LA ARAÑA. "The Spider" 1958, Bert I. Gordon

La querencia de Bert I. Gordon por las historias de seres agigantados, ya sean animales, personas o insectos, le valió el apodo de Mr. Big. Un acrónimo que coincide con las iniciales de su nombre y que contrasta con la magnitud de sus películas, todas ellas producciones baratas de serie B que se proyectaban en los circuitos de sesión doble, lejos de las grandes salas. Buen ejemplo es La araña, uno de los numerosos títulos que se realizaron en los años cincuenta dentro del género de criaturas sobredimensionadas que atacan a la humanidad. Esta en concreto retoma los planteamientos de Tarántula, dirigida tres años antes por Jack Arnold, si bien Gordon aspira al público adolescente reduciendo la edad de los protagonistas.

Los trucos ópticos que permiten la enormidad del arácnido son los mismos en ambos films, no en vano, Gordon era un experto en efectos especiales que logró obtener resultados convincentes con el mínimo presupuesto. Sus películas no tienen otra aspiración que despertar emociones primarias e inmediatas, siempre relacionadas con el terror y mediante escenas que se repiten configurando el tema. Así, asistimos a la incursión urbana del monstruo que siembra el pánico en la población, las escaramuzas de los cuerpos de seguridad, la trampa final a menudo con descargas eléctricas... una fórmula narrativa con pocas variaciones, que deposita el interés en el aspecto visual, el ritmo y la creación de atmósferas. Gordon consigue todo ello con eficacia y austeridad argumental, de hecho, en La araña ni siquiera se explica la mutación que ocasiona el peligro. No hay radiaciones químicas ni experimentos nucleares, solo una cueva de donde surge la amenaza como si se tratara de un vestigio prehistórico. Allí va a parar una pareja de estudiantes interpretada por actores sin demasiados recursos dramáticos, lo cual no impide disfrutar de este sencillo espectáculo con la marca de American International Productions.

Es importante reconocer que, a pesar de los modestos propósitos de esta clase de películas, años después ejercieron una gran influencia en cineastas como Joe Dante (Gremlins, Matinee) o Tim Burton (Frankenweenie). Una buena prueba de la habilidad de impactar en el público que ejercieron ciertos directores imaginativos y artesanos, entre los que se cuenta Bert I. Gordon, capaces de inducir a la vez el miedo colectivo y la más genuina diversión.

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THE GAME. 1997, David Fincher

Una de las máximas que rigen en el cine de David Fincher es que "nada es lo que parece". Algo fácil de comprobar en títulos como El club de la luchaPerdida o The game, siendo este último uno de los ejercicios de trampantojo narrativo más sofisticados del director. Tras el éxito obtenido con Seven, Fincher gana confianza para afrontar una producción compleja filmada en San Francisco, con Michael Douglas de protagonista y un guion original escrito por John Brancato y Michael Ferris. El texto contiene bruscos giros dramáticos, personajes ambiguos y situaciones que buscan sorprender, no en vano, Fincher ha jugado siempre a manipular las expectativas del público mediante el empleo de recursos visuales y sonoros que inciden en la percepción del relato.

The game recorre los tortuosos caminos del thriller que Fincher tan bien conoce, esta vez surcados de traumas familiares y con una moraleja aleccionadora que no resta tensión al conjunto. El argumento mezcla influencias de Capra y Kafka, pasadas por el filtro de lo contemporáneo: un hombre rico debe enfrentarse el reto de sobrevivir sin las comodidades ni privilegios a los que está acostumbrado, dentro de un embrollo en el que se confunden la verdad y la mentira. Si bien la trama encaja en el género "suspense con mensaje", lo cierto es que Fincher no se preocupa en dar demasiada credibilidad a este aparatoso circo de tres pistas, sabiendo que la energía emana de las imágenes. Por eso, para disfrutar de la propuesta que ofrece The game conviene desatender a la lógica y no esforzarse en desenmarañar lo que cuenta, sino dejarse arrastrar por el virtuosismo del director, que distribuye trampas y astucias de prestidigitador a lo largo del metraje. Hay habilidosos movimientos de cámara, encuadres precisos, un tempo muy ajustado que James Haygood imprime en el montaje y una atmósfera tensa y oscura generada por la fotografía de Harris Savides. Estos grandes profesionales volverán a encontrarse con David Fincher en siguientes proyectos, al igual que Howard Shore, autor de la música enigmática y sinuosa que envuelve el film. 

Dentro del apartado artístico, hay nombres que acompañan a Douglas como Sean Penn y Deborah Kara Unger. Ellos y otros intérpretes ponen cara al catálogo de miserias humanas que aparece representado en The game, un espectáculo capaz de regocijar a quien se olvide del realismo... porque los laberintos por donde Fincher conduce la ficción tienen pocas salidas y muchas puertas falsas. Es preferible dejarse guiar por su sentido de la puesta en escena y por un actor plenamente entregado, que encuentra aquí uno de los mejores papeles de su larga trayectoria. Lo demás son fuegos de artificio, hipnóticos y deslumbrantes, pero que apenas dejan algo más que humo al disiparse... y un regusto placentero tras ciento treinta minutos de diversión malévola.

A continuación pueden ver un interesante videoensayo de Evan Puschak en el que revela una clave importante del estilo de David Fincher. Muy útil para reflexionar sobre la morfología visual y la manera de percibir las imágenes.

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LAS MUJERES GATO DE LA LUNA. "Cat-women of the moon" 1953, Arthur Hilton

Dentro de la rica cosecha de películas de serie B que proliferaron en los años cincuenta, uno de los títulos más curiosos y extravagantes es Las mujeres gato de la luna. El argumento no tiene desperdicio: un equipo de científicos se dirige hasta la luna a bordo de un cohete espacial, en cuya cara oculta descubren unas grutas donde es posible respirar. Allí se enfrentan primero a dos arañas gigantes y luego descubren un palacio en el que habita un grupo de mujeres gato, quienes influyen con sus poderes telepáticos en la mente de la única mujer que integra la expedición terrícola. Todo en apenas una hora de duración a cargo de Arthur Hilton, realizador de televisión con amplia experiencia en el montaje (trabajó con Siodmak o Lang, entre otros) y que hizo un par de incursiones en la dirección de cine, con presupuestos muy bajos y en los márgenes de la industria. Si bien su nombre nunca figura en los recuentos de género fantástico o ciencia ficción, su primera película merecería ser tenida en cuenta como ejemplo de libertad creativa y de ejercicio de imaginación que desatiende las exigencias de la razón y la lógica.

Poco más se le puede pedir a este pequeño film, que trata de entretener más que ninguna otra cosa. Y lo consigue: el guion escrito por el propio Hilton se desarrolla con buen ritmo y una pátina de humor (unas veces premeditado y otras veces no) que lo cubre todo, provocando el disfrute desacomplejado. Pero hay más: Las mujeres gato de la luna contiene argumentos que invitan a la reflexión sobre la igualdad de género. Hay una lectura feminista que, al menos hoy, se puede extraer de algunas circunstancias de la trama, como el papel asignado a las mujeres, sus propósitos (viajar a la Tierra y dominar a los hombres) y la manera en que se relacionan, con escenas impagables como la del ritual del baile nocturno. En este sentido, cabe señalar que la música está compuesta nada menos que por Elmer Bernstein, que en aquella época daba sus primeros pasos como creador de bandas sonoras. Los demás componentes de la película se definen por la precariedad: el diseño artístico, los efectos especiales, la fotografía (con imágenes en un rudimentario 3D) y las interpretaciones de los actores, entre los que se encuentra Marie Windsor, una habitual de la serie B.

La paradoja de este tipo de cine es que las carencias no van en detrimento la película, al contrario. Tiñen el conjunto de un encanto muy especial que contagia al espectador que sabe lo que va a ver. El resto del público corre el riesgo de no entender nada y de no poder entrar en la divertida propuesta que ofrece Las mujeres gato de la luna, una invitación a saborear las mieles de ese otro cine situado en el polo opuesto del mainstream.

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LAS AMIGAS DE ÀGATA. "Les amigues de l'Àgata" 2014, Laura Rius, Laia Alabart, Alba Cros, Marta Verheyen

Película realizada como trabajo de final de carrera de cuatro alumnas de la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona, lo cual equivale a decir que el capital humano supera al económico y que predominan las ganas sobre la experiencia. Las amigas de Àgata cuenta con un presupuesto de apenas 3.000 euros obtenidos por crowdfunding, y un equipo integrado por estudiantes de Comunicación Audiovisual al frente de los que se sitúan Laura Rius, Laia Alabart, Alba Cros y Marta Verheyen. Ellas escriben, dirigen y se encargan de manejar las cámaras en este retrato cotidiano e intimista de cuatro chicas que se conocen desde el colegio y que irán viendo cómo su relación se transforma con el paso del tiempo.

El guion se desarrolla mediante una sucesión de momentos que parecen cogidos al azar, como si se tratara de un cuadro impresionista en el que la inmediatez y la soltura de las pinceladas definen el conjunto. Por eso, en lugar de trazar una línea argumental precisa, existe una suma de fragmentos que cobran sentido vistos en perspectiva. Son escenas que muestran las vivencias de las protagonistas, sus salidas nocturnas, conversaciones, paseos... todo filmado con abundancia de planos cortos que capturan las reacciones de los personajes, en especial el de Àgata, interpretado con destreza por Elena Martín en su primer papel para el cine. Ella sostiene la mayoría de las veces el punto de vista, lo que dota a la película del extrañamiento y la contemplación introspectiva que siente su personaje.

La principal virtud de Las amigas de Àgata es que, bajo la apariencia de cine minimalista y de guerrilla, hay numerosas temas en los que el público se puede ver reflejado: las incertidumbres propias de la juventud, las relaciones y los conflictos entre el individuo y el grupo. Un ecosistema de personas que trasciende lo femenino gracias a la cercanía y frescura que aplican las directoras, con un lenguaje visual muy directo, de imágenes filmadas con luz natural y encuadres que se corrigen sobre la marcha. Buscan un aire de improvisación que, en verdad, responde a un ejercicio calculado de captar el presente de los personajes... algo que solo afecta de manera negativa al sonido, con un acabado deliberadamente sucio. Todas las demás decisiones técnicas adoptadas en el rodaje y la posproducción no hacen sino reforzar el verismo del proyecto, tutelado por Isaki Lacuesta y León Siminiani.

En definitiva, Las amigas de Àgata es un estimulante debut colectivo que funciona como radiografía generacional y como un paisaje de la capital catalana lejos de la postal idílica. En el tercer acto sucede el traslado de las protagonistas a la costa, un cambio de escenario que precipita el desenlace y cierra el significado de esta pequeña obra de apenas setenta minutos que se prolongan en la memoria del espectador. Así, la liviandad va cobrando peso, como suele pasar con las cosas que ganan importancia en el día a día.

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