10.000 Km. 2014, Carlos Marqués-Marcet

Si una de las cualidades del cine es la de ser testigo de su tiempo, "10.000 Km." podría considerarse como una crónica sentimental y certera de la época que nos ha tocado vivir.
Sergi y Alex llevan juntos siete años y aspiran a tener un hijo. Una mañana, Alex recibe una buena noticia: acaba de conseguir trabajo durante un año haciendo fotografías para un proyecto. El problema es que debe desplazarse a Los Ángeles, exactamente a 10.000 Km. del apartamento que comparte con Sergi en Barcelona. Esta historia de amor a distancia se convierte en una reflexión acerca de las nuevas tecnologías y de su incidencia en las relaciones humanas, de las fronteras entre lo íntimo y lo social. Pero "10.000 Km." es también un ataque contra el exilio laboral al que se ve abocada una generación de jóvenes tan bien preparada como incapaz de ganarse la vida dentro de su país.
El debutante Carlos Marqués-Marcet sabe ser incisivo sin recurrir a pancartas ni soflamas, empleando los elementos mínimos para retratar una realidad compleja. Bastan dos actores y dos decorados para ejemplificar los desastres patrios... además, claro está, de un meticuloso trabajo de guión y dirección.
Resulta curioso lo cercanas que están en el tiempo "10.000 Km." y "Her", películas recientes que tratan las relaciones virtuales desde distintas perspectivas. Menos alegórico que Spike Jonze, Marqués-Marcet opta por el naturalismo para hacer real el drama de unos personajes enfrentados a sus propios deseos. El cine comienza a asimilar los nuevos hábitos de una sociedad interconectada y a incorporarlos en argumentos que van más allá del thriller y la ciencia ficción. Estos dos films demuestran que la tecnología es un ámbito en el que se pueden desarrollar también los sentimientos, sentimientos reconocibles y cotidianos, que la pareja de actores Natalia Tena y David Verdaguer sabe interpretar con convicción. Ambos establecen tal grado de complicidad con sus personajes que cuesta distinguir la carne del papel, el actor de la invención del guionista. Se trata de una de esas felices creaciones conjuntas que llenan la pantalla de humanidad y establecen una corriente de empatía inmediata con el espectador.
Los dos intérpretes cuentan con respaldo suficiente en la dirección para expandir su talento: Marqués-Marcet les ofrece espacio y oportunidades para ello, la más notable de todas, el maratoniano plano secuencia de 23 minutos que abre la película. En sí, casi equivale a una pequeña película de apertura o pieza teatral, un prodigio de escritura, interpretación, planificación y puesta en escena que tiene todo el derecho a figurar entre los grandes planos secuencia jamás filmados.
En suma, "10.000 Km." es una película cuya forma guarda plena coherencia con el contenido, uno de esos milagros cinematográficos que parecen construirse mientras se ven. Es hermosa y triste, lúcida y directa. El nombre de Carlos Marqués-Marcet merece ser tenido en cuenta dentro del cine español, tan necesitado de autores con personalidad y voz propia. Así se empieza a escribir la crónica de esta crisis miserable que necesitará ser recordada dentro de algunos años. Para que no se repita. Para que los culpables nunca olviden.

