El globo blanco. "Badkonake sefid" 1995, Jafar Panahi

Jafar Panahi exhibe, en su ópera prima, los preceptos que hicieron del cine iraní un distintivo dentro del panorama cinematográfico internacional: Actores no profesionales, historias sencillas, escenarios naturales y un costumbrismo austero y directo que sedujo en festivales a críticos con pedigrí. Siguiendo los pasos de su maestro Abbas Kiarostami, responsable del guión de esta película, Panahi recupera el neorrealismo de "El ladrón de bicicletas" para esbozar, con un argumento mínimo, el paisaje social y a pie de calle de la ciudad de Teherán. Ya sea cine disfrazado de documental o documental disfrazado de cine, lo cierto es que "El globo blanco" conmueve por su falta de pretensiones y porque es capaz de convertir un ejercicio aparentemente anticinematográfico en un entretenimiento apasionante, un espectáculo sobre la realidad. No hay que olvidar que esta clase de fábulas llegadas del medio oriente se prestan a interpretaciones de todo tipo, y en ocasiones las imágenes de un relato aparentemente nimio ocultan la crítica a un sistema que prohíbe las imputaciones directas, obligando a autores como Panahi o Ghobadi a practicar el arte del escamoteo. Se trata de velar acusaciones que de otro modo resultan imposibles, aunque la sensación que "El globo blanco" reserva al espectador es la de recuperar el placer puro y antiguo del cuento contado con sencillez.
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Obsesión. "Ossessione" 1943, Luchino Visconti

"Obsesión" pasa por ser la película que inauguró uno de los movimientos fundamentales en la historia del cine, el neorrealismo italiano. Además, fue la primera obra que dirigió Luchino Visconti, uno de sus autores más importantes. Ninguno de estos dos hechos fundacionales afecta al resultado de este gran film. El pulso tras la cámara de Visconti es el de un veterano lleno de energía y dinamismo, un prodigio de planificación que extrae toda su fuerza de los primero planos y que juega con la profundidad y los decorados a la manera elegante de sus mejores películas. Los actores Clara Calamai y Massimo Girotti saben transmitir la atracción necesaria para que se convierta en el motor de la historia, la obsesión del título como puerta hacia la fatalidad, que tanto sería aprovechada en versiones posteriores declaradas ("El cartero siempre llama dos veces") como en las no declaradas ("Perdición", "El hombre que nunca estuvo allí"). A pesar de todo, el punto flaco de "Obsesión" reside en un guión exhaustivo y cargado de detalles, que en su parte final se pierde en divagaciones y da vueltas sobre sí mismo estirando la trama hasta lo imposible. Una lástima que aleja a esta película de la excelencia para situarla en un ejercicio de cine apabullante, lleno de atractivos, pero que deja en el espectador una sensación final de hastío y de desaprovechamiento.
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Eros. 2004, Michelangelo Antonioni, Steven Soderbergh, Wong Kar-Wai

