Your name. "Kimi no na wa" 2016, Makoto Shinkai

El cineasta Makoto Shinkai tiene dos especialidades bien reconocidas: una es alterar los límites del espacio y el tiempo, y otra es encoger el corazón del público adolescente. Con Your name consigue alcanzar el virtuosismo y crear una obra de gran complejidad al alcance de todos los públicos. No en vano, la película se ha convertido en un fenómeno social en Japón, país acostumbrado a los excesos, donde el cuarto largometraje del director se ha recibido con un éxito sin precedentes.
Shinkai adapta su propia novela tomando como punto de partida una idea desarrollada en otras películas: el intercambio de personalidad entre dos personajes dispares. La diferencia que aporta Your name es la trascendencia y el poso trágico que marcan la narración, así como el constante juego entre lo real y lo fantástico. De la misma manera que dos líneas paralelas están condenadas a no encontrarse jamás, los dos relatos en los que se divide esta historia luchan por acercarse en algún punto con el que Shinkai dilata las expectativas del público. Your name promete emoción desde el primer minuto, y es lo que obtiene a pesar de recurrir, en ocasiones, a trucos fáciles: canciones que subrayan, golpes de efecto, artificios visuales... son, al fin y al cabo, concesiones al espectador joven quien sentirá esta película como propia.
El torrente de sentimientos que depara el film tiene su reflejo en la pantalla mediante una animación abrumadora, de gran belleza visual y cuya destreza técnica resuelve las dificultades de la trama. Es habitual que esta clase de guiones, llenos de quiebros y recovecos, terminen cayendo en el hermetismo y en la incomprensión. Shinkai se esfuerza porque esto no suceda y hace de Your name una película permeable, dotada del humor necesario para aliviar el drama. Es tal el grado de sofisticación estética, que incluso parece que el film a veces pide perdón por no haber sido rodado con imágenes reales. Son momentos en los que los dibujos imitan a la realidad, y reproducen particularidades ópticas como los destellos de luz en las lentes, time lapses, desenfoques... que refuerzan la espectacularidad del conjunto, al tiempo que plantean una pregunta: ¿Debe la animación copiar al cine convencional? La respuesta debería ser siempre no, porque el cine animado tiene su propio lenguaje y cuenta con herramientas suficientes como para aspirar a la simple mímesis. Debe ir más allá, aprovechar sus infinitas posibilidades y, sobre todo, tener como objetivo el mismo que cualquier otra expresión artística, que es contar algo y hacerlo bien. Makoto Shinkai lo consigue de sobra en Your name, una película cuyas múltiples cualidades están destinadas a permanecer en el recuerdo.
A continuación, el cortometraje Dareka no manazashi, que Shinkai dirigió en 2013 con la producción del estudio en el que ha desarrollado su carrera, CoMix Wave. En este breve trabajo se muestran algunas de las virtudes del director: fragmentación narrativa, capacidad para retratar la intimidad de los personajes, aprovechamiento de los recursos que ofrece la animación y sentimiento a flor de piel. Relájense y disfruten:

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Matinee. 1993, Joe Dante

Joe Dante tuvo su época de gloria durante los años ochenta, cuando el nombre de su padrino cambió de Roger Corman a Steven Spielberg. Bajo la sombra del "Rey Midas de Hollywood" dirigió Gremlins y El chip prodigioso, películas que le situaron en la misma terna de otros cineastas de éxito como Robert Zemeckis o Barry Levinson. Sin embargo, Dante no conoció la misma suerte que éstos y el brillo de su estrella se fue apagando con el transcurso del tiempo. Su propensión al fantástico y a la comedia le relegó muy pronto al cajón de las películas de serie B y a las producciones televisivas, convirtiéndose en un fetiche para los amantes del género y en la viva encarnación de un pretérito perfecto. A pesar de todo, pudo firmar otros títulos estimables, entre los que Matinee ocupa un lugar especial.
Dante despliega su cinefilia en este divertido homenaje a los films que marcaron su vocación de juventud. Y lo hace a través de uno de los personajes más estrafalarios de la época, William Castle. Matinee se inspira en la figura del director y productor para elaborar el retrato del protagonista, interpretado por John Goodman en plenitud de facultades. El actor vierte todo su carisma por cada rincón de la película y la llena de entusiasmo, en medio de un reparto mayoritariamente infantil. Matinee destila amor por el cine y añoranza por una edad en la que los sueños parecían posibles... y también las pesadillas. Porque la acción sucede en un pequeño pueblo de la bahía de Florida, en plena crisis de los misiles en Cuba. La paranoia nuclear y los coletazos del anticomunismo dan coartada al argumento, lleno de situaciones hilarantes narradas con fluidez y oficio.
Ésta es con probabilidad la película más personal de Dante, su confesión como cineasta y como artesano del terror. Pese a las dificultades de la financiación, Matinee sabe aprovechar hasta el último centavo para reproducir la estética de 1962 con un pie en la caricatura y otro en el realismo. Los decorados, el vestuario, la peluquería... son elementos que se ven magnificados por la fotografía colorista de John Hora en el último de los trabajos que compartió con Dante. Otro de sus colaboradores habituales, Jerry Goldsmith, firma la banda sonora condimentada con canciones añejas, un paisaje musical dibujado con nostalgia pero sin melancolía. Al contrario, Matinee es un delicioso divertimento que demuestra las dotes narrativas de Joe Dante, un cineasta que pudo haberse parecido a William Castle si Spielberg no se hubiese cruzado en su carrera. Cine sobre el cine, desde el cine, mediante el cine... y un montón más de hermosas preposiciones.

