LA CASA EMAK BAKIA. 2012, Oskar Alegria

La inquietud artística de Man Ray le lleva a practicar todas las disciplinas visuales, primero la pintura, después la fotografía y finalmente el cine. En los años veinte del pasado siglo realiza una serie de cortometrajes dentro de la corriente dadá que él mismo funda junto a otros autores de vanguardia, son pequeños ejercicios en los que Ray prueba las posibilidades del movimiento, la luz y la forma en la imagen cinematográfica. Hasta que logra financiación para llevar a cabo una película más larga, de casi veinte minutos, que filma en la costa del sudoeste de Francia con el título de Emak Bakia. Al igual que en toda su obra, las consignas son la libertad y el placer del acto creativo, una doble aspiración que Oskar Alegria recupera casi un siglo después en su primer documental, siguiendo los pasos de Ray en la búsqueda de un emplazamiento que no es solo geográfico, sino también espiritual.

La casa Emak Bakia narra el periplo de un cineasta del presente, Alegria, por encontrar el lugar donde un artista del pasado, Ray, buscó la inspiración. La experiencia como periodista de viajes del primero no se limita a trazar un recorrido lineal y descriptivo, al contrario: el hilo narrativo da vueltas sobre sí mismo, se enreda, toma direcciones inesperadas hasta alcanzar la meta, siempre imprecisa. Según su propia definición, el film trata sobre el azar. Por eso resulta inesperado y plantea en el espectador acertijos y juegos que hacen que el visionado sea muy estimulante, semejante al que proporciona un sueño en duermevela.

El hecho de que la película haya sido filmada con un equipo muy reducido le otorga un carácter íntimo, a veces incluso confesional. El director está presente en todo momento sin que aparezca nunca en el plano ni se escuche su voz. Alegria emplea los intertítulos para contar la historia tal y como sucedía en el cine mudo, y esta manera de expresarse convive con el sonido, que adquiere importancia tanto en las declaraciones de los entrevistados como en la música y los ambientes sonoros grabados del natural. Este diálogo entre el ayer y el hoy, entre lo ocurrido y lo imaginado, entre Ray y Alegria, es el núcleo del relato y su razón de ser. Una conversación lejana en el tiempo pero muy cercana en la pantalla, que proporciona imágenes bellas e ideas sugerentes que toman forma en el montaje. Por todos estos motivos, La casa Emak Bakia es una de las películas más hermosas y libres del último cine español, hablada en múltiples idiomas y en un solo lenguaje, el del cine.

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PETITE MAMAN. 2021, Céline Sciamma

A lo largo de su trayectoria, Céline Sciamma ha demostrado una habilidad especial para retratar sin estridencias los conflictos de identidad y de relaciones sociales que surgen en la infancia y la adolescencia. Títulos como Water LiliesTomboy y Girlhood dan cuenta de la sensibilidad de la directora francesa para asomarse a la intimidad de unos personajes en pleno proceso evolutivo, huyendo de la sobreactuación y los clichés que predominan en las teleseries y en ese cine juvenil que establece una proporción inversa entre hormonas y neuronas. Sciamma trata a sus protagonistas de tú a tú, en un intento de aproximarse a su complejidad desde el naturalismo que rechaza los efectos innecesarios.

Petite maman representa el cenit de este modo de hacer cine que no abandona el realismo pero que, por primera vez, se adentra en el terreno de la fantasía. La trama contiene un giro importante que no conviene desvelar y que se va preparando con sutileza a lo largo del primer acto, de manera que cuando llega, no rompe el equilibrio ni la credibilidad mantenidos hasta entonces. El estilo conciso de la directora y la depuración también estética del film permiten que lo increíble parezca creíble, empleando los recursos de la imagen y el sonido. Hay algo casi oriental en la planificación del film, en los encuadres y en el ritmo que adopta el montaje, que recuerda al cine de Ozu y muy especialmente al de Miyazaki, sobre todo por temática. Esto también se percibe en la intención constante por dar verosimilitud a lo que sucede en la pantalla sin enfriar el calor humano de los personajes y sus sentimientos, los cuales permanecen soterrados bajo capas de contención hasta que consiguen emerger en el mejor lugar posible: el espectador.

