El autor. 2017, Manuel Martín Cuenca

Película tras película, Manuel Martín Cuenca se va consolidando como uno de los cineastas más interesantes y personales del panorama español. En compañía de Alejandro Hernández vuelve a adaptar una novela, esta vez El móvil de Javier Cercas, para construir un elaborado ejercicio meta-narrativo que rinde tributo al propio arte de contar historias.
El autor sigue las evoluciones del empleado de una notaría que sueña con convertirse en escritor. Pero no un escritor de best sellers, como es el caso de su exitosa mujer, sino un auténtico autor, capaz de reflejar la realidad de lo que le rodea incluso aunque tenga que espiar a sus vecinos y manipular sus vidas para transformarlos en personajes de su novela. A pesar de que la película presenta abundantes rincones oscuros de la condición humana, éstos aparecen barnizados por una doble capa de ironía y acidez, fijando el tono del relato. Además, El autor cuenta con multitud de giros dramáticos que hacen avanzar la acción por caminos inesperados, lo que mantiene el interés del público. Todo gracias a un guión inteligente y preciso como el mecanismo de un reloj, que se mueve al compás de los actores.
El reparto está integrado por nombres consagrados como Antonio de la Torre y María León, intérpretes foráneos como Adriana Paz, y actores poco conocidos entre los que destaca la presencia emotiva y rotunda de Adelfa Calvo. Hay otros más y todos cumplen a la perfección con sus personajes pero, sobre todo, El autor es una lección magistral del protagonista Javier Gutiérrez. Su encarnación es matizada y precisa, sostiene el entramado argumental y contiene tanta verdad que traspasa la pantalla de manera directa. En pocas palabras: una exhibición de virtuosismo que hace crecer la película hasta cotas bien altas.
Martín Cuenca también se muestra inspirado a la hora de elaborar la puesta en escena, mediante recursos que estimulan la imaginación del espectador (las sombras de los vecinos en el patio), que definen a los personajes (la escena del karaoke) o que acompañan sus sentimientos (la conversación al atardecer en el puente). En suma, El autor es un film brillante con una gran capacidad de fascinación, y uno de esos felices ejemplos en los que la escritura, la dirección y la interpretación se cohesionan hasta lograr la rara alquimia de convertir lo complejo en sencillo y el detalle en algo esencial.
A continuación, unas palabras del director a propósito de su experiencia como formador de cineastas en ciernes, con algunos consejos y agudas reflexiones:

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After. 2009, Alberto Rodríguez

El cuarto largometraje de Alberto Rodríguez supone la consolidación del equipo que forma junto al guionista Rafael Cobos, el director de fotografía Alex Catalán y el músico Julio de la Rosa. Una cuadrilla perfectamente engrasada y capaz de facturar películas tan notables como After, crónica desgarradora de una generación insatisfecha.
El film retrata los encuentros y desencuentros de tres antiguos amigos a lo largo de una noche inacabable. El guión se divide en tres partes que toman como protagonista a cada uno de ellos, por lo que se muestran algunas situaciones repetidas pero desde diferentes puntos de vista. Además, estos segmentos están prologados por escenas que definen a los personajes, de manera que el espectador va completando la información como las piezas de un mosaico que se encajan según avanza el metraje. Este recurso no es nuevo, lo han empleado antes cineastas como Kurosawa, Tarantino, Iñárritu y otros malabaristas de historias. Un reto que también asumen Cobos y Rodríguez desde el texto y la planificación, con buenos resultados gracias a la coherencia entre el tono del relato y su puesta en imágenes. Y eso que los riesgos eran ciertos: After podría haber terminado siendo indefinida o dispersa pero, en lugar de eso, se trata de una película compacta que propone reflexiones tan pesimistas como lúcidas. La más certera ficción sobre la crisis de la mediana edad.
Como era de esperar, la labor de los actores es fundamental para que After adopte su propia personalidad y no se parezca a ningún otro film. El trío formado por Tristán Ulloa, Guillermo Toledo y la debutante Blanca Romero define a la perfección el carácter de los personajes y les insuflan humanidad y verismo, dos cualidades difíciles de conjugar con el tono exaltado que domina el film. Ellos lo consiguen encarnando con eficacia a los protagonistas, seres heridos que buscan cubrir sus carencias en mitad de una noche en la se revelan como nunca antes. En suma, After es una muestra de las habilidades de Alberto Rodríguez como cineasta imaginativo y con pulso, una película fascinante y dolorosa cuya huella permanece tiempo después de haberse visto.

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El cielo sobre Berlín. "Der himmel über Berlin" 1987, Wim Wenders

