Tomboy. 2011, Céline Sciamma

En su segunda película como directora, Céline Sciamma continúa explorando el tema de la identidad sexual y el rol de género. Con una mirada limpia y directa, sin asomo de artificio, la joven cineasta observa el paisaje de la infancia esquivando los lugares comunes. No hay dulzura en las imágenes de Tomboy, pero sí mucha verdad. Verdad en las motivaciones que mueven a los personajes, en sus reacciones y en la manera en la que aparecen en la pantalla. Para ello, Sciamma recupera el mismo aliento que movió a Truffaut en Los cuatrocientos golpes, o a Malle en El soplo al corazón. Cine honesto que mira de frente al espectador y que tiene en los actores sus mejores efectos especiales.
La protagonista de la historia es Laure, y el protagonista es Mickaël, aunque ambos son la misma persona. Una niña que quiere ser un niño. Tomboy muestra las dificultades que entraña esta opción ante la familia y los amigos en el entorno de una pequeña población francesa, durante las vacaciones de verano. Ochenta minutos bastan para que Sciamma desarrolle las líneas maestras del argumento, contando lo esencial y haciendo partícipe al público. Tomboy no se conforma con una contemplación pasiva, sino que demanda la reflexión y el debate, la toma de conciencia. Lo que no significa que se trate de un film intelectual. ¿Contradicción? De ninguna manera: la película expone un drama interior y deja que el espectador lo haga suyo, sin alardes ni discursos. Es el reto de la sencillez en crudo.
Gran parte de los méritos de Tomboy residen en su plantel de actores. Nombres desconocidos, intérpretes sin experiencia y caras que se estrenan en la pantalla. La prueba de que un cásting acertado es la mejor base para construir una buena película. La jovencísima Zoé Héran asume el papel principal con una mezcla de entereza y frescura, no hay fingimiento en su encarnación de Laure/Mickaël. Las escenas que comparte con los demás niños poseen la calidad de lo espontáneo, una proeza que Sciamma logra sin entrometerse ni subrayar la acción. No hace falta. La directora es respetuosa con el material que tiene entre manos y sabe guardar la distancia para que Tomboy no se convierta en un docudrama ni en un film d'auteur.
Más que el desconcierto sexual, la película explora la niñez como territorio para las dudas, la experimentación, el auto-conocimiento... pero sin apelaciones al morbo o la tragedia. La realidad no necesita filtros. Tomboy rehúye la iluminación y los decorados artificiales, el montaje es lineal, apenas contiene ninguna música... en definitiva, es un film transparente. Un soplo de aire fresco que ventila el patio de butacas con su humanidad y naturalismo, haciendo que cada situación parezca vivida en lugar de filmada. El mejor ejemplo de cómo abordar un tema complicado con inteligencia y sin complejos.