Fue en la década de los cincuenta, y sobre todo de los sesenta, cuando surgieron las películas con capítulos, aquellas que aunaban los trabajos de uno o más directores en torno a un tema en común. Este formato se ha ido manteniendo con los años con mayor o menor fortuna, dando lugar a producciones tan interesantes como irregulares. El motivo es que en un mismo film se suelen congregar pequeñas joyas cinematográficas junto a piezas de bisutería carentes de atractivo, bajo el pretexto de una unidad temática, argumental o de estilo. "Eros" es un ejemplo paradigmático que cuenta con un planteamiento ciertamente prometedor, reunir a tres directores de diferentes partes del planeta y con carreras fuera de toda duda, el italiano Michelangelo Antonioni, el norteamericano Steven Soderbergh y el chino Wong Kar-Wai, para completar un retrato conjunto del amor y el erotismo, de las relaciones afectivas desde distintos puntos de vista. El hecho de que el elemento de unión temática resulte más una excusa que un objetivo, obliga a tener en cuenta cada episodio por separado, pues en nada se relacionan unos con otros.
Para empezar, es triste constatar que el último trabajo del gran Antonioni derive en un ejercicio tan decepcionante como el que aquí se expone. El director parece parodiarse a sí mismo en un relato anodino y autocomplaciente, una engolada vacuidad falta del poder de fascinación que Antonioni demostró a lo largo de su filmografía.
"Eros" levanta el vuelo gracias a la eficiente labor de Soderbergh, que presenta una deliciosa comedia tremendamente estilizada, cuyo guión y realización resuelve con inteligencia y que cuenta con dos actores que bordan sus papeles, Alan Arkin y Robert Downey Jr. Un divertimento muy ingenioso que recupera al Soderbergh más brillante.
El tercer y último capítulo de "Eros" es el que aporta entidad cinematográfica al conjunto y asume el reto de este proyecto con mayor nitidez. De alguna manera, esta historia escrita y rodada por Wong Kar-Wai que lleva por título "La mano" es la que mejor asimila el espíritu de "Eros". Cine de envergadura, donde la estilización característica del director toca el cielo y se convierte en un ejercicio de plena sofisticación. Se trata del Wong Kar-Wai de las imágenes depuradas y del relato hipnótico, porque "La mano" es una pieza de orfebrería, un capricho barroco y deslumbrante tan triste como bello. Esta historia permitirá la trascendencia de una película, "Eros", aquejada de indefinición, una obra a tres manos que cae en el error común de no establecer diálogo alguno entre sus componentes, pero donde resaltan el talento del mejor Wong Kar-Wai, la agudeza de un sorprendente Steven Soderbergh y el aliento postrero de un Antonioni que nunca debió involucrarse en un proyecto que él mismo auspició.
A continuación, un ejemplo del cuidado diseño de producción de "Eros", con una de las secuencias que sirve para separar un capítulo de otro. Las pinturas son del gran ilustrador italiano Lorenzo Mattotti, mientras que la canción corre a cargo de Caetano Veloso. Una bellísima composición que lleva por título "Michelangelo Antonioni". Sirva como homenaje para el maestro.

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Sin conciencia. "The enforcer" 1951, Bretaigne Windust, Raoul Walsh

Una joya que cuenta con elementos suficientes para seducir a los amantes del género negro: un relato intrincado, cargado de electricidad, una galería fascinante de personajes, y Humphrey Bogart. El director británico Bretaigne Windust hubo de ser sustituido durante el rodaje por el maestro Raoul Walsh, un hecho que sin duda benefició al resultado final y convirtió un discreto producto de género en un vigoroso ejercicio narrativo que el siempre eficaz Walsh condujo con el pulso firme y conciso que la historia requería. Mediante una estructura de cajas chinas que ocultan siempre otras en su interior, la trama consigue desarrollarse con fluidez sin que el espectador pierda el interés en ningún momento, a pesar de los sucesivos saltos en el tiempo que el guión de Martin Rackin resuelve con eficacia. La acción avanza sin descanso y la multitud de personajes evoluciona en torno a Bogart, que ejerce además las labores de producción, y está magnífico en su papel de capitán de policía que lucha a contrarreloj por resolver un caso mucho más complejo de lo que parecía en un principio. La música de David Buttolph, la fotografía de Robert Burks y la fabulosa dirección de actores terminan de redondear el conjunto. Seca como un licor de alta graduación, directa como un disparo a bocajarro y turbia como una bocanada de humo en blanco y negro, "Sin conciencia" es un ejemplo del mejor cine negro, aquel que se sirve de las claves de un género de ficción para mostrar las miserias de la realidad y el lado menos amable del sueño norteamericano.

