta y otras no, ofreciendo un resultado desigual y algo deslavazado.
La película gana interés cuando aborda el proceso creativo de "Mary Poppins" y se concentra en el carácter de los personajes. En este sentido, Emma Thompson y Tom Hanks son infalibles en los papeles protagonistas, sostienen la película y la rescatan de sus balbuceos dramáticos. Son dos grandes profesionales y aquí lo demuestran con creces. Otra cosa son los actores secundarios, que pueden estar bien, como Paul Giamatti, o mal, como Colin Farrell. Teniendo en cuenta la importancia de su papel en el desarrollo de la trama, "Al encuentro de Mr. Banks" se tambalea cuando Farrell trata de hacer creíble un personaje mal escrito y mal interpretado. Probablemente se deba a un error de casting o a una mala dirección de Hancock, en cualquier caso, la película se resiente en estas escenas y obliga a añorar en la pantalla los rostros de Thompson y de Hanks.
Se podría comparar "Al encuentro de Mr. Banks" con un traje bien diseñado pero al que se le notan las costuras, y que encuentra en la personalidad de sus dos protagonistas la percha ideal. Si bien no es la gran película que aspiraba a ser, puede verse con agrado y garantiza la complicidad de los espectadores que asocian a Mary Poppins con una parte de su infancia.

       
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El rapto de Bunny Lake. "Bunny Lake is missing" 1965, Otto Preminger

Además de un director de probado talento, con el paso de los años Otto Preminger se convirtió en un concienzudo productor que buscó en la literatura argumentos de peso para sus películas. "El rapto de Bunny Lake" adapta la novela homónima de Evelyn Piper en lo que hoy denominaríamos un thriller psicológico que narra las horas posteriores a la desaparición de una niña, y las reacciones que este suceso provoca en sus familiares y en la policía encargada de investigar el caso. Las pesquisas de unos y otros contribuyen a arrojar sombras sobre el entorno de la pequeña y a plantear más dudas que respuestas.
La habilidad de Preminger consiste en implicar al espectador en la trama, mediante la adopción de un punto de vista que acorta y alarga distancias respecto a lo que sucede en la pantalla. El director juega ingeniosamente con los elementos del drama hasta desembocar en un final inesperado, en el que la película adopta tintes de terror. En buena parte esto se debe al aire enrarecido y ambiguo que atraviesa cada una de las escenas del film, a la atmósfera de sus imágenes. La cámara de Preminger transforma la efervescencia del swinging London en un lugar de pesadilla por donde el director pasea con majestuosidad su sentido de la puesta en escena, exuberante y siempre atento a los detalles del decorado.
Todo cuanto sucede en "El rapto de Bunny Lake" parece ocultar algo, está puesto en entredicho, y ahí es donde reside la fuerza de su guión. Esta sensación se ve reforzada por la acertada fotografía en blanco y negro y por la fauna variopinta de personajes con vocación de sospechosos que merodean en torno al caso. En el centro de todos estos elementos, la interpretación de los actores Keir Dullea, Carol Lynley y Laurence Olivier. Los tres responden con eficacia a las dificultades de sus personajes y ponen cara a la angustia que la película consigue transmitir durante cien minutos de emoción y misterio.
Merece la pena rescatar "El rapto de Bunny Lake" del olvido al que ha sido relegada con el tiempo. Ensombrecida por títulos de relumbrón como "Laura", "Anatomía de un asesinato" o "Tempestad sobre Washington", "El rapto de Bunny Lake" se asoma como una joya pequeña y oculta dentro de la filmografía de Otto Preminger, un cineasta que exhibió sus virtudes en películas y en géneros muy diferentes.
A continuación, un ejemplo de cómo se hacían los trailers de las películas hace medio siglo: presentación exhaustiva de los actores, promoción de una banda como los Zombies y la intervención del propio director, con su irresistible acento austrohúngaro. Imposible entender la indiferencia del público de entonces ante semejante reclamo:

   
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