WATER LILIES. "Naissance des pieuvres" 2007, Céline Sciamma

Con Water Lilies, la directora Céline Sciamma no solo inaugura una filmografía sino también un discurso coherente que dura hasta hoy, centrado en la igualdad de género y en la normalización de las opciones sexuales. Es un discurso que carece de doctrinas y que apuesta por la sencillez y la depuración de las formas, consciente de que para calar en el público se debe ser accesible, lo cual no equivale a ser banal. En títulos como Tomboy y Retrato de una mujer en llamas, Sciamma elabora pequeños cuentos en los que expone situaciones que el espectador debe juzgar según su propio criterio. También en Water Lilies, la historia de la aceptación de la identidad de una adolescente y su despertar amoroso ante la capitana de un equipo de natación sincronizada. La primera de ellas es introvertida y poco desarrollada, mientras que la segunda es popular y posee una belleza arrebatadora. Por diferentes motivos, ambas están solas. La crónica que hace Sciamma de los sinsabores de la pubertad resulta cercana y serena, dos cualidades poco comunes en un tema tan proclive al exceso y la condescendencia.

Buena parte de los méritos de la película se concentran en sus jóvenes actrices, Louise Blachère, Adèle Haenel y Pauline Acquart, quienes resuelven con naturalidad sus personajes. Sciamma las sitúa dentro de encuadres geométricos que buscan cierta estilización mediante los colores y la disposición de los elementos en el plano. Hay una intención estética además de narrativa por parte de la directora de sintetizar el relato y conservar la misma esencia que define a las protagonistas. Se nota que la cineasta francesa sabe de lo que habla y que refleja en la pantalla muchas de sus experiencias, no en vano apenas llegaba a la treintena cuando dirigió Water Lilies. Una película acerca de la iniciación a la madurez que consigue dotar de universalidad una vivencia íntima, amplificando el testimonio de Céline Sciamma y haciéndolo coincidir con el de tantas mujeres cuyos afectos se apartan de la tradición establecida.

A continuación, un breve vídeo ensayo cortesía de Little White Lies que ilustra la paleta cromática empleada por la cineasta en colaboración con Crystel Fournier, la directora de fotografía de sus tres primeras películas, y Claire Mathon. Relájense y disfruten:

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LEJOS DEL MUNDANAL RUIDO. "Far from the madding crowd" 1967, John Schlesinger

Los años sesenta y setenta fueron el periodo de mayor reconocimiento para John Schlesinger, tanto en su Inglaterra natal como en los Estados Unidos. A una y otra filmografía pertenecen títulos tan fundamentales como Darling y Cowboy de medianoche, y precisamente entre ambas se encuentra su primer film de época, la adaptación de la novela de Thomas Hardy Lejos del mundanal ruido. Un título que Schlesinger rueda en el condado de Dorset y a mayor gloria de la belleza de su protagonista, una Julie Christie en plena efervescencia al frente de un reparto que incluye a Terence Stamp, Peter Finch y Alan Bates, entre otros nombres. Todos magníficos en su representación de las diferentes clases sociales que rodean al personaje principal, una terrateniente que atrae a los hombres con la misma eficacia con la que evita el compromiso. Detrás del folletín amoroso y del relato de costumbres subyace un poderoso discurso en torno a la emancipación de la mujer y al cuestionamiento de las tradiciones basadas en la desigualdad, al cual Schlesinger saca el máximo partido.

