NOTICIAS DEL GRAN MUNDO. "News of the world" 2020, Paul Greengrass

Siete años después de Capitán Phillips, el director Paul Greengrass y el actor Tom Hanks vuelven a encontrarse, esta vez en un género inédito para ambos: el westernNoticias del gran mundo parte de una novela escrita por Paulette Jiles que adapta el propio Greengrass junto a Luke Davies, una epopeya que rinde tributo al arte de contar historias simbolizado en el personaje del capitán Jefferson Kyle Kidd, encarnado por Hanks. Este antiguo combatiente de la guerra de Secesión se dedica a recorrer los pueblos extrayendo noticias de los periódicos y relatándolas ante el público a cambio de unas monedas. La habilidad que posee para transmitir la información como si fuese un apasionante relato, tiene mucho que ver con la naturaleza de la ficción y del cine, algo que Greengrass expresa con entusiasmo en las imágenes del film.

El director británico se aleja del estilo documental que le dio notoriedad en el pasado (con un sentido visual muy nervioso que se apoyaba en el montaje) para acercarse, en esta ocasión, al clasicismo con el que se asocia la edad dorada del cine del Oeste. Greengrass no trata de innovar en ningún aspecto, si acaso, ofrece una oportuna reflexión en torno a las distintas identidades presentes en los Estados Unidos, no tan dispares a las actuales. Una tierra por la que pugnan nativos, colonos e inmigrantes en Texas, estado que sufre con igual severidad las consecuencias bélicas y las desigualdades raciales.

Tal y como mandan los cánones, los paisajes ganan presencia e incorporan unas cualidades estéticas en la composición de los planos y los movimientos de cámara (y en la fotografía siempre colorista de Dariusz Wolski). Lo cual no significa que Greengrass abandone el dinamismo que ha caracterizado su cine hasta el momento, la diferencia es que ahora aparece representado en términos que buscan la armonía y el correcto acabado. De todas sus películas, Noticias del gran mundo es la más amable. Puede que sea porque se trata de una producción de Netflix, o porque Greengrass imprime en el conjunto una atmósfera de cuento agridulce que encaja muy bien con la narración de tintes mitológicos.

Sin embargo, el ímpetu del director a veces provoca desajustes que debilitan la película, como la escena algo tosca de la huida de Dallas al anochecer, y los planos aéreos que sirven como transición entre secuencias, un anacronismo que entretiene la mirada pero resta coherencia al resultado. Son males menores que no impiden disfrutar del espectáculo que supone contemplar a un gran intérprete en plena madurez como Tom Hanks, en compañía de una jovencísima Helena Zengel. El contraste de sus rostros y sus maneras de comportarse ante la cámara alientan Noticias del gran mundo, una película que depara el sano placer de la evasión durante dos horas, al tiempo que se reviste de parábola moral, sin que un propósito desplace al otro.

A continuación, uno de los temas compuestos por James Newton Howard para la banda sonora. Música de calado emocional cuyos sonidos de cuerda refuerzan el trasfondo dramático del film. Relájense y disfruten:

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MALA SANGRE. "Mauvais sang" 1986, Leos Carax

Dos años después de debutar con Chico conoce chica, Leos Carax estrena su siguiente largometraje con un presupuesto y unas ambiciones mucho más holgadas. Mala sangre da continuidad a los temas y las formas apuntadas por su antecesora y los hace eclosionar de manera radical, creando una película que admite pocas comparaciones, incluso cuando se aprecia el influjo de otros cineastas (Godard y Cocteau, a quien se cita) y otras formas de expresión (el cómic, el teatro y la poesía). La habilidad del director consiste en agitar esta variedad de referencias para obtener una obra profundamente original, que reclama su identidad en cada plano y se convierte en un puntal del cine de autor europeo de aquella época.

Carax está presente en todo momento en la película, ya sea detrás de las imágenes como en ellas de manera física. No es extraño que haya elegido encarnar al personaje episódico de un voyeur obsesionado con contemplar a Anna, interpretada por Julitte Binoche. Mala sangre es una celebración de su rostro, y los de Julie Delpy, Michel Piccoli y Denis Lavant, actor que vuelve a encarnar a Alex, el protagonista que cataliza los intereses del director francés. A través de él, Carax representa el ideal romántico de la fugacidad de los sentimientos y la dificultad de encontrar el amor pleno, cuestiones que dialogan con el paso del tiempo y la muerte. Como si fuese una pequeña ópera, Carax despliega el argumento dando prioridad a las emociones sobre los detalles de la trama, de hecho, esta no es más que una excusa para que avancen las pasiones de los personajes. Son pasiones no correspondidas, que se visten con los trajes de diversos géneros: el drama, la comedia, el noir, el musical... todo cabe en esta película peculiar y fascinante.

