Faster, Pussycat! Kill! Kill! 1965, Russ Meyer

El cine de pandilleros y delincuentes juveniles tuvo su eclosión durante los años cincuenta, con el advenimiento del rock´n´roll y la identificación de los coches como símbolo de emancipación y libertad: Rebelde sin causa, Semilla de maldad, Salvaje... se convirtieron en iconos de su generación, en películas que reflejaron las inquietudes sociales de una época. Al calor de estas producciones surgieron también un buen número de films de bajo coste que no tuvieron repercusión alguna, provenientes en su mayoría del estudio American International Pictures. Títulos que a pesar de su escasa calidad cinematográfica, resultan hoy igualmente reveladores: High school hellcats, Drag strip riot!, Hot rod girl, Motorcycle gang... Pero todavía hay más. Por debajo de este escalafón, se pueden encontrar rarezas que abordan los mismos temas desde la marginalidad. Y en las catacumbas, resplandece como una gema oculta Faster, Pussycat! Kill! Kill! Una película ligada con fuerza a la personalidad de su director, el inefable Russ Meyer.
El cineasta norteamericano es un claro producto de su tiempo. Meyer hace suyas la rebeldía y la experimentación de la década de los sesenta, filtradas por sus grandes pasiones: el sexo, la violencia, los coches y los pechos generosos. Escrita, montada, dirigida y producida por él mismo con un presupuesto ridículo, la película supone una de las referencias inevitables dentro del cine independiente underground. Los motivos saltan a la vista: su descaro, originalidad y falta de prejuicios siguen llamando la atención hoy en día.
La película está filmada aprovechando la luz natural de unas pocas localizaciones y con un plantel de menos de diez actores no profesionales. El blanco y negro de la fotografía carece de estilización alguna, hasta el punto de convertir la crudeza y el amateurismo de las imágenes en un estilo propio basado en la inmediatez y el realismo. Faster, Pussycat! Kill! Kill! hace suyo el dicho de que "menos es más". Esto en lo que concierne al contenido, porque en realidad la película es un cúmulo de excesos interpretativos acordes con el físico de las protagonistas. Tura Satana, Haji y Lori Williams exhiben en cada escena los prodigios de su anatomía sin llegar nunca al desnudo, y aquí está la novedad respecto a otras películas de Meyer. También hay sobreabundancia de violencia verbal y física, una voz en off lo advierte al inicio: "Damas y caballeros, bienvenidos a la violencia de palabra y de acción, porque la violencia puede manifestarse en muchos aspectos, aunque el preferido es el sexo." Russ Meyer en estado puro.
El director es seco y directo, no desperdicia metraje con secuencias de transición y emplea un montaje que comprime el relato en apenas ochenta minutos en los que se evocan aromas de western y de cine negro. Uno de los máximos alicientes es la música compuesta por Paul Sawtell y Bert Shefter, rica en sonoridades del jazz y el rock, que aporta una gran identidad al film. Todos estos motivos han hecho de Faster, Pussycat! Kill! Kill! una auténtica obra de culto, recreada por iconoclastas como Quentin Tarantino en Death Proof, Álex de la Iglesia en Perdita Durango o John Waters en buena parte de su filmografía. Más allá de su extravagancia, la película supone un rabioso ejercicio de libertad que define bien la figura de Russ Meyer, un cineasta que firma aquí su mejor trabajo.

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Aunque tú no lo sepas. La poesía de Luis García Montero. 2016, Charlie Arnaiz y Alberto Ortega

No es frecuente que un documental trate la figura de un poeta. En realidad, no es frecuente nada de lo que tenga que ver con la poesía, y tal vez ahí resida la naturaleza misma de este arte marginal y magnífico. Por eso es importante la existencia de una película como Aunque tú no lo sepas. La poesía de Luis García Montero. Por su voluntad divulgativa, no solo de la obra del poeta andaluz, sino también de una época y un lugar. Los años de la democracia en España.
La narración respeta el orden lineal y la cronología de los hechos: desde la temprana juventud en Granada hasta el Madrid del presente, siempre con la maleta preparada para el siguiente destino. Un periplo asociado a diversos nombres de la cultura que han marcado la trayectoria de García Montero, como Rafael Alberti, Chus Visor, Almudena Grandes o Ángel González. Por eso, se puede considerar que el argumento del documental gira en torno a la amistad, es una celebración del compañerismo que resiste la erosión del tiempo y los codazos que se profesan dentro del oficio.
Por la pantalla desfila una sucesión de rostros conocidos (Sabina, Serrat, Juan Diego Botto, Estrella Morente...) y personas que guardan relación con el protagonista (sus alumnos de la universidad, los padres...) completando el mosaico de una trayectoria rica en experiencias. El propio García Montero ejerce de hilo conductor, lo que aporta al relato un carácter personal y a veces íntimo. Los testimonios van acompañados de imágenes actuales y abundante material de archivo, una mezcla que potencia el dinamismo en el montaje y convierte el visionado en un placer para los ojos y para los oídos.
Aunque tú no lo sepas reviste su contenido de una estética muy cuidada, mediante planos que juegan con el movimiento y el desenfoque, el color y las sombras. Los debutantes Charlie Arnaiz y Alberto Ortega firman una película visualmente bella, pensada para un público amplio que puede comulgar con el homenajeado o acercarse a él por primera vez. A pesar del ritmo acelerado que conduce el relato, hay cosas que se quedan en el tintero como la militancia política o la obra en prosa, y es que no se trata de una biografía al uso sino de un acercamiento sencillo y directo a la poesía de un autor comprometido con su tiempo. La película trata de adoptar el espíritu cercano que recorre los versos del poeta, y lo consigue. Habrá que volver a ella cada vez que alguien quiera asomarse al universo libre y humano de Luis García Montero.