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El héroe anda suelto. "Targets" 1968, Peter Bogdanovich

En el año 1968, Peter Bogdanovich se estrena como director de cine con dos películas de lo más dispares. La primera es una estrafalaria producción de Roger Corman cuyo título lo dice todo: Viaje al planeta de las mujeres prehistóricas. La segunda es un radiante ejercicio de estilo en el que Bogdanovich hace una presentación de sus virtudes como cineasta: Targets, conocida en España con el ridículo nombre de El héroe anda suelto.
La película cumple con los requisitos de toda buena opera prima que se precie: asume riesgos formales, hace inventario de referencias cinéfilas (Hitchcok, Fuller, Lang, Fisher) y trata de construir una identidad como autor que, en el caso de Bogdanovich, tiene el propio cine como motor de inspiración. Es decir, que Targets es una película que se retroalimenta y que propone al espectador un apasionante juego de realidad y ficción.
El guión sigue dos líneas paralelas. En una de ellas, asistimos a la despedida de Byron Orlock, una vieja leyenda del cine de terror que se ha cansado de intervenir en películas intrascendentes y en espectáculos de segunda categoría. La otra línea narrativa sigue los pasos de Bobby, un joven modélico que un buen día decide llevar su afición por las armas demasiado lejos. Ambas historias transcurren en la ciudad de Los Ángeles y están condenadas a cruzarse, ya que tienen como protagonistas a dos tipos diferentes de monstruos. Orlock representa el monstruo irreal que se gana la vida asustando al público cuando, en verdad, se trata de un anciano lúcido y bondadoso. Bobby es el monstruo en potencia, oculto bajo una apariencia de corrección y normalidad. Esta dicotomía es expuesta por Bogdanovich con tensión, sentido del ritmo y un ingenio visual impropio de un debutante. Targets despliega sus numerosas virtudes a través de la planificación, los movimientos de cámara y el montaje, estableciendo también aquí dos tonos diferentes: más tenso y dinámico durante las escenas de Bobby, mientras que las de Orlock adoptan un carácter más reposado y sereno. Las transiciones entre ambos segmentos son imaginativas y mantienen la fluidez que exige el relato (una luz que se apaga, una carretera), hasta la llegada del inevitable encuentro en un magnífico tercer acto. Aquí y en el resto del metraje tiene Bogdanovich un aliado perfecto en László Kovács, cuya fotografía saca buen provecho de los decorados y llena las imágenes de color.
Aunque se trata de una película de suspense, Targets captura además el espíritu de una época que se acaba y otra que comienza, no en vano, el personaje de Orlock está interpretado por Boris Karloff en una de sus últimas apariciones en la pantalla. El veterano actor presta sus icónicos rasgos en lo que supone un trasunto de su propia figura, a la que Bogdanovich rinde homenaje con honestidad y respeto. Y es que Targets es un film sobre el cine, una declaración de amor como otras que el director firmará en adelante (La última película, Luna de papel, Nickelodeon). Sirva como ejemplo la larga escena en el drive-in, un tributo apasionado con resultados recíprocos: Bogdanovich ama el cine, y el cine ama a Bogdanovich. Es una lástima que esta bonita relación no se mantenga durante el resto de su carrera.
A continuación, una pequeña muestra del temprano dominio del lenguaje cinematográfico de Peter Bogdanovich. Una escena con Tim O'Kelly en el papel de Bobby que, al igual que el resto del film, carece de ninguna música que no sea diegética. Esta arriesgada decisión potencia el naturalismo de Targets y da relevancia al sonido. Pasen y vean:

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Solo Dios perdona. "Only God Forgives" 2013, Nicolas Winding Refn

Tras saborear las mieles del éxito con Drive, Nicolas Winding Refn sirve una cuidada ración de veneno solo apta para el paladar de sus incondicionales. Más que un reto, Solo Dios perdona es un suicidio artístico: una producción francesa filmada en Tailandia con dos estrellas de Hollywood, en la que el director danés lleva hasta el extremo sus radicales propuestas narrativas y estéticas.
A grandes rasgos, se trata de la historia de una venganza en la que se entremezclan el drama familiar y el thriller de yakuzas, el crimen y el incesto, el cine de David Lynch y el de Takeshi Kitano. Fiel a su vocación de esteta, Winding Refn se muestra más preocupado por la forma que por el contenido, algo que sus críticos le echan en cara dando a entender que el estilo de un director es la cáscara que envuelve el relato. Winding Refn hace precisamente lo contrario: crea un universo visual condimentado con diálogos breves y concisos, algunas ideas argumentales, apuntes, sensaciones... todo al servicio del imaginario del director y de su retórica: colores vívidos, ralentizados, iluminación contrastada, interpretaciones hieráticas. Ryan Gosling y Kristin Scott Thomas aportan sus conocidos rostros a esta película que parece querer huir de cualquier favor.
Con Solo Dios perdona, Nicolas Winding Refn se rinde homenaje a sí mismo y se emparenta con Wong Kar-Wai, otro amante de las imágenes depuradas. La diferencia es que el primero tiende a los rincones más oscuros de la condición humana y se regodea en la violencia moral y física de los personajes. El noveno film del director es de una brutalidad que espantará a los espectadores sensibles, apenas amortiguada por una frialdad capaz de eliminar cualquier rastro de emoción. Al igual que en Drive, la música electrónica de Cliff Martinez vuelve a dotar de identidad sonora a Solo Dios perdona, una película hermética y tremenda donde no caben las medias tintas. Seduce y es odiada con pasión, por lo que tiene la virtud de proponer una respuesta a la apatía predominante en las carteleras. Solo por esto y por su espíritu kamikaze merece ser tenida en cuenta.

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El día más feliz en la vida de Olli Mäki. "Hymyilevä mies" 2016, Juho Kuosmanen

Hay películas que llegan de improviso, cuando nadie las espera. Películas que entran sin hacer ruido, que están un rato y que después se marchan dejando un hondo recuerdo. Pueden venir de Finlandia, por ejemplo, estar rodadas en blanco y negro y tratar temas como el romance, el boxeo o el éxito. Digamos que un púgil se está entrenando para competir por el título de campeón mundial, aunque en realidad es panadero. Por fin encuentra la oportunidad de convertirse en una figura de renombre, y en esa fase trascendental de su carrera, se da cuenta de que está enamorado. Una circunstancia habitual en la vida de cualquier persona, que trastoca sus aspiraciones y las de quienes le rodean. Pues bien, esta película existe y tiene título: El día más feliz en la vida de Olli Mäki. Es una de las sorpresas más estimulantes que puedan contemplarse en una sala de cine, una gema oculta, un motivo para conservar la fe delante de la pantalla.
El director Juho Kuosmanen firma su segundo largometraje que es, en verdad, una declaración de principios. Porque el Olli Mäki del título personifica su propia situación como creador, indefenso ante las expectativas de un público que ha depositado en él sus ilusiones tras debutar en 2010 con Taulukauppiaat. Así pues, El día más feliz en la vida de Olli Mäki supone la prueba de reválida de Kuosmanen, la ocasión de ascender de peso ligero a peso pesado. Y bien que lo consigue. La fórmula es (o debería ser) sencilla: un guión trabajado, unos actores comprometidos y una producción consciente de sus dimensiones.
La película está ambientada a principios de los años sesenta, cuando las parejas que viven en distintas ciudades deben aguardar horas para comunicarse y los tratos se cierran con un apretón de manos. Una época en la que todavía resulta verosímil la inocencia. Los actores Jarkko Lahti y Oona Airola forman una pareja enternecedora, cuya relación se hace creíble mediante miradas cargadas de humanidad y de emociones que esquivan el fingimiento. Kuosmanen captura las imágenes con una cámara en mano de 16 mm. y emplea un montaje con cortes abruptos entre escena y escena, sin embargo, la narración mantiene un profundo aroma clásico. Entre los fotogramas del film se pueden adivinar evocaciones al free cinema (la boda del principio), a la nouvelle vague (el espectáculo de lanzamiento de bolas), al realismo poético francés (la escena de la cometa) o al cine de Chaplin (el final junto al río). Referencias que, premeditadas o no, están ahí, como parte de la memoria del espectador. Porque El día más feliz en la vida de Olli Mäki es una película que trasciende los calendarios y las fronteras, cuyo alcance se expande sin hacer alardes ni concesiones al público. Es el cine más difícil que existe: ese que parece sencillo y hecho de forma natural, pero que guarda tras de sí la sabiduría de quien sabe narrar con imágenes.

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