El director de fotografía Jean-Yves Escoffier maneja con habilidad la luz y los colores, lo cual refuerza la personalidad del conjunto, al igual que otros elementos como el sonido, la escenografía y el vestuario. Cada apartado del film alcanza gran expresividad y cada escena resulta culminante, un riesgo que suelen pagar caro muchas películas con ánimo de sorprender y que terminan saturadas por sus propios hallazgos. En lugar de eso, Carax obtiene un raro equilibrio entre lo íntimo y lo mitológico, adentrando al espectador en un terreno intermedio gobernado por la ensoñación. La mirada es un motivo central del relato: la mirada extrañada de los personajes frente a lo que sucede siempre de modo imprevisto, y la mirada de Leos Carax, nerviosa y atenta que se manifiesta en planos cortos y secuencias de montaje muy dinámicas. Los momentos de Alex ejerciendo de trilero, su descubrimiento de Anna en el autobús, el ritual de poner música en la radio... están dotados de magia y logran perdurar en el recuerdo, tienen vida propia, como los poemas que forman parte de un libro. Esta misma fragmentación se representa en el eclecticismo de la banda sonora, que reúne músicas de Sergei Prokofiev, Benjamin Britten, Chaplin (en un bonito homenaje al cine mudo) y David Bowie, quien alienta una celebrada secuencia del film. 

Músicas, sonidos e imágenes. Muchas imágenes. La sobreabundancia de ángulos de cámara y de puntos de vista inesperados emborracha en ocasiones la visión del público, pero en lugar de provocar distancia con lo observado (una consecuencia habitual en el cine de nuestros días), aquí inducen un estado cercano a la hipnosis. Se trata de una atmósfera muy especial, cargada de lirismo, que se verbaliza en frases de diálogo como "Este espejo atrasa" o "Pon un disco antes de que la melancolía lo domine todo". Sentencias que suenan naturales en boca de los personajes, al igual que sus actitudes: ir a la peluquería antes de un atraco, llorar sin poder parar, hablar con el estómago, volcar un coche en pleno arrebato amoroso... instantes que pertenecen a una realidad distinta, inocente, salvaje y sublime, construida por Leos Carax en Mala sangre. Una de las películas más bellas y libres jamás filmadas.

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LOS CELOS. "La jalousie" 2013, Philippe Garrel

Título que inicia la denominada trilogía de los celos de Philippe Garrel, integrada por pequeños cuentos morales con reminiscencias de los que realizó Rohmer en los años sesenta y setenta. No es la única influencia proveniente de la nouvelle vague: en Los celos también se escuchan ecos de Eustache y Truffaut, tanto en el espíritu que recorre la película como en las formas. La película narra la relación de una pareja que trata de cubrir sus carencias sentimentales con escarceos secretos, lo cual permite al director explorar los diferentes grados de dependencia emocional y las particularidades de la convivencia. Todo contado en menos de ochenta minutos, ya que Garrel evita ser exhaustivo y opta por un estilo impresionista que esboza las situaciones y omite cualquier intensidad. Las escenas que se suceden en Los celos podrían ser los descartes de otras películas románticas más pasionales que esta, y también más alejadas de la realidad. Garrel se muestra interesado en retratar los tiempos muertos de los que suele prescindir el cine para dotarlos de vida mediante el naturalismo de la puesta en escena y la cercanía de los actores.

La actitud casi ascética de Garrel tiene reflejo en las imágenes, cuya austeridad queda patente en una planificación sencilla y sin artificios. El montaje dentro de las secuencias es sustituido por los movimientos de cámara para reencuadrar a los personajes (a la manera de Woody Allen, de quien hay otras referencias como el suicidio fallido). Son recursos visuales reforzados por la sobriedad del blanco y negro y la labor cómplice de Louis Garrel y Anna Mouglalis, intérpretes que aúnan credibilidad y presencia. Nunca se llega a conocer del todo a sus personajes, porque Los celos así lo pretende. Todo en el film adquiere el trazo leve de un borrador, como un cuaderno de notas en el que se van apuntando cosas que a veces no se retoman. Esto sucede con algunos personajes episódicos (el escritor amigo de la protagonista, o la madre que pierde el trabajo), y que confiere al conjunto un carácter inacabado, que puede provocar desconcierto. La película parece admitir sus propias imperfecciones y las incorpora en la trama, para transmitir la sensación de eventualidad que define la última etapa de Philippe Garrel. Una ligereza que se adquiere en la madurez, tras años de experimentación y muchos caminos desandados.

