Manon. 1949, Henri-Georges Clouzot

Henri-Georges Clouzot desplegó toda su destreza visual y su olfato narrativo para adaptar "Manon", la novela de Abbé Prévost que ofrecía, sobre el papel, unas posibilidades que el director francés supo trasladar a la pantalla con lucidez y virtuosismo. Clouzot demuestra ser una cineasta exuberante, sus imágenes siempre cuentan algo y lo hacen con la elocuencia de quien domina el oficio. La riqueza de la planificación en cuanto a angulaciones, tamaños y puntos de vista es potenciada por el montaje y la fotografía, sin embargo, existe un misterio intangible en el cine de Clouzot que escapa a la técnica y que tiene que ver con el sentido narrativo: el tempo de las escenas fluye sin pausa, los diálogos se suceden a la velocidad del pensamiento y aún así, hay algo bajo los elaboradísimos planos de Clouzot, algo invisible y orgánico, que llena el relato de pulsión, de desasosiego. Es una capacidad innata para el escalofrío que el autor exhibió con creces en sus dos películas posteriores, "El salario del miedo" y "Las diabólicas", y que en "Manon" alimenta una trama de contenido profundamente dramático. La historia sigue los pasos de una pareja condenada al encuentro y al desencuentro en los tiempos de la liberación francesa tras la 2ª Guerra Mundial. Un amor imposible que obtiene la redención en el tercio final de la película, de un lirismo arrebatado, en el cual Clouzot se lanza sin red hacia los abismos del riesgo. Y allí donde otros hubiesen podido estrellarse, Clouzot resulta indemne y fortalecido, porque "Manon" es, gracias también a lo acertado de su reparto, un film valiente y apasionado, bello, doloroso, y que regala un temblor de inquietud y de placer, de emoción al fin y al cabo.

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Imitación a la vida. "Imitation of life" 1959, Douglas Sirk

Douglas Sirk fue coronado, durante los años cincuenta, como el rey del melodrama, un género que él ayudó a definir y que depuró hasta su última película, "Imitación a la vida". Tras una carrera apelando a los sentimientos del público, Sirk se despidió de la realización cinematográfica con todo un paradigma de la sublimación del folletín, un film desmesurado en el fondo y en la forma que, no obstante, mantiene el interés que otras obras del director alemán han perdido con el paso del tiempo. Porque películas como "Imitación a la vida" hace años que ya no se hacen, y sólo el talento de Sirk como cineasta y el pulso que exhibe mediante la planificación y la puesta en escena salva a esta historia de quedar obsoleta. Si los amantes del naturalismo pueden sentirse agraviados, no negarán que hace falta situar muy bien la cámara para no perderse en la maraña de personajes atormentados y de situaciones límite que llenan la trama. Sirk consigue la mayoría de las veces, gracias a su elegancia y a su particular sentido estético, desvincular el drama de lo superfluo y la emoción de lo cursi, algo que no siempre sucede en su filmografía. Cierto es que "Imitación a la vida" exige cierto voluntarismo por parte del público, el cual disfrutará más o menos según su grado de implicación con un relato que, si bien puede partir de situaciones reales y reconocibles, siempre está a un paso de resultar inverosímil. El plantel de actores, con Lana Turner a la cabeza, se limita a aportar sus bellos rostros y a darle empaque al conjunto. Tan sólo la joven actriz Susan Kohner consigue perfilar un personaje con cierto trasfondo, el resto de sus compañeros o bien cumplen con corrección (Juanita Moore) o bien naufragan en el cliché (John Gabin). Es digna de mención la generosa intervención, en el clímax de la película, de la gran cantante de gospel Mahalia Jackson, un regalo para los oídos que los espectadores melómanos apreciarán más que cualquier otra cosa. Relájense y disfruten:

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La doctrina del shock. "The shock doctrine" 2009, Michael Winterbottom, Mat Whitecross

