Mapa, 2012. León Siminiani

León Siminiani añade el último eslabón a una cadena de documentalistas que incluye a Walter Ruttmann, Dziga Vértov, Chris Marker o Jonas Mekas. Se trata de cineastas que han trascendido la condición de hombres con una cámara para descubrirnos que ninguna imagen es inocente, y que elegir  un encuadre significa tomar partido. Godard, otro documentalista ocasional, defendía el aspecto moral de cada plano. No basta con ser sólo testigo. Hay que participar de la realidad, convertir la mirada en protagonista.
Siminiani va más allá y lleva su experiencia personal hasta los límites de la ficción, provocando que la verdad y la trampa convivan en acuerdo. El resultado es un ejercicio de honestidad apabullante, un relato que a veces produce sonrisa, a veces congoja, y que siempre logra la emoción.
La genialidad de "Mapa" radica en su propuesta fragmentada y en las vicisitudes de una grabación interrumpida y puesta en entredicho en la misma película. Es la obra en construcción de un arquitecto que no esconde sus trucos, sino que hace gala de ellos. Más aún, las artimañas con las que Siminiani resuelve el relato conforman la propia trama. "Mapa" es el itinerario de un cineasta a la búsqueda de su película y del amor imposible: de nuevo la confusión entre la vida y el cine, en una cartografía incierta que incluye reflexión y lirismo, confesión y juego.
La retórica de "Mapa" basada en el montaje y en el particular punto de vista de su autor, consigue despegar la película de su poso literario. Y además llenará de regocijo a los teóricos de la narración: “Mapa” es metalingüista, intradiegética y otros tantos conceptos sofisticados, sin embargo, resulta perfectamente accesible al espectador. La constante voz en off del director sirve de guía al viaje que proponen sus imágenes, por medio de un discurso que alterna la ironía con la lucidez y la desesperación.
Al igual que sucede con Michael Moore, habrá quien pueda acusar a Siminiani de narcisismo o de auto complacencia. Resulta curioso comprobar cómo los géneros que se admiten con normalidad en otras disciplinas artísticas, como son las memorias, el ensayo o el auto retrato, son tan difíciles de tolerar en el cine. En su debut en el largometraje, Siminiani se expone poniendo a prueba el pudor del espectador, haciéndole partícipe de la historia. La pantalla se parte en pedazos para que ambos, director y público, compartan el mismo espacio.
"Mapa" es la culminación de los logros que Siminiani había alcanzado en sus cortometrajes, el desarrollo de un lenguaje propio muy reconocible. Como prueba, "Límites: 1ª persona", realizado en 2009 como germen de "Mapa". Que lo disfruten:

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En la casa. "Dans la maison" 2012, François Ozon

François Ozon desarrolla las piruetas narrativas y los juegos formales practicados en películas como "Swimming pool" o "5x2" y los dota de sofisticación en "En la casa". Es el más difícil todavía de un director que asume el reto de trasladar a la pantalla "El chico de la última fila", la obra de teatro de Juan Mayorga. El resultado es un ejercicio de virtuosismo deslumbrante, una exhibición de cómo hacer crítica social por medio de la sátira de costumbres.
Ozon desmonta los vicios y las virtudes de la clase media en forma de trampantojo cinematográfico, torciendo y retorciendo el argumento de un profesor que trata de resolver sus frustraciones como escritor enseñando literatura a un joven que tiene el don de la observación. El despliegue de personajes y su funcionalidad dentro de la trama, los conflictos y las situaciones que se plantean son mucho más que herramientas para la narración, son la narración misma. Estos hallazgos, que ya se encontraban en el texto dramático, son dinamizados por Ozon a través de una puesta en escena cargada de nervio y energía, que aprovecha todos los recursos fílmicos del flashback, el montaje en paralelo, la recreación onírica, la voz en off... en definitiva, los trucos que harán disfrutar no sólo a los narradores en ciernes, sino a cualquier espectador con ganas de entrar en el juego que propone "En la casa".
Todos los actores del reparto están soberbios y dan con el tono justo de comedia ma non troppo, amplificando la ambigüedad de sus personajes y el equívoco entre realidad y ficción. Sus interpretaciones conducen el relato hasta el final y permiten que los riesgos del desenlace sean superados con comodidad, sin socavar las grietas que a veces parecen abrirse en la película. De esta manera, "En la casa" termina manifestándose como lo que es: un apabullante ejercicio de estilo, una comedia inteligente y lúcida, un divertimento que encierra una bomba de relojería.  