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LA CAZA. "Jagten" 2012, Thomas Vinterberg

Casi quince años después de Celebración, Thomas Vinterberg vuelve a abordar el tema de los abusos sexuales a menores bajo una perspectiva completamente distinta. En esta ocasión, el punto de vista no se corresponde con la víctima sino con el presunto culpable, lo cual sirve al director danés para desarrollar cuestiones en torno a las noticias falsas, los juicios paralelos y la psicosis social que despiertan determinados actos cuando los sentimientos se anteponen a la razón.

Por segunda vez, Vinterberg escribe el guion junto a Tobias Lindholm, con quien realiza algunos de sus trabajos más interesantes y personales de los últimos años. Son historias de gran intensidad dramática que ambos amortiguan poniendo atención en los detalles y fijando contextos determinados. La caza relata el vía crucis de un profesor de parbulario al que acusan de haberse aprovechado de una de las niñas del centro con la que tiene especial confianza, pues es la hija de su mejor amigo. Este y el resto de la comunidad se posicionan en contra del protagonista, sin importar que no existan pruebas ni indicios serios que corroboren la denuncia, más que el ambiguo testimonio de la pequeña. Semejante argumento requiere tacto y sensibilidad para que la película funcione sin enmarañarse ni perder el foco de lo que pretende contar (la caza de un hombre cuya inocencia nadie quiere atender), aplicando la contención donde otros aprovecharían para echar leña al fuego.

Es de agradecer la actitud sosegada y rigurosa de Vinterberg, que también se traslada a las formas. Su planificación resulta modélica a la hora de expresar el desconcierto y la indefensión que sufre el personaje principal en el entorno donde ha transcurrido su vida, una pequeña población al Este de Dinamarca. Los escenarios cobran importancia y participan de la acción, al igual que la atmósfera invernal que transmiten las imágenes del film. La caza luce una técnica impecable y un reparto de actores largo y acertado en torno a Mads Mikkelsen, centro gravitacional del relato. El actor logra desarrollar un papel complejo y exigente sin hacer alardes, dotando de sentido cada gesto y cada inflexión de la voz. Sobre sus hombros descansa el peso de esta película difícil, que él hace que parezca fácil. Esta es la virtud de los buenos actores.

Es difícil ahondar en algún aspecto de La caza que no implique desvelar las sorpresas que contiene, si acaso remarcar su voluntad de explorar las relaciones sociales dentro de colectivos en apariencia idílicos, que muestran sus debilidades a la hora de afrontar ciertos problemas. El director no hace concesiones, ni siquiera en el desenlace que otorga condición de parábola al conjunto. En definitiva, se trata de un trabajo mayor en la filmografía de Thomas Vinterberg, capaz de actualizar los dramas expuestos muchos años atrás en títulos ya considerados clásicos como Esos tres o La calumnia.

A continuación pueden escuchar el tema principal de la película, creado por Nikolaj Egelund. Una delicia compuesta para guitarra que refleja bien el ambiente doméstico en medio de la naturaleza en el que viven los personajes. Relájense y disfruten:

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EL HOMBRE INVISIBLE. "The invisible man" 2020, Leigh Whannell

La figura del hombre invisible ha sido llevada al cine numerosas ocasiones, unas veces tomando como referencia la novela original de H.G. Wells y otras veces partiendo de cero. A este último grupo corresponde el cuarto largometraje de Leigh Whannell, director y guionista especializado en el género de terror, que añade una nueva perspectiva al mito de la invisibilidad. Su propuesta consiste en mezclar el fantástico, el miedo y el cine de superhéroes, aunque el personaje que da título a la película encaja más bien con el perfil del supervillano. Aquí el protagonismo pertenece a la mujer encarnada por Elisabeth Moss, víctima de un maltratador que ha alcanzado el éxito como ingeniero óptico. La historia comienza en el momento en el que ella emprende la huida de la lujosa casa donde han vivido juntos, lo cual no impedirá que él siga asediándola mentalmente incluso después que un incierto suicidio. Esta versión incorpora, por lo tanto, una vertiente social acorde a los nuevos tiempos que no chirría dentro del conjunto, al contrario: concede peso dramático a un film que corría el riesgo de convertirse en un espectáculo lleno de golpes de efecto y trucos digitales. En lugar de eso, Whannell se preocupa por dar cierta profundidad al relato, dosificando la tensión y generando la atmósfera adecuada para que lo increíble parezca creíble.