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El ciudadano ilustre. 2016, Mariano Cohn y Gastón Duprat

Son muchas las películas que tratan el tema del regreso al lugar de origen de un personaje reconocido: Fresas salvajes, Volver a empezar, Cinema Paradiso, Young adult... Por eso, la novedad consiste en el punto de vista y en la habilidad de cada director para esquivar las trampas de la nostalgia y el sentimentalismo. De este reto salen muy bien parados Mariano Cohn y Gastón Duprat.
El ciudadano ilustre es una comedia cargada de bilis, ácida como pocas, pero que resulta tremendamente divertida. Narra la historia de Daniel Mantovani, flamante ganador del Premio Nobel de Literatura, que contra todo pronóstico decide aceptar la invitación del pequeño pueblo donde nació para nombrarle ciudadano ilustre. El guión muestra una serie de lugares comunes: el encuentro con la antigua novia, los viejos amigos, los escenarios de la memoria... pero vistos desde el escepticismo y la perplejidad del protagonista. Lo que da lugar a una sucesión de secuencias hilarantes y grotescas que proyectan el reflejo distorsionado de la apacible vida rural. Pero más allá del cruel retrato de costumbres, se impone la reflexión acerca del acto creativo y las inquietudes que atenazan a cualquier autor, algo que otorga profundidad al film.
La comedia se transforma en sátira y la sonrisa en mueca gracias al tono que alcanza la narración, excesivo y violento. Pero al contrario que los malos chistes, en los que siempre se adivina el final, El ciudadano ilustre depara giros de guión inesperados y riesgos que salva el portentoso trabajo de Óscar Martínez. Su encarnación del escritor es ajustada, precisa y está llena de humanidad. Logra contener la deriva guiñolesca a la que propende la película y tiende un puente con el espectador, estupefacto ante lo que sucede en la pantalla. Martínez saca el máximo partido de los diálogos, escritos con inspiración e interpretados con talento por el amplio reparto.
Ninguno de estos aciertos se ven ensombrecidos por la labor de los directores. Al contrario, Cohn y Duprat se valen de una planificación sencilla y efectiva, conscientes de que el material que tienen entre manos no se puede vulgarizar mediante complicados movimientos de cámara o angulaciones forzadas. El ciudadano ilustre exhibe una falsa simplicidad bajo la que se evidencian toneladas de ingenio. Por eso es cine inteligente y placentero, pero también de una terrible amargura. En el equilibrio de estos términos está su máxima virtud.

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El hombre con rayos X en los ojos. "X: The man with the X-ray eyes" 1963, Roger Corman

En el año 1963, Roger Corman dirigió nada más y nada menos que cinco largometrajes. Semejante cifra era normal en un director que acumulaba la experiencia del más veterano recién cumplidos los cuarenta. Su fórmula era infalible: trabajar deprisa, aprovechar la escasez de recursos y entretener al público. Pautas que siguió a rajatabla en El hombre con rayos X en los ojos, uno de sus títulos más celebrados.
La película recupera el espíritu de las producciones de la Universal que atemorizaron al público tiempo atrás (El hombre invisible, El hombre lobo, Dr. Jekyll y Mr. Hyde). Corman incorpora una temprana estética pop y una narrativa ligada a la televisión, acelerada y concisa. El guión de El hombre con rayos X en los ojos no se anda con rodeos. Ya desde la primera escena, se plantea el conflicto de un doctor que acaba de hacer un importante descubrimiento científico, pero que carece del dinero para desarrollarlo. Por lo tanto, él mismo se emplea como cobaya. Las sorpresas que le deparará ésta decisión completan un relato que no da tregua al espectador: misterio, terror, emoción, comedia y romance se concentran en apenas ochenta minutos en los que Corman alcanza las cotas más altas de su extensa cinematografía.
Para hacer creíble el personaje protagonista hacía falta un actor como Ray Milland, quien repetía con el director después de La obsesión. El intérprete demuestra su versatilidad mediante una composición siempre al borde del exceso, que es capaz de controlar gracias a su veteranía y talento. El resto del elenco participa de la sugerente atmósfera que transmite el film, con caracterizaciones a medio camino entre el cuento clásico y la estética camp de la época.
Corman cuenta con dos de sus colaboradores habituales, el director de fotografía Floyd Crosby y el músico Les Baxter. Las imágenes coloristas del primero y las inquietantes notas del segundo contribuyen a engrandecer una película que, por su presupuesto, parecía predestinada a ser pequeña. Nada más lejos de la realidad. El hombre con rayos X en los ojos es un delicioso ejercicio de género y una de las joyas del estudio American International Pictures, hogar y factoría de ideas del infatigable Roger Corman.

