Gigante. 2009, Adrián Biniez

Hay grandes películas que, como los buenos perfumes, se guardan en frascos pequeños. “Gigante” es una de ellas. La ópera prima de Adrián Biniez es un compendio de todo lo que una primera obra debería contener: un guión preciso, unos personajes bien dibujados, una puesta en escena eficaz y, por encima de todo, una altura de miras acorde a lo que se quiere contar. En otras palabras, honestidad. Es probable que la historia no resulte demasiado original: se trata de las aventuras y desventuras de un amor platónico, un guarda de seguridad de grandes dimensiones – el gigante del título – que sigue fascinado a través de los monitores los pasos de Julia, una de las empleadas de la limpieza en el hipermercado en el que ambos comparten el turno de noche. Films como “No amarás” de Krzysztof Kieslowski o “Monsieur Hire” de Patrice Leconte trataban el mismo tema del amor distante y silencioso en diferentes ámbitos. Sin embargo, este “Gigante” de Adrián Biniez consigue introducir cargas de humor bajo su intimista relato, un humor inteligente y de gran naturalidad que aligera el tono general y hace que la película resulte fresca y cercana. El acertado reparto encabezado por Horacio Camandule permite que cada actor parezca imprescindible en su papel, y refuerza el carácter profundamente naturalista de la narración. Esa es la clave de “Gigante” y su máxima virtud: un naturalismo nada impostado que hace suya la máxima de menos es más. La escasez de medios y la falta de pretensiones juegan a favor de la película, haciendo que el espectador se concentre en los verdaderos efectos especiales de esta producción: las miradas, los gestos, el deambular entre expositores de productos en oferta tras la búsqueda de un amor tan real como imposible.