La austeridad dramática de Petite maman se evidencia en la interpretación de los actores, un breve plantel de nombres noveles o desconocidos, que con su mirada y su voz contribuyen a la moderación del conjunto. En definitiva, el milagro que logra Sciamma de convertir lo profundo y trascendente en algo sencillo y público, de alcance universal, hace de Petite maman una película admirable, una pieza de orfebrería delicada, inteligente y armónica, que aparenta ser pequeña pero que alcanza una dimensión enorme. Sin duda, una obra a destacar dentro del último cine europeo.

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LICORICE PIZZA. 2021, Paul Thomas Anderson

El cine de Paul Thomas Anderson ha sabido mantener desde el inicio un equilibrio perfecto entre el carácter de los personajes y las historias que les suceden, dando a entender que una cosa alimenta a la otra. No hay orden de prioridades: la evolución narrativa de sus películas corre en paralelo a la evolución dramática, lo cual depara resultados muy sugestivos en los que la fuerza emana tanto de las acciones como de los protagonistas. Por eso, las criaturas que habitan en el universo Anderson son excepcionales a su manera, ya sean marginales, privilegiadas o se encuentren en mitad del tránsito, todas ellas destacan por su singularidad en medio de una multitud en la que no escasean los seres extravagantes. Licorice Pizza es una celebración de este modo de comprender el cine, un festín de diálogos y situaciones vividas por dos jóvenes a principios de los años setenta en la parte norte de la ciudad de los Ángeles.

Thomas Anderson vuelve a una época que le gusta y a un escenario que conoce bien. Allí es donde creció y donde se ambientan Boogie nights, Magnolia, Punch-drunk love y Puro vicio, títulos en los que es fácil rastrear las huellas de Licorice Pizza, a grandes rasgos resumidas en la búsqueda de la realización personal y en el ideal romántico como forma de redención. El guion adopta una estructura por capítulos que relatan los sucesivos intentos de Gary Valentine, un chico de quince años, por emprender negocios surgidos al calor de los tiempos: actor secundario en un show televisivo, vendedor de camas de agua, dueño de un local de pinball... cada una de estas actividades supone un nuevo paso en su relación con Alana Kane, una joven unos años mayor que él que conoce al inicio del film. Aunque tienen personalidades muy marcadas y la conexión que se establece entre ambos es inmediata, la diferencia de edad es la barrera que ella deberá derribar para reconocer sus verdaderos sentimientos, por encima del atractivo que ejerce sobre los demás hombres. Así, la película retrata los modos de prosperar que predominaban en la juventud de entonces: ellos obtener un trabajo y ellas encontrar una pareja, en los dos casos para garantizar una estabilidad económica. Thomas Anderson lo cuenta sin idealizaciones y con un humor no exento de crítica, ya que muchos de los personajes son caricaturas de modelos reconocibles dentro de un amplio espectro humano.

La fauna que integra Licorice Pizza es todo un muestrario de debilidades y neuras que son interpretadas por un elenco escogido con cuidado, en el que brillan los nombres de Sean Penn, Bradley Cooper, Tom Waits o el cineasta Ben Safdie, entre muchos otros, dando vida a personajes episódicos que influyen en el devenir de los protagonistas. Estos están encarnados por los debutantes Alana Haim y Cooper Hoffman, quienes insuflan alma a la película y dejan para la posteridad una de las parejas más memorables que se puedan ver en la pantalla. La historia de sus encuentros y desencuentros define el núcleo argumental del film, ya que no hay una trama cerrada que avance en línea recta, sino una consecución de largas secuencias que hace difícil adivinar hacia dónde se encamina el conjunto (dicho esto como una virtud, y no como un defecto).