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Madrid 1987. 2011, David Trueba

El riesgo de películas como "Madrid 1987" es el de reducirse a la condición de teatro filmado. Con dos personajes y un decorado que abarca la mayor parte del metraje, la acción queda concentrada inevitablemente en los diálogos. Es cine de palabra, cine para escuchar y para leer entre líneas, cine que se verbaliza por obra y gracia de un actor superdotado. 
José Sacristán ofrece un recital interpretativo. De alguna manera, "Madrid 1987" es el justo homenaje a su gesto y a su voz, al talento de un artista que se recrea con el texto haciendo suyo el personaje del periodista de raza. A su lado se encuentra María Valverde, una actriz de bello rostro cuyos recursos palidecen ante el gigantismo devorador de Sacristán. Cualquiera podría reconocer lo desigual de este duelo, y el primero en darse cuenta parece ser el propio guionista y director, David Trueba. Por eso "Madrid 1987" está basada más que en los diálogos, en el soliloquio. El verbo constante y fluido de Sacristán inunda la pantalla, lo que convierte a Valverde en  la excusa para que el veterano periodista se exprese y revele su mundo interior. Ella apenas puede superar su condición de objeto de deseo, con posibilidad para pocas réplicas y una funcionalidad evidente: es el contrapunto necesario para que el guión no termine siendo un monólogo. Se echa en falta algo más de interacción entre los dos personajes, de equilibrio. 
Con el paso de los años, la carrera como escritor de David Trueba ha ido creciendo en detrimento de su obra cinematográfica. "Madrid 1987" es la película de un literato más que la de un cineasta. Y aunque está bien filmada y tiene ritmo, lo que perdura en la memoria del espectador son las palabras inteligentes y lúcidas del texto, y el inmenso actor que las hace creíbles. Pero "Madrid 1987" es algo más: es el retrato de dos generaciones obligadas a convivir, de sus encuentros y desencuentros. Es la fotografía fija de un momento y de un lugar tan extraño como es España. Por eso merece ser tenida en cuenta.

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El artista y la modelo. 2012, Fernando Trueba

Antes que director y guionista, Fernando Trueba ha demostrado ser un cinéfilo. Su carrera está llena de homenajes más o menos explícitos a toda clase de géneros y referentes como la nouvelle vague ("Ópera prima"), la comedia clásica norteamericana ("Two much"), el cine de la Ufa ("La niña de tus ojos") o el musical ("Chico y Rita"). Trueba también ha reconocido su fascinación por los maestros franceses: Vigo, Renoir, Truffaut, Eustache... por eso era una cuestión de tiempo que realizase una película como "El artista y la modelo".
El director ha contado con la colaboración de Jean-Claude Carrière para escribir un guión que tiene el aspecto de un cuento, pero sin lecciones morales ni adoctrinamientos. Al contrario, sus cuidadas imágenes en blanco y negro se asientan sobre un poso de influencias bien asimiladas, pictóricas y cinematográficas, como coartada para establecer una defensa de la serenidad y la belleza.
La historia de un artista en el final de su vida que recibe la llegada fortuita de una joven, a la que contratará como modelo, es a primera vista un argumento proclive a la reflexión y a la digresión filosófica. En lugar de eso, Trueba opta por el apunte, por el esbozo de las situaciones al igual que su personaje protagonista. Es reveladora la escena en la que el artista muestra a la modelo la sencillez perfecta de un dibujo de Rembrandt. Esa parece ser la aspiración de Trueba: despojar la película de accesorios y de diálogos innecesarios para conseguir llegar a la esencia del relato, a lo que se esconde bajo la piel del film. El resultado en una depuración en la forma y en el contenido, sin música incidental ni golpes de efecto, sin trabas narrativas ni llamadas al aplauso.
Las interpretaciones de los actores resultan también comedidas, Jean Rochefort y Aida Folch cumplen a la perfección con sus personajes, eficazmente secundados por Claudia Cardinale y Chus Lampreave, entre otros.
Aunque la película tiene el aroma de otros tiempos, no pretende evocar nostalgias ni apelar al sentimentalismo del espectador. Sin embargo, consigue una emoción básica, casi primitiva: el espectáculo de la belleza en su desnudez, liberada de artificios. Daniel Vilar, en su debut como director de fotografía de largometrajes, tiene gran responsabilidad en ello. Su labor con la luz y la profundidad de campo está dotada de virtuosismo, y contribuye a que "El artista y la modelo" sea una película hermosa, sencilla y directa. Tratándose de una obra acerca del misterio de la creación artística y el tiempo, eso ya es decir mucho.