A finales de los años ochenta, Wim Wenders era considerado una de las figuras más importantes del reciente cine europeo, un autor en plenitud de facultades que, a pesar del reconocimiento obtenido, mantenía las ganas de seguir probándose a sí mismo. Después de una temporada sin rodar en Alemania, Wenders regresó a su país natal para filmar un homenaje a la ciudad de Berlín con forma de cuento metafísico.
El cielo sobre Berlín es el retrato urbano y social de una capital con las heridas todavía abiertas por la guerra. Wenders vuelve a contar con el escritor Peter Hankle para elaborar un guión de alto contenido literario, repleto de monólogos interiores y de analogías entre el pasado y el presente germanos poco antes de la caída del muro.
La película retrata el oficio de los ángeles y su relación con los humanos en las calles de Berlín. Damiel, el ángel encarnado por Bruno Ganz, escruta los pensamientos de aquellos que precisan ser velados: gente insatisfecha, potenciales suicidas, almas atormentadas... hasta que un día se enamora de una trapecista de circo, lo que hará replantearse su condición sobrenatural. Wenders cuenta esta hermosa historia de forma muy visual y buscando la trascendencia en los ángulos y movimientos de cámara, constantes durante todo el metraje. Más que un efecto o un adorno, el dinamismo de la imagen traslada al espectador la sensación de ingravidez que sienten los ángeles protagonistas, una cinética reforzada por la iluminación y la profundidad de campo de la fotografía. Henri Alekan realiza un trabajo portentoso, de gran detalle y belleza, que define la identidad del film.
Además de la elocuencia visual, El cielo sobre Berlín exhibe también una gran riqueza en el aspecto sonoro, pues es generosa en el verbo y en la música. Los coros y las instrumentaciones de cuerda compuestas por Jürgen Knieper imprimen gravedad en la historia, pero Wenders escapa de lo solemne incorporando canciones interpretadas en directo por artistas como Nick Cave. Este diálogo entre tradición y modernidad, blanco y negro y color, fantasía y realidad... supone la esencia misma de la película. Es polimórfica y multidimensional, como la propia ciudad de Berlín, como la carrera de un director tan inquieto como Wim Wenders. Es difícil contar más de El cielo sobre Berlín sin desvelar su misterio, un ejercicio creativo que se entronca con el cine de Alain Resnais, Michelangelo Antonioni o Terrence Malick. En pocas palabras: una obra de arte.

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Los comensales. 2016, Sergio Villanueva

Hay diversas formas de hacer un documental acerca del mundo de la interpretación. La más convencional es colocar a una o varias personas frente a la cámara para que presten su testimonio, elaborando un discurso que se ilustra con imágenes de archivo o grabadas para el momento. El realizador debutante Sergio Villanueva huye de este formato heredado de la televisión y ofrece una propuesta mucho más original y cercana al cine de ficción. Elige a dos actrices y tres actores de la misma generación y los sienta en torno a una mesa al aire libre, para que hablen mientras disfrutan de la comida. El entorno es bonito, los comensales son fotogénicos y la conversación fluye de manera agradable... A primera vista, podría ser la escena de cualquier comedia campestre. Pero más allá del tono amable que domina la narración, el tema principal es la realidad de los  intérpretes profesionales que luchan por ganarse la vida en un país gobernado por gestores hostiles al arte y la cultura. Lo mejor es que Villanueva no cae en la letanía plañidera ni en el victivismo, sino que recoge una charla serena cargada de reflexiones y de experiencias. Lo peor son sus limitaciones a la hora de visualizar tantas palabras, porque se nota que tiene miedo de aburrir al espectador y, para contrarrestar este riesgo, le da por mover la cámara de manera arbitraria. No es necesario. El torrente verbal es suficiente para suscitar el interés, el pensamiento e incluso a veces la emoción. Una emoción que tampoco precisa de músicas que la subrayen, como hace Villanueva en determinadas secuencias (el recuerdo del padre de Peris-Mencheta).
Los comensales a los que alude el título son Silvia Abascal, Sergio Peris-Mencheta, Juan Diego Botto, Quique Fernández y Denise Despeyroux. Todos artistas con trayectorias en el teatro y con opiniones que se van completando unas a otras, en un mosaico de voces en el que cada cual desempeña su propio rol. En suma, una película que dista de ser perfecta pero que resulta indispensable para los aspirantes a actores y todos aquellos interesados en el proceloso oficio de la interpretación.

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Una chica vuelve a casa sola de noche. "A girl walks home alone at night" 2014, Ana Lily Amirpour

El primer largometraje de Ana Lily Amirpour sigue, uno por uno, los pasos básicos del manual del cine independiente. Con plena conciencia de su identidad y los nombres de referencia bien identificados: la contemplación y el ritmo pausado de Jim Jarmusch, los momentos musicales de Xavier Dolan, las imágenes ralentizadas de Wong Kar-Wai, los personajes silenciosos y atormentados de Aki Kaurismäki, los reflejos en las lentes de Paul Thomas Anderson... Una chica vuelve a casa sola de noche contiene un muestrario de las películas de autor que han marcado las últimas tres décadas y, además, exhibe su propia idiosincrasia, su naturaleza de rara avis.
El argumento de esta producción estadounidense hablada en iraní es sumamente sencillo y retrata las relaciones entre algunos de los personajes que pueblan las calles de Ciudad Mala: un jardinero con ganas de cambiar de vida, su padre drogadicto, una veterana prostituta, un muchacho vagabundo, una niña rica... el nexo común entre todos ellos es la figura de una joven vampiro que, contradiciendo sus tendencias homicidas, una noche se enamora de un mortal por quien tendrá que replantear su futuro. Semejante galería de criaturas es expuesta por Amirpour con austeridad y sin forzar los extremos, en una extraña convivencia de naturalismo narrativo y estilización visual. Como si la directora quisiese contener la retórica del film mediante la parquedad del relato.
De esta manera, Amirpour realiza un ejercicio de manierismo cinematográfico, haciendo hincapié en la sugestión de unas imágenes que juegan en todo momento con el foco y el encuadre. Lo más importante de Una chica vuelve a casa sola de noche es su particular estética en blanco y negro, de imágenes muy contrastadas, que buscan siempre la sugestión y relegan la historia a un segundo plano. Amirpour vindica el estilo sobre todo lo demás, una opción legítima que puede irritar a los espectadores incautos. Y es que no hay nada predecible en esta película que bebe, a su vez, de fuentes variadas, convirtiendo las influencias en novedades y lo que en un principio parecía una extravagancia para snobs, en un oscuro cuento sobre la moral y el amor como redención.

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