Conviene no engañarse: El hombre invisible es un entretenimiento. Pero un entretenimiento digno, que no defrauda sus premisas y que supedita la técnica a la narración, una práctica poco común en este tipo de cine. Tampoco se trata de una película perfecta: el guion incurre en el uso demasiado utilitario de algunos personajes (los respectivos hermanos de la pareja antagonista) y hace que el hombre invisible en cuestión parezca dotado de superpoderes, como si saliese de alguna franquicia Marvel. Son males menores que la película asume sin arruinar sus virtudes, que son variadas. Para empezar, la interpretación de Moss, tan comprometida y matizada como es habitual. También Whannell da en la diana. Su planificación juega hábilmente con los puntos de vista y mantiene el ritmo adecuado en cada escena, con profusión de ángulos y tamaños de imagen para inducir la sensación de invisibilidad. Aunque hay ciertos recursos que caen en la obviedad (impactos sonoros y subrayados musicales), en general El hombre invisible destaca sobre muchas otras producciones similares porque trata al espectador como adulto, sin hacer concesiones hormonales ni soterrar la trama bajo el ingenio visual.

Como mandan los cánones del género, una de las señas de identidad del film es la banda sonora compuesta por Benjamin Wallfisch, quien repite con Leigh Whannell después de colaboraciones anteriores bajo la tutela del estudio Blumhouse. El músico se ha convertido en un experto en provocar inquietud por medio de orquestaciones de cuerda e instrumentos como el piano. Prueba de ello es el tema que se puede escuchar a continuación.

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CHICO CONOCE CHICA. "Boy meets girl" 1984, Leos Carax

Contemplar las primeras películas de ciertos directores suele ser revelador porque, además de poseer el ímpetu propio del que empieza, muchas veces anticipan las ideas que desarrollarán más adelante. Leos Carax tenía apenas 24 años cuando dirigió Chico conoce chica, después de haber ejercido como crítico en la prestigiosa Cahiers du Cinéma. Una publicación que dos décadas atrás había legitimado el cambio que supuso la nouvelle vague para el cine francés, lo cual permite cerrar el círculo trazado por Carax. El joven cineasta se inspira en las experimentaciones de dicha corriente para acometer su largometraje de debut, un ejercicio de vanguardia formal y narrativa con un fuerte contenido poético, que tiene presentes algunas referencias europeas como Murnau, Dreyer, Cocteau, Resnais o Godard.

Con Chico conoce chica, Carax inicia no solo su trayectoria fílmica (antes había realizado un cortometraje de características similares), sino que también inaugura una identidad en la pantalla a través del personaje de Alex, alter ego interpretado por el actor Denis Lavant que aparecerá posteriormente en Mala sangre y Los amantes del Pont-Neuf. Es una relación parecida a la que habían establecido con anterioridad François Truffaut y Jean-Pierre Léaud, un cruce de personalidades en el que se reconoce un carácter determinado y una actitud ante la vida. El Alex de Chico conoce chica es un aspirante a director que tiene pensados los títulos de las películas que filmará algún día, y que solo muestra interés por el comienzo de cada cosa. Deambula por la ciudad observando amoríos que mitiguen su reciente fracaso sentimental, hasta que en una extraña fiesta encuentra a Mireille (encarnada por Mireille Perrier), quien acaba de romper con su pareja de manera traumática. El chico y la chica se conocen llenos de heridas internas pero, al contrario que en los romances de Hollywood, aquí el desenlace ilustra el peligro derivado del amour fou.

Leos Carax emplea recursos visuales y sonoros para representar algunos temas con imaginación y creatividad. Por ejemplo, la incomunicación que existe entre los personajes se materializa en diversos ruidos que tapan los diálogos (el silbido de una tetera, un trueno) o mediante efectos de sonido como la voz en off. También hay algunos trucos de imagen que remiten al cine mudo y otros que alteran el transcurrir de la acción, como la inclusión en el montaje de fotogramas en negro. Son herramientas que Carax utiliza con el propósito de sugestionar al espectador y trasladarle a un universo de ensueño donde los escenarios naturales de exterior se mezclan con los decorados de interior de carácter teatral. La fotografía contrastada y granulosa de Jean-Yves Escoffier retrata un París en blanco y negro donde siempre es de noche, con aires expresionistas y que propone juegos estéticos de asociación (el cielo estrellado y el suelo de la habitación de Mireille) y simbólicos (el vidrio roto en la cabina de teléfono). Todo ayuda a conformar el estilo genuino de Leos Carax, su modo de entender el cine: un viaje que conecta el subconsciente con la pantalla y un manifiesto de lirismo radical, que hunde sus raíces en el surrealismo. En suma, una opera prima a la altura de su creador, siempre original y sorprendente.

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