           
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Argo. 2012, Ben Affleck

Desde sus inicios, el cine norteamericano se ha encargado de interpretar la historia de su país desde una perspectiva más o menos fiel a la realidad, pero siempre combinando la recreación con el espectáculo. No se trata sólo de exhibir músculo financiero con la construcción de decorados ni la contratación de asesores históricos, sino de convertir los acontecimientos reales en material digerible para los estómagos de los espectadores que pagan su entrada. Es el viejo concepto de instruir deleitando, llevado a la ficción de género. Por eso conviene tomar precauciones cuando aparece impresa en la pantalla la leyenda de Basado en hechos reales. ¿Es eso lo que sucedió? ¿Se parecen los actores a las personas que interpretan? ¿Han puesto la trama al servicio de la realidad, o al contrario? Las cuestiones se acumulan cuando toca discernir entre lo veraz y lo imaginario, entre ficción y documental.
Lo mejor de "Argo" es, precisamente, su falta de pudor a la hora de trasladar a la pantalla un suceso tan dramático como fue el rescate en 1979 de unos diplomáticos estadounidenses en Teherán, amenazados por el régimen del ayatolá Jomeini. Más allá de reflejar las circunstancias sociales y políticas, lo que pretende la tercera película de Ben Affleck como director es construir un trepidante thriller en el que se conjugan el drama, la acción y la comedia. 
La película supone el brillante ejercicio de estilo de un director inspirado y eficaz: Affleck maneja a la perfección las claves del género de intriga y hace girar los engranajes de su maquinaria sin carcasa, dejando a la vista del público los mecanismos del drama.
"Argo" comienza con un prólogo a modo de storyboard animado, que sirve para contextualizar los hechos y entonar un mea culpa: el gobierno de los Estados Unidos fue el responsable directo del derrocamiento de las libertades en Irán, lo que desembocaría en la proclamación de la república islámica. A partir de ahí, "Argo" sigue las vías de la parábola aleccionadora, con una división clara entre héroes y villanos. No se escatiman las frases severas, los discursos morales ni las banderas: esto es Hollywood. Sin embargo, la película es capaz de superar el trazo grueso cuando supedita el drama a la acción y, sobre todo, cuando practica la comedia.
El plan consiste en organizar un falso equipo de rodaje para liberar a los prófugos ocultos en la residencia del embajador de Canadá, simulando trabajar en una película de ciencia ficción. Y aquí es donde se abre un resquicio para el humor, generando los momentos de distensión necesarios para aligerar la tragedia y retratar, de paso, a la fauna que puebla Hollywood: productores sin escrúpulos, directores mercenarios y aspirantes a estrellas. ¿Puede una persona aprender a dirigir cine en un día? -pregunta el agente encargado de la operación de rescate. El productor le responde: Un mono puede aprender a dirigir cine en un día. Affleck demuestra ser un mono bastante evolucionado y haber necesitado más de un día para dirigir "Argo": su trabajo rebosa nervio y energía, es exhaustivo, tal vez demasiado. Hay una sobreabundancia de planos rodados y montados, algunos de ellos innecesarios, como si el director no confiase en transmitir la urgencia y la tensión que ya de por sí tiene la trama, y tuviese que potenciarla añadiendo exuberancia y confusión en las imágenes. Los planos son muy cerrados y se suceden a una velocidad de vértigo, no sólo en las secuencias de acción sino en la práctica totalidad del film, lo que da como resultado una retórica a veces asfixiante.
El público se muerde las uñas hasta el final, a pesar de que el desenlace fuerza peligrosamente la credibilidad de sus casualidades. No hay problema: al fin y al cabo, "Argo" no pretende dar lecciones de historia ni hacer crítica social. La película evita la solemnidad y es coherente con su propuesta, que consiste en ofrecer diversión en forma de thriller rotundo y apasionante.           
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