LAS NIÑAS. 2020, Pilar Palomero


Antes de debutar como directora del largometraje Las niñas, Pilar Palomero trae consigo un amplio bagaje en diversas disciplinas cinematográficas: fotografía, guion, producción, montaje... solo así se explica la contundencia y la concisión que alcanza su opera prima. Una película con un fuerte anclaje en la realidad que retrata las experiencias de una generación de mujeres que hoy ha alcanzado la madurez y que entonces, a principios de los años noventa, eran niñas. El relato se remonta a la Zaragoza de aquella época, un tiempo contradictorio en el que conviven las misas de domingo con los desnudos del Interviú, discordancias que ganan peso en el entorno del colegio de monjas al que asisten las protagonistas.
Aunque la película parte de los recuerdos personales de Palomero y está localizada en escenarios concretos, logra adquirir un alcance universal gracias a la cercanía que mantiene con los personajes y a la desnudez de la propuesta: sin adornos ni elementos superfluos, todo cuanto se cuenta en Las niñas tiene un sentido narrativo que rehúye las evidencias y confía en la intuición del espectador. Es, por lo tanto, un film participativo que sugiere más que muestra, lo cual convierte el visionado en un ejercicio estimulante. La directora opta por un lenguaje visual sobrio, situando la cámara a la altura de los ojos y con composiciones que definen la sensación de aislamiento de Celia, la niña protagonista. Algo que favorece el formato casi cuadrado de 4:3, al evitar los planos de conjunto. La música que suena es diegética y el tratamiento del sonido incide en el carácter verídico de la historia... pero no solo hay rigor ni austeridad formal: la película también contiene ciertos recursos expresivos que refuerzan el drama, bien sea mediante la iluminación (mayormente naturalista) o bien con movimientos de cámara (el más llamativo es el plano secuencia de Celia entrando en el colegio cuando siente malestar).
Todos estos detalles técnicos no valen de nada si lo que hay delante de la lente no transmite verdad. Y aquí es donde Las niñas alcanza cotas muy altas, ya que el reparto de la película es perfecto en su elección e interpretación. El talento consolidado de Natalia de Molina, quien encarna a la madre de Celia, se complementa con la frescura de las jovencísimas actrices que por primera vez hacen su aparición en la pantalla, un numeroso grupo en el que Andrea Fandós asume la máxima responsabilidad. Su labor es uno de esos raros milagros que suceden de cuando en cuando en el cine, mezcla de una búsqueda exhaustiva y de una presencia con hechuras de veterana. El peso de la película descansa sobre su mirada insondable, capaz de aguantar la abundancia de primeros planos hasta desembocar en una escena final que dejará huella en los espectadores sensibles.
Las niñas está conformada por pequeñas piezas que adquieren relevancia en su plenitud, cuando los momentos cotidianos y de intimidad revelan la naturaleza de la película, que no es otra que el camino hacia la madurez. Un argumento que se ha expuesto un millón de veces antes, pero que en Las niñas logra una de sus representaciones más auténticas. Hay que celebrar este título iniciático en la carrera de Pilar Palomero, un nombre a tener en cuenta en adelante.