Como cabe esperar, Licorice Pizza luce una técnica impecable y precisa, cuyo dominio permite al director recrearse en movimientos de cámara que son una conmemoración en sí misma del cine. Basta ver el largo seguimiento que la cámara hace de Gary corriendo entre los coches sin combustible, mientras suena Life on Mars? de David Bowie, para sentir ese escalofrío que solo proporcionan los momentos de cine libre, genuino y autoconsciente. Tal vez la vida no sea como la muestra Paul Thomas Anderson en Licorice Pizza, en cambio, la película sí es capaz de construir una memoria hecha de canciones, afectos y decepciones que el espectador puede trasladar con facilidad a su experiencia. Un espacio común donde conviven lo real y lo imaginado, el presente y el recuerdo.

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LA CASA. "The house" 2022, Emma De Swaef, Marc James Roels, Niki Lindroth von Bahr, Paloma Baeza

El estudio británico Nexus (no confundir con su homónimo japonés), reúne a algunos de los talentos más originales de la reciente animación europea, para elaborar una película de episodios en torno a un mismo tema: la casa como espacio físico y mental que influye en sus habitantes a lo largo de tres épocas. Los tiempos pasado, presente y futuro diferencian cada uno de los segmentos realizados con el estilo personal de sus respectivas directoras, empleando la técnica del stop motion.

El dúo formado por Emma De Swaef y Marc James Roels es el encargado de abrir La casa. Cualquiera que haya visto los anteriores cortometrajes de estos cineastas afincados en Bélgica podrá reconocer de inmediato la artesanía de una animación elaborada con materiales textiles, capaz de expresar emoción a través de la lana y de historias que bucean en el subconsciente. Buen ejemplo de ello es Y dentro se oye tejerse una mentira, cuento de terror gótico ambientado en el siglo XIX con una atmósfera llena de misterio y una estética de gran belleza. Esta obra de arte justifica por sí misma la existencia de La casa.

El segundo episodio lleva por título La verdad que no se gana está perdida, y está dirigido por Niki Lindroth von Bahr. La cineasta sueca vuelve a demostrar su capacidad para exponer el absurdo del ser humano mediante situaciones comunes en apariencia, que se van complicando de manera imprevista. Todo ello teñido de humor negro y de una fijación por el detalle que provoca reacciones enfrentadas en el espectador: por un lado, es inevitable rendirse al preciosismo de la animación, y por otro, esa misma exhaustividad conlleva sensaciones incómodas cuando se retratan acciones y personajes perturbadores.

Tanto el capítulo intermedio como el que cierra el film están protagonizados por animales antropomorfos. Los roedores dan paso a los felinos en Vuelve a escuchar y al sol buscar, dirigido por la británica Paloma Baeza. Se trata de la parte más emotiva del conjunto y la única que se aparta del género de horror psicológico, para adentrarse en la comedia de sentimientos. Una distopía amable que deja en el público un agradable sabor al final de La casa, película que busca la cohesión al incluir algunos nombres que se repiten en los apartados de fotografía y en la música, a cargo de Gustavo Santaolalla. A continuación se puede escuchar el tema compuesto por él que canta Jarvis Cocker, autor también de la letra en la que se define bien el espíritu de esta joya de la animación. Relájense y disfruten:

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LAMB. 2021, Valdimar Jóhannsson

Resulta complicado hablar de Lamb sin desvelar su premisa, que es de lo más original y sorprendente. Basta decir que una pareja que reside y trabaja en el campo, aquejados por una tragedia familiar, ven cambiar sus vidas con la irrupción de un hecho extraordinario. El debut en el largometraje de Valdimar Jóhannsson es una pieza de cámara que únicamente cuenta con tres actores y el escenario natural al pie de las montañas de Islandia, lo cual confiere a la película un aire de cuento extraño o de leyenda del folclore.

