La isla mínima. 2014, Alberto Rodríguez

Alberto Rodríguez continúa su particular recorrido por la España no oficial, en los márgenes de los grandes acontecimientos y los protagonistas de renombre. Aunque sus historias estén ambientadas durante la transición, los fastos olímpicos o el supuesto milagro económico, el cine de Rodríguez mantiene el elemento común del desencanto. En el caso de La isla mínima, esta sensación amarga nace en el argumento y se materializa a través de las imágenes, donde la película adquiere su verdadera identidad.
Planteada como un ejercicio de estilo, el film rinde tributo al género negro en su modalidad más agreste y sureña. La isla mínima recurre a las claves del thriller norteamericano y a la literatura de Dashiell Hammett y Cormac McCarthy, trasladando sus códigos a las marismas del Guadalquivir. El paisaje condiciona no sólo el relato, sino que lo define y dota de personalidad. El paisaje es el relato.
Los caminos polvorientos, los humedales, las casas a media luz, los bares... adoptan tanta entidad como los personajes del film. Rodríguez saca el máximo partido del diseño de producción, con una preciosista recreación de los años ochenta, y de la fotografía, firmada por el habitual Álex Catalán. La isla mínima consigue impregnar la pantalla con una atmósfera muy cuidada, que pone especial esmero en los apartados técnicos. No sucede lo mismo con los artísticos.
Los actores Raúl Arévalo y Javier Gutiérrez cumplen a la perfección con las exigencias de sus personajes, dos agentes de policía llegados de Madrid para investigar la desaparición de varias jóvenes en una pequeña localidad andaluza. La película escapa a los estereotipos de las buddy movies y a la fácil clasificación entre buenos y malos: todos los personajes parecen ocultar algo, todos son presuntos culpables. Sin embargo, un mayor desarrollo del guión en cuanto a la relación entre los personajes y una fluidez dramática más elaborada hubiese limado las aristas del texto. La película se ve aquejada por una parquedad que puede ser confundida con desidia o falta de ideas, como si en realidad se estuviese asistiendo al esbozo de otra película que está por hacer. La narración de La isla mínima resulta en ocasiones demasiado funcional: cada situación y cada personaje cumple su cometido dentro de la acción, para desaparecer después abruptamente y avanzar un nuevo paso. Este planteamiento clásico del género policiaco no termina de encajar del todo con la pretensión de cine de autor que tiene La isla mínima, lo que provoca cierta indefinición en el conjunto.
Así con todo, el acabado formal de la película resulta tan sugerente y novedoso dentro del cine español, que se debe tener en cuenta La isla mínima como un referente autóctono del género negro. Un paso más en la filmografía de Alberto Rodríguez, director que demuestra aquí su capacidad de asimilación y su talento como creador de atmósferas.
A continuación, Bancos, el cortometraje que Rodríguez rodó con la co-dirección de Santi Amodeo en 1999. Aunque eran tiempos de prueba y aprendizaje, esta pequeña delicia exhibe ya un dominio del tempo y una frescura que la hicieron merecedora de un buen puñado de premios. El espectador advertirá la influencia de Trainspotting y Reservoir dogs flotando sobre el metraje, dos recuerdos ineludibles de la época. Que lo disfruten:

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El congreso. "The congress" 2013, Ari Folman

