EL HOMBRE INVISIBLE. "The invisible man" 2020, Leigh Whannell

La figura del hombre invisible ha sido llevada al cine numerosas ocasiones, unas veces tomando como referencia la novela original de H.G. Wells y otras veces partiendo de cero. A este último grupo corresponde el cuarto largometraje de Leigh Whannell, director y guionista especializado en el género de terror, que añade una nueva perspectiva al mito de la invisibilidad. Su propuesta consiste en mezclar el fantástico, el miedo y el cine de superhéroes, aunque el personaje que da título a la película encaja más bien con el perfil del supervillano. Aquí el protagonismo pertenece a la mujer encarnada por Elisabeth Moss, víctima de un maltratador que ha alcanzado el éxito como ingeniero óptico. La historia comienza en el momento en el que ella emprende la huida de la lujosa casa donde han vivido juntos, lo cual no impedirá que él siga asediándola mentalmente incluso después que un incierto suicidio. Esta versión incorpora, por lo tanto, una vertiente social acorde a los nuevos tiempos que no chirría dentro del conjunto, al contrario: concede peso dramático a un film que corría el riesgo de convertirse en un espectáculo lleno de golpes de efecto y trucos digitales. En lugar de eso, Whannell se preocupa por dar cierta profundidad al relato, dosificando la tensión y generando la atmósfera adecuada para que lo increíble parezca creíble.

Conviene no engañarse: El hombre invisible es un entretenimiento. Pero un entretenimiento digno, que no defrauda sus premisas y que supedita la técnica a la narración, una práctica poco común en este tipo de cine. Tampoco se trata de una película perfecta: el guion incurre en el uso demasiado utilitario de algunos personajes (los respectivos hermanos de la pareja antagonista) y hace que el hombre invisible en cuestión parezca dotado de superpoderes, como si saliese de alguna franquicia Marvel. Son males menores que la película asume sin arruinar sus virtudes, que son variadas. Para empezar, la interpretación de Moss, tan comprometida y matizada como es habitual. También Whannell da en la diana. Su planificación juega hábilmente con los puntos de vista y mantiene el ritmo adecuado en cada escena, con profusión de ángulos y tamaños de imagen para inducir la sensación de invisibilidad. Aunque hay ciertos recursos que caen en la obviedad (impactos sonoros y subrayados musicales), en general El hombre invisible destaca sobre muchas otras producciones similares porque trata al espectador como adulto, sin hacer concesiones hormonales ni soterrar la trama bajo el ingenio visual.

Como mandan los cánones del género, una de las señas de identidad del film es la banda sonora compuesta por Benjamin Wallfisch, quien repite con Leigh Whannell después de colaboraciones anteriores bajo la tutela del estudio Blumhouse. El músico se ha convertido en un experto en provocar inquietud por medio de orquestaciones de cuerda e instrumentos como el piano. Prueba de ello es el tema que se puede escuchar a continuación.