Poco más se le puede pedir a este pequeño film, que trata de entretener más que ninguna otra cosa. Y lo consigue: el guion escrito por el propio Hilton se desarrolla con buen ritmo y una pátina de humor (unas veces premeditado y otras veces no) que lo cubre todo, provocando el disfrute desacomplejado. Pero hay más: Las mujeres gato de la luna contiene argumentos que invitan a la reflexión sobre la igualdad de género. Hay una lectura feminista que, al menos hoy, se puede extraer de algunas circunstancias de la trama, como el papel asignado a las mujeres, sus propósitos (viajar a la Tierra y dominar a los hombres) y la manera en que se relacionan, con escenas impagables como la del ritual del baile nocturno. En este sentido, cabe señalar que la música está compuesta nada menos que por Elmer Bernstein, que en aquella época daba sus primeros pasos como creador de bandas sonoras. Los demás componentes de la película se definen por la precariedad: el diseño artístico, los efectos especiales, la fotografía (con imágenes en un rudimentario 3D) y las interpretaciones de los actores, entre los que se encuentra Marie Windsor, una habitual de la serie B.
La paradoja de este tipo de cine es que las carencias no van en detrimento la película, al contrario. Tiñen el conjunto de un encanto muy especial que contagia al espectador que sabe lo que va a ver. El resto del público corre el riesgo de no entender nada y de no poder entrar en la divertida propuesta que ofrece Las mujeres gato de la luna, una invitación a saborear las mieles de ese otro cine situado en el polo opuesto del mainstream.