Gigante. 2009, Adrián Biniez

Hay grandes películas que, como los buenos perfumes, se guardan en frascos pequeños. “Gigante” es una de ellas. La ópera prima de Adrián Biniez es un compendio de todo lo que una primera obra debería contener: un guión preciso, unos personajes bien dibujados, una puesta en escena eficaz y, por encima de todo, una altura de miras acorde a lo que se quiere contar. En otras palabras, honestidad. Es probable que la historia no resulte demasiado original: se trata de las aventuras y desventuras de un amor platónico, un guarda de seguridad de grandes dimensiones – el gigante del título – que sigue fascinado a través de los monitores los pasos de Julia, una de las empleadas de la limpieza en el hipermercado en el que ambos comparten el turno de noche. Films como “No amarás” de Krzysztof Kieslowski o “Monsieur Hire” de Patrice Leconte trataban el mismo tema del amor distante y silencioso en diferentes ámbitos. Sin embargo, este “Gigante” de Adrián Biniez consigue introducir cargas de humor bajo su intimista relato, un humor inteligente y de gran naturalidad que aligera el tono general y hace que la película resulte fresca y cercana. El acertado reparto encabezado por Horacio Camandule permite que cada actor parezca imprescindible en su papel, y refuerza el carácter profundamente naturalista de la narración. Esa es la clave de “Gigante” y su máxima virtud: un naturalismo nada impostado que hace suya la máxima de menos es más. La escasez de medios y la falta de pretensiones juegan a favor de la película, haciendo que el espectador se concentre en los verdaderos efectos especiales de esta producción: las miradas, los gestos, el deambular entre expositores de productos en oferta tras la búsqueda de un amor tan real como imposible.

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Che. El argentino. 2008, Steven Soderbergh

Estrenada como la primera parte de un díptico que tiene su continuación en “Guerrilla”, la película narra los primeros pasos de la revolución cubana que acabó con el régimen de Baptista para dar paso al régimen que conocemos hoy. El avance de las tropas que habrían de llevar al Che Guevara desde las selvas del interior de la isla hasta La Habana, es narrado casi con la exactitud de un cartógrafo, sin omitir movimiento alguno y en un tono que divaga siempre entre el documental didáctico y la película de acción. Curiosamente, nunca el cine se ha acercado a estos acontecimientos históricos con buenos resultados. ¿Por qué? El peligro de este tipo de biografías es caer en la fascinación por la figura que se retrata y dejarse llevar por la exaltación del personaje en lugar de la persona. Steven Soderbergh tiene buen cuidado de ello y se esfuerza para que su aproximación se parezca más a una crónica que a una alabanza. Quiere ser respetuoso y conciso, tal vez demasiado, lo que hace adolecer a la película de cierto distanciamiento que sitúa al espectador como un testigo y nunca como un participante de lo que sucede en la pantalla. A pesar de todo, la acumulación de fechas, personajes y escenarios hubiese enredado más la madeja de los acontecimientos si Soderbergh hubiese optado por la pirotecnia a la que nos tiene acostumbrados (véase "Traffic"). El relato conserva siempre un tono contenido, sin embargo, un poco de pasión y algo menos de frialdad hubiera aportado entidad al conjunto. La interpretación de Benicio del Toro resulta convincente, y sin lugar a dudas suyo es el mérito de que “Che. El argentino” se siga con interés. Una recomendación segura para los amantes del cine como documento histórico.

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Elegy. 2008, Isabel Coixet

Adaptar al cine una buena novela entraña el reto de hacer olvidar el material original y dotar a la película de una entidad cinematográfica propia, más allá de la mera ilustración de escenarios y de personajes. En el caso de “Elegy”, Isabel Coixet es respetuosa y hace una lectura fiel y tranquila de una novela turbulenta y apasionada como es “El animal moribundo”. Para ello traduce el universo literario de Philip Roth empleando la mesura como herramienta y aportando pinceladas de su propio carácter. El trabajo de la directora catalana es inteligente, sensible, y confirma su talento para construir atmósferas que tan buenos resultados le diera en “Cosas que nunca te dije” o “Mi vida sin mí”. La historia del maduro profesor de universidad que seduce a su joven alumna ya se ha visto antes, por eso la forma de abordar un argumento conocido como si fuera nuevo es el reto principal de esta obra. Para ello son fundamentales las interpretaciones, y Penélope Cruz y Ben Kingsley resuelven sus papeles con convicción, especialmente el segundo, que vuelve a regalar al espectador un trabajo memorable. La pareja protagonista se ve arropada por unos secundarios que no se limitan a dar la réplica. Dennis Hopper, Patricia Clarkson y Peter Sarsgaard tejen con pocos hilos unos personajes pequeños pero importantes, y completan un trenzado sobre las relaciones personales que logra emocionar por su sencillez. Una sencillez, como suele suceder, sólo aparente.

A continuación, el episodio que la directora escribió y rodó para la producción franco-alemana "Paris, je t'aime" del año 2006, con Sergio Castellitto y Miranda Richardson. Puro Coixet.




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El ángel ebrio. "Yoidore tenshi" 1948, Akira Kurosawa

Durante años, Akira Kurosawa fue el puente perfecto entre el cine de oriente y occidente. Sus películas recogían la tradición de los clásicos de Hollywood, especialmente del género negro, para trasladar sus atmósferas a escenarios japoneses dotándolas de mayor realismo sin dejar de ser por ello menos simbólicas. “El ángel ebrio” pertenece a esta etapa del director, y exhibe algunas de sus virtudes: un guión poderoso, una recreación de escenarios prolija y cargada de trasfondo, unos personajes de alto contenido dramático y una puesta en escena abigarrada, llena de fuerza y con una gran capacidad de sugerencia. La novena película que dirigió y co-escribió Kurosawa tiene como eje central un concepto fuertemente arraigado en la cultura nipona, el de la moral. Por ello el personaje protagonista, el doctor Sanada, representa muchos de los intereses de Kurosawa como autor. Por un lado, Sanada es un profesional dotado de un fuerte compromiso ético que debe luchar día a día contra las adversidades de una pobre clínica situada en uno de los barrios más deprimidos de la ciudad, al borde de una inmensa ciénaga que representa mucho más que una simple cuenca de barro y aguas podridas. Por otro lado, Sanada combate contra sus demonios interiores a los que trata de ahogar en el alcohol de las noches en vela. Él es el ángel ebrio del título, al que el destino pone a prueba cuando lleva a su consulta a un joven gángster herido de bala. La relación que se establece entre ambos transita del recelo a la comprensión, y se presenta como una oportunidad de cambio para estos dos parias que aprendieron a abrirse paso en el lado difícil de la vida. La fatalidad se cebará con uno de ellos en el momento en el que los dados dejen de rodar inevitablemente sobre el tapete de juego. A través de ésta historia Kurosawa consigue no sólo captar la atención del espectador desde la primera escena, sino que le envuelve en una narrativa que oscila sabiamente entre la contemplación y la catarsis, haciendo que la historia se cree y se recree ante sus ojos. Ese es el poder de su cámara. Las interpretaciones de Toshiro Mifune y de Takashi Shimura, la música, la fotografía, el montaje y su profundo dominio del tempo, suman aciertos en esta obra que nunca debería ser tomada como pequeña en la filmografía de este gigante del séptimo arte.

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