London river. 2009, Rachid Bouchareb

Llevar a la pantalla un hecho histórico plantea siempre complejidades, la mayoría de las veces narrativas, al establecerse una pugna entre el rigor de los acontecimientos reales y las exigencias de la ficción dramática. Por eso, algunos directores optan por tomar la parte por el todo y centrarse en un caso ilustrativo que pueda dar cuenta de la magnitud del conjunto. Esto es algo que saben hacer los buenos narradores, y que Rachid Bouchareb aplica a la hora de trasladar al cine los terribles atentados suicidas que sorprendieron a la ciudad de Londres la mañana del 7 de julio de 2005. La tragedia vivida aquellos días se ejemplifica en el encuentro de dos padres que acuden a la capital inglesa en busca de sus hijos desaparecidos, otorgándole a la historia un carácter íntimo y cercano. Otro de los retos que plantea un film como “London river” es el del tono dramático, pues directores menos prudentes que Bouchareb aprovechan para cargar las tintas en lo que a emociones se refiere y terminan apelando a las lágrimas del espectador por los métodos más agresivos. Bouchareb sabe huir de estas tentaciones aplicando la mesura y el sentido común, el respeto al fin y al cabo. Al público y a sus personajes. Hubiese sido demasiado fácil entregar un producto encargado de estremecer los corazones de la multitud, en lugar de eso, “London river” acude a la sensibilidad sólo cuando es necesario y lo mejor que se puede de decir de ella es que no resulta maniquea, artificiosa ni predecible. Eso y las interpretaciones, pues los trabajos de Brenda Blethyn y Sotigui Kouyaté son capaces de sorprender precisamente por su comedimiento. Ambos expresan las tragedias de sus personajes con los mínimos elementos, sin levantar ninguna barrera de emociones frente al espectador y convirtiendo sus dramas individuales en colectivos. Nada en esta película deviene en exceso, cada pieza está ajustada en su medida y conforma un crisol de sensaciones todavía por cercanas, dolorosas. Un retrato de la desolación hecho con pocas pinceladas, un réquiem de apenas dos notas y un ejercicio narrativo de concisión dramática. Eso es “London river”, y por eso cumple sus objetivos con dignidad.
A continuación, un hermoso cortometraje que Rachid Bouchareb realizó en el año 2005 con el título de "L'ami y'a bon", conjugando las técnicas de animación más artesanales con los medios informáticos. Contiene las preocupaciones que Bouchareb ha ido desarrollando en su filmografía: los conflictos bélicos, las desigualdades étnicas y raciales, la emigración... todo cabe en este cuento triste, revestido de un aspecto visual fascinante, al que no le faltan las intenciones críticas y de denuncia propias del autor.
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El ladrón de Bagdad. "The thief of Bagdad" 1924, Raoul Walsh

Grandiosa en todos los aspectos. Esta película depara una sorpresa detrás de otra, en un derroche de virtuosismo técnico y narrativo que saca el máximo partido de una producción fastuosa, consagrada a exhibir las cualidades de su estrella, Douglas Fairbanks. El trabajo del director Raoul Walsh es realmente inspirado, e imprime al relato un vigor cargado de dinamismo y diversión. Aventuras, comedia y romance se comprimen en 150 minutos que transcurren sin descanso. "El ladrón de Bagdad" es una obra que resulta tan apabullante que sólo cabe disfrutarla de principio a fin. Imprescindible.


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Origen. "Inception" 2010, Christopher Nolan

