La sal de la tierra. "The salt of the earth" 2014, Wim Wenders y Juliano Ribeiro Salgado

Desde el inicio de su carrera, Wim Wenders ha alternado la ficción con el documental según la naturaleza de cada proyecto. Lejos queda la época en que la mirada del director era considerada como una de las más personales del nuevo cine alemán crecido tras la posguerra. Con el tiempo, sus películas de ficción han ido vaciándose progresivamente de contenido y atemperando la iconoclasia de su discurso. No le ha sucedido lo mismo con los documentales. Buena Vista Social Club, Pina o La sal de la tierra suponen algunos de los momentos más felices en la filmografía de Wenders, quien parece haber encontrado en la realidad esos atributos de los que adolecen sus recientes films de ficción: la inspiración y el empuje creativo.
La figura de Sebastião Salgado centra el argumento de La sal de la tierra, un recorrido apasionante por la personalidad y la obra de un fotógrafo en el que ambos términos aparecen unidos. La incidencia de lo vivido en el trabajo y viceversa es condición de los artistas íntegros, y Salgado ha demostrado serlo a lo largo de cuarenta años de profesión. Su perfil humanista le emparenta con otros ilustres fotógrafos como Robert Capa o Henri Cartier-Bresson, tipos que aprendieron a mirar el mundo con ojos nuevos. La cámara de Salgado ha sido testigo de algunos de los conflictos más dramáticos de las últimas décadas del siglo XX, sin embargo, tanto Wenders como Juliano Ribeiro Salgado, hijo mayor del fotógrafo, tienen buen cuidado de no abrumar al público ni de saturar la pantalla con cantidades ingentes de desgracias. Por supuesto ahí están los desastres de Ruanda, Sarajevo o Kuwait, pero finalmente la película recurre al último de los grandes proyectos de Salgado, Génesis, homenaje del autor a la belleza natural del planeta. El mensaje final de La sal de la tierra es de esperanza y, sobre todo, de compromiso, una palabra que sobrevuela la totalidad del metraje.
Decía Ramón Gómez de la Serna que "el ideal del aficionado a la fotografía es poseer la mejor máquina para hacer fotografías de miserables". Sebastião Salgado no es ningún aficionado ni tampoco pretende hacer exhibición de la tristeza, más bien lo contrario. Su lente tiene el don de dignificar cuanto retrata, o por lo menos de no banalizarlo. Tras sus rasgos de esfinge brasileña se congregan el artista, el antropólogo, el denunciante, el naturalista y el hombre afectado por un entorno siempre en movimiento. Obras como Trabajadores o Éxodos dan fe de ello.
Wenders y Ribeiro Salgado son capaces de condensar todas estas facetas a lo largo de cien minutos en los que se suceden fotografías, material de archivo, trabajo de campo y declaraciones a cámara del propio Salgado. Todo bellamente filmado y montado, con una narración tan intensa como la más elaborada de las ficciones. En suma, una película importante que tiene el valor de documentar a un humanista ejemplar, un artista que siempre vio en las personas la sal de la tierra.

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El secuestro de Michel Houellebecq. "L'enlèvement de Michel Houellebecq" 2014, Guillaume Nicloux

