Argo. 2012, Ben Affleck

Desde sus inicios, el cine norteamericano se ha encargado de interpretar la historia de su país desde una perspectiva más o menos fiel a la realidad, pero siempre combinando la recreación con el espectáculo. No se trata sólo de exhibir músculo financiero con la construcción de decorados ni la contratación de asesores históricos, sino de convertir los acontecimientos reales en material digerible para los estómagos de los espectadores que pagan su entrada. Es el viejo concepto de instruir deleitando, llevado a la ficción de género. Por eso conviene tomar precauciones cuando aparece impresa en la pantalla la leyenda de Basado en hechos reales. ¿Es eso lo que sucedió? ¿Se parecen los actores a las personas que interpretan? ¿Han puesto la trama al servicio de la realidad, o al contrario? Las cuestiones se acumulan cuando toca discernir entre lo veraz y lo imaginario, entre ficción y documental.
Lo mejor de "Argo" es, precisamente, su falta de pudor a la hora de trasladar a la pantalla un suceso tan dramático como fue el rescate en 1979 de unos diplomáticos estadounidenses en Teherán, amenazados por el régimen del ayatolá Jomeini. Más allá de reflejar las circunstancias sociales y políticas, lo que pretende la tercera película de Ben Affleck como director es construir un trepidante thriller en el que se conjugan el drama, la acción y la comedia. 
La película supone el brillante ejercicio de estilo de un director inspirado y eficaz: Affleck maneja a la perfección las claves del género de intriga y hace girar los engranajes de su maquinaria sin carcasa, dejando a la vista del público los mecanismos del drama.
"Argo" comienza con un prólogo a modo de storyboard animado, que sirve para contextualizar los hechos y entonar un mea culpa: el gobierno de los Estados Unidos fue el responsable directo del derrocamiento de las libertades en Irán, lo que desembocaría en la proclamación de la república islámica. A partir de ahí, "Argo" sigue las vías de la parábola aleccionadora, con una división clara entre héroes y villanos. No se escatiman las frases severas, los discursos morales ni las banderas: esto es Hollywood. Sin embargo, la película es capaz de superar el trazo grueso cuando supedita el drama a la acción y, sobre todo, cuando practica la comedia.
El plan consiste en organizar un falso equipo de rodaje para liberar a los prófugos ocultos en la residencia del embajador de Canadá, simulando trabajar en una película de ciencia ficción. Y aquí es donde se abre un resquicio para el humor, generando los momentos de distensión necesarios para aligerar la tragedia y retratar, de paso, a la fauna que puebla Hollywood: productores sin escrúpulos, directores mercenarios y aspirantes a estrellas. ¿Puede una persona aprender a dirigir cine en un día? -pregunta el agente encargado de la operación de rescate. El productor le responde: Un mono puede aprender a dirigir cine en un día. Affleck demuestra ser un mono bastante evolucionado y haber necesitado más de un día para dirigir "Argo": su trabajo rebosa nervio y energía, es exhaustivo, tal vez demasiado. Hay una sobreabundancia de planos rodados y montados, algunos de ellos innecesarios, como si el director no confiase en transmitir la urgencia y la tensión que ya de por sí tiene la trama, y tuviese que potenciarla añadiendo exuberancia y confusión en las imágenes. Los planos son muy cerrados y se suceden a una velocidad de vértigo, no sólo en las secuencias de acción sino en la práctica totalidad del film, lo que da como resultado una retórica a veces asfixiante.
El público se muerde las uñas hasta el final, a pesar de que el desenlace fuerza peligrosamente la credibilidad de sus casualidades. No hay problema: al fin y al cabo, "Argo" no pretende dar lecciones de historia ni hacer crítica social. La película evita la solemnidad y es coherente con su propuesta, que consiste en ofrecer diversión en forma de thriller rotundo y apasionante.