¡LUMIÈRE! COMIENZA LA AVENTURA. "Lumière! L’aventure commence" 2016, Thierry Fremaux

Quien más y quien menos, casi todos han visto alguna película de los hermanos Lumière. Entre las más populares se encuentran La llegada de un tren a la estación de La Ciotat, Salida de los obreros de la fábrica Lumière o El regador regado. Son bobinas de cincuenta segundos que ilustran situaciones cotidianas filmadas primero en Francia y después en diversos lugares del planeta, y que comúnmente se han considerado como representaciones documentales de la realidad con un interés histórico y antropológico. Sin embargo, tal y como demuestra ¡Lumière! La aventura comienza, en estos y otros pequeños films se halla el germen de los primeros géneros cinematográficos y la puesta en escena de unas intenciones que prefiguran la ficción, en paralelo al desarrollo de nuevas técnicas.

La película reúne 108 piezas de Louis y Auguste Lumière del periodo comprendido entre 1895 y 1905, lo cual permite valorar una parte del conjunto en perspectiva. Es una década que el director Thierry Fremaux va desmenuzando en diferentes bloques temáticos: París, las comedias, los trabajadores, los viajes... todo conducido por la contante voz en off de Fremaux, un experto que dirige el Instituto Lumière, el Festival de Cine Lumière y, en la actualidad, el Festival de Cannes. Lejos de adoptar un tono académico, el documental mantiene una gran cercanía con el público y concita la atención de manera apasionante y didáctica, con momentos para la reflexión, la curiosidad y el humor.

La restauración de las imágenes posibilita ver estas obras pioneras como nunca antes, haciendo destacar los nombres de los camarógrafos Alexandre Promio o Gabriel Veyre. Así, asistimos a primitivos travellings, a efectos ópticos (alguno con la arbitrariedad del muro que se reconstruye) y a instantes de calado lírico, según las pautas de un estilo basado en la elección de un tema, un punto de vista y un tratamiento. La música de Camille Saint-Saëns favorece la unidad y refuerza la belleza visual de esta película destacable tanto en su contenido educativo como de mero entretenimiento. Thierry Fremaux y Bertrand Tavernier en calidad de productor, logran elaborar una mirada al pasado divertida y bien escrita, un documento de excepcional valor que transmite la relevancia de un invento llamado a transformar la percepción del mundo: el cinematógrafo.


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CANCIONES DEL SEGUNDO PISO. "Sånger från andra våningen" 2000, Roy Andersson

Tras la nula aceptación obtenida con Giliap en 1975, Roy Andersson interrumpe su trayectoria cinematográfica para centrarse en la publicidad. Tienen que transcurrir veinticinco años y varios cortometrajes para que el director vuelva a hacerse cargo de un largometraje, en el cual define el peculiar estilo que desarrollará en lo sucesivo. Canciones del segundo piso inicia la conocida como trilogía de la vida, un gran poema sobre el absurdo de la existencia y las contradicciones del hombre moderno que en su primera parte expone las incertidumbres propias del cambio de siglo, tomando como referencia los versos de Traspiés entre dos estrellas escritos por César Vallejo.

La película presenta los rasgos narrativos y estéticos del autor: escenas que se suceden huyendo de la continuidad convencional, filmadas en planos fijos y distanciados de los personajes, como cuadros que relacionan a las figuras con el escenario donde acontece la acción. Hay algo brechtiano en esta conciencia del espectador respecto a la imagen observada, una actitud que invita a la reflexión, aunque Andersson no propone ejercicios intelectuales en su cine. El director pone en práctica aquella frase de Juan Ramón Jiménez que decía: "Desconfiad de una poesía que, para gustar, tiene que ser analizada". Al igual que el resto de la filmografía de Andersson, Canciones del segundo piso es profundamente lírica sin necesidad de desciframiento, son situaciones que se explican por sí mismas, aunque todas guardan un misterio y están representadas bajo una atmósfera casi onírica. La clave es el humor. Humor negro y surreal, que no busca la risa unánime y sirve para amortiguar la derrota como concepto predominante.