Corría el año 2011, cuando la repentina desaparición de Michel Houellebecq durante la gira de promoción de una de sus novelas hizo que se propagaran toda clase de rumores. Una multitud dividida entre admiradores y detractores especulaba sobre el paradero del escritor, los primeros con preocupación y los segundos frotándose las manos. Entre las hipótesis que se barajaban estaba la del secuestro. 
Tres años después, el director Guillaume Nicloux recupera esta anécdota y la convierte en material para una película de ficción en la que interviene el propio Houellebecq como protagonista. El secuestro de Michel Houellebecq conjetura con lo que podría haber pasado en aquellos días si la vida tuviese un guionista ingenioso y con sentido del humor. El film desde luego lo tiene.
Nicloux sale indemne de los retos que plantea la película, el primero de ellos conjugar a la persona de Houellebecq con el personaje. El escritor se presenta en la pantalla fiel a sí mismo sin desdeñar los mecanismos de la invención, y además lo hace con naturalidad y una sencillez cuidadosamente estudiada. Todo cuanto sucede en la película parece fruto de la espontaneidad, y sin embargo, todo resulta intencionado y coherente. Incluso el Houellebecq polemista e incómodo se muestra cercano, casi entrañable, en su encarnación cinematográfica. No se trata de un lavado de imagen, al contrario: el espectador puede sorprenderse al descubrir a un literato vulnerable que trata de convivir con sus compulsiones y al que le preocupa más la posesión de un mechero que la de su libertad.
El segundo reto que asume el film es el de conjugar la crónica del secuestro, la digresión filosófica y la comedia burda, en una amalgama que juguetea con lo real y lo falso. Más que una víctima, Houellebecq aparece como un espectador privilegiado de su propio cautiverio. La galería de personajes que le rodea conforma un paisaje humano variopinto, entre lo común y lo excéntrico, como una familia postiza que deja en evidencia las virtudes y las debilidades del autor de Plataforma. La capacidad que demuestra Houellebecq de reírse de sí mismo es sin duda lo mejor de una película que no sólo satisfará a sus lectores habituales, sino también al público que piense que inteligencia y comedia no son términos contrapuestos.

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Mud. 2012, Jeff Nichols

Jeff Nichols continúa subiendo peldaños en su trayectoria como director. Tras haber despertado el interés de la crítica con Take shelter, Nichols afronta una historia tan distinta en sus planteamientos como semejante en su voluntad de representar un mundo propio. Mud es la reválida de Nichols, la confirmación de su capacidad para observar paisajes conocidos desde perspectivas diferentes, aunando en sus fotogramas tradición y modernidad.
El aroma que desprende esta película es el mismo que emana de los relatos de Mark Twain o Jack London, por citar a dos autores norteamericanos que vincularon estrechamente a sus personajes con el entorno en el que se movían. La mirada de Nichols sobre el Sur que se baña en los márgenes del río Mississippi condiciona a los protagonistas de Mud, tanto como sus acciones. 
La película narra el encuentro en una pequeña isla de dos muchachos con un prófugo que se esconde de su pasado, relación que traza el mapa mitológico de una época y de un lugar. Se trata de cine de personajes, cine que tiene en el intercambio de palabras y de miradas su razón de ser. La naturalidad de los niños y su interpretación interiorizada se empasta a la perfección con el trabajo expansivo de Matthew McConaughey, alma máter del film cuyo personaje impregna de carisma la narración. Con la madurez, el actor se ha desprendido del sempiterno papel de galán para ensanchar sus registros dramáticos y entrar en la fase más estimulante de su irregular carrera. Personajes como el que interpreta en Mud dan la medida de su talento, amplificado por sus compañeros de reparto Resse Witherspoon y Sam Shepard.
Los excesos de McConaughey encuentran freno en la dirección ajustada de Jeff Nichols, cineasta que escribe con la cámara y filma con el guión en la mano. El perfecto mecanismo que mueve la trama corre parejo a la evolución de los personajes y de las situaciones. Eso es Mud: un eficaz entretenimiento que oculta en su sencillez la complejidad de las cosas hechas con razón y sentimiento. Nichols tiene mucho que contar en adelante.
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A propósito de Llewyn Davis. "Inside Llewyn Davis" 2013, Joel y Ethan Coen

Si hay algo que caracteriza el cine de los hermanos Coen es la fatalidad. Ya sean gangsters o peluqueros, cowboys o policías, sus personajes aparecen marcados por un destino del que pocas veces consiguen escapar. Solamente la comedia alivia el pesimismo que transpiran sus películas y hace soportables los diálogos más lacerados. Una comedia negra, por supuesto, que define a los Coen como unos nihilistas con sentido del humor. Este espíritu se refleja como pocas veces en A propósito de Llewyn Davis, crónica amarga de un aspirante a estrella del folk que pasa sus días entre garitos oscuros y sillones prestados, esperando una oportunidad en el Greenwich Village de los años sesenta.
La historia contiene material para una tragedia, sin embargo, la distancia con la que se abordan las penalidades de Davis y la ironía de las situaciones más escabrosas permiten que el film camine a ras del suelo, sin llegar a arrastrarse por el barro. Cuando parece que los directores se ensañan con su personaje, éste coge su guitarra y se hace valer con humildad y belleza. Llewyn Davis está inspirado en la figura brumosa de Dave Van Ronk, artista prototípico cuyas peripecias coinciden con las de un batallón de malheridos cantantes, entre los que Dylan se erigió como profeta. Al final de la película ambos cruzan sus pasos en el Gaslight Cafe, templo de la bohemia neoyorquina, en una alegoría perfecta del caldo musical que se cocinaba en aquellos tiempos.
El actor Oscar Isaac hace creíble con naturalidad y economía de gestos la desazón del protagonista, además de interpretar convincentemente las canciones que suenan en el film. Isaac está bien pertrechado por un amplio elenco en el que se asoman los rostros de Carey Mulligan, John Goodman o F. Murray Abraham, entre muchos otros. Cada uno de ellos depositando una palada sobre el féretro artístico de Davis, en un mosaico despiadado y certero acerca de las dificultades que atraviesa cualquier creador en ciernes.
La fotografía invernal de Bruno Delbonnel y el cuidado diseño de producción acentúan el verismo de esta película que ocupa un lugar extraño en la filmografía de los hermanos Coen. A propósito de Llewyn Davis no pertenece al conjunto de sus grandes obras, pero tiene el aroma y el encanto de las flores raras.
A continuación, la interpretación que Oscar Isaac hace de Hang me, oh hang me al inicio de la película. Intimidad y sentimiento folkie para una bonita balada de Dave Van Ronk. Relájense y disfruten:

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Orígenes. "I Origins" 2014, Mike Cahill

Tres años después de debutar con Otra tierra, el director Mike Cahill retoma la ficción científica en una película cuya ambición empieza desde el propio título. Orígenes trata, ni más ni menos, de desentrañar un posible vínculo entre la psique y el alma a través de los ojos. Dicho así puede sonar a charlatanería new age, y de hecho la película pisa en algunos momentos este resbaladizo terreno. Lo que permite que Orígenes se siga con emoción e interés son los constantes quiebros en el guión, más numerosos y menos prudentes de lo necesario. Ahí reside el encanto de este film kamikaze: en su falta de prejuicios a la hora de abordar cuestiones espinosas como la reencarnación, el concepto de espiritualidad y el eterno debate entre ciencia y religión.
Cahill azuza el imaginario no sólo desde la escritura, sino también a través de una dirección detallista e inspirada que juega con el misterio. Esta sensación se ve reforzada por el montaje del director y por la cuidada estilización de las imágenes. El trabajo de Cahill recuerda en ocasiones al de Michel Gondry o Spike Jonze, cineastas con los que comparte una mirada propia y un particular sentido de la atmósfera.
Sin embargo, la película provoca más riesgos que los que sabe asimilar. Se suceden tantos saltos mortales durante la narración del film, que Cahill se ve forzado a justificar sus ocurrencias mediante escenas demasiado funcionales que restan espontaneidad al conjunto. El armazón argumental de Orígenes se levanta como un castillo de naipes que tiembla con cada sacudida del guión, y causa algunas incoherencias como la escena en el ascensor del hotel entre el protagonista y el extraño servidor de Dios. ¿Cuál es el objetivo de este encuentro, contrastar una vez más las diferencias entre la razón y la fe? De ser así, la película recae en el mensajismo y en la insistencia del director por clarificar las brumas de un guión algo confuso y con aspiraciones trascendentales. Tal vez mayor humildad y concreción hubiesen ayudado a redondear una película que, precisamente por sus escollos, debe ser tenida en cuenta.
En suma, Orígenes resulta imaginativa y estimulante, pero no es el gran film que aspira a ser porque se empeña demasiado en serlo. Tampoco los actores Michael Pitt, Brit Marling y Astrid Bergès-Frisbey logran despegar a sus personajes del estricto perfil bajo el que han sido creados, a pesar del esfuerzo y de la voluntad que ponen en transmitir humanidad y emoción. Emoción: esa es la palabra clave. No se puede alcanzar una emoción real si los sentimientos que la empujan no son reales, y Orígenes sufre el exceso de cálculo y premeditación. Mayor frescura hubiese beneficiado a esta película de la que se debe reconocer su valentía y su capacidad para plantear preguntas complejas. Y esto ya es mucho.
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UNDER THE SKIN. 2013, Jonathan Glazer

Lo que define al cine independiente no es el presupuesto, sino la actitud. Por eso las películas reconocidas bajo esa denominación comparten una serie de códigos no escritos acerca del afán rupturista, la voluntad de transgresión y los riesgos narrativos y estéticos. Las fronteras que separan lo que es cine independiente de lo que no lo es a veces resultan difusas, sin embargo, hay películas que no ofrecen dudas. Under the skin es una de ellas.
Transcurrida casi una década desde su anterior film, Jonathan Glazer vuelve a asumir las labores de dirección en este extraño ejercicio de estilo que se atreve a subvertir antiguas fórmulas de género. Películas sobre visitas alienígenas se han hecho muchas, pero ninguna se parece a Under the skin. La extraterrestre en cuestión adopta los rasgos de una Scarlett Johansson hierática, casi esculpida en piel. Sí, esta es la película en la que aparece desnuda. Cualquiera le regalaría nuestro planeta, pero que nadie busque erotismo ni concesiones a la taquilla: aunque los fines de la extraterrestre que interpreta sean poco amistosos, el argumento huye de la parafernalia propia de la ciencia ficción y opta por un lenguaje introspectivo. El devenir de este hermoso ser espacial se produce de forma callada y serena, como el cebo que se ofrece a los incautos que creen haber encontrado en ella su noche de suerte.
El guión de Under the skin asume una mecánica basada en la repetición de escenas, algo que sin duda incomodará a los espectadores impacientes. Es una película que requiere cierta dedicación, sobre todo hasta la llegada en el tercer acto del quiebro que alborotará todo lo visto anteriormente. Incluso entonces el film conserva ese aire enrarecido que la vuelve tan particular, tan al límite de sus propuestas. Glazer salta al vacío de la mano de Johansson y en ese tránsito se producen destellos de genialidad, como la manera en que las víctimas son atrapadas, y verdaderos actos suicidas, como el episodio con el afectado por neurofibromatosis.
La película consigue transmitir una sensación constante de inquietud, en parte gracias al peculiar sentido de la atmósfera que Glazer imprime en cada escena. El hecho de haber situado la acción en Escocia, con sus paisajes verdes y lluviosos, las casas bajas y las discotecas en el extrarradio refuerzan la impresión de la protagonista de encontrase fuera de lugar y su posición de profesional cumpliendo una misión ingrata. Entonces se plantea la duda: ¿Qué pasaría si comenzase a sentir empatía, y si sintiese curiosidad por ese lugar extraño que la rodea? En contraposición a esta idea hay un segundo alienígena, frío y expeditivo, que asume la forma de un motorista que nunca se aparta del camino marcado.
En este sentido, Under the skin podría ser interpretada como un canto a la rebelión, un himno mudo y extraño que demuestra que la humanidad es una aspiración hasta el momento en que traiciona sus principios. Cada espectador podría aportar su propia lectura. Porque aunque el aspecto de la película pueda parecer espartano, en realidad hay una serie de veladuras que poco a poco van mostrando apuntes relacionados con la soledad, la sumisión estética o la alienación de determinados modelos de conducta. El director refuerza estos conceptos a través de un montaje y una fotografía de gran precisión, y una banda sonora realmente inspirada, obra de Mica Levi. Su partitura contiene las notas justas para transmitir desasosiego, con un leitmotiv de contundencia dramática. En suma, Under the skin es una producción británica valiente y desconcertante, una rara avis a la que se debe proteger de críticos perezosos y exhibidores pacatos. Hasta el momento sigue sin encontrar distribución dentro de nuestro país, ni siquiera el nombre de su famosa protagonista ha favorecido el estreno. Son malos tiempos para la innovación y el experimento, tiempos capaces de convertir en caballo perdedor a un pura sangre.

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