CHICO CONOCE CHICA. "Boy meets girl" 1984, Leos Carax

Contemplar las primeras películas de ciertos directores suele ser revelador porque, además de poseer el ímpetu propio del que empieza, muchas veces anticipan las ideas que desarrollarán más adelante. Leos Carax tenía apenas 24 años cuando dirigió Chico conoce chica, después de haber ejercido como crítico en la prestigiosa Cahiers du Cinéma. Una publicación que dos décadas atrás había legitimado el cambio que supuso la nouvelle vague para el cine francés, lo cual permite cerrar el círculo trazado por Carax. El joven cineasta se inspira en las experimentaciones de dicha corriente para acometer su largometraje de debut, un ejercicio de vanguardia formal y narrativa con un fuerte contenido poético, que tiene presentes algunas referencias europeas como Murnau, Dreyer, Cocteau, Resnais o Godard.

Con Chico conoce chica, Carax inicia no solo su trayectoria fílmica (antes había realizado un cortometraje de características similares), sino que también inaugura una identidad en la pantalla a través del personaje de Alex, alter ego interpretado por el actor Denis Lavant que aparecerá posteriormente en Mala sangre y Los amantes del Pont-Neuf. Es una relación parecida a la que habían establecido con anterioridad François Truffaut y Jean-Pierre Léaud, un cruce de personalidades en el que se reconoce un carácter determinado y una actitud ante la vida. El Alex de Chico conoce chica es un aspirante a director que tiene pensados los títulos de las películas que filmará algún día, y que solo muestra interés por el comienzo de cada cosa. Deambula por la ciudad observando amoríos que mitiguen su reciente fracaso sentimental, hasta que en una extraña fiesta encuentra a Mireille (encarnada por Mireille Perrier), quien acaba de romper con su pareja de manera traumática. El chico y la chica se conocen llenos de heridas internas pero, al contrario que en los romances de Hollywood, aquí el desenlace ilustra el peligro derivado del amour fou.

Leos Carax emplea recursos visuales y sonoros para representar algunos temas con imaginación y creatividad. Por ejemplo, la incomunicación que existe entre los personajes se materializa en diversos ruidos que tapan los diálogos (el silbido de una tetera, un trueno) o mediante efectos de sonido como la voz en off. También hay algunos trucos de imagen que remiten al cine mudo y otros que alteran el transcurrir de la acción, como la inclusión en el montaje de fotogramas en negro. Son herramientas que Carax utiliza con el propósito de sugestionar al espectador y trasladarle a un universo de ensueño donde los escenarios naturales de exterior se mezclan con los decorados de interior de carácter teatral. La fotografía contrastada y granulosa de Jean-Yves Escoffier retrata un París en blanco y negro donde siempre es de noche, con aires expresionistas y que propone juegos estéticos de asociación (el cielo estrellado y el suelo de la habitación de Mireille) y simbólicos (el vidrio roto en la cabina de teléfono). Todo ayuda a conformar el estilo genuino de Leos Carax, su modo de entender el cine: un viaje que conecta el subconsciente con la pantalla y un manifiesto de lirismo radical, que hunde sus raíces en el surrealismo. En suma, una opera prima a la altura de su creador, siempre original y sorprendente.