LEER MÁS

El viento se levanta. "Kaze Tachinu" 2013, Hayao Miyazaki

Basta que un gran artista concluya su trayectoria para que los expertos y analistas coincidan en proclamar el carácter testimonial de esa última novela, cuadro o partitura. Como si todo trabajo final adquiriese la calidad del epitafio, más allá de la voluntad del autor. El cine está cargado de ejemplos: "Gertrud" de Dreyer, "Dublineses" de Huston, "Ese oscuro objeto de deseo" de Buñuel... películas que clausuran con coherencia las carreras de sus directores, en forma de broche de oro.
El caso de "El viento se levanta" de Hayao Miyazaki lo pone bastante fácil. El cineasta japonés lo ha presentado como su último film, dando pábulo a las analogías entre autor y argumento. La trama recorre los años de juventud de Jirō Horikoshi, ingeniero aeronáutico cuyo trabajo contribuyó al desarrollo de la aviación durante la primera mitad del siglo XX. Su tenacidad y carácter emprendedor le emparentan con Miyazaki, responsable de haber dignificado la animación para un público sensible de todas las edades, y de haber universalizado un modo de contar historias que hunde sus raíces en la tradición oriental. Se pone en marcha el juego de las comparaciones: tanto Horikoshi como Miyazaki son humildes artesanos que han alcanzado grandes metas, movidos por la pasión por el oficio. El verso de Paul Valéry el viento se levanta, hay que intentar vivir podría ser firmado por ambos como una declaración de principios.
Miyazaki retoma el gusto por los pioneros de la aviación ("Porco Rosso") y continua fiel a su sentido humanista, expresado a través de esa mirada atenta y serena que define la sabiduría. Se trata de una película positiva, a pesar del trasfondo bélico y del drama de los personajes, pero de un positivismo que no elude la melancolía. La música del habitual Joe Hisaishi refuerza el tono agridulce que adquiere el relato, mediante una partitura hermosísima con ecos mediterráneos. "El viento se levanta" es la película más occidental de Miyazaki, sin dejar de ser por ello absolutamente nipona. Esto se aprecia en su concepción del tiempo narrativo y del espacio en el que transcurre la acción, un entorno en el que se cruzan los acontecimientos reales y los imaginados, los devenires históricos y los momentos íntimos. Todo con una continuidad natural, casi orgánica.
La narración resulta fluida y reposada cuando tiene que serlo, complaciente con la emoción y con los detalles. Miyazaki sabe extraer de los escenarios donde sucede la historia un interés que trasciende lo paisajístico y la localización de situaciones. El repiquetear de un tren en marcha, la puerta que da acceso a un dormitorio o unas cortinas al viento dicen tanto como muchos diálogos: ése es uno de los paradigmas de su cine, la trascendencia de lo cotidiano.
Más allá del placer visual que deparan sus imágenes, "El viento se levanta" contiene una belleza que no es solamente formal, sino que se acerca al ideal socrático de belleza espiritual narrado a través de una historia de amor: amor por la aviación y por el trabajo bien hecho, por los sueños por cumplir y por la inocencia, representada en la figura del niño (tan recurrente en el cine de Miyazaki) y en el personaje de la joven enamorada del protagonista. Sin embargo, todo ese amor se ve amenazado por la enfermedad y por los conflictos bélicos que habrían de agitar el mundo. En este sentido, el director se muestra más interesado en los aspectos íntimos de los personajes que en el trasfondo histórico, poniendo en valor su fe en el ser humano por encima de las miserias del pasado.
Pocas escenas resultan tan emotivas como aquélla en la que la pareja de jóvenes se lanza un avión de papel de un piso a otro en el hotel donde están alojados. De nuevo la sencillez como fuente de emociones, al igual que sucede en el momento de la tragedia final, resuelto mediante unas nubes que pasan y una frase de diálogo: Tú debes vivir, Jirō. Pero si te apetece, puedes venir conmigo. He comprado un buen vino. No se me ocurren mejores palabras para cerrar una filmografía en la que abundan las obras maestras, y que encuentra su resumen en una de las imágenes del film: el avión largamente soñado, el modelo perfecto y más innovador, conducido hasta la pista de despegue por un carro tirado por bueyes.

LEER MÁS

Blue Jasmine. 2013, Woody Allen

Jasmine tiene un marido influyente, una vida despreocupada y mucho dinero que gastar. Pero el sueño de la alta sociedad se convierte en pesadilla el día que los líos financieros y de faldas de su matrimonio la conducen hasta su hermanastra, una mujer corriente que trata de vivir al día entre un marido vulgar y unos hijos alborotadores.
Este argumento podría haber nutrido las páginas de una novela rusa si se hubiese decantado por el drama, o de una obra de teatro italiana si lo hubiera hecho hacia la comedia. La habilidad de Woody Allen es la de haber trasladado hasta su propio terreno los ardides de una trama con aroma clásico, salvando todas las distancias geográficas y temporales. Así, el personaje de Jasmine aparece como un trasunto de los desmanes que propiciaron la crisis, aquel lodo en el que chapotearon felizmente ladrones, especuladores y maquilladores de cuentas.
Como tantas otras veces, el cine de Allen indaga en el cuento moral asumiendo sus claves sin decoro: en "Blue Jasmine" hay casualidades imposibles, giros forzados y recursos que rozan el deus ex machina. Sin embargo, es precisamente la valentía del director al no esconder sus cartas y la voluntad de acatar sin complejos algunas viejas normas lo que llena esta película de encanto. Allen disfraza de candidez lo que en verdad son dardos envenenados, como un revolucionario tranquilo y cortés que envuelve su soflama en la fotografía de tonos dorados de Javier Aguirresarobe y en hermosas melodías de jazz. La herramienta de nuevo es el humor. A veces caricaturesco y a veces mordaz, el humor de "Blue Jasmine" abre huecos para que se cuele la melancolía y cierto escozor existencial: es el Woody Allen reflexivo que presenta sus fábulas bajo el barniz de la comedia.
El guión funciona como un mecanismo de relojería perfectamente calibrado, con la revisión de algunos lugares comunes dentro de la filmografía del director como el contraste entre las clases sociales ("Granujas de medio pelo"), las relaciones familiares ("Hannah y sus hermanas"), la persistencia de la memoria ("Stardust memories") o la complejidad del universo femenino. Este último aspecto se ve magnificado por la labor de Cate Blanchett en el papel de Jasmine, personaje al que insufla humanidad en medio de la montaña rusa de emociones que atraviesa a lo largo del metraje.
Blanchett construye una criatura inolvidable con materiales poco agradecidos: es mezquina, egoísta, neurótica, interesada... a pesar de lo cual resulta inevitable sentir lástima por ella. Su imagen final, con la cara lavada y evocando los acordes de Blue Moon es el mejor retrato posible del desconcierto, una auténtica lección de interpretación y el broche de oro a una película que sería distinta sin su presencia. Sus compañeros de reparto Alec Baldwin y Sally Hawkins saben devolverle la réplica, especialmente la segunda, que vuelve a demostrar sus grandes dotes de comediante dando vida a la hermana antitética.
"Blue Jasmine" supone un eslabón más en la larga carrera de Woody Allen, un director que año tras año sigue realizando variaciones sobre el mismo tema, siempre reconocible, siempre distinto y muchas veces genial.

LEER MÁS