Roujin-Z. 1991, Hiroyuki Kitakubo

La gran repercusión que obtuvo "Akira" durante la década de los ochenta prendió la mecha de la renovación del manga y del cine anime, dando a conocer el nombre de Katsuhiro Otomo a nivel internacional. Él contribuyó a que las técnicas de animación japonesas ganasen en realismo, al tiempo que introducía la tecnología como parte fundamental de sus argumentos, siempre en ambientes distópicos de futuros abrumados por el avance de las máquinas. Nacía así el cyberpunk, término cuya influencia sigue vigente en su denuncia de la deshumanización de las sociedades modernas y en el uso de las energías agresivas con el medio ambiente. Aunque Otomo no volvió a conocer un éxito semejante al de "Akira", continuó explorando sus inquietudes en cómics y guiones como el de "Roujin-Z".
La película aborda el problema del envejecimiento de la población y de cómo una solución tecnológica puede volverse en contra de las personas. El director Kiroyuki Kitakubo rehuye el sentimentalismo y apuesta por la acción y el humor, ofreciendo un espectáculo que por pretender ser divertido, a veces cae en lo burdo. La idiosincrasia nipona vuelve a recordarnos nuestra condición de público occidental y las diferencias a la hora de entender la comedia mediante chistes rijosos y bromas infantiles. Una vez superado este escollo cultural, cabe disfrutar del entretenimiento y la emoción que desbordan "Roujin-Z".
El desarrollo de la trama se sigue con interés, y a pesar de algunas incongruencias (como el epílogo, una especie de sorpresa final bastante común en films de esta época), "Roujin-Z" depara momentos de tensión que conservan el sello de Katsuhiro Otomo. En definitiva, se trata de un ejercicio vibrante de animación en el que se conjugan con naturalidad críticas al belicismo y a los riesgos tecnoilógicos, con el entretenimiento más desenfadado. Un ejemplo perfecto de las posibilidades del anime en cuanto a promover la reflexión mediante métodos puramente visuales.


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El hombre más buscado. "A most wanted man" 2014, Anton Corbijn

Según el tópico más asentado, los grandes artistas no llegan a morir jamás porque perviven en sus obras. A pesar de eso resulta difícil esquivar la tristeza durante la proyección de "El hombre más buscado": el rostro de Philip Seymour Hoffman está ahí, atravesando con su mirada cada fotograma, dando la última muestra de su descomunal talento. Y además lo hace desde la contención, ese terreno resbaladizo en el que los grandes actores se prueban a sí mismos.
La película escapa a los habituales dictámenes del exceso que imperan en el moderno cine de espías. "El hombre más buscado" no contiene persecuciones de infarto, diálogos graves ni argucias narrativas, sin embargo, es emocionante como pocas. Se trata de una emoción fría y controlada, mucho más intelectual que física. No en vano, el escenario en el que se sitúa la acción huye de todo convencionalismo y traslada sus intrigas hasta Hamburgo, con sus edificios grises, sus calles ordenadas y sus barrios del puerto.
Llegados a este punto, se asoma otro tópico: el escenario no como trasfondo de la historia, sino como un personaje más. Al igual que hiciese en su anterior thriller "El americano", el director Anton Corbijn continua explorando las posibilidades del entorno en la ficción y su incidencia en el carácter de los protagonistas. Menos arriesgada y hermética que su antecesora, "El hombre más buscado" adapta la novela homónima de John le Carré en un ejercicio que conjuga intriga y compromiso, una constante dentro de la obra del escritor inglés ("La chica del tambor", "El jardinero fiel").
El estado de alarma internacional originado tras los atentados del 11 de septiembre de 2001 es el caldo de cultivo en el que se entremezclan los conflictos políticos, económicos y religiosos. La película pone su punto de mira en las cloacas del poder y en la lucha de los diferentes gobiernos por imponer sus reglas del juego, un torbellino de intereses donde se mueve el personaje interpretado por Seymour Hoffman. El actor ahonda en la figura del espía lacónico tan habitual en la literatura de le Carré, realizando un nuevo prodigio de transformación que emplea el recurso del comedimiento. Su papel introspectivo, poblado de demonios internos, contribuye al realismo en el que también participan sus compañeros de reparto: Willem Dafoe y Robin Wright proporcionan veteranía y talento, mientras que Rachel McAdams ilumina los rincones oscuros de la trama.
Con "El hombre más buscado", Corbijn realiza su película más convencional hasta la fecha, aminorando sus ínfulas de autor y otorgando máximos poderes al guión y a los actores. La decisión parece correcta, aún a riesgo de considerar aséptico o impersonal el resultado. Cualquier tentación de estilizar las imágenes y la retórica del film hubiese podido desvirtuar la denuncia de las rivalidades entre los servicios de inteligencia, capaces de anteponer sus méritos a la seguridad de los ciudadanos. "El hombre más buscado" pone al descubierto los tejemanejes y las corruptelas que se producen en todos los bandos, los agujeros en los que tropieza la sociedad de la información. Pero por desgraciadas circunstancias, la película quedará como el último de los grandes papeles de Philip Seymour Hoffman, uno de los máximos exponentes del oficio de actor. A continuación, un pequeño tributo a su carrera:

            
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Viaje alucinante. "Fantastic voyage" 1966, Richard Fleischer

Intriga, aventura, drama, comedia, romance... la larga lista de géneros practicada por Richard Fleischer se incrementó en 1966 con la primera de sus incursiones en la ciencia ficción. No pudo haber elegido mejor comienzo. Desde su estreno, "Viaje alucinante" se convirtió rápidamente en un referente para futuras producciones de corte fantástico.
La película traslada el antiguo mito de Jasón y los Argonautas hasta el interior del cuerpo humano. Una expedición a bordo de un submarino reducido al tamaño de una célula es introducida en el cuerpo de un científico ruso, en coma tras sufrir un atentado. La misión consiste en disolver el hematoma alojado en su cerebro, una carrera contra el reloj que pone en juego sus vidas y el descubrimiento de un importante secreto. El trasfondo de la guerra fría y el riesgo de un sabotaje añaden tensión a la trama, capaz de retomar antiguas fórmulas narrativas y de adaptarlas al filtro de la ficción científica y el delirio pop de la época.
"Viaje alucinante" es visualmente irresistible y contiene en sus imágenes algunas de las claves que definirían producciones como "Barbarella" o la serie de "Star Trek": decorados sinuosos, colores intensos y vestuario que ensalza los atributos físicos. La participación en el reparto de Raquel Welch justifica este último punto y supone uno de los atractivos del film. Tanto ella como los demás actores cumplen con el escaso rigor que exigen sus personajes, cortados por patrones reconocibles y esquemáticos.
El guión de la película no se entretiene buscando verosimilitud ni coartadas intelectuales, sino que pone especial esmero en las escenas de acción. Se trata de cine vibrante, cine como el que imaginó Méliès en los inicios y que apela a la capacidad de ensoñación de los espectadores. Cine en el que el suspense y la aventura se ven reforzados por unos efectos especiales llenos de maquetas y trucos ópticos, sin abandonar por ello la dimensión humana del relato. El aspecto técnico sumado al diseño de producción da como resultado una película tan creativa como fácil de disfrutar, y aunque es verdad que hay algunos desajustes en el guión (la relación entre los personajes de Raquel Welch y Arthur Kennedy), las irregularidades no consiguen empañar el conjunto. Richard Fleischer firma con "Viaje alucinante" uno de sus más apasionantes trabajos, una película icónica que inspiró a autores tan dispares como Isaac Asimov o Salvador Dalí, elevándose a la categoría de clásico del género.