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Conocerás al hombre de tus sueños. "You will meet a tall dark stranger" 2010, Woody Allen

En ningún otro autor como en Woody Allen se aprecia mejor la dicotomía entre el escritor y el director de cine, hasta tal punto que puede afirmarse que Allen es un literato que filma con su pluma y un cineasta que escribe con la cámara. "Conocerás al hombre de tus sueños" es un ejemplo modélico, ya que se trata de una película recorrida de principio a fin por la literatura. Desde la cita de Shakespeare que abre la película hasta la voz en off que invita, al final, a cerrar el cuento, pasando por todas las referencias argumentales, narrativas y de personajes que pueblan sus imágenes, el enésimo trabajo de Allen funciona como una fábula antigua en tiempos modernos con personajes que poseen el don de la intemporalidad. A ello contribuye el extenso reparto que, como es habitual, amolda el rostro perfecto para cada papel, además de un ritmo y de un sentido del relato que permiten que "Conocerás al hombre de tus sueños" se siga con diversión, interés y congoja. Porque como también es costumbre en el cine de Allen, esta película disfrazada de comedia ligera invita detrás de sus ingenios a la reflexión. Y la metáfora, aunque deje una sonrisa en la boca del espectador, resulta tan reveladora como dolorosa. Woody Allen vuelve a hacer cierta la vieja fórmula de que comedia mas tiempo equivalen a drama. En este caso, como en tantos otros, el orden de los factores no altera el producto de una obra que si bien no ofrece novedades respecto a películas anteriores de Allen, tiene la virtud de presentar historias que ya se han visto antes como si fuesen nuevas. Porque al final, el director continua haciendo variaciones sobre los mismos temas y demostrando esa capacidad que le corresponde casi en exclusiva para reaprovechar los mismos materiales sin agotarlos. Como sólo los buenos directores y los buenos escritores saben hacer.

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Still walking (Caminando). "Aruitemo, aruitemo" 2008, Hirokazu Kore-Eda

Hermosa película que bebe de las fuentes de maestros como Ozu, y utiliza sus mismas herramientas para provocar la emoción. Esto es, la honestidad en su sentido más amplio para retratar a los personajes, para describir situaciones y para detener el tiempo entre un fotograma y otro. Kore-Eda, al igual que sus antecesores, no juzga a sus criaturas ni interfiere en sus acciones, deja que los avatares de la cotidianidad se posen frente a su cámara para completar un paisaje del natural que por momentos parece espontáneo cuando responde, inevitablemente, a una atenta elaboración. Ese es el milagro que Still walking ofrece, hacer parecer lo difícil como fácil y lo trascendental como liviano. Kore-Eda lo consigue gracias a los elementos que conforman el film, desde la cuidada fotografía hasta la bella banda sonora, dándole especial importancia al trabajo con los actores. Son ellos, en definitiva, los que hacen grande a esta película. El dibujo preciso y austero que hacen de sus personajes establece un diálogo silencioso, casi confidente, con el público, en un prodigio de naturalidad que impregna cada imagen de esa materia que tantos autores buscan y pocos encuentran: la verdad. Verdad narrativa, verdad descriptiva y verdad emocional en una película que recoge el testigo de obras importantes del pasado como si el futuro siempre hubiera estado ahí.
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La casa de bambú. "House of bamboo" 1955, Samuel Fuller

Dentro del cine negro existe un subgénero de larga tradición cuyas posibilidades se siguen explorando hoy en día, las películas de infiltrados, entre las cuales "La casa de bambú" ocupa un lugar preeminente. El hecho de trasladar su intriga policíaca a decorados tan alejados de los habituales como las calles de Tokyo, confiere a la película originalidad y una cualidad fascinante, la de integrar perfectamente los escenarios naturales con el desarrollo de la acción, algo que la emparenta con films míticos como "El tercer hombre" o "Noche en la ciudad". Para ello, Samuel Fuller sabe potenciar los méritos de un guión ajustado, bien medido y bien dialogado, a través de una realización rica, dinámica y sin aspavientos, que se ve favorecida por una impecable factura técnica. Hay en "La casa de bambú" una ejemplar utilización del cinemascope, lo que permite que la magnífica fotografía de Joseph McDonald brille con luz propia. Dentro del eficaz reparto sobresale la labor de un inolvidable Robert Ryan, capaz de crear un personaje multidimensional con los recursos adecuados, un volcán dormido que amenaza con erupcionar en cualquier momento dilatando la tensión de cada escena hasta el final. Sin duda, "La casa de bambú" es una de las grandes obras del cine negro, todo un derroche del vigor y de la fuerza narrativa de un cineasta, Samuel Fuller, en plenitud de facultades.

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