Lo que hace fascinante a Carretera asfaltada en dos direcciones es que, tratando temas tan profundamente norteamericanos (la pasión por los coches, la competitividad, el profesionalismo, la vida nómada que recorre los estados) tiene una influencia muy europea, como si Bresson hubiese decidido rodar un western fuera de su época. Hellman venía de filmar en el Oeste con caballos que ahora adoptan forma de automóviles, y algo de ese espíritu queda en la pantalla, en los gestos de los actores, en las frases de diálogo... pero sin artificio: todo posee rasgos de naturalidad y, en ocasiones, incluso de documental. El motivo es que el director mantiene siempre la distancia adecuada para no interceder en la trama y que algunos de los intérpretes se enfrentan por primera vez a la cámara. Los dos protagonistas, James Taylor y Dennis Wilson, provienen de la escena musical, y Laurie Bird debuta aquí en el papel por el que será recordada, mientras que Warren Oates exhibe su desparpajo componiendo un personaje inolvidable. Su talante contrasta con el hieratismo de los hermanos que encarnan Taylor y Wilson, quienes manifiestan su empuje solo frente al volante... basta contemplar el caminar del primero, una parsimonia hipnótica que no se aprende en las escuelas de arte dramático.
Hay, por lo tanto, una inmediatez que dota a la película de presencia, de habitar un tiempo y un espacio determinados. Un universo conformado por moteles, bares y gasolineras en pequeños pueblos de la América profunda, con autoestopistas y aspirantes a ganar la siguiente carrera. Monte Hellman llena de autenticidad los huecos deliberados que se abren en la narración, esa quietud que a veces recuerda a los cuadros de Hopper por la luz y los colores, en contraposición a la velocidad sobre el asfalto. Es, en definitiva, un film evocador que recoge influencias de la literatura beat y del cancionero folk de los Estados Unidos, filtrados por el cine sobrio y directo de Monte Hellman. Carretera asfaltada en dos direcciones es considerada hoy una obra de culto que representa la valentía y la voluntad de crónica que tenían las películas de aquella década, empeñadas en mostrar la cara B del sueño americano, cuando la inocencia regresaba en féretros desde las selvas de Vietnam.