UNDER THE SKIN. 2013, Jonathan Glazer

Lo que define al cine independiente no es el presupuesto, sino la actitud. Por eso las películas reconocidas bajo esa denominación comparten una serie de códigos no escritos acerca del afán rupturista, la voluntad de transgresión y los riesgos narrativos y estéticos. Las fronteras que separan lo que es cine independiente de lo que no lo es a veces resultan difusas, sin embargo, hay películas que no ofrecen dudas. Under the skin es una de ellas.
Transcurrida casi una década desde su anterior film, Jonathan Glazer vuelve a asumir las labores de dirección en este extraño ejercicio de estilo que se atreve a subvertir antiguas fórmulas de género. Películas sobre visitas alienígenas se han hecho muchas, pero ninguna se parece a Under the skin. La extraterrestre en cuestión adopta los rasgos de una Scarlett Johansson hierática, casi esculpida en piel. Sí, esta es la película en la que aparece desnuda. Cualquiera le regalaría nuestro planeta, pero que nadie busque erotismo ni concesiones a la taquilla: aunque los fines de la extraterrestre que interpreta sean poco amistosos, el argumento huye de la parafernalia propia de la ciencia ficción y opta por un lenguaje introspectivo. El devenir de este hermoso ser espacial se produce de forma callada y serena, como el cebo que se ofrece a los incautos que creen haber encontrado en ella su noche de suerte.
El guión de Under the skin asume una mecánica basada en la repetición de escenas, algo que sin duda incomodará a los espectadores impacientes. Es una película que requiere cierta dedicación, sobre todo hasta la llegada en el tercer acto del quiebro que alborotará todo lo visto anteriormente. Incluso entonces el film conserva ese aire enrarecido que la vuelve tan particular, tan al límite de sus propuestas. Glazer salta al vacío de la mano de Johansson y en ese tránsito se producen destellos de genialidad, como la manera en que las víctimas son atrapadas, y verdaderos actos suicidas, como el episodio con el afectado por neurofibromatosis.
La película consigue transmitir una sensación constante de inquietud, en parte gracias al peculiar sentido de la atmósfera que Glazer imprime en cada escena. El hecho de haber situado la acción en Escocia, con sus paisajes verdes y lluviosos, las casas bajas y las discotecas en el extrarradio refuerzan la impresión de la protagonista de encontrase fuera de lugar y su posición de profesional cumpliendo una misión ingrata. Entonces se plantea la duda: ¿Qué pasaría si comenzase a sentir empatía, y si sintiese curiosidad por ese lugar extraño que la rodea? En contraposición a esta idea hay un segundo alienígena, frío y expeditivo, que asume la forma de un motorista que nunca se aparta del camino marcado.
En este sentido, Under the skin podría ser interpretada como un canto a la rebelión, un himno mudo y extraño que demuestra que la humanidad es una aspiración hasta el momento en que traiciona sus principios. Cada espectador podría aportar su propia lectura. Porque aunque el aspecto de la película pueda parecer espartano, en realidad hay una serie de veladuras que poco a poco van mostrando apuntes relacionados con la soledad, la sumisión estética o la alienación de determinados modelos de conducta. El director refuerza estos conceptos a través de un montaje y una fotografía de gran precisión, y una banda sonora realmente inspirada, obra de Mica Levi. Su partitura contiene las notas justas para transmitir desasosiego, con un leitmotiv de contundencia dramática. En suma, Under the skin es una producción británica valiente y desconcertante, una rara avis a la que se debe proteger de críticos perezosos y exhibidores pacatos. Hasta el momento sigue sin encontrar distribución dentro de nuestro país, ni siquiera el nombre de su famosa protagonista ha favorecido el estreno. Son malos tiempos para la innovación y el experimento, tiempos capaces de convertir en caballo perdedor a un pura sangre.