Si bien el argumento da continuidad a los intereses tratados por el director en sus anteriores títulos, Lejos del mundanal ruido supone un giro en las formas, ya que Schlesinger intercala el clasicismo heredado de la literatura y la pintura con algunas expresiones del free cinema. Una fórmula que pocos años antes le había reportado éxito a Tony Richardson con Tom Jones, y que Schlesinger evoluciona en una narración dilatada, de casi tres horas, que transcurren a velocidad de crucero. Esta convivencia de lenguajes en la misma película no siempre se produce de manera orgánica, por ejemplo, la modernidad que introducen los planos subjetivos funciona según el momento, y hay escenas que pretenden sorprender y hoy se muestran absurdas (el cortejo con el sable en mitad de la campiña). Sin embargo, abundan las secuencias brillantes que conjugan bien el movimiento interno y externo del plano, la interpretación de los actores y el empleo de los medios técnicos. Uno de los aspectos más llamativos del film es la fotografía de Nicolas Roeg, de influencias pictóricas en los encuadres y en la paleta de colores, acorde con la esmerada dirección de arte. Lejos del mundanal ruido depara placer a la vista y también al oído, gracias a los diálogos afinados en el guion y a la música compuesta por Richard Rodney Bennett. En conjunto, el cuarto largometraje de John Schlesinger posee ritmo, inspiración y un acabado depurado que se sitúa entre lo mejor del director, quien siempre amoldó su estilo al servicio de la película que tenía entre manos.

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ENEMY. 2013, Denis Villeneuve

Apenas unos días después de finalizar el rodaje de Prisioneros, su primera película en Hollywood, Denis Villeneuve emprende la que hasta la fecha ha supuesto su última producción canadiense, Enemy. Ambas cuentan con el protagonismo de Jake Gyllenhaal y continúan la exploración del director por las esquinas más oscuras de la condición humana, si bien la segunda tiene su origen en una novela, nada menos que El hombre duplicado de José Saramago. Un texto que sirve a Villeneuve para ejercitar el simbolismo y desarrollar las posibilidades que ofrece la historia de un hombre que un día descubre que existe alguien idéntico a él, la premisa perfecta para elaborar un drama de suspense en torno a la identidad y la insatisfacción que envuelve a las sociedades modernas.

La escena que abre la película marca el tono general, con una sucesión de imágenes oníricas muy sofisticadas que funcionan como una alegoría de los deseos y los miedos ocultos del personaje principal, bifurcado en dos. Sin duda es un prólogo llamativo que pone en alerta al espectador: Enemy huye de lo convencional y trata de crear una atmósfera que confunde la realidad, la imaginación y el recuerdo. Un reto al alcance de cineastas con capacidades visuales como Villeneuve, que se emplea a fondo en la envoltura de la película sembrando pistas y elementos iconográficos que el espectador deberá descifrar como quien resuelve un enigma. Se trata de un film que ofrece más preguntas que respuestas, lo cual puede provocar desconcierto ya que la trama no sigue una lógica exacta sino que extiende líneas argumentales abiertas a la interpretación del público. Es una propuesta ambiciosa que Villeneuve resuelve estilizando las formas y creando una estética de luces contrastadas y tonalidades amarillas, lo cual no resulta suficiente para dotar el conjunto de contenido. En muchos momentos, Enemy está a punto de convertirse en un artefacto decorativo que deja traslucir su profundidad sin que llegue a emerger, sepultada bajo capas de artificio. Esta sensación deliberada de querer rizar el rizo a través de una semántica que mezcla la trascendencia y el diseño permite que la película posea un gran atractivo y se siga con interés, pero también conlleva el riesgo de caer en una solemnidad algo hueca, a fuerza de exhibir gestos afectados y miradas al vacío.

En ocasiones Villeneuve bordea este límite, que salva la presencia siempre estimulante de Gyllenhaal, acompañado por las actrices Mélanie Laurent y Sarah Gadon. Los tres tratan de dar vida a unos personajes que rehúyen la empatía y participan del hermetismo del conjunto, filmado con la destreza habitual del director pero al que, tal vez, le hubiese beneficiado un poco más de cercanía y realismo para involucrar a la audiencia. Aún así, los amantes de resolver acertijos tienen aquí la oportunidad de saborear un caramelo de gusto intenso y duradero, en la película más críptica y esquiva de las realizadas por Denis Villeneuve hasta hoy.