Después de la sorpresa que supuso en 2008 el estreno de Vals con Bashir, Ari Folman asume cinco años después la adaptación libre de la novela de Stanislaw Lem El congreso de Futurología. La habilidad de Folman como director y guionista es la de llevar el texto original a su terreno para elaborar una obra personal, casi íntima. Ese terreno es la animación.
Al igual que sucedía en El submarino amarillo de George Dunning o El muro de Alan Parker, la animación de El congreso cuenta aquello que no pueden reproducir las imágenes reales: mundos de fantasía donde la imaginación trasciende los límites de la narración y el delirio se encuentra legitimado.
La primera mitad de la película está filmada con actores de carne y hueso. El rostro de Robin Wright llena la pantalla nada más comenzar el film, un rostro lagrimoso y hermosamente maduro. La cámara retrocede mientras asistimos al drama de su personaje: una actriz que encadena un fracaso tras otro y a quien se le agotan las posibilidades de reflotar su carrera. Wright interpreta una versión distorsionada de sí misma, en un ejercicio valiente que en algunas ocasiones parece una sesión de psicoanálisis y en otras un acto de auto afirmación. Su representante, encarnado por Harvey Keitel, le ofrece una última carta: escanear su cuerpo para digitalizarlo y optar así a un sinfín de nuevos papeles. A cambio, ella no volverá a trabajar jamás como actriz. Le cederá el puesto a su imagen artificial y siempre joven, en una traslación del mito de Fausto a la industria del cine. Una crítica demoledora hacia un sistema que premia la juventud y margina la experiencia.
La segunda mitad de El congreso revela una visión adulta del Dibullywood de ¿Quién engañó a Roger Rabbit? Los colores chillones y los diseños creativos enmascaran un infierno lisérgico donde cualquier cosa es posible, desbordando la mesura y el laconismo de la primera parte del film. Ari Folman lleva un paso más allá los logros alcanzados con Vals con Bashir: la viveza de la animación trae recuerdos de Dave Fleischer y Tex Avery, del pop art y Looney Toons... en pleno contraste con la amargura del relato. Hay un torrente de estímulos visuales que conduce al espectador hasta territorios inexplorados, un universo donde la identidad es moldeable y cada persona es el recipiente de sus anhelos. Lirismo y trascendencia, dolor y sueño... las sensaciones se agolpan en las retinas del espectador. Todo ello narrado con el tono preciso y manteniendo el pulso durante el metraje.
Folman sale indemne del reto de esta película compleja y cuidadísima tanto en el fondo como en la forma. El influjo de sus imágenes pervive en la memoria tiempo después de haberlas visto, un recuerdo potenciado por la partitura de Max Ritcher y por el aliento poético que el director ha conseguido insuflar al film. Estas y otras razones hacen de El congreso un espectáculo emocionante y revelador, una verdadera Obra de Arte.

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El taxista ful. 2005, Jo Sol

El planteamiento de El taxista ful es realmente atractivo: acuciado por el paro, un hombre trata de ganarse la vida conduciendo taxis que no son suyos. Cuando le acusan de robar vehículos, él se defiende argumentando que se trata de la adquisición eventual de unas herramientas de trabajo. Al finalizar la jornada, el taxista furtivo devuelve el coche con parte de las ganancias para cubrir los gastos de combustible.
Esta es la premisa con la que Jo Sol plantea su segundo largometraje como director y guionista. Las escenas que suceden a partir de entonces narran la relación que entabla José, el taxista ful del título, con colectivos sociales que poco a poco irán influyendo en su toma de conciencia y en su posicionamiento ideológico. Aunque la película se estrenase en 2005, trata cuestiones de plena vigencia como el desempleo, la escasez de recursos para la vivienda y la falta de referentes en una sociedad cuyas expectativas de progreso han sido cercenadas por políticos incompetentes y banqueros avariciosos. Problemas endémicos en la España de la burbuja económica.
Sobre el papel, El taxista ful cuenta con elementos suficientes para construir un drama de altura. Jo Sol opta por el género del falso documental para transmitir verismo y dar certificado de credibilidad a la historia. La calidad deliberadamente amateur de las imágenes, el sonido en crudo y la interpretación realista de los actores ayudan a que el espectador se sienta testigo de lo que acontece en la pantalla. No hay más artificio ni más sofisticación que la necesaria para que el relato avance, cumpliendo con los criterios narrativos de la ficción, pero siempre con un pie en el documental. El director consigue que la película parezca construirse frente a los ojos del público, sin embargo, no logra evitar que el metraje vaya perdiendo fuerza y termine defraudando algunas de sus promesas. La primera de ellas, la de la emoción.
Una vez que se han tensado los hilos del relato, el film se estanca e incurre en la reiteración. El error de Jo Sol es el de travestir lo que parecía un originalísimo docudrama en un panfleto a favor del movimiento Dinero gratis, sin duda una causa con fines nobles pero que pone en evidencia la pereza narrativa del cineasta catalán. El discurso, por muy interesante y necesario que sea, no puede sustituir a la trama, ni siquiera cuando se aspira al hiperrealismo de El taxista ful. Jo Sol sabe que tiene un planteamiento brillante entre manos, pero abandona su desarrollo a la propaganda de unos hermosos ideales que no bastan para sostener en pie el armazón argumental de este film que pretendía más. Una lástima, teniendo en cuenta el magnífico papel protagonista de Pepe Rovira y las buenas intenciones de El taxista ful, una película que si bien no resulta redonda, merece atención en estos tiempos de incertidumbre y de crisis.