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Cómo entrenar a tu dragón 2. "How to train your dragon 2" Jean DeBlois, 2014

En veinte años de trayectoria, Dreamworks Animation se ha consolidado como uno de los estudios más importantes dentro del mundo de la animación. Una carrera abalada por películas notables ("Shrek", "Megamind") y por contundentes éxitos ("Madagascar", "Kung Fu Panda") que sitúan a la compañía en un eterno tercer puesto tras las hegemónicas Disney y Pixar. Este orden en el escalafón persistirá mientras que Dreamworks no abandone la irregularidad en la calidad de sus proyectos y las concesiones al público infantil, lo que limita un alcance más amplio.
A pesar de todo, en el año 2010 Dreamworks fue capaz de concitar el entusiasmo unánime de críticos y espectadores gracias a "Cómo entrenar a tu dragón", adaptación libre de la serie de libros de Cressida Cowell que supuso una bocanada de aire fresco en el panorama de la animación. Cuatro años después, el mismo equipo técnico y artístico se hace cargo de la secuela con un presupuesto mayor y el doble de ambiciones.
En esta segunda parte se multiplica el número de dragones y de vikingos, las escenas de acción crecen en impacto y el espectáculo arrasa con la trama. Lo que no significa que la película sea mejor que su antecesora. "Cómo entrenar a tu dragón 2" infla hasta tal extremo sus propuestas que es difícil no sentirse apabullado por cuanto sucede en la pantalla. A los consabidos vuelos y combates épicos se añade una historia en la que el pasado de los personajes regresa con aliento dramático. Sin embargo, queda la sensación de que el argumento está supeditado a los logros técnicos, que el guión es un vehículo para lucir la portentosa habilidad de los animadores.
El mensaje pacifista y ecológico de la primera película se ve también aquí potenciado, mediante una moraleja que consigue aunar la diversión con la lección pedagógica. Los niños salen del cine con los ojos en blanco, y sus padres reconfortados por la enseñanza moral. Hay una intención por parte del director Jean DeBlois de construir un film grande, enorme, que no tenga parangón en su género. Y para ello no duda en recurrir a la fórmula de cuanto más, mejor. Pero la línea entre el exceso y el abatimiento en ocasiones es muy fina, y DeBlois está a punto de cruzarla varias veces. El guión apenas deja resquicios para tomar aliento, lo que puede provocar el desinterés de los espectadores menos cómplices.
"Cómo entrenar a tu dragón 2" exhibe una técnica virtuosa y un diseño de decorados y personajes de gran atractivo visual. Contiene buenas dosis de comedia y garantiza el entretenimiento, no obstante, un poco menos de impaciencia y de hipertensión hubiese redondeado el conjunto. Con esta película prosigue la franquicia que tiene ya en marcha una serie de televisión y el proyecto de un tercer largometraje, lo que demuestra que Dreamworks ha encontrado carne en el hueso, y que no va a soltarlo fácilmente.

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20.000 leguas de viaje submarino. "20,000 leagues under the sea" 1954, Richard Fleischer