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POLYTECHNIQUE. 2009, Denis Villeneuve

En la primera década del presente siglo, Denis Villeneuve era considerado uno de los cineastas más prometedores de Canadá, con una repercusión que iba creciendo en los festivales. Por eso en 2009 y recién cumplidos los cuarenta, el director ya se sentía seguro para acometer un proyecto que exigía audacia y compromiso, el cual recreaba un suceso trágico que había sacudido a la sociedad del país veinte años atrás: la matanza en la Facultad Politécnica de Montreal de manos de un joven perturbado por la aversión hacia las mujeres. Todas sus víctimas eran alumnas de la Escuela, a quienes disparó indiscriminadamente sembrando el terror en el centro. Esta selección arbitraria de las muertes y el hecho de que el asesino actuase movido por el odio y la intolerancia dan pie a Villeneuve para establecer un discurso feminista en el que residen las virtudes y, al mismo tiempo, los problemas que contiene la película.

Nada más comenzar, un rótulo avisa de que Polytechnique está basada en los testimonios de los supervivientes y de que los personajes que aparecen son inventados para preservar el respeto y la intimidad de los damnificados. La narración adopta tres protagonistas: el magnicida, una de las víctimas y un estudiante que vive atormentado por no haber hecho lo suficiente cuando irrumpió el terror. El guion los presenta mediante escenas que anteceden a la catástrofe, así como también hay momentos posteriores que ilustran las consecuencias. Todo ello expuesto en menos de ochenta minutos en los que se acusa cierto esquematismo y una voluntad demasiado evidente por parte del director de elaborar una parábola casi de tintes religiosos, en la que operan el bien, el mal, la culpa, la inmolación y el martirio de inocentes. Villeneuve expone el suceso como un moderno holocausto filmado en blanco y negro y con una elocuencia visual que sorprende, a veces incluso demasiado. Las capacidades del director son tan manifiestas que llegan a rozar el exhibicionismo, a veces de manera caprichosa mediante movimientos de cámara y angulaciones que hipnotizan al espectador sin aportar nada al relato. Esto no sucede siempre pero, cuando sucede, es demasiado llamativo, como si Villeneuve tuviera prisa por demostrar sus habilidades y llamar la atención del público, algo que logrará con justicia en su siguiente título, Incendies.

En su tercer largometraje, Denis Villeneuve ejercita un rico lenguaje estético relacionado siempre con el espacio, que pone énfasis en el encuadre, la profundidad de campo y el foco. La energía y la destreza que el director invierte en los aspectos técnicos no logran consistencia en el conjunto, un híbrido que mezcla la acción y el suspense de las secuencias de la masacre, con el alegato en favor de la igualdad contenido en la moraleja. De este modo, Polytechnique plantea el debate de si el fin justifica los medios a la hora de trasladar a la pantalla un argumento controvertido. Expresado en otras palabras: si la estilización de una denuncia contribuye a su legitimidad, y si simplificar el discurso es el precio a pagar para suscitar emociones en el espectador. Sea cual sea la respuesta, lo cierto es que Denis Villeneuve tuvo aquí la oportunidad de hacer una película relevante, que no termina de serlo por su afán de conmocionar al público mediante recursos un tanto obvios, que sin duda se hubieran beneficiado de una mayor complejidad y desarrollo. Aún así, cabe valorar la película por atreverse a ingresar en esa galería de los horrores a la que pertenecen títulos como Elephant, realizada un lustro antes, y con la posterior Utoya, que suple el feminicidio por la ideología política.

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PRISIONEROS. "Prisoners" 2013, Denis Villeneuve

Tras la repercusión internacional que obtiene con Incendies, Denis Villeneuve es requerido por Hollywood para aprovechar su capacidad de generar tensión dramática y escarbar en el perfil de los personajes. Ningún proyecto parece tan adecuado como Prisioneros, un thriller de gran intensidad que sustituye las escenas de acción por los conflictos personales y que tiene un componente religioso importante (o si se prefiere, espiritual) que coincide con los intereses desarrollados por el director a lo largo de su filmografía.

