VIDA OCULTA. "Hidden life" 2019, Terrence Malick

El cine de Terrence Malick ha tenido siempre un marcado componente poético de carácter espiritual, que según pasa el tiempo se va volviendo cada vez más abstracto. Hasta el punto de que sus películas han ido desapareciendo de las pantallas grandes para estrenarse, tarde y en circunstancias particulares, en las plataformas digitales, incluso cuando cuentan en sus repartos con intérpretes conocidos. Vida oculta es algo más accesible que sus anteriores títulos, a pesar de lo extenso de la duración, ya que toma como base unos hechos verídicos sucedidos en Austria durante los años cuarenta. Se trata de la historia de Franz Jägerstätter, campesino que se niega a combatir junto a los nazis en la II Guerra Mundial, una determinación que le ha elevado al altar de los mártires de la objeción de conciencia. Este símil resulta adecuado porque las películas de Malick contienen una invariable lectura religiosa que, en el caso de Vida oculta, se explicita hasta comparar al protagonista con un Jesucristo moderno que se ofrece en sacrificio por unas convicciones mantenidas hasta el final.

Así pues, el director elabora lo más parecido a una oración cristiana, con toda la solemnidad y la exaltación que conlleva. Una propuesta sin duda arriesgada que no termina de salir bien ya que, como sucede en los rezos, se incurre en reiteraciones y en una sentimentalidad a veces artificiosa, que se sirve del dolor para justificar el amaneramiento de las formas. Vida oculta perpetúa los tics que Malick ha establecido en los últimos años (incesantes movimientos de cámara, encuadres contrapicados, lentes de gran angular) incorporando a su lenguaje cinematográfico los inconvenientes propios de esta técnica, como es la distorsión de las figuras en los bordes del plano. Esto que la mayoría de los directores suelen evitar, Malik lo emplea para fundir a los personajes en el entorno natural y magnificar los gestos, en constante representación de la voz en off.  En otras palabras: una retórica de la imagen agotada por el cineasta, quien insiste a lo largo de casi tres horas en los mismos recursos visuales sin variaciones de tono ni de ritmo, hasta dejar extenuado al espectador. El resultado vuelve grandilocuente cualquier pequeño detalle y dota de trascendencia cada frase del guion, lo que aminora el impacto del drama. La primera hora de metraje se sigue con interés, pero una vez que Vida oculta comienza a dar vueltas sobre sí misma y a subrayar el discurso místico, el relato se estanca y la tragedia se antoja rutinaria.

Es una lástima, porque el film alberga intenciones buenas pero insuficientes que terminan traicionando la sencillez del personaje protagonista. Como es habitual, la narración adopta el punto de vista omnipresente de Terrence Malick, sumo sacerdote y autor de este panegírico ensalzado por la música de James Newton Howard en convivencia con compositores clásicos (Bach, Handel, Dvořák...) El placer sonoro se suma al visual mediante la fotografía de Jörg Widmer, alumno aventajado de Emmanuel Lubezki, con quien ha trabajado en varios títulos de Malick. Los fotogramas de Vida oculta son de una belleza arrebatadora y poseen referencias pictóricas que van aminorando su poder de fascinación según avanza la historia, una sensación que la sabiduría popular describe bien: lo poco gusta, lo mucho cansa y lo repetitivo aburre. Ni siquiera las esforzadas interpretaciones de August Diehl y Valerie Pachner logran insuflar humanidad a este artefacto al que le sobran pretensiones y al que le falta intimidad y cercanía, lo que provoca que la película parezca más un sermón recitado en un púlpito que el homenaje a una persona que defendió sus ideales con perseverancia y valor. A continuación, pueden escuchar uno de los hermosos temas compuestos por James Newton Howard para Vida oculta. Relájense y disfruten: