Los trucos ópticos que permiten la enormidad del arácnido son los mismos en ambos films, no en vano, Gordon era un experto en efectos especiales que logró obtener resultados convincentes con el mínimo presupuesto. Sus películas no tienen otra aspiración que despertar emociones primarias e inmediatas, siempre relacionadas con el terror y mediante escenas que se repiten configurando el tema. Así, asistimos a la incursión urbana del monstruo que siembra el pánico en la población, las escaramuzas de los cuerpos de seguridad, la trampa final a menudo con descargas eléctricas... una fórmula narrativa con pocas variaciones, que deposita el interés en el aspecto visual, el ritmo y la creación de atmósferas. Gordon consigue todo ello con eficacia y austeridad argumental, de hecho, en La araña ni siquiera se explica la mutación que ocasiona el peligro. No hay radiaciones químicas ni experimentos nucleares, solo una cueva de donde surge la amenaza como si se tratara de un vestigio prehistórico. Allí va a parar una pareja de estudiantes interpretada por actores sin demasiados recursos dramáticos, lo cual no impide disfrutar de este sencillo espectáculo con la marca de American International Productions.
Es importante reconocer que, a pesar de los modestos propósitos de esta clase de películas, años después ejercieron una gran influencia en cineastas como Joe Dante (Gremlins, Matinee) o Tim Burton (Frankenweenie). Una buena prueba de la habilidad de impactar en el público que ejercieron ciertos directores imaginativos y artesanos, entre los que se cuenta Bert I. Gordon, capaces de inducir a la vez el miedo colectivo y la más genuina diversión.