La década de los cincuenta fue especialmente fructífera en la carrera de Richard Fleischer. Además de consolidarse como un director ecléctico y habilidoso gracias a películas del calibre de "Asalto al coche blindado" o "Los vikingos", comenzó a ser requerido por los grandes estudios para llevar a cabo ambiciosas producciones. Uno de estos estudios fue Disney, que por aquel entonces buscaba expandir su hegemonía en el cine de animación y copar también el mercado de las películas familiares con actores de carne y hueso. Para ello continuó adaptando clásicos de la literatura ("La isla del tesoro", "Robin Hood") y contratando estrellas y directores del talento de Fleischer. El nombre de este cineasta se impuso como la mejor opción para llevar al cine una de las novelas más conocidas de Julio Verne: "20.000 leguas de viaje submarino". No se equivocaron.
Para traducir en imágenes el rico universo del original literario, Fleischer retoma la iconografía de los grabados del siglo XIX y les añade las posibilidades expresivas del Technicolor. El resultado alcanza grandes cotas de belleza y plasticidad, no sólo por la fotografía de Franz Planer sino también por el diseño de producción, muy inspirado en lo referente a decorados y vestuario. La creatividad del submarino Nautilus y de todos sus componentes son un prodigio difícil de olvidar. La película acaricia los ojos y exhibe un acabado formal impecable, en el que la puesta en escena juega siempre en favor del relato y la evolución de los personajes.
Los actores cumplen de sobra su cometido de dotar de emoción a la historia. James Mason establece la versión canónica del capitán Nemo, a quien otorga su romanticismo circunspecto. Todo lo contrario que Kirk Douglas, pura energía en su encarnación del arponero Ned Land. Paul Lukas y Peter Lorre completan el reparto principal de esta película que marca todo un referente dentro del cine de aventuras, un espectáculo que tiene la virtud de introducir espacios para la reflexión dentro de su armazón narrativo. Y es que el guión no elude las cuestiones ecológicas ni pacifistas que el capitán Nemo interpreta bajo su óptica particular, unos planteamientos que lejos de entorpecer la trama, la llenan de profundidad.
Todos estos elementos son organizados en la pantalla con gran dinamismo y sentido visual, demostrando que además de un director concienzudo, Richard Fleischer tenía dotes para la producción. En definitiva, "20.000 leguas de viaje submarino" es uno de los acercamientos más felices del cine a la obra de Verne, una película que obra el milagro de derribar cualquier muro generacional y de hacer disfrutar por igual a grandes y pequeños.
A continuación, una bonita selección de fotografías del rodaje con el acompañamiento musical que Paul Smith compuso para la película. En estas imágenes queda constancia de que hubo un tiempo en el que los efectos especiales eran hechos por artesanos que dominaban el oficio de construir maquetas, mucho antes de la implantación de los ordenadores y de la tecnología digital:

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Ocho apellidos vascos. 2014, Emilio Martínez-Lázaro

El éxito incontestable de "Ocho apellidos vascos" demuestra aquello que dijo Beckett en una ocasión, que el público es un monstruo de mil culos. Mil culos y muchos más, soberanos e implacables, que reaccionan a las circunstancias coyunturales antes que a los méritos cinematográficos. Una opción tan legítima como cualquier otra cuando se trata de mantener el ánimo en medio de la zozobra.
La España multicultural encuentra su reflejo distorsionado en el espejo de esta película nacida para provocar la risa, una necesidad urgente en tiempos de crisis. Para ello se recurre a la fórmula clásica de comedia consistente en trasladar a un personaje arquetipo hasta un entorno que le es extraño: en este caso, el señorito andaluz en las agrestes tierras del Norte. Situación de contraste que la trama desarrolla mediante un humor ajeno a la sofisticación y al trazo fino, en favor del gag verbal y del chiste localista. Así, las diferencias entre vascos y andaluces dan lugar a toda una galería de clichés y lugares comunes frecuentados con anterioridad por los guionistas Borja Cobeaga y Diego San José en el programa de televisión "Vaya semanita".
El hecho de que "Ocho apellidos vascos" esté producida por TeleCinco explica en buena parte su condición de telefilm lastrado por la funcionalidad, de artefacto demasiado mecánico. Los acabados técnicos y artísticos redundan en lo convencional y escapan a la sorpresa, sensación que los actores no consiguen reflotar a pesar del esfuerzo. Sólo la labor de Karra Elejalde brilla por encima del conjunto y proporciona los mejores momentos de comedia. Sobre sus hombros se abandona un guión sin fuelle y una dirección poco inspirada, a pesar de que Emilio Martínez-Lázaro cuenta con algunos títulos que le abalan dentro del género. Películas como "Los peores años de nuestra vida" o "El otro lado de la cama" no consiguen dejar rastro en "Ocho apellidos vascos", tal vez porque sus creadores nunca sospecharon el enorme éxito que les aguardaba ni la repercusión que estaban a punto de obtener.
Así con todo, es merecido celebrar cualquier triunfo que se consiga en el mercado español, incluso si se trata de una película tan anodina y despreocupada como "Ocho apellidos vascos". O precisamente por ello.

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