En su primer título filmado en los Estados Unidos, Villeneuve comienza a agrupar a un equipo integrado por el músico Jóhann Jóhannsson y el director de fotografía Roger Deakins, que se repetirá en algunas películas posteriores. Los tres contribuyen a crear una atmósfera de aire melancólico que contrasta con la energía de la narración y que se acerca, en ocasiones, al cine de terror por su estética tenebrista y por la oscuridad que envuelve a los personajes. Prisioneros es una película invernal en todos los sentidos, hace frío en sus imágenes. El tono mantenido por Villeneuve resulta perfecto para transmitir la inquietud de dos familias cuyas hijas han desaparecido sin dejar rastro en una pequeña población del estado de Georgia. En medio de la tragedia, hay dos personajes que adoptan protagonismo y que funcionan como caras de la misma moneda: el padre de una de las niñas y el agente al frente del caso. Ambos son obcecados y supersticiosos, aunque uno está regido por antiguos patrones de conducta masculina y otro se refugia en la ley para calmar sus demonios internos. Están interpretados respectivamente por Hugh Jackman y Jake Gyllenhaal, actores que realizan interpretaciones muy físicas y conducen el relato con sabiduría y entrega. Sus compañeros de reparto permanecen a la altura en todo momento: Viola Davis, Maria Bello, Terrence Howard y Paul Dano, entre otros nombres, completan el paisaje humano de la película, en un elenco acertado y compacto.

Tal y como suele ser habitual en este género de películas, la acumulación de detalles y lo intrincado de la historia hacen que el visionado sea muy sugestivo, a pesar de que el metraje alcanza los ciento cincuenta minutos de duración. El guion está sembrado de pistas falsas e inesperados giros que obligan a no relajar la atención, objetivo principal de Prisioneros. Así pues, Denis Villeneuve inaugura una nueva etapa en su filmografía entrando por la puerta grande, con el respaldo de unos inmejorables equipos técnico y artístico, y dispuesto a dejar su impronta dentro de una industria poco dada a los riesgos.

A continuación, el tema principal de la banda sonora compuesta por Jóhann Jóhannsson. Un buen ejemplo del minimalismo sinfónico que llevó a cabo el malogrado músico, capaz de expresar con pocos elementos la intriga que asedia a los personajes. Que lo disfruten:

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INCENDIES. 2010, Denis Villeneuve

La ficción toma caminos que parten siempre de la realidad. Así lleva sucediendo desde la época de los antiguos griegos: una gesta heroica o un acto abominable sirven para reflejar lo mejor y lo peor de la condición humana con el propósito de que el público reflexione, se entretenga y, en el mejor de los casos, sea capaz de responder a las preguntas que plantea el autor. Por eso lo importante no son las historias en sí, sino la manera de contarlas. El dramaturgo Wajdi Mouawad estrenó en 2003 la obra Incendies, una actualización de la tragedia clásica que adoptaba como trasfondo la guerra del Líbano y el drama contemporáneo de los refugiados. Unos años después, el cineasta Denis Villeneuve convierte el texto en un guion que él mismo traslada a la pantalla tras haber sido reconocido como una de las figuras emergentes de Canadá, su país de origen. La película le permite irrumpir en el panorama internacional e iniciar una carrera en Hollywood que dura hasta la fecha, haciéndose cargo de grandes proyectos no exentos de riesgo. Todos ellos tienen algo en común: la capacidad de impacto mediante tramas intensas e imágenes poderosas.
Filmada en diversas localizaciones de Quebec y Jordania, Incendies es, ante todo, una denuncia rotunda del horror y las secuelas ocasionadas por los conflictos bélicos. Según la intención de cada escena, Villeneuve es más o menos explícito al exponer unos actos marcados por la sinrazón, poniendo en práctica su habilidad para dosificar las tensiones en ascenso. Por eso Incendies se podría definir como un drama con estructura de thriller en el que las emociones llevan las riendas. La evolución de la película va desvelando el misterio que envuelve a los protagonistas a modo de fábula perversa, en un argumento prolijo que contiene numerosos escenarios y elipsis temporales. El carácter de los personajes deposita gran responsabilidad en los actores, un magnífico reparto en el que Lubna Azabal se deja la piel frente a la cámara. Su interpretación dota el conjunto de trascendencia, si bien no se trata de una película perfecta. El lenguaje visual empleado por Villeneuve en ocasiones abusa sin motivo de los primeros planos, así como se aprecian ciertas discordancias relacionadas con el videoclip, derivadas de la presencia de una canción de Radiohead dentro de la banda sonora. También hay algunos giros argumentales faltos de credibilidad (la transformación del personaje de Azabal, de víctima desconsolada a fría ejecutora en apenas dos planos). Son aspectos que debilitan la película sin herirla, puesto que sus virtudes brillan con fuerza: la sobriedad, el ritmo y las actuaciones hacen que Incendies tenga pegada y permanezca en la memoria del espectador. 
En resumen, el cuarto largometraje de Denis Villeneuve supone una diatriba en contra de las intransigencias y un alegato no solo en favor de la paz, sino también de la tradición narrativa que primero fue suceso, luego teatro y luego cine. Una vía opuesta a la que el director experimenta un año después en el cortometraje Rated R for nudity, de naturaleza vanguardista. Pueden verlo a continuación (epilépticos abstenerse). Que lo disfruten:
 