Siguiendo la estela de películas como "Matrix" o "Línea mortal", Christopher Nolan escribe, dirige y produce "Origen", su trabajo más ambicioso hasta la fecha, un aparatoso ejercicio visual y narrativo que conjuga lo sofisticado de la ciencia ficción con el clasicismo del cine policíaco y de espías, en una suerte de pastiche en el que se amalgaman multitud de referencias. En un afán por rizar el rizo, Nolan construye y deconstruye el relato dificultando el entendimiento de la trama y la empatía por los personajes, afectados por un exceso de solemnidad, lo que lastra su credibilidad y la del conjunto. Nolan no puede reprimir su natural impulso hacia lo pretencioso, olvidando cualquier atisbo de humanidad o frescura. Todo resulta frío y diseñado hasta el detalle para sorprender al espectador, tanto, que la sorpresa pierde efectividad. Por eso conviene no caer en la trampa del director y escapar de los complicados laberintos de sueños y apariencias que enredan la historia, para abandonarse a la contemplación de su atmósfera, sin duda lo más destacable del film, y al circo de tres pistas que suponen sus imágenes. Para disfrutar de "Origen" es necesario obviar su filosofía de tocador y su vocación de autoayuda. La escritura de Nolan hubiese requerido, una vez más, mayor concisión y ser despojada de la hojarasca artificiosa y pretendidamente profunda a la que aspira, porque las películas rupturistas e innovadoras lo son por su propia naturaleza, y no por programación, algo de lo que adolece "Origen" y que tal vez un Christopher Nolan con mayores restricciones presupuestarias hubiese solventado a fuerza de ingenio (tal y como hiciera en la estupenda "Memento"). La película es, en definitiva, una llama carente de chispa, un diamante sin brillo. Es innegable que la trama y el desarrollo de "Origen" se siguen con interés, pero al final queda la sensación de que tras el estruendo de los cohetes y de los fuegos artificiales, sólo queda el humo.
A continuación, el cortometraje de un Nolan que entonces soñaba con dirigir su primera película, allá por el año 1997, con el título de "Doodlebug". Los admiradores del director podrán reconocer su fijación por los ambientes opresivos y por los juegos espacio-temporales, un tema que desarrollaría a gran escala en películas como "Memento" u "Origen". Es un trabajo de iniciación, lo que le otorga cierto encanto amateur aliñado con un final sorpresa tan del gusto del autor.

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El nadador. "The swimmer" 1968, Frank Perry

Hay relatos que, bien por su originalidad o bien por su peso dramático, consiguen superponerse a las capacidades de su narrador, ya sean buenas o malas. "El nadador" es un ejemplo perfecto de ello. El cuento original de Don Cheever es la base sobre la que Frank Perry asienta sus ínfulas de autor para demostrar, en su segunda película, que podía ser iconoclasta y reflexivo al mismo tiempo, un director a tener en cuenta y que las nuevas corrientes debían admirar. El cuadro clínico habitual de un debutante que quiere sobresalir rápido. Para ello eligió un texto con muchas posibilidades y un actor, Burt Lancaster, que es siempre una garantía de credibilidad y talento.
A pesar de que Perry hace verdaderos esfuerzos por arruinar su película, adoptando todos los vicios posibles de una época fascinada con la técnica (ralentizados, efectos ópticos, lentes deformantes), su locuacidad visual no logra hundir el conjunto. El texto adaptado por su esposa, la guionista Eleanor Hamlisch, junto a la inmensa interpretación de Lancaster, logran mantener a flote "El nadador".
La película narra las vicisitudes de un hombre de poderosa fachada, que encierra en su interior material de derribo suficiente como para enterrar los sueños, recuerdos e ilusiones de toda una vida. El desesperado intento del nadador del título por encontrar justificación a sus actos, en un mundo que no comprende, empapa de cloro y de tristeza las facciones de Lancaster. "El nadador" es un film amargo que aspira a la alegoría, una obra con una vocación rupturista demasiado evidente y con unas ambiciones siempre subrayadas por la cámara, que deja traslucir bajo su banalidad formal una historia emotiva, triste y bella.


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Ríos y mareas. "Rivers and tides" 2001, Thomas Riedelsheimer

Documentar un proceso creativo puede ser casi tan apasionante como la obra documentada si se hace con tenacidad y talento. El director Thomas Riedelsheimer demuestra poseer las dos cosas al llevar a la pantalla el trabajo del escultor Andy Goldsworthy, un personaje singular y carismático que requería un buen observador detrás de la cámara para captar el sentido de sus proyectos. Esta identificación entre observador y observado, esta relación silenciosa y enriquecedora es el argumento del documental "Ríos y mareas", un ejercicio de belleza cargado de contenido. La lente de Riedelsheimer escudriña cada gesto del artista, sus glorias y sus derrotas, siempre atenta al instante decisivo y a la sorpresa. Resulta encomiable el esfuerzo llevado a cabo por los dos autores, y su reflejo se trasluce en la pantalla sin subrayados ni aspavientos, con la lucidez y la serenidad del espectador que participa del objeto mirado. "Ríos y mareas" contiene un discurso complejo y hermoso, expuesto con una sencillez que nunca es simple, como la propia naturaleza a la que esta película excepcional rinde tributo.

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