El hecho de que Lamb contenga pocos diálogos refuerza la síntesis de elementos y la abstracción, dando prioridad al aspecto visual y sonoro del film. Ya desde el inicio, Jóhannsson introduce al público en una atmósfera inquietante que presagia los acontecimientos que están por venir, sin prisa y con ritmo pausado. Esta sensación turbada de misterio se expresa mediante la planificación, con encuadres de composiciones geométricas y suaves movimientos de cámara que establecen una relación entre lo visible y lo invisible a través del montaje. Jóhannsson demuestra inteligencia en la manera de dosificar la información que se proporciona al espectador, poco a poco y en el momento oportuno para generar las reacciones adecuadas. De esta manera, hasta los actos más increíbles adquieren verosimilitud, puesto que se han preparado las condiciones idóneas desde el guion, la puesta en escena y la interpretación de los actores.

Noomi Rapace y Hilmir Snær Guðnason encarnan a la pareja protagonista con la misma contención y mesura que gobierna el conjunto. Björn Hlynur Haraldsson se une a ellos en el segundo capítulo, ya que Lamb está dividida en segmentos que se corresponden con los tres actos de la narración clásica. El texto, escrito por Jóhannsson y Sjón, uno de los autores actuales más importantes de la literatura nórdica, guarda concomitancias religiosas hasta el punto de que el personaje femenino se llama María, no por casualidad. Esto no significa que la película esté cargada de simbolismos, al contrario: el director impone la parquedad en todos los ámbitos, lo que dota a Lamb de una sencillez críptica muy sugerente, casi hipnótica.

En suma, la opera prima de Valdimar Jóhannsson es un ejercicio de estilo bellamente fotografiado que deposita una parte de su poder de fascinación en las imágenes, y otra parte en su historia arriesgada e insólita. Habrá que seguir los pasos de este cineasta que se formó en los departamentos técnicos y de efectos especiales de algunas producciones de Hollywood, y que ahora se revela con un cine diametralmente opuesto, con un ojo puesto en la vanguardia y otro en la tradición de su Islandia natal.

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PLEASURE. 2021, Ninja Thyberg

El sexo es uno de los temas principales en la filmografía de Ninja Thyberg, cineasta sueca con casi una decena de cortometrajes a sus espaldas. Uno de ellos es Pleasure, que filma en 2013 y que emplea como base para desarrollar su primer largometraje con el mismo título, ocho años después. Una película que se sumerge en la industria norteamericana del cine porno, a través del ascenso de una joven aspirante a estrella recién llegada de tierras escandinavas. A simple vista podría parecer una versión bizarra de Ha nacido una estrella, con la diferencia de que Thyberg se ahorra las lecciones morales y deja que el espectador saque sus propias conclusiones, al mismo tiempo que establece una punzante metáfora del mercado laboral, la competitividad comercial y otros conceptos propios del capitalismo. Todo ello sin recurrir a eslóganes ni discursos fáciles, porque lo único evidente que se muestra en Pleasure tiene que ver con la carne.

Hay que advertir que la directora no se anda con rodeos a la hora de describir el recorrido de la protagonista por alcanzar el éxito. Sin llegar a la explicitud del porno, algunas situaciones son recreadas con crudeza y frialdad, hasta el punto de resultar incómodas. Thyberg no se despega nunca del punto de vista de Bella Cherry, la heroína del relato, quien participa en maratonianas sesiones de sexo que vive unas veces con incertidumbre y otras con temor o pasión, según la evolución del argumento. Estas sensaciones quedan reflejadas a través de la interpretación sutil y medida de Sofia Kappel, en un impresionante debut en la pantalla, y ciertos recursos visuales y sonoros empleados por Thyberg para hacer sentir al público lo mismo que siente Bella. Por ejemplo, hay breves fundidos a negro en medio de algunas escenas de sexo que representan evasiones momentáneas de la conciencia, pausas mentales de la protagonista en mitad del esfuerzo. De igual modo, se incluyen fragmentos de música sacra que suavizan la tensión del momento y dan descanso al espectador.

La dirección de Thyberg es consecuente con lo que cuenta y no busca el morbo ni la obviedad. Al contrario, la ausencia de énfasis y el distanciamiento dramático hacen que Pleasure parezca desafectada en exceso. Sin embargo, tanto el carácter hierático de Bella como el estilo austero de Thyberg potencian la dureza del film, al prescindir de los filtros característicos de la ficción y optar por un realismo más descarnado.  En este sentido, Pleasure se sitúa en el extremo opuesto a Showgirls de Verhoeven, película con la que guarda similitudes temáticas y todas las diferencias posibles en cuanto a narrar una historia. Ambas son versiones modernas y femeninas de Fausto, pero la película de Ninja Thyberg es mucho más valiente. Tanto, que en ocasiones resulta temeraria, un viaje kamikaze hacia la emancipación y la libertad que no se vende a cualquier precio. 

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BELFAST. 2021, Kenneth Branagh

A lo largo de los años, Kenneth Branagh ha ido construyendo una filmografía marcada por la irregularidad y el cambio de rumbo. Fue recibido a finales de los años ochenta como una de las más firmes promesas del cine británico, gracias a sus adaptaciones de Shakespeare, que iba intercalando con proyectos en los que indagaba en diferentes géneros. En 1996 realiza su obra más ambiciosa, una versión íntegra de Hamlet en la que despliega todas sus dotes como actor y director, y que supone un punto de inflexión en su carrera. A pesar de los méritos que atesora, la película supone el primer fracaso de taquilla de Branagh después de una etapa inicial de éxitos y, salvo alguna excepción, en adelante trasladará buena parte de su producción a Hollywood, donde lleva a cabo títulos cada vez menos personales e interesantes. Por eso, tal vez Belfast sea un acto de contrición que trata de enmendar sus anteriores trabajos, un intento por recuperar el antiguo prestigio perdido.

El cineasta mira a su propio pasado en el barrio de la capital de Irlanda del Norte donde se crió. Terminan los años sesenta y el conflicto entre católicos y protestantes se recrudece, enfrentando a los vecinos y provocando que se levanten barricadas en las calles. En medio de este ambiente bélico, las familias tratan de salir adelante ahogados por el paro y la falta de oportunidades, una época muy difícil que apenas encuentra reflejo en la pantalla. La visión de Branagh es la de un niño de nueve años que sueña en las salas de cine y se enamora de la chica más lista de su clase, ajeno a los desastres que sufren los adultos. Sin embargo, este contraste entre la dura realidad y la inocencia de la juventud no alcanza el equilibrio y se opta por potenciar el lado amable, lo cual deviene en una película ingenua y falsa. Todo es demasiado perfecto en esta ficción que rehúye no la verdad, sino la credibilidad. Puede que la infancia de Branagh fuese parecida a la que se cuenta en Belfast, pero el director emplea recursos demasiado artificiosos que dificultan la empatía con los personajes y la verosimilitud de las situaciones.

El estilo de Branagh se muestra deudor del cine aparatoso y banal que ha estado practicando en los últimos años, da igual que ahora relate una historia íntima de carácter humano. Todo es enfático, la planificación está llena de movimientos de cámara, encuadres y angulaciones cuya única finalidad consiste en acariciar los ojos del espectador y proporcionar placer estético. Las imágenes en blanco y negro tratan de recrear el costumbrismo de una época idealizada hasta en sus detalles más pequeños, generando la sensación constante de estar ante decorados, atrezzo y modelos, en lugar de actores. No en vano, los padres protagonistas encarnados por Caitriona Balfe y Jamie Dornan fueron modelos en sus inicios, y lo siguen siendo ahora en las escenas de Belfast. Salvo los actores maduros Judi Dench y Ciarán Hinds, el resto del reparto resulta demasiado pulcro y bello como para encarnar a una clase trabajadora que sobrevive a las dificultades en mitad de una guerra urbana.

Nada de lo que se ve en Belfast parece realizado por un cineasta sexagenario y experimentado. Al contrario, da la impresión de ser la primera película de un director que aspira a deslumbrar al público empleando ingenios visuales y buscando la indulgencia de manera llamativa y torpe. Las capacidades narrativas de Kenneth Branagh han desaparecido sin dejar rastro, sepultadas por el afán de querer agradar al público por métodos demasiado fáciles. Al menos, queda el consuelo de poder escuchar a Van Morrison en las canciones que suenan en el film.

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