Pocos directores de cine hay en la actualidad tan prolíficos y eclécticos como Michel Winterbottom. Su capacidad para mantener un ritmo de producción apabullante, que no ha mermado la calidad de sus películas, permite que frente a la lente de su cámara hayan desfilado toda clase de géneros, desde el western de "El perdón" hasta el noir de "El diablo bajo la piel", pasando por el melodrama de "Génova", la comedia de "Tristam Shandy", el erótico musical de "Nueve canciones", el realismo social de "Wonderland" o la crónica generacional de "24 hour party people", entre un largo etcétera que abarca la friolera de 18 títulos en apenas 16 años de carrera. Y aunque el cine de Winterbottom cuenta con un fuerte apego a la realidad ("En este mundo" o "Camino a Guantánamo" así lo demuestran), el realizador inglés firma por vez primera un documental junto a su colaborador Mat Whitecross para llevar a la pantalla "La doctrina del shock", un texto de referencia de Naomi Klein, la musa y gurú del progresismo que durante los últimos años ha cuestionado algunos de los pilares del neoliberalismo imperante.
El documental incide en las líneas maestras del ensayo de Klein, aportando una ingente cantidad de material de archivo que ilustra y arroja luz sobre unas ideas que nunca resultan áridas o espesas en su traslación cinematográfica, gracias a su decidida vocación didáctica y clarificadora. Winterbottom esquiva las tentaciones propagandísticas al estilo de Michael Moore sin por ello resultar menos efectivo, más bien al contrario, pues el ágil ritmo de la narración y la fidelidad a un hilo argumental en el que hubiese sido fácil enredarse otorgan a "La doctrina del shock" interés, información y emoción, tres ingredientes cuya mezcla convencerá a los espectadores concienciados y disuadirá a los escépticos. Pero que nadie se lleve a engaños, porque se trata sobre todo de un ejercicio voluntarioso, volcado en remover doctrinas y realizado con más voluntad que medios, la prueba es que para la banda sonora se han recuperado las notas que Carter Burwell compuso para "Fargo" y alguna pieza de Michael Nyman. Para el contenido visual se ha recurrido a las videotecas y a las intervenciones de la propia Naomi Klein en diferentes conferencias.
El documental es un recorrido a través del mapa del desastre que durante las últimas décadas han trazado las teorías del economista Milton Friedman y sus pupilos de la escuela de Chicago, la larga sombra de su influencia sobre los ámbitos del poder que decidieron poner en práctica sus ideas, y los pecados de la falta de regulación económica como motor de todas las crisis, incluida la actual. Por eso el visionado de "La doctrina del shock" resulta hoy tan necesario como lo hubiera sido ayer y como, probablemente, lo será mañana. Un ejercicio de reflexión para públicos que no se conforman con las explicaciones oficiales y que si bien puede pecar de cierto partidismo y de escoramientos claramente ideológicos, funciona por su discurso directo y sin ambigüedades, que a veces adopta el tono de una comedia negra y otras veces, la mayoría, de una película de terror.
A continuación, el documental "La doctrina del shock" íntegro y en versión original subtitulada.
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El cisne negro. "The black swan" 1942, Henry King

Deliciosa película de aventuras que contribuyó a que las historias de piratas se constituyesen en todo un género de lo más popular, gracias a su hábil mezcla de comedia, romance y acción. "El cisne negro" cuenta con alicientes de sobra como para ser tenida en cuenta: la dirección de Henry King es eficaz y muy concisa, siendo capaz de potenciar el vertiginoso ritmo que Ben Hetch y Seton I. Miller imprimen al guión. King transforma la pantalla por momentos en un lienzo en el que brilla con inspiración y belleza la fotografía de Leo Shamroy, con unas imágenes siempre respaldadas por la enérgica partitura de Alfred Newman. Esta conjunción de nombres da como resultado una película sobre la cual el paso del tiempo ha extendido su pátina de fascinación añeja y entrañable, esa que lucen los clásicos que lo son por derecho propio. El bello paisaje visual de "El cisne negro" se ve completado por los rostros de Tyrone Power, Thomas Mitchell, George Sanders y una formidable Maureen O´Hara, cuyos personajes convierten el film en un magnífico divertimento, un derroche de emoción y disfrute que termina haciéndose corto.

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