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Mañana lloraré. "I'll cry tomorrow" 1955, Daniel Mann

Daniel Mann inició su carrera en los años cincuenta dirigiendo dramas de origen teatral y literario, entre los que se encuentra Mañana lloraré. A partir de la autobiografía homónima de la actriz y cantante Lillian Roth, Mann retoma el tema del alcoholismo que ya había abordado en Vuelve, pequeña Sheba, su film de debut. Aunque en realidad, la película habla de muchas otras cosas.
Mañana lloraré expone el mito de la madre dominante que es capaz de proyectar en su hija las frustraciones propias, algo que el argumento no explica demasiado bien. Tampoco se cuenta con detalle el complejo de Electra que afecta a la protagonista, arrojándola a los brazos de cuantos hombres se cruzan en su camino. Suma y sigue: Roth es una artista sensible, y como tal vive insatisfecha con su arte... otro aspecto del personaje carente de profundidad en la trama. En definitiva, que Mañana lloraré es una película que contiene materia prima para construir un melodrama de altura, lo que no llega a cumplirse a causa de un guión torpe, una dirección poco inspirada y unas interpretaciones que no logran el tono adecuado. Y eso que la protagonista es ni más ni menos que Susan Hayward, una de las reinas del género. La actriz ya había encarnado antes el papel de alcohólica en Una mujer destruida, pero Mann no consigue en esta ocasión contener sus excesos y en las escenas de mayor intensidad Hayward se muestra artificial y cargada de tics. Algo parecido puede decirse de sus compañeros de reparto, una galería de actores integrada por Richard Conte, Eddie Albert o Don Taylor, entre otros. Sin duda la que sale mejor parada es Jo Van Fleet en el personaje de la madre, más ajustada y creíble que los demás.
Teniendo en cuenta que Mañana lloraré se sustenta en gran parte sobre la labor interpretativa y los diálogos, la película no alcanza los méritos de otros títulos como Días si huella, The small back room o El trompetista, en los que el abuso del alcohol cumple una función importante. El motivo es que Daniel Mann hace más hincapié en las acciones que en la psicología de los personajes. El público compadece a Lillian Roth y presencia sus desdichas, pero dificilmente llega a comprenderlas. Es por esto que el drama queda mitigado por una funcionalidad mecánica y carente de alma, algo imperdonable en una película que pretende emocionar y que convierte su título en una premonición para el espectador.
A continuación, un breve recorrido por la relación entre el alcohol y el cine, cortesía del programa de televisión Días de Cine. No están todas las películas que son, pero son todas las que están. Que lo disfruten. Salud:

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Yo, Daniel Blake. "I, Daniel Blake" 2016, Ken Loach

Contemplar en perspectiva la obra de Ken Loach es un ejercicio apabullante: cinco décadas de trabajo, veinticinco largometrajes de ficción hasta la fecha y un buen número de documentales, películas cortas y para la televisión. Pero más que las cifras, lo impresionante es la coherencia del corpus narrativo y la fidelidad del autor a sus ideas. El último ejemplo de ello es Yo, Daniel Blake.
La película contiene todos los elementos para ser un alegato, y de hecho lo es. Pero no un alegato bronco ni altisonante, sino un grito de guerra sencillo, directo, tremendamente humano. El discurso de Loach accede a un público mayoritario porque apela al sentido común, en lugar de a los colores políticos. La única proclama es la que defiende el título: Yo, Daniel Blake. La auto-afirmación de un hombre corriente cuya arma es la dignidad y que rememora al protagonista de Mi nombre es Joe, otro héroe del universo loachiano.
Como tantas otras veces, la película destila verismo por los cuatro costados. La cámara recorre los espacios tradicionalmente olvidados por el cine: dependencias de servicios sociales, apartamentos cedidos por el estado, establecimientos donde se reparten alimentos... un paisaje frío carente de estilización y fotografiado con austeridad. El relato tampoco esconde trucos. Paul Laverty expone en el guión las trabas burocráticas a las que se enfrenta un veterano carpintero obligado a tomar una baja laboral por enfermedad. Sus dificultades y sus temores son reconocibles, en buena parte gracias a la interpretación de Dave Johns. No es descabellado que se haya elegido a un cómico debutante para el papel, puesto que la dureza de las situaciones se ve a menudo aliviada por la ironía y el desenfado característicos de Loach. Su compañera de reparto, Hayley Squires, desempeña el contrapunto trágico y añade las dosis necesarias de emoción a la historia.
En suma, Yo, Daniel Blake completa el enorme mosaico que Ken Loach lleva elaborando desde hace años sobre la realidad más incómoda de su país. Una Inglaterra de la que ejerce como conciencia y vigía, y que encuentra en el personaje de Blake a su moderno Tom Joad.

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