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La Venus de las pieles. "La Vénus a la fourrure" 2013, Roman Polanski

Dos años después de haber trasladado a la pantalla Un dios salvaje, Roman Polanski continúa explorando las posibilidades del teatro en el cine con La Venus de las pieles, adaptación de la obra de David Ives. El propio autor se encarga de escribir el guión a cuatro manos con Polanski, responsable de traducir en imágenes el combate dialéctico entre un director teatral y la aspirante a conseguir el papel protagonista en una audición.
La película no tiene más personajes ni más escenario que el teatro donde sucede el encuentro, lo que otorga especial relevancia al texto y a la interpretación de los actores. Emmanuelle Seigner y Mathieu Amalric sostienen sobre sus hombros el peso del film, haciendo suyos unos diálogos cargados de ingenio y de malicia. La relación entre ambos adopta la forma de duelo, de juego de seducción, de ritual de cortejo, de sometimiento... según las circunstancias del relato. La Venus de las pieles es un pequeño tratado sobre las exigencias del deseo que contiene varias de las obsesiones que Polanski ha desarrollado a lo largo de su carrera. Basta echarle un vistazo a Lunas de hiel o La muerte y la doncella para reconocer la ambigüedad entre el oprimido y el opresor, las relaciones de poder y la artillería del sexo.
Polanski filma con esmero las evoluciones de los personajes e imprime el ritmo necesario para que la acción no decaiga en ningún momento. El guión equilibra la reflexión y la comedia, la sensualidad y el ingenio, hasta desembocar en un desenlace de alto contenido simbólico. El director se encuentra en plena madurez y se permite caprichos como éste, una modesta producción francesa que no está llamada a abastecer la taquilla pero que satisface sus necesidades como autor. Su habilidad consiste en fagocitar textos ajenos y en presentarlos como si fuesen propios, casi como declaraciones de intenciones. La Venus de las pieles es el mejor de los ejemplos, un ejercicio narrativo técnicamente impecable que revela algunas de las claves de su cine, sintetizadas en un escenario reducido y en una pareja de actores comprometidos que se sienten también creadores. Un film de cámara, para espectadores con inquietudes intelectuales que apreciarán en el octogenario Polanski la frescura y el desparpajo de un cineasta liberado de los compromisos con la industria. 
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If.... 1968, Lindsay Anderson

El mismo año que en París se prohibía prohibir y florecía la primavera de Praga, se estrenaba en las pantallas británicas If.... Una película nacida sobre las brasas de 1968, que exhibe su código genético en cada fotograma. Rodada en las postrimerías del free cinema inglés, If.... es un producto coyuntural a su época, una radiografía del espíritu contestatario y radical que definió a los angry young men, en cuyas filas militaba Lindsay Anderson.
El cineasta escupe su bilis contra el sistema educativo británico y los estamentos del poder, apuntando a todo lo que se mueve. Habrá quien se plantee dudas: Palma de Oro en Cannes, candidatura al Oscar, distribución internacional de Paramount... donde unos pueden ver fariseísmo, otros la táctica del caballo de Troya (el ataque desde dentro). Sea como sea, If.... no es una película ante la que se pueda permanecer indiferente.
La estructura narrativa del film se aparta de la línea convencional y opta por el recorrido impresionista, a través de ocho episodios en los que se retrata la cruel disciplina en un college y la insurrección final de un grupo de alumnos que decide reivindicar su libertad a balazos. El discurso ideológico de Anderson se impone al cinematográfico, con el acierto de que la soflama revolucionaria que destilan sus imágenes es aliviada por grandes dosis de sátira y de lirismo. El director opta por introducir de manera arbitraria algunas escenas en blanco y negro dentro de una película en color, sin excusas argumentales ni de estilo. Este capricho formal puede ser confundido con atrevimiento, una sensación que se repite a lo largo del metraje de If.... y que termina trasladando una impresión algo ingenua. Anderson pone tanto empeño en resultar provocador, que su tesón acaba por amortiguar la carga explosiva que sustenta la película. Tal vez una menor insistencia en los desmanes del profesorado y una visión general un tanto más fría, hubiese alimentado las llamas de esta película con vocación pirómana.
Gran parte de la fascinación que todavía hoy puede provocar If.... se debe a la presencia inquietante de Malcolm McDowell. El actor debuta en el cine con el papel de subversivo refinado que ha caracterizado el resto de su carrera, un personaje hecho a su medida que hace creíbles las arriesgadas propuestas de If....
Vista con la perspectiva del tiempo, la película se presenta como la llamativa postal de una época en ebullición, y el ideario de un cineasta, Lindsay Anderson, que invitaba a la lucha con un polvorín de libertad y de rabia. A continuación, una de las escenas más carismáticas de If.... la salida al exterior de los dos jóvenes internos y su encuentro con la chica rebelde del film. Imposible disociar este momento de puro free cinema con la otra gran corriente de vanguardia europea, la nouvelle vague. Verismo, transgresión y poesía en austeros blanco y negro:

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