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LAS NIÑAS. 2020, Pilar Palomero


Antes de debutar como directora del largometraje Las niñas, Pilar Palomero trae consigo un amplio bagaje en diversas disciplinas cinematográficas: fotografía, guion, producción, montaje... solo así se explica la contundencia y la concisión que alcanza su opera prima. Una película con un fuerte anclaje en la realidad que retrata las experiencias de una generación de mujeres que hoy ha alcanzado la madurez y que entonces, a principios de los años noventa, eran niñas. El relato se remonta a la Zaragoza de aquella época, un tiempo contradictorio en el que conviven las misas de domingo con los desnudos del Interviú, discordancias que ganan peso en el entorno del colegio de monjas al que asisten las protagonistas.
Aunque la película parte de los recuerdos personales de Palomero y está localizada en escenarios concretos, logra adquirir un alcance universal gracias a la cercanía que mantiene con los personajes y a la desnudez de la propuesta: sin adornos ni elementos superfluos, todo cuanto se cuenta en Las niñas tiene un sentido narrativo que rehúye las evidencias y confía en la intuición del espectador. Es, por lo tanto, un film participativo que sugiere más que muestra, lo cual convierte el visionado en un ejercicio estimulante. La directora opta por un lenguaje visual sobrio, situando la cámara a la altura de los ojos y con composiciones que definen la sensación de aislamiento de Celia, la niña protagonista. Algo que favorece el formato casi cuadrado de 4:3, al evitar los planos de conjunto. La música que suena es diegética y el tratamiento del sonido incide en el carácter verídico de la historia... pero no solo hay rigor ni austeridad formal: la película también contiene ciertos recursos expresivos que refuerzan el drama, bien sea mediante la iluminación (mayormente naturalista) o bien con movimientos de cámara (el más llamativo es el plano secuencia de Celia entrando en el colegio cuando siente malestar).
Todos estos detalles técnicos no valen de nada si lo que hay delante de la lente no transmite verdad. Y aquí es donde Las niñas alcanza cotas muy altas, ya que el reparto de la película es perfecto en su elección e interpretación. El talento consolidado de Natalia de Molina, quien encarna a la madre de Celia, se complementa con la frescura de las jovencísimas actrices que por primera vez hacen su aparición en la pantalla, un numeroso grupo en el que Andrea Fandós asume la máxima responsabilidad. Su labor es uno de esos raros milagros que suceden de cuando en cuando en el cine, mezcla de una búsqueda exhaustiva y de una presencia con hechuras de veterana. El peso de la película descansa sobre su mirada insondable, capaz de aguantar la abundancia de primeros planos hasta desembocar en una escena final que dejará huella en los espectadores sensibles.
Las niñas está conformada por pequeñas piezas que adquieren relevancia en su plenitud, cuando los momentos cotidianos y de intimidad revelan la naturaleza de la película, que no es otra que el camino hacia la madurez. Un argumento que se ha expuesto un millón de veces antes, pero que en Las niñas logra una de sus representaciones más auténticas. Hay que celebrar este título iniciático en la carrera de Pilar Palomero, un nombre a tener en cuenta en adelante.

