La escena que abre la película marca el tono general, con una sucesión de imágenes oníricas muy sofisticadas que funcionan como una alegoría de los deseos y los miedos ocultos del personaje principal, bifurcado en dos. Sin duda es un prólogo llamativo que pone en alerta al espectador: Enemy huye de lo convencional y trata de crear una atmósfera que confunde la realidad, la imaginación y el recuerdo. Un reto al alcance de cineastas con capacidades visuales como Villeneuve, que se emplea a fondo en la envoltura de la película sembrando pistas y elementos iconográficos que el espectador deberá descifrar como quien resuelve un enigma. Se trata de un film que ofrece más preguntas que respuestas, lo cual puede provocar desconcierto ya que la trama no sigue una lógica exacta sino que extiende líneas argumentales abiertas a la interpretación del público. Es una propuesta ambiciosa que Villeneuve resuelve estilizando las formas y creando una estética de luces contrastadas y tonalidades amarillas, lo cual no resulta suficiente para dotar el conjunto de contenido. En muchos momentos, Enemy está a punto de convertirse en un artefacto decorativo que deja traslucir su profundidad sin que llegue a emerger, sepultada bajo capas de artificio. Esta sensación deliberada de querer rizar el rizo a través de una semántica que mezcla la trascendencia y el diseño permite que la película posea un gran atractivo y se siga con interés, pero también conlleva el riesgo de caer en una solemnidad algo hueca, a fuerza de exhibir gestos afectados y miradas al vacío.
En ocasiones Villeneuve bordea este límite, que salva la presencia siempre estimulante de Gyllenhaal, acompañado por las actrices Mélanie Laurent y Sarah Gadon. Los tres tratan de dar vida a unos personajes que rehúyen la empatía y participan del hermetismo del conjunto, filmado con la destreza habitual del director pero al que, tal vez, le hubiese beneficiado un poco más de cercanía y realismo para involucrar a la audiencia. Aún así, los amantes de resolver acertijos tienen aquí la oportunidad de saborear un caramelo de gusto intenso y duradero, en la película más críptica y esquiva de las realizadas por Denis Villeneuve hasta hoy.