Estos elementos confieren a la película una sensación hipnótica. Los planos que compone Andersson contienen profundidad de ideas pero también profundidad visual, ya que al permanecer estáticos deben ser leídos en toda su amplitud, con acciones que se suceden en diferentes términos. Se trata de una ilusión semejante al teatro que el director obtiene aplicando técnicas artesanales (fondos pintados, trucos de perspectiva) como se hacía en el cine del pasado. Estas y otras cualidades otorgan a Canciones del segundo piso un carácter intemporal, que escapa de las calificaciones y supone un género en sí mismo. El género Roy Andersson.

A continuación, uno de los temas compuestos por Benny Andersson para la banda sonora. La pieza tiene unos arreglos posteriores a la película elaborados por el propio músico con su formación, la Benny Anderssons Orkester. Relájense y disfruten:

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UNA HISTORIA DE AMOR. "En kärlekshistoria" 1970, Roy Andersson

En toda clase de ficciones, las palabras "amor adolescente" suelen vaticinar numerosos desastres asociados a la ñoñería, la desmesura, la simpleza... nada de eso se encuentra en el primer largometraje de Roy Andersson. Una historia de amor es un detallado ejercicio de naturalismo que narra la relación iniciática de dos jóvenes rodeados de adultos a los que no comprenden. La confrontación entre pubertad y madurez define el idilio, tantas veces reflejado en el cine con desigual fortuna.

Cuando Andersson emprende la película, ya tiene el bagaje de dos cortometrajes y un mediometraje en los que ha plantado la semilla de Una historia de amor. Son pequeñas obras que ofrecen una mirada cercana sobre situaciones comunes muy enclavadas en la época, una actitud que el director perfecciona en su opera prima. La cámara no se aparta de los personajes y predominan los primeros planos, con imágenes de gran belleza que poseen la calidez y la textura del kodachrome. Andersson todavía no ha desarrollado el estilo que le hará reconocible, pero sí deja entrever algunas obsesiones como son la familia y el absurdo de determinadas situaciones que revelan la condición humana. De hecho, Una historia de amor tiene un núcleo central en el que se aborda las evoluciones de la pareja protagonista (que representa el mundo juvenil) antecedido y precedido por escenas en las que son desplazados por los adultos y cuya atmósfera se enrarece, alejando la película de lo convencional. El conjunto puede desconcertar en un primer vistazo, sin embargo, esta contradicción marca la personalidad original e inquieta del autor.

La mayoría de los actores del film o bien no son profesionales o bien debutan aquí, lo cual otorga a la película cierta frescura que Andersson refuerza desde la dirección. La lente permanece atenta a los gestos y las inflexiones de cada uno de los rostros, siempre interesada en el comportamiento de los personajes y en capturar el instante preciso para que la historia avance. Sin aspavientos que aparten la película del realismo poético al que Roy Andersson aspira y con el que logra transmitir una sensación de intimidad sencilla y directa, tal y como queda sintetizado en el siguiente tema musical de Björn Isfält compuesto para la banda sonora. Relájense y disfruten:

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MUJERCITAS. "Little women" 2019, Greta Gerwig

Tras el éxito obtenido con Lady Bird, Greta Gerwig recibe un encargo muy diferente a sus anteriores proyectos, tanto a nivel conceptual como presupuestario. Se trata de la adaptación de Mujercitas, todo un clásico de la literatura norteamericana del siglo XIX, que ha sido llevado repetidas veces a la pantalla. La novela de Louisa May Alcott adquiere un nuevo brillo a la luz de los avances de la lucha feminista de los últimos tiempos, algo que Gerwig desarrolla en la película de manera natural, sin imposturas y con el respaldo económico de un gran estudio. El segundo largometraje en solitario de la directora cuenta con una producción importante llena de nombres destacados delante y detrás de la cámara, entre los que brillan ilustres veteranos como Meryl Streep, Chris Cooper y Laura Dern, junto a jóvenes que ya han trascendido su condición de promesas como Saoirse Ronan, Florence Pugh, Timothée Chalamet y Emma Watson, entre otros. Un reparto de relumbrón que exige responsabilidad a Gerwig, no tanto por cuestiones financieras sino por la variedad de personajes y su relevancia en la trama.

Tal vez la gran habilidad de la cineasta sea desprender a Mujercitas de la carga de azúcar que han ido depositando sobre ella las sucesivas versiones, así como subrayar los aspectos sociales y culturales del texto original. Por supuesto que esta nueva película es esteticista, relamida y no evita cierta cursilería presente en las imágenes y en la historia, siempre teniendo cuidado de no rebasar los límites del buen gusto. La fotografía de Yorick Le Saux recurre a referencias pictóricas en los interiores y en los espacios abiertos, sin aspirar al realismo sino a trasladar una atmósfera de cuento y de postal idealizada de la época. Los decorados, el vestuario, la peluquería... cada elemento de la producción artística refuerza la identidad del film y proporciona placer visual. El placer sonoro corresponde a Alexandre Desplat, quien compone una música evocadora y expresiva, muy presente en la narración.

La propuesta de Gerwig respeta la letra de May Alcott aunque cambia el orden de la estructura dramática, ya que intercala tiempos pasados y presentes (a veces de manera un tanto arbitraria) para remarcar la idea de que las decisiones que se toman en un determinado momento tienen repercusión más adelante. La película presenta un juego de espejos que contiene los reflejos de May Alcott, el personaje de Jo y la propia Gerwig, lo cual adquiere un carácter meta-narrativo cuya influencia se expande de la pantalla y llega hasta cualquier mujer que se sienta libre y con capacidad de crear. Este es el valor que proporciona Mujercitas de manera clara y accesible, gracias al lenguaje ágil que articula la directora mediante el montaje, los emplazamientos de cámara y los movimientos internos y externos del plano para generar dinamismo y provocar las emociones adecuadas.

En suma, Greta Gerwig sale bien parada del reto y logra renovar un relato que no por conocido debe ser obviado, con la ayuda de un elenco en el que brillan especialmente Ronan y Pugh. Ambas actrices justifican por sí solas la existencia de esta película amable, cálida y entrañable, sin que por una vez estos adjetivos signifiquen nada malo. Todo ello se aprecia en el tema principal de la banda sonora de Alexandre Desplat que pueden escuchar a continuación. Relájense y disfruten:

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MANK. 2020, David Fincher

Al contrario que sucede con los actores o los directores, no hay muchas ocasiones en las que el cine se haya aproximado al oficio del guionista. Tal vez por eso, el periodista Jack Fincher decidiese fijarse en Herman Mankiewicz, profesional de larga trayectoria durante la época dorada de Hollywood que alcanzó la cima al escribir Ciudadano Kane. Una vez más, se demuestra que el proceso creativo de este título es una fuente de historias que sirven para ilustrar las tensiones entre la libertad del autor y los mecanismos del negocio, prueba de ello es que el propio Mankiewicz tuviese que pelear su derecho a figurar en los créditos ante la resistencia de Welles.

Firmado en los años noventa, el guion de Mank no obtuvo entonces el interés necesario para salir adelante hasta que, dos décadas después, el director David Fincher, hijo de Jack, retoma el proyecto para convertirlo en un homenaje a la profesión en general y a su padre en particular. La película adquiere el empaque de una gran producción respaldada por Netflix y con actores conocidos en el reparto, aunque sin dejar de asumir por ello ciertos riesgos como son la fotografía en blanco y negro (que puede ahuyentar al espectador convencional), las referencias constantes al universo wellesiano (que pueden ahuyentar al profano) y el tono sombrío del conjunto (que puede ahuyentar a todos). Para solventar estos posibles impedimentos comerciales, Fincher se esfuerza por dotar el relato de dinamismo mediante la planificación y el montaje, ya que abundan las secuencias de diálogo, y en recubrirlo todo de un malévolo sentido del humor que aligera la densidad del film. El resultado sale bien: Mank es divertida y consigue entretener, a pesar de que exige estar familiarizado con el sistema de los grandes estudios y sus celebridades.

Además de sacar a ventilar algunos trapos sucios de la industria, Mank es el retrato de un escritor en plena decadencia que debe batallar también contra sí mismo. El afán autodestructivo de Mankiewicz requiere la labor de un actor que no se limite solo a hacer de borracho, sino que sea capaz de expresar las tormentas internas del personaje y su profundo descreimiento, algo que Gary Oldman logra con cada músculo de su cuerpo. Los habituales excesos del intérprete británico encajan bien con los de Mankiewicz y los demás nombres que intervienen: Amanda Seyfried (como Marion Davies), Charles Dance (Randolph Hearst), Arliss Howard (Louis B. Mayer) y tantos otros que completan el paisaje mitológico representado en Mank. La película supone un placer para el cinéfilo de la vieja escuela, aunque es difícil que entusiasme por igual al público mayoritario por su hermetismo y su naturaleza antropofágica.

Fincher padre e hijo imitan la estructura fragmentada de Ciudadano Kane y los saltos en el tiempo, lo cual unido a la abundante información que se maneja, obliga a concentrar la atención durante el metraje. Para resarcir el esfuerzo, el director de fotografía Erik Messerschmidt elabora imágenes de gran belleza que aprovechan el contraste de la luz dura de California y las noches de brillo y alcohol, todo reforzado por una cuidada dirección artística. En suma, David Fincher conjuga los elementos para que Mank adopte la forma de un espectáculo revisionista, que desvela las glorias y las miserias de un tiempo perdido y restablece el mérito de Herman Mankiewicz en la elaboración de una película esencial en el desarrollo del cine moderno.

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PLAY. 2011, Ruben Östlund

El tercer largometraje de Ruben Östlund es la confirmación de que no se trata solo de un provocador al que le gusta experimentar con el encuadre, sino que su alcance como cineasta puede llegar mucho más lejos. Play es una película capaz de promover el debate social sin recurrir al discurso, empleando la acción y el gesto. Östlund toma como base los procedimientos reales que un pequeño grupo de adolescentes efectuaba para robar los móviles de otros jóvenes en la ciudad de Gotemburgo. La particularidad del engaño es que se consumaba sin emplear la fuerza, mediante la sugestión y la conciencia de tener una identidad distinta a la de las víctimas. El hecho diferencial de que por un lado haya personas negras de origen inmigrante y por otro lado nativos blancos, obliga al espectador a cuestionar sus prejuicios y a tomar partido sin que exista un mensaje único o una moraleja determinada. Por lo tanto, Play es un ejercicio de reflexión activa que se inspira en un sentimiento básico: el miedo. No el miedo infantil de las películas de terror, sino el miedo atávico que proviene de la indefensión, que bloquea el pensamiento y que se padece a plena luz del día.

Quedan avisados: el visionado de Play no es ninguna experiencia agradable. La película logra agitar el subconsciente de la audiencia y explica muchos comportamientos producidos en situaciones de estrés individual y colectivo. Östlund ilustra la naturaleza de algunos traumas de manera distante y fría, la cámara rara vez se acerca a los personajes y, por primera vez, se rompe la quietud de los anteriores trabajos del director, incorporando el movimiento en el plano pero sin involucrarse en los acontecimientos. Esta lejanía refuerza el verismo de los hechos (a veces da la sensación de estar presenciando imágenes de una cámara de seguridad) y hace soportable la odisea que atraviesan los protagonistas. El público puede sentir que no es difícil cruzarse con ellos, y que los escenarios son equiparables a los de su entorno, por eso se trata de un drama sin aditivos que invita al debate, como así ha ocurrido en Suecia. Solo por eso merece tener en cuenta esta película incómoda y audaz, que está filmada con la precisión de un cirujano.

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INVOLUNTARY. "De Ofrivilliga" 2008, Ruben Östlund

En su segundo largometraje, Ruben Östlund radicaliza los enunciados de The guitar mongoloid a cambio de formalizar el relato. Involuntary supone una evolución respecto a su opera prima que constata la voluntad del director por situar al público en lugares incómodos, a través de cinco historias pequeñas, casi anécdotas, hermanadas por un tema común: la influencia del grupo sobre el individuo.

Al contrario que en su anterior trabajo, Östlund se adentra en el terreno de la ficción e incorpora el progreso dramático en cada uno de los episodios, intercalados entre sí dentro de una estructura fragmentada. Los diálogos y los personajes adquieren peso en la trama, aunque seguimos sin conocer a ninguno de ellos más allá de lo que muestra la pantalla. Hay dos chicas adolescentes desbocadas por el alcohol, un señor mayor asediado por la familia, una profesora que se revela ante sus compañeros, un joven que no comparte los ritos sexuales de sus amigos y una actriz que es retenida por un conductor de autobús junto al resto de los viajeros. Situaciones que buscan una catarsis que nunca llega porque aquí el cine se parece a la vida, hecha de tiempos muertos y de conclusiones tardías.

Para ilustrar dichos momentos, Östlund vuelve a emplear planos estáticos sin intervención del montaje, pero en esta ocasión elige encuadres que escapan de lo convencional y ahondan en el concepto de la descomposición, tanto a nivel visual como narrativo. La información contenida en las imágenes a veces se escamotea en la distancia de la cámara, o en la interposición de objetos, o en la ausencia de contraplanos que muestren la acción completa. El director comienza aquí a experimentar con el fuera de campo y a convertirlo en una seña de estilo, buscando la implicación del espectador.

Las propuestas presentes en The guitar mongoloid adquieren en Involuntary plena identidad y comienzan a dar forma a un ideario cada vez más rico y más variado, adaptando el lenguaje cinematográfico según las exigencias del relato. El acabado técnico está más cuidado y se percibe la intención por parte del director de construir un discurso fílmico más ambicioso, en el que por primera vez la interpretación de los actores resulta importante. En definitiva, se trata de una película-tesis que depara momentos de inquietud y reflexión, en ambos casos por medio de un punto de vista original que identifica a Ruben Östlund como un autor a tener en cuenta en el panorama europeo.

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THE GUITAR MONGOLOID. "Gitarrmongot" 2004, Ruben Östlund

Perdón por el juego de palabras, pero el principio de The guitar mongoloid es, en sí mismo, una declaración de principios. La película comienza con las imágenes de televisión de un espectáculo que celebra la prosperidad sueca en todo su esplendor, hasta que la señal es interferida por el personaje que da nombre al film. Un muchacho que sabotea la fiesta catódica desviando las antenas en una azotea, y que bien podría representar el propósito de Ruben Östlund de desmentir el ideal que proyecta el modelo social nórdico. Ya desde su primer largometraje, el director muestra el reverso de un país moderno y civilizado, paradigma del progreso en Europa, para explicar de manera gráfica que allí también hay idiotas, igual que en todas partes. Y también personas que sufren trastornos del comportamiento, adicciones, falta de atención adecuada... Sin dramas ni regodeos, al contrario, manteniendo la distancia que proporciona el plano frío y estático, incluso añadiendo pinceladas de humor negro y cierto surrealismo. Un ejemplo de esto último es que uno de los personajes que integran el reparto coral aparece siempre con el rostro desenfocado, sin que lleguemos a conocer el motivo. ¿Acaso importa?

El tono que emplea Östlund es el del costumbrismo crítico, que retrata con asepsia los aspectos menos confortables de la realidad, para que el espectador abra los ojos y tome partido sin caer en la soflama ni en el adoctrinamiento. The guitar mongoloid adopta una actitud política alejada de todo discurso, que se asienta en la conciencia del público enfrentado a escenas en apariencia inconexas, sin otro hilo conductor que la ciudad de Gotemburgo. Puestos a buscar un argumento, se podría decir que la película cuestiona la protección de la que carecen determinados colectivos y la falta de expectativas de un sector de la población cuyo embrutecimiento se manifiesta de modo gregario, algo que el director desarrollará en su siguiente proyecto. Hay, por lo tanto, un afán de provocar por parte de Östlund que se materializa ya desde el propio título, y que encuentra eco en muchas secuencias del film. Esta provocación existe también en la forma, sin movimientos de cámara (hay un par en todo el metraje) y sin apenas montaje entre unas situaciones y otras, como una sucesión de cuadros en riguroso 4/3, cuya evolución narrativa tampoco cuenta nada. Östlund parece decir a sus espectadores: Mirad, os voy a enseñar lo que descartan los demás directores, lo que no se ve en las películas por ingrato o por inservible. Y lo voy a hacer sin adornarlo con los atributos del cine, sin entretener la mirada.

Su manera de filmar refleja la voluntad de confundir verdad y ficción, ya que entre los actores no hay ningún profesional, los escenarios son naturales y la iluminación y el sonido anteponen la inmediatez al buen acabado técnico. The guitar mongoloid es un ejercicio experimental a veces fascinante y a veces irritante que desafía a la audiencia a construir una película que no existe, o que surge mientras se ve. Östlund disemina pistas que se anuncian en la pantalla pero que no terminan de concretarse. Al igual que sucede en la vida cotidiana, hay momentos que se repiten en una rutina absurda e instantes que irrumpen una vez sin que luego sean retomados, lo cual dibuja un mosaico con pocas glorias y muchas miserias. En suma, la opera prima de Ruben Östlund evidencia el ímpetu de su cine por estimular al público dándole lo que nunca espera, aún a riesgo de hacerle sentir incómodo. Solamente al final, The guitar mongoloid se redime con una escena hipnótica y bella: un enorme globo sobrevuela la ciudad, llamando la atención de los viandantes. Algunos elucubran que puede estar fabricado con... bolsas de basura.

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LAS GOLONDRINAS DE KABUL. "Les hirondelles de Kaboul" 2019, Zabou Breitman y Eléa Gobbé-Mévellec

Siempre es importante elegir el formato y el estilo adecuado para contar una historia. En el caso de ciertas películas como Las golondrinas de Kabul, esta decisión cobra además un sentido especial porque resignifica la obra original en la que está basada, debido a la aparente disparidad de lenguajes. Por un lado está la tragedia cruda y documentada escrita por Yasmina Khadra en su novela homónima, y por otro lado el cine de animación, con su manera estilizada de representar la realidad. El reto de compaginar ambos mundos corresponde a las directoras Zabou Breitman y Eléa Gobbé-Mévellec, quienes debutan con este largometraje ambientado en la capital de Afganistán destruida por la guerra y bajo el dominio del fundamentalismo religioso. Un escenario para el horror donde se acumulan las víctimas, en particular las mujeres, descritas en uno de los diálogos como "muertas en vida".

El aspecto visual de la película ejerce de contrapeso frente al espanto de los sucesos que se narran, a modo de antídoto que tiene buen cuidado de no diluir la fuerte carga de denuncia. Lejos de suavizar el conflicto, las directoras pretenden darle visibilidad empleando recursos estéticos que facilitan el acceso del público, al mismo tiempo que se evoca la poesía (mediante ciertos ralentizados en los movimientos) y el verismo (en el tratamiento sonoro). Sin truculencia pero tampoco sin omitir la crueldad de la guerra. Son impactantes, por ejemplo, las escenas subjetivas que muestran el punto de vista desde el interior del burka, o los entornos destruidos de la ciudad a la luz del sol implacable. Las imágenes poseen una gran plasticidad y un innegable atractivo en su sencillez y depuración de elementos, con una técnica que imita la acuarela y refleja el acabado artístico y el nivel de exigencia de la productora Les Armateurs. Cada imagen busca la expresividad simple y directa, a veces empleando símbolos como los que alude el título del film. Las golondrinas de Kabul es un alegato de la belleza contra la barbarie, elaborado con rabia pero también con sensibilidad. Una joya de la animación francesa que se alinea junto a otras películas reveladoras como Persépolis o El pan de la guerra.

A continuación, uno de los temas musicales que integran la banda sonora compuesta por Alexis Rault. En esta pieza, el autor identifica el instrumento de la trompeta con el personaje de Zunaira, estableciendo una asociación de conceptos entre el viento y la libertad, en medio de un conjunto en el que predomina el dramatismo de las cuerdas. Relájense y disfruten:

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