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ESTOY PENSANDO EN DEJARLO. "I'm thinking of ending things" 2020, Charlie Kaufman

"Solo en las misteriosas ecuaciones del amor se puede encontrar una razón lógica". Esta frase, expresada en un diálogo de Estoy pensando en dejarlo, comprime muchos de los enigmas que guarda el tercer largometraje dirigido por Charlie Kaufman. Un paso más por los laberintos temporales que jalonan su recorrido cinematográfico, poblado de seres en plena quiebra emocional que buscan desanudar sus traumas y recuperar la inocencia perdida. Es el caso de la protagonista del film, quien emplea las palabras del título como una letanía para convencerse de que debe dejar a su novio. Ambos emprenden un viaje en coche para visitar la granja donde viven los padres de él, a través de la ventisca helada y los pensamientos exteriorizados con la voz en off de ella. Es fácil establecer comparaciones entre las agitaciones climáticas y sentimentales, puesto que la ambientación de la película influye directamente en la acción. El origen literario que aporta la novela homónima de Ian Reid se hace más evidente en la primera parte del guion, que poco a poco se va bifurcando en un complicado ejercicio narrativo en el que los personajes se proyectan entre sí mezclando el pasado, el presente y el futuro, a la vez inmersos en espacios que representan sus miedos y contradicciones. Por eso los escenarios cobran gran importancia y adquieren una densidad dramática, a veces por identificación y otras por contraste. Basta contemplar el comienzo del film, con una sucesión de imágenes de interior que ilustran el estado anímico de la protagonista (de nombre cambiante) a modo de representación visual de su personalidad.
Cada detalle de Estoy pensando en dejarlo esconde un significado que muchas veces no atiende a la lógica que se le presupone a un guion estructurado, sino que apela a la interpretación de unas sensaciones o de la atmósfera que recorre la película, capaz de envolver al espectador. Por eso no es una película fácil, puede resultar hermética en algunos momentos y requiere conocer ciertos códigos y películas como Una mujer bajo la influencia, de John Cassavetes, que tiene una presencia importante en la trama.
La propuesta de Kaufman se aleja de los convencionalismos y sitúa al público en un lugar extraño, a medio camino entre la imaginación y los recuerdos, una dimensión donde la melancolía lo gobierna todo, hasta el humor. El director emplea las herramientas a su alcance para generar el particular tono que luce la película: la fotografía fría y apagada de Lukasz Zal (filmada en formato de 4:3), la música delicada y muy escasa de Jay Wadley, el montaje de Robert Frazen... pero los que asumen los principales riesgos son los actores, en especial Jessie Buckley, Jesse Plemons, Toni Collette y David Thewlis. La primera de ellos realiza una interpretación digna de estudio, llena de matices y con la expresividad siempre adecuada, teniendo en cuenta que su personaje oculta bajo la superficie el misterio que da sentido al film.
Un misterio que conviene desvelar bajo el criterio de cada espectador, puesto que no hay una explicación clara e inequívoca de lo que acontece en la pantalla. Circulan teorías de todo tipo, algunas de ellas reveladas por el propio Charlie Kaufman (al parecer exigidas por su contrato con Netflix) pero al igual que sucede con otros cineastas como David Lynch, lo mejor es dejarse arrastrar por la corriente de imágenes, palabras y emociones que sugiere Estoy pensando en dejarlo. Una película atípica y exigente, con capacidad para fascinar a unos espectadores e irritar a otros, pero que en ningún caso deja indiferente. Teniendo en cuenta el poco riesgo que se practica en las carteleras, este motivo debería ser suficiente para considerar importante el film, una muestra más de la compleja personalidad de su autor.




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