Sin City: A dame to kill for. 2014, Robert Rodriguez y Frank Miller

Transcurrida casi una década desde su primer encuentro, el cineasta Robert Rodriguez y el gurú del cómic Frank Miller vuelven a retomar el universo de Sin City en esta segunda parte que certifica los aciertos y las debilidades de su antecesora.
Los aciertos son evidentes: una estética poderosa, que calca al milímetro las viñetas en las que se basa el film, un casting de actores ajustado a los personajes, y un diseño de producción sobre el que descansa buena parte del relato. Sin City: A dame to kill for no depara sorpresas respecto a la anterior parte, da continuidad a la serie y reconforta a los lectores de las novelas gráficas originales. Estos mismos aspectos son esgrimidos por los detractores para posicionarse en contra.
Es decir, que la película depende demasiado de su envoltura visual, que el desarrollo del guión queda en segundo plano y que el resultado en su conjunto supone más de lo mismo, sin aportar novedades. Los que opinan así deben ser mayoría, porque el estreno de la película fue un desastre y en algunos países, como en España, ni siquiera ha llegado a las carteleras.
Que nadie encienda la hoguera. El tándem Rodriguez-Miller sigue siendo fiel al estilo que crearon hace nueve años, el mismo que pervirtió el propio Miller en solitario en aquella infausta The Spirit y que Rodriguez, perfecto saboteador de géneros, no ha vuelto a abordar desde entonces. Sin City: A dame to kill for es puro manierismo, la estilización del cine negro hasta los límites de lo grotesco. Todo cuanto sucede en la película está tan impostado, es tan falso y aparatoso que resulta divertido. Casi como un anuncio de perfume, pero cubierto de sangre y sexo.
Así, parece normal que la película despierte rechazos y simpatías a partes iguales. La retórica del noir que celebra Sin City está diseñada para contentar a los amantes del thriller en general y del cómic en particular, pudiendo aburrir al resto de los espectadores. Miller sigue apostando por la estructura narrativa fragmentada, herencia pulp aquí sofisticada hasta el extremo. El blanco y negro continua siendo radical, con pocos grises de por medio, tan solo interrumpido en ocasiones por el color de unos ojos, unos labios, una llamarada...
Porque Sin City: A dame to kill for es cine personajes. Tipos duros y mujeres fatales cuyas pulsiones conducen la trama superponiéndose, muchas veces, a la lógica narrativa. Cualquiera que haya leído los cómics sabe lo que va a encontrar. El largo plantel de actores, lleno de nombres conocidos como los de Eva Green, Josh Brolin, Jessica Alba, Rosario Dawson o Bruce Willis, cumple a la perfección su cometido: ellos imprimen sus pétreos rostros en la pantalla, mientras ellas ponen las curvas. El amor y la muerte, unidos en el mismo encuadre.
En definitiva, se trata de una producción muy cuidada que satisfará a los seguidores de la serie, a los  amantes del cine negro más bizarro y a los estetas sin problemas de testosterona. Casi exclusivamente.

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La oveja Shaun. "Shaun the sheep" 2015, Richard Starzak y Mark Burton

Durante los últimos años, han sido muchas las series de animación que han conocido el tránsito de la televisión a la gran pantalla. Ya sea estirando los éxitos de audiencia (Los Simpson, Bob Esponja) como hurgando en la nostalgia (Los pitufos, La abeja Maya), lo cierto es que este trasvase suele reportar más decepciones que sorpresas. Los motivos se resumen en el desajuste que se produce al hinchar un desarrollo narrativo de veinte minutos en un largometraje de noventa, y en la extraña asociación de términos que los productores acostumbran a establecer entre el cine, el espectáculo y la aparatosidad. Por eso resulta casi un milagro que La oveja Shaun, serie de la CBBC de apenas siete minutos de duración por episodio, haya encontrado una adaptación cinematográfica tan inspirada y certera.
O tal vez no sea tan raro. El responsable de dirigir y escribir la película, Richard Starzak, ya había trabajado en la serie original, y se hace acompañar de un viejo conocido del estudio Aardman, Mark Burton, que debuta en las labores de realización. Los dos cuentan con amplia experiencia en el mundo de la animación, algo que no garantiza el éxito del film, pero sí supone un abal del conocimiento y la laboriosidad que requiere la técnica del stop-motion. Y es que La oveja Shaun es, ante todo, una película hecha con cariño y esmero. Esto es lo que se trasluce de cada una de sus imágenes, elaboradas no para deslumbrar al espectador, sino para facilitar que el relato avance y la comedia fluya con admirable naturalidad.
Siempre fiel a su tradición y siempre mirando por el retrovisor de las referencias clásicas, el estudio Aardman recupera para La oveja Shaun lo mejor del slapstick: gags perfectamente coreografiados, dominio del tempo cómico y aprovechamiento del espacio escénico. En resumen, que sobran las palabras para hacer reír como lo hacen sus personajes de plastilina. El guión está calibrado con detalle para no echar en falta ningún diálogo, al tiempo que consigue escenas tan memorables como la del restaurante. Pura comedia que resucita el espíritu de Chaplin en lo emocional, de Keaton en lo visceral, y de Lloyd en lo cinético.
En definitiva, una brillante producción británica que hará disfrutar al público de todas las edades y que puede presumir de haber sido dirigida con brío, escrita con inteligencia y animada con el talento habitual de Aardman. Un estudio que de una forma lenta pero constante, va labrando con los años una filmografía exigente, dotada de un estilo propio.
A continuación, uno de los memorables episodios de la serie emitida en televisión desde el año 2007. Si no se ríen con esto, tienen motivos para preocuparse:

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Simon killer. 2012, Antonio Campos

El mal puede manifestarse en los lugares más insospechados. No es extraño que un individuo corriente se convierta en depredador si se dan las circunstancias adecuadas, basta que algo o alguien prenda la mecha. Este parece ser el leitmotiv en la obra de Antonio Campos, cineasta de espíritu iconoclasta y maldito, empeñado en representar las dobleces del ser humano de maneras poco convencionales. Simon killer es un ejemplo perfecto. Sin embargo, el segundo largometraje de Campos ha tenido que pagar su apuesta por el riesgo con la falta de distribución. La película permanece inédita en España, triste consecuencia de hacer cine fuera de los márgenes.
El film cuenta la historia de Simon, un joven norteamericano que espera curar en París las heridas de un amor roto. Al principio el chico visita el Louvre, va al cine, practica el onanismo... el espectador puede empatizar con este aprendiz de naufrago que hace las cosas que podría hacer cualquiera en su situación. Una noche, Simon entabla relación con Victoria, una prostituta de difícil pasado que trata de llegar a fin de mes sin perder la dignidad por el camino. A partir de este encuentro irá emergiendo la complicada personalidad de Simon, lo que obliga al público a replantear sus primeras sensaciones. Campos consigue incomodar así al espectador, que se revuelve en su butaca arrepentido de haber depositado su confianza en el protagonista. Un juego peligroso que puede decepcionar a unos, enojar a otros, pero que resulta tremendamente estimulante.
Lejos de lo que cabría esperar, Simon killer mantiene un tono frío y austero, casi distante. La sequedad del relato se traslada también a las formas. Campos posa su mirada sobre los personajes con extrañeza, evitando los encuadres cómodos y contemplativos. La cámara busca el ángulo más adecuado para transmitir desasosiego, fascinación, incertidumbre... sentimientos extremos manejados por el director con pulcritud y que se van acrecentando a medida que avanza la narración. Simon killer esconde tormentas detrás de la aparente calma de sus imágenes: es el estilo basado en el contraste. El director juega con la elipsis y el fuera de campo tanto en el guión como en la planificación, lo que carga de simbolismo muchas de las escenas del film. Un ejemplo: al poco de conocerse, la pareja protagonista baila por primera vez en el apartamento de ella. La imagen se concentra en sus cinturas durante un largo rato, sin mostrar los rostros. Se trata de una relación física. Transcurrido el metraje, se produce otro baile. Esta vez sucede en la pista de una discoteca y, ahora sí, vemos a los personajes en plano medio. La relación entre ellos aspira a ser personal. Detalles como estos convierten el visionado de Simon killer no sólo en un ejercicio intelectual, sino también en una experiencia moral. Es el espectador el que contempla los hechos y juzga, sin intromisiones del autor que condicionen su veredicto.
Buena parte de los méritos de Simon killer residen en las interpretaciones de Brady Corbet y Mati Diop. Los actores carecen de fingimiento y se entregan con dedicación a unos personajes nada fáciles, siempre en conflicto externo e interno entre lo que dicen y lo que hacen. El triángulo que completa Constance Rousseau se erige como parte creadora de Simon killer, aún cuando la película mantiene el marcado carácter de su autor. Antonio Campos es responsable también del cuidado aspecto visual y sonoro que luce esta obra kamikaze, un verdadero salto al vacío que desconcertará al público domesticado, y que hace suya la estrofa de Nacho Vegas: "Ahora ya estás advertido/ no te fíes de un animal herido". Estas palabras podrían ser el mejor resumen.

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Jubal. 1956, Delmer Daves

El nombre de Delmer Daves suele aparecer en la lista de directores artesanos que también integran Michael Curtiz, Raoul Walsh o André De Toth. Cineastas que nunca pretendieron ser autores, y que pusieron su talento al servicio de las historias que les encargaban los estudios. Columbia confió en Daves tres westerns protagonizados por Glenn Ford, el primero de ellos con el título de Jubal. La película adaptaba la novela de Paul Wellman que se basaba, a su vez, en el Otelo de Shakespeare. Esta mezcla entre film del Oeste y drama teatral da como resultado una película fascinante, que cuestiona las pautas del género e introduce elementos literarios y de cine negro.
El hecho de que Jubal sea un western atípico se debe, sobre todo, a que pone el acento en los personajes: el pistolero sin pasado, el capataz carismático, el líder que ve peligrar su puesto, la mujer fatal en contraposición a la jovencita cándida... Todos cumplen su función dentro de la trama, gracias a un guión inteligente que cobra fuerza en los diálogos y a la dirección concisa y eficaz de Daves. El argumento avanza con precisión matemática, conteniendo los arranques de apasionamiento y esquivando los lugares comunes, sin resultar por ello frío o extravagante. Son los años cincuenta y el género alcanza la plena madurez gracias a películas como Johnny Guitar, Centauros del desiertoEl zurdo o Jubal. Ejemplos de cómo se pueden dirimir los conflictos entre los personajes sin necesidad de recurrir (sólo) a las balas, tan letales como una mirada bajo el sombrero o una frase escupida entre dientes.
Para sostener todo lo dicho es necesario un plantel de actores como el que luce Jubal: Glenn Ford, Ernest Borgnine, Rod Steiger y Valerie French llenan la pantalla con sus interpretaciones y consiguen dotar de vida a unos personajes que podían haber caído en el estereotipo con facilidad. En lugar de eso, el film juega con las expectativas del público deparando cien minutos de intensa emoción. Jubal es la prueba de que no son necesarios los juegos de artificio para inflamar los ánimos del espectador, y que incluso directores poco ambiciosos como Delmer Daves podían crear obras de hondo calado, sin hacer demasiado